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Estar en el sitio adecuado en el momento adecuado

Hace poco tiempo un amigo invisible, de estos que nos hacen regalos alrededor del solsticio de invierno, me regaló un libro de pasatiempos matemáticos de un tal Ivan Moscovich que, tengo que reconocer, no conocía. El libro, BrainMatics, es una recopilación de rompecabezas y acertijos matemáticos que según el propio autor es un homenaje a Martin Gadner, posiblemente uno de los mejores divulgadores de matemáticas del mundo. Lo que sí me gusta del libro, principalmente, es la variedad de temática en los problemas visitados y el intento del autor de hacerlos de forma visualmente atractiva. Posiblemente, gracias, como Moscovich dijo en una entrevista, a su profesor de matemáticas de secundaria que le enseñó matemáticas con rigor, con la mirada en el arte y a través de historias de ciencia ficción. Lo que no me gusta de Brainmatics  es que no me parece claro explicando  ni los resultados matemáticos previos al rompecabezas, y en ocasiones, ni siquiera el propio pasatiempo. Y es una pena porque algunos son pasatiempos muy interesantes y divertidos que demuestran una innegable curiosidad y  entusiasmo por las Matemáticas así como una potente imaginación por parte del autor. 

El hecho es que al caer el libro en mis manos, aparte de descubrirme rompecabezas de fuerte contenido matemático que no conocía, despertó en mi la curiosidad por el autor, a raíz, sobre todo, de la anécdota que cuenta al principio del citado libro y que es la que ha motivado el título de este artículo.

Ivan Moscovich aparece en casi todas partes como inventor de juegos. En esta entrevista Igor Goldkind sugiere que su propia vida, la de Moscovich es un rompecabezas desconcertante. De padre húngaros, el autor de Brainmatics nació en un pequeño pueblo servio tras la huída de sus padres de Hungría al terminar la Primera Guerra Mundial. Con 17 años fue deportado con sus abuelos y su madre a Auschwitz, donde sus abuelos fueron conducidos directamente al crematorio. Pero Moscovich logró salir con vida de aquel terrible campo de exterminio y dos años después era él mismo el que controlaba un equipo compuesto por oficiales y soldados alemanes, algunos de las SS.  Sin embargo, a pesar de la rabia contenida y del odio que éstos habían sembrado en lo más profundo de su interior,  concentró todo sus conocimientos técnicos y toda su energía en  conseguir  reconstruir el sistema ferroviario de Yugoslavia tras la guerra.

 

Pues bien, la anécdota a la que hace unas líneas hacía referencia explica cómo por estar en el sitio adecuado y en el momento adecuado, este inventor de juegos pudo salir con vida de aquella macabra experiencia. Una vez en Auschwitz, Ivan fue conducido a otro campo de trabajos forzados.  Las condiciones de trabajo en el mismo, como se pueden imaginar, eran de todo menos dignas. Según el propio Moscovich, los nazis calculaban el abstecimiento para que los trabajadores del campo sobrevivieran durante sólo seis meses y luego ser sustituídos por nuevas adquisiciones. A causa de esto, a los cuatro meses de estar allí, empezó a encontrase muy deteriorado. Fue entonces cuando tuvo una infección en uno de los dedos de su mano izquierda que le impedía continuar con su trabajo en el citado campo. La infección fue avanzando y una mañana tuvo que quedarse en el campo con los enfermos. Cuenta Moscovich que alguien de las SS se apiadó de su dedo y le permitió quedarse en su barracón para que le operara el médico del campo y que, tras la operación, se quedo solo en el campo, desierto a esa hora del día. Se oían rumores por aquellos días entre los prisioneros del campo sobre un posible selección de prisioneros débiles o inútiles, para ser conducidos al crematorio con el fin de conseguir espacio en los barracones para los nuevos fichajes. Pensaba Ivan sobre ello esa mañana, solo en el campo de trabajo, en medio de un gigantesco patio en donde intentaba parecer que estaba barriendo con una escoba. De pronto, vio cómo se abrían las puertas del campo y cómo un coche de altos mandos entraba a gran velocidad y se dirigía inexorablemente hacia él; se quedó quieto, helado, atónito, temiendo lo peor. El coche frenó justo al llegar a su altura y un oficial de las SS, salió del coche, lo agarró con violencia por el cuello, lo tiró en el maletero del coche y salieron del campo disparados. No entendía el porqué de ese secuestro, supongo que en esa circunstancias tampoco uno trata ya de entender nada ante tamaña masacre humana. Fueron dos horas de viaje en aquel coche hasta que llegaron a otro campo, del que aquel oficial era el comandante. No fue hasta pasado un tiempo cuando descubrió qué había pasado. Al parecer se había fugado un prisionero de ese mismo campo unos día antes y el comandante había preferido robar un prisionero a otro campo antes que informar a sus jefes de una fuga bajo su mando. El comandante tenía que cuadrar sus cuentas y él, Ivan Moscovich, fue el número que le faltaba. Este hecho le salvó de morir, porque tras su liberación supo por un prisionero de su anterior campo que aquella misma noche, le noche del día en que él había sido raptado, muchos prisioneros fueron seleccionados y conducidos al crematorio.

 

Las matemáticas de la muerte, las matemáticas de aquella locura, lo salvaron, por estar en el sitio adecuado, en el momento adecuado.