En mi generación, la de los nacidos en torno a 1950, muchos éramos europeístas. Europa no sólo era la salida de la dictadura; era también el progreso, las libertades, la solidaridad, el estado del bienestar, la cooperación entre países que, después de muchas guerras, estaban dispuestos a trabajar juntos y en paz por el bien de todos ellos.
Cuando, hace ahora treinta años, entramos en las instituciones europeas, todavía parecía que seguían siendo eso: los países más avanzados, más ricos, nos ayudaban (con los fondos europeos) a los que íbamos por detrás.
Todo ha cambiado en los últimos años.
El dominio de los mercados, el engaño de los intereses bajos y el dinero fácil que ha traído como consecuencia la deuda generalizada, los recortes y los ajustes, ha dejado ver una Europa corta de vista, en la que destacan los egoísmos. Parece que se busca un enfrentamiento entre el Norte rico y el Sur más pobre.
Estos día lo hemos visto con el referéndum de Grecia. La pregunta era confusa y hasta que los mercados no dejaron claro que el sí era apoyarles a ellos y el no al Gobierno griego, se entendía bastante poco.
Pero pronto salieron las interpretaciones: los griegos son unos golfos, quieren cobrar sus pensiones por las que casi no han cotizado (pensiones de 500€ al mes; y quien les llamaba golfos, Carlos Herrera, acababa de firmar un contrato por el que cobrará, dicen, más de seis millones al año); o quieren quedarse con nuestro dinero, porque a cada español nos corresponden tantos euros de la deuda griega.
También estaban los que, hartos de ajustes y de políticas que han llevado a los griegos al hambre y a la ruina, pedían un cambio de estrategia, para que pudieran prosperar y pagar sus deudas. Los muertos, los arruinados, no pagan. O los que recordaban que Alemania, ahora tan exigente, nunca pagó sus deudas de guerra.
El caso es que las políticas de ajuste, la moneda única para políticas económicas muy dispares y la cortedad de miras de los dirigentes de esta generación han puesto a Europa a la cola en cuanto a innovación y atractivo para las empresas (y para los mejores talentos) muy por detrás de Estados Unidos, pero también de China o de otros países asiáticos e incluso, ya, de los países iberoamericanos más avanzados.
¡Qué pena! Mientras hablamos de las deudas de unos y otros, nos hemos olvidado de lo que debería ser Europa, de lo que podría ser si se mantuvieran las ideas de los padres fundadores.