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68 kilómetros andando a 41 grados

¿O eran 67 como nos dijeron hace tres años?¿O 65 como se cantaba este año? Supongo que a nadie se le ha ocurrido llevarse un GPS para medir la distancia real de la Vuelta al Mar Menor. O, peor, a quien se le ha ocurrido le ha pasado como a mí, que mi Tom Tom se quedó sin batería a la hora de comer, cuando teóricamente se había recorrido la mitad del camino.

¡Ya está! Si a mitad de camino llevábamos 33,7 kilómetros, el total será algo más de 67. Sí; pero ¿quién me dice que de verdad era la mitad del camino?

Este año la Vuelta al Mar Menor se adelantó. Por razones que desconozco se celebró el 1 de agosto, más de una semana antes que otros años. Ningún problema salvo que yo llegué a la zona sólo tres días antes, casi sin tiempo para acostumbrarme a andar con ese nivel de humedad. Además el mes de julio había sido tremendamente caluroso, también en Madrid, y yo había descuidado algo mi entrenamiento.

Pero no había problemas. Después del año pasado yo sabía que era posible hacerlo, sin problemas y sin secuelas.

A las seis de la mañana estábamos, como otras veces, Joaquín y yo, en la salida, junto al Centro de Alto Rendimiento de Los Narejos. El día estaba nublado y soplaba algo de viento, unas condiciones ideales para andar; mucho mejores que en las otras dos ocasiones en que lo había intentado. Las nubes se mantuvieron hasta pasado Mar de Cristal, ya en la tercera etapa; el viento, con más o menos intensidad, se mantuvo todo el día y, salvo la incomodidad de los pinchazos que nos daban los granos de arena en algunas zonas de La Manga, fue una bendición que hizo mucho más fácil el viaje.

IMG_2053Esta vez tenía la promesa de que mi nieto se acercaría a verme en algún momento del recorrido; eso suponía una inyección de ánimo adicional. Al final no pudo ser en La Manga (el tramo de después de la comida, entre La Martinica y la “parada del granizado” es siempre el más duro) pero sí en el molino de Lo Pagán, donde bailamos juntos la machacona música que nos acompañó durante casi todo el día.

Nunca me he atrevido a pasar andando el tramo de la Encañizada donde, dicen, puedes hundirte hasta 40 centímetros en el lodo, así que siempre hago ese tramo en barco. Esta vez la organización nos sorprendió: el paso fue más cómodo y más rápido que nunca. No hubo que descalzarse ni andar hasta las zodiac que nos acercan a los barcos. Todo un salto adelante en calidad.

Las dieciséis horas de la Vuelta se quedaron este año en algo menos, así que, llegando a Los Narejos tuvimos que parar un buen rato para no llegar antes de lo previsto. Casi fue lo peor del día.

Mi nieto volvía a esperarme muy cerca de la meta, a la que casi llegamos juntos.

Este año, con una temperatura mucho más sobrellevable que los 41 grados de hace tres años, no he tenido ninguna secuela, ni unas mínimas agujetas al día siguiente.

Eso sí, a lo largo del recorrido se come y se bebe tanto (agua y zumos) que al día siguiente, en lugar de pesar menos, como parecería lógico, pesaba casi dos kilos más que al empezar a andar.

Gracias a los organizadores, el Club Senderista Nazíos p’andar y a los patrocinadores que, un año más, han hecho posible que algo más de trescientos locos cumplamos un reto personal.

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2 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Estupendo post, me ha conmovido la frase esa de los 300 locos, y pienso que somos muchos más de trescientos , Entre nosotros , es una confidencia , que no se entere nadie,. figurate las cosas que yo mismo escribo para convencer a alguien y lea mis cosas.

    Padre nuestro que estas en los cielos, perdona, ¿No podrias hacer que todo el mundo lea mis novelas , como yo leo las de todo el mundo?

    07 agosto 2015 | 18:55

  2. Dice ser Elsa Basset

    Gracias por el post. Tanto esfuerzo durante 16 horas merece ser comentado.

    25 agosto 2015 | 20:11

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