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Observar de cerca

Por Pepa Torres

Leyla es una joven nicaragüense que trabaja como empleada de hogar en una casa. Aunque sus empleadores le dicen que es “como de la familia”, cada vez que tiene que acudir al médico  ha de suplir esas horas que falta  trabajando en sábado o domingo.

Belinda trabajó como interna 8 años cuidando a un señor mayor enfermo con Alzheimer. A los tres días de su muerte, la familia la obligó a marcharse y le dieron como finiquito 150 euros.

Historias como estas escuchamos cada día en la asociación Senda de Cuidados y el colectivo Territorio Doméstico, entidades ambas dirigidas al empoderamiento y la defensa de los derechos de las trabajadoras de hogar. El empleo doméstico y de cuidados es el trabajo que sostiene la vida. Por eso, como coreamos en las movilizaciones donde exigimos nuestros derechos como trabajadoras: “Sin nosotras no se mueve el mundo”. Pese a ello constituye una de las formas de empleo más invisibilizadas, precarias y desprotegidas ya que en numerosas ocasiones las trabajadoras  mantienen condiciones de semiesclavitud, sobre todo las internas.

El trabajo doméstico se desarrolla en condiciones de absoluta precariedad. Imagen de Volha Flaxeco/Unsplash

Un dato muy representativo: si en nuestro país existen más de 700.000 trabajadoras de hogar, la mayoría mujeres migrantes, sólo una tercera parte está cotizando a la Seguridad Social. El resto se mantiene en situación de economía  sumergida y es llevado acabo por mujeres sin papeles, con lo que la vulneración de sus derechos se acentúa aún más.  Las condiciones laborales y salariales discriminatorias, la amplia desprotección del sector, el alto porcentaje de informalidad derivado en gran medida de las trabas para la regularización de los permisos de trabajo, entre otras, son consecuencia de una legislación que mantiene una desigualdad estructural y de un Estado ausente en la protección y garantía de derechos.

Ante esta situación nace el observatorio Jeanette Beltrán, sobre Derechos en empleo de hogar y de cuidados, con el fin de:  

  • Construir procesos de empoderamiento con las trabajadoras de hogar apoyando el conocimiento y defensa de sus derechos.
  • Sensibilizar a la sociedad en general acerca del reconocimiento de derechos laborales en este ámbito.
  • Incidir en las instituciones públicas para lograr la equiparación plena y efectiva de los derechos laborales de las trabajadoras de hogar.

Este observatorio recibe el nombre de Jeanette Beltrán en homenaje a una compañera nicaragüense, trabajadora de hogar, que murió en 2014 en Toledo al negársele atención médica por no tener papeles, como consecuencia del Decreto de exclusión sanitaria. En su nombre y como símbolo de una vulneración de derechos que no queremos que nunca más se repita, el Observatorio quiere ser una herramienta en manos de las propias trabajadoras para poder visibilizar y denunciar las numerosas situaciones que viven las empleadas de hogar en nuestro país.

Forma parte por tanto, de los procesos colectivos de organización de las propias trabajadoras por la defensa de sus derechos y reivindicaciones. Forma parte del fortalecimiento de grupos de apoyo mutuo, la asesoría y el tejido de redes formales e informales para hacer de su vulnerabilidad potencia.

Entendemos que no hay cuidados dignos sin trabajo digno. La “crisis de los cuidados” y la falta de recursos y servicios públicos no puede cubrirse sobre la explotación y precariedad de las trabajadoras de hogar. Por eso El Observatorio pretende también ser un altavoz para sensibilizar a la ciudadanía y para exigir a las instituciones públicas la equiparación plena y efectiva de los derechos laborales de las trabajadoras de hogar y cuidados así como la necesidad de su intervención en el amparo de estos derechos.

El lanzamiento del Observatorio tendrá lugar el día 19 de mayo en el Centro Social la Ingobernable (c/ Gobernador 39 de Madrid) en una Jornada abierta convocada bajo el lema “Precarias en rebeldía”. En el acto participarán las kellys, Territorio Doméstico, y las Trabajadoras de residencias de mayores de Bizkaia. Estos colectivos compartirán su experiencia de organización, luchas y reivindicaciones. También   estarán presentes el Eje de precariedad y Economía feminista y la plataforma Yo sí sanidad universal. El acto terminará con una comida popular.

Pepa Torres Pérez es miembro de la Red Interlavapiés. 

Lo doméstico, en juicio público

Por María Alexandra Vásquez 

Imaginemos que una situación que siempre ha estado en un espacio oscuro, impenetrable, y escondido, sale a la luz… Y esa luz la encuentra en un espacio público al que puede asistir cualquier persona, en el ámbito de un juicio, que se realiza ante un órgano imparcial, independiente y autónomo.

Sala de juicio. Imagen de TrasTando

Sala de juicio. Imagen de TrasTando

La función de todo juicio es decir cómo se aplica el Derecho en el caso concreto. Se mira una concreta circunstancia por el prisma del derecho que la protege y acoge. En el proceso hay que escuchar a ambas partes. Encendamos los focos del escenario y comencemos la obra:

Trabajadora: ¡Mea culpa! Es verdad que hace 6 años, cuando me lo propusieron, inicié una relación laboral con una señora para cuidar a su madre de 90 años. Es verdad que la anciana tiene hoy 96 años, y yo tengo 65 años. Es verdad que apenas en octubre del 2012 me hicieron un contrato de trabajo, y que desde el 2009 trabajé sin contrato. Es verdad que acepté que el alta en la Seguridad Social fuera sólo de 24 horas a la semana. Es verdad que realmente mis horas de trabajo son 6 horas diarias que suman un total de 30 horas a la semana, y ahora me arrepiento haber aceptado lo anterior. Es verdad que después de 6 años de trabajo cuidando a la abuela su hija decide despedirme: y ahora ruego a Dios que me despida sobre el salario que me paga, que son 530€ por las 120 horas al mes, y no por lo que establece el contrato… Es verdad que el contrato empezó en el 2012 y ¿qué pasa con los años trabajados previamente?

Empleadora: La trabajadora es muy buena, estamos muy contentos, pero ya no la necesitamos, estamos pensando llevar a mi madre a una residencia. Es verdad que soy una persona religiosa, profesora de un colegio del barrio, que recibo un salario como Dios manda, estoy de alta en la Seguridad Social por las horas que trabajo y que por ello, cotizo para mi jubilación. Es verdad que recibo ayuda económica pública por la situación de mi madre. Es verdad que también cuento con la pensión que cobra mi madre todos los meses. Es verdad que estamos intentando salir de una relación laboral porque resulta que la trabajadora es mayor, no es tan ágil como se espera, se le solicitan trabajos fuera de lo acordado, y por ello puedo demostrar que existen unas causas de justificación del despido.

Juez (Pregunta a la empleadora): ¿Usted decidió de forma unilateral dar por finalizada la relación laboral?
¿Notificó por medio de carta la decisión de dar por terminada la relación, informando de la fecha de fin de relación laboral, y pagó la indemnización correspondiente? ¿Usted dio de alta por 24 horas a la semana a la trabajadora? ¿Y de forma verbal tenía un contrato con ella de 30 horas a la semana? ¿Le pagaba 530€ por esas 24 horas a la semana?

En ese caso, debe pagar tomando como base el Salario Mínimo Interprofesional. Un salario de 570.19 € en doce pagas. Debe abonar en la Seguridad Social todas las cantidades que corresponden a los porcentajes de cotización dejados de pagar a la Seguridad Social, para que la empleadora pueda tener algo acumulado para su pensión. Debe indemnizar por los años totales de servicio. Debe pagar antigüedad. 

Esta obra es sólo un ejemplo. Muchas veces las relaciones laborales en el trabajo doméstico son arbitrarias, despóticas y abusivas. Al desarrollarse en el ámbito privado, están de espaldas a las instancias públicas, y eso sigue siendo así en pleno siglo XXI. ¿Sólo en el empleo doméstico? ¿No habría que preguntarse también por los avances en la violencia intrafamiliar, en la violencia de género, en la trata de personas? ¿Qué pasa con las instancias públicas que deben garantizar el cumplimiento de los deberes de los empleadores y de las trabajadoras comos sus respectivos derechos?

Somos aún una sociedad que demanda empleo doméstico, lamentablemente con parámetros culturales de la Edad Media, porque muchas de las relaciones se fundamentan en la autoridad, subordinación y esclavitud. Hay muchas personas que tienen como medio de vida el empleo doméstico. El Estado debe invertir en organizar, establecer instancias, y medios que garanticen adecuadamente tal realidad, echada debajo del felpudo. Podríamos pensar en la ratificación del Convenio 189 de la OIT, instrumento al servicio de las personas. Nos quieren hacer olvidar que son los Estados comprometidos internacionalmente los llamados a velar por las personas que viven en su territorio, asumen su cultura, y obedecen sus leyes.

María Alexandra Vásquez forma parte del área jurídica del Centro Pueblos Unidos.

Soy trabajadora doméstica en España

Por Laura Martínez Valero Laura Martínez Valero

He quedado con Teresa Moreno en una placita del barrio de Tetuán, en Madrid, una zona de gran diversidad cultural donde residen muchos inmigrantes, especialmente latinos. Esta ecuatoriana fuerte y decidida vino de Guayaquil a España en el año 2000 con mucha ilusión en la maleta y pensó que estaría de regreso en dos o tres años con bastante dinero ahorrado. Sin embargo, la situación que encontró aquí fue muy diferente.

Como muchas mujeres inmigrantes no tenía papeles y encontró trabajo en el sector doméstico, un sector en el que más del 80% de personas empleadas son mujeres (la mayoría inmigrantes). Comenzó haciendo suplencias y cuidando de personas mayores por periodos cortos de tiempo. Cuenta que estaba intentando conseguir los papeles por arraigo y que el mismo día que le iban a conceder la tarjeta, falleció la señora a la que estaba cuidando. ‘Yo fui a hablar con la hija y me dijo que no, que ya se había muerto su mamá, que ya no. Yo le decía a la señora: “aunque sea usted me contrata de nuevo, me firma… y yo pago las cuotas de la Seguridad Social’. Pero ella decía que no, que no y que no. Y como yo hay muchas que se han quedado sin papeles’, recuerda. Tras varios intentos consiguió la tarjeta de residencia, pero hasta ese momento la posibilidad de que la deportaran había estado siempre presente.

Teresa Moreno en el barrio de Tetuán, Madrid, a principios de enero. (C) Laura Martínez Valero/Oxfam Intermón

Teresa Moreno en el barrio de Tetuán, Madrid, a principios de enero. (C) Laura Martínez Valero/Oxfam Intermón

Teresa denuncia que privacidad del hogar y la vulnerabilidad de las mujeres trabajadoras, que en la mayoría de ocasiones no tienen ‘papeles’ y necesitan desesperadamente mantener una relación laboral estable para poder obtenerlos, es el pretexto perfecto para que se cometan abusos. Uno de los más frecuentes es que no las den de alta en la Seguridad Social. Y ahora, con la crisis es aún peor. Teresa denuncia que las mujeres se han convertido en una especie de máquina multiuso que por menor sueldo hacen más cosas: cuidan a personas mayores, limpian la casa, cocinan y cuidan a los niños.

Para evitar esta situación, Teresa tiene claro que lo fundamental es que las mujeres conozcan sus derechos laborales. Desde que conoció el Centro Pueblos Unidos, Teresa acude todos los sábados a las sesiones de trabajo. Allí, Teresa ha encontrado el respaldo de otras mujeres en su misma situación que se han convertido en su gran familia. Con la formación en derechos laborales, los cursos y la bolsa de trabajo que les proporciona el centro han aprendido a defender sus derechos y a quererse como mujeres. Su objetivo es exigir que se las vea como trabajadoras a las que hay que tratar con respeto. «No queremos pedir porque pedir es para que nos regalen. Es obligar a que nos den nuestros derechos, a que nos solucionen cosas», afirma.

Actualmente, Teresa aporta su experiencia en Pueblos Unidos a las recién llegadas para que no admitan ni soporten los abusos laborales a los que los españoles y españolas sometemos en muchas ocasiones a las empleadas domésticas. ¿De verdad no somos capaces de reconocernos en estas mujeres que han dejado su hogar en busca de mejores oportunidades? Teresa bromea y dice que ahora con la crisis ya no sólo recomienda a las inmigrantes que vayan a Pueblos Unidos, también se lo dice a cualquier española a la que ve en apuros.

A Teresa aún le queda algún tiempo hasta que pueda regresar a Ecuador, algo que anhela. Yo sé que cuando regrese las mujeres inmigrantes se quedaran sin una gran defensora, pero espero que para entonces la situación laboral haya mejorado para todos y todas. ¿Será verdad?

En Pueblos Unidos trabajan con las mujeres empleadas en el hogar para que sean conscientes de sus derechos y luchen por ellos. Así, realizan talleres de empoderamiento, de liderazgo y de participación ciudadana. Además prestan atención psicológica individual y ayudan a encontrar vivienda o asesoramiento jurídico.

Laura Martínez Valero trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón y participa en el proyecto Avanzadoras, que recoge testimonios e historia de lideresas como María Teresa Moreno Astudillo.

Encuentros a este lado

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

No todo son desencuentros en el empleo doméstico. Es verdad que los relatos de muchas mujeres ponen la piel de gallina a cualquiera, pero no faltan algunas historias que dibujan nuevamente la sonrisa y permiten recuperar la confianza en un futuro diferente para las trabajadoras del hogar. Son encuentros que tienen lugar ‘a este lado’, donde quien llega pidiendo trabajo es ‘la otra’ o ‘el otro’, pero donde hay personas dispuestas a aprender, acoger y acompañar.

Empleadora y empleada de hogar. Imagen del proyecto La Otra, de Natalia Iguíñiz (Perú)

Empleadora y empleada de hogar. Imagen del proyecto La Otra, de Natalia Iguíñiz (Perú)

El hecho de ser musulmana y tener a su cargo una niña no fue problema para la familia que emplea a Amina. Esta mujer marroquí lleva cinco años en España, donde llegó con su marido poco antes de divorciarse. Cuando nació su hija ingresó en un centro de acogida, y allí permaneció hasta hace poco. Amina se preocupó de aprender castellano y de formarse en cuidado de niños, primeros auxilios y cocina española. El trabajo donde está actualmente lo consiguió porque pegaba carteles por todas partes ofreciéndose como empeada de hogar. ‘Son muy buenas personas y me pagan bien. Yo también me porto muy bien con ellos y con la niña. Con el trabajo he podido continuar la vida. Llevo velo y ellos me dejan tenerlo en casa. Cuando no entiendo algo, me lo explican. Me han ayudado mucho con mi hija, me han apoyado. Me siento como en familia, me siento con ellos a la mesa‘.

También Haydee, peruana y educadora social, se ha sentido ‘muy cuidada‘ en distintos hogares donde ha trabajado a lo largo de sus diez años en España.Cuando llegué fue duro porque yo tenía mis estudios y nunca había trabajado en casas. De hecho, en nuestro país teníamos una persona en casa que nos ayudaba. Pero luego te haces al trabajo. Siempre me he sentido acogida y bien tratada en los trabajos, y eso me ha ayudado a vincularme y a permanecer en el empleo doméstico, porque me vi dignificada. Claro que cuando he visto la oportunidad de mejora la he aprovechado‘. Su propia experiencia, y el hecho de pertenecer al consejo de migraciones de su comunidad CVX, despertaron en ella el deseo de estudiar más a fondo la realidad migratoria, cursando el Máster en Migraciones Internacionales. Haydee valora el gran aprendizaje que ha realizado y sabe ver la oportunidad que se oculta bajo las dificultades presentes: ‘en el tiempo que llevo en España he aprendido el respeto por las diferentes culturas y me di cuenta de que todos tenemos muchas cosas que aportar. Por ejemplo, en este momento del país podemos aportar nuestra fortaleza frente a la crisis, porque ya la hemos vivido en nuestros países. A mí me gusta España para vivir, me he interesado por conocer la cultura española y por viajar para conocer los diferentes lugares. Ahora siento que tengo más sentido universal. Lo importante es hacer amigos, vincularte, aprender a ser tolerante y aceptar la diferencia’.

 

Marga Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid

El triple exilio

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Cirelda, cubana, amaba su país, pero las circunstancias que vivía su hija en España la impulsaron a partir y a quedarse: la vida no es siempre lo que uno planifica; ahora me siento exiliada‘.

Muchas mujeres migrantes experimentan el exilio en múltiples registros. Primero se sienten arrancadas de su tierra de origen, de sus costumbres, de sus vínculos y de su cultura. Después, al tratar de arraigarse de nuevo en el país de llegada, las condiciones laborales que encuentran en el empleo doméstico como internas van construyendo una prisión simbólica de la que resulta muy difícil salir.

http://www.filmaffinity.com/es/film154271.html

Imagen de la película ‘Las chicas de la sexta planta’, sobre empleadas de hogar españolas en Francia en los años 60.

En este nuevo exilio, las mujeres no disponen de un lugar propio que garantice su privacidad. María llegó a España en el 2009, procedente de Argentina, donde trabajaba como administrativa. Al igual que tantas otras, pretendía hacer realidad el sueño de su madre, aunque para ello tuviera que renunciar al suyo propio: ‘vine porque mi madre soñaba que un hijo suyo estuviera en Europa, y además no quería que ella trabajara más‘. Para María, la ausencia de un lugar en el mundo se resume en algo tan concreto como las prácticas de sus empleadores: ‘a veces te faltan al respeto. Te vas de vacaciones con ellos, y si llega algún amigo te quitan la habitación‘.  Entonces tiene que conformarse con un rincón en la sala de estar, donde se la vea lo menos posible.

A pesar de compartir el techo con la familia empleadora, los roles están perfectamente definidos y no queda espacio para la confianza. Ser tratadas ‘como objetos, como esclavas‘, y sufrir la humillación de obedecer las veinticuatro horas del día representan experiencias habituales: ‘un día, cuando me iba a sentar a la mesa con ellos, la madre me dijo que cada uno tenía su lugar para comer‘.

Un lugar para comer y un lugar para dormir, aunque ciertamente la jornada de quienes trabajan como internas deja escaso margen para la vida personal. La ley marca jornadas de diez horas, pero los datos muestran una realidad muy distinta que vulnera gravemente el derecho al descanso. La mayoría de las internas trabajan al menos doce horas diarias; se levantan antes que los demás para atender a cada uno, y no se pueden retirar hasta que todos han cenado y la cocina queda arreglada. Es frecuente, además, que por las noches tengan que asistir a los niños si lloran y que les exijan estar a disposición de cualquier necesidad e incluso capricho. Así lo relata Carmen, nicaragüense de 52 años, ingeniera agrónoma, que llegó a España para saldar la deuda de un negocio que quebró: ‘trabajaba para una mujer impredecible. A veces salía de viaje temprano y yo me tenía que levantar a las seis de la mañana para atenderla. La mayoría de las veces no me acostaba hasta la una de la madrugada, hasta que la señora regresara, cenara y yo recogiera todo. No tenía cuarto propio, ni privacidad. Nunca me hizo el contrato ni me dio de alta en la seguridad social, así que me fui‘.

Carmen se marchó de aquella casa, pero el exilio continuará mientras las condiciones de trabajo no garanticen la posibilidad de construir una vida digna.

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Un cátalogo del maltrato en el trabajo

Por Margarita Saldaña  MargaritaSaldaña

Los relatos que las empleadas domésticas hacen de sus propias experiencias laborales son con frecuencia espeluznantes y darían de sí para escribir un “catálogo del maltrato”. Racismo, clasismo, infravaloración, acusaciones infundadas, abuso de confianza,  retribución injusta y hasta negación de comida son sólo algunos tipos de violencia que, a diario y en silencio, soportan muchas mujeres en España. Capítulo aparte merece la violencia sexual, por el sufrimiento de las víctimas y la complicidad que suele acompañar los hechos.

Instalación de Axel Friedrich. Foto @bdelabanda

Instalación artística de Axel Friedrich en Jávea. Foto @bdelabanda

Estudiaba lingüística, pero tuve que dejar mi carrera a medias porque la situación económica familiar no me permitía seguir estudiando‘. Así comienza a contar Verónica su propio itinerario como mujer migrante, que la llevó a salir de Bolivia pensando que en España todo sería diferente pero ha tenido que sufrir episodios degradantes que nunca había imaginado.

‘Cuando la señora se enteró de que mi pareja es senegalés, se lo contó a su marido y escuché que le decía: “sólo la quiere para la cama”.  Son racistas, me hablan como si yo fuera tonta y hacen comentarios despectivos delante de mí, como “en esos países de Latinoamérica hay muchas enfermedades” o “que se vayan a su país o que no hubieran venido”‘. Igual que el trato racista, a Verónica le duele la desconfianza y le resulta denigrante que le nieguen algo tan básico como la comida: ‘no puedo comer entre horas aunque lleve mi propia comida, porque creen que estoy comiendo lo de ellos. A veces me dan el pan duro, o la comida pasada, o me preparan aparte el segundo plato para no darme mucha carne’.

La vivencia cotidiana de situaciones como éstas provoca daños profundos en la autoestima de las mujeres y conduce a experimentar el trabajo como una carga pesadísima: ‘no me gusta mi trabajo porque me siento infravalorada. Te pagan menos porque para ellos no vales’. Tanto Verónica como sus empleadores saben que la condición de las mujeres indocumentadas supone una privación de derechos y obliga a soportar situaciones de otra forma inadmisibles: «me dijo la señora que las españolas exigen mucho y en cambio las extranjeras no, y es verdad, porque nosotras nos tenemos que aguantar lo que nos digan».

Podríamos sospechar que Verónica exagera, si no fuese porque los testimonios de muchas otras mujeres apuntan en la misma dirección.  ‘Un día me dijeron: “hay que reducir el sueldo porque no le podemos quitar la comida a los perros”’. Esto se lo dijo a Cirelda su empleadora, y cumplió su palabra. ‘La señora tiene demencia senil y le decía a su hijo que yo le robaba. Entonces el hijo entró un día furioso en mi habitación y registró todas mis cosas. Me sentí muy humillada, pero no podía hacer nada más que aguantar’. Esto se lo hicieron a Cristina, sin el menor temor a que ningún juez vaya a sancionar lo que bien podría ser visto como una variante del allanamiento de morada.

La suma de dichos y hechos lleva a concluir que, lamentablemente, los malos tratos en el empleo doméstico no constituyen una rara excepción, aunque la invisibilidad encubra a los agresores y deje desprotegidas a las mujeres que a diario los sufren.

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Trabajo doméstico: el mito de Sísifa

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

 Cuenta Homero en la Odisea que los dioses, enfadados con Sísifo, le condenaron a transportar una pesada piedra hasta la cima de una montaña. El castigo sería eterno pues, al alcanzar por fin su destino, la piedra rodaba nuevamente hacia el punto de partida y Sísifo debía volver a comenzar. Así, hasta el final de los tiempos.

Animación de Articulación Feminista Marcosur y Oxfam

Animación de Articulación Feminista Marcosur y Oxfam

Como los mitos nos ayudan a interpretar la realidad, vamos a dar el nombre genérico de “Sísifa” a un colectivo de mujeres inmigrantes cuyas identidades reales es preferible ocultar por una sencilla cuestión: están fuera de la ley. La vida de Sísifa antes de la condena no había sido fácil, pero ante ella se abría al menos un ancho horizonte de esperanza. A través de una u otra “odisea”, Sísifa había logrado lo que durante mucho tiempo parecía un sueño inalcanzable: vivir en España como residente legal, con los derechos y las obligaciones de cualquier otro ciudadano. Por fin ´tenía los papeles´, lo cual es casi una hazaña de supervivencia; que se lo dijeran a su amiga Guadalupe, por ejemplo, que todavía anda batallando para tener en la mano la cotizadísima tarjeta de residencia.

Que Sísifa sepa, no ha cometido ningún error que justifique la ira de los dioses y la condena que se le ha venido encima: “perder los papeles” o, dicho en términos jurídicos, incurrir en irregularidad sobrevenida. En resumidas cuentas, lo que a esta mujer le pasa es que la piedra se le ha resbalado ladera abajo y vuelve a encontrarse en el punto cero: otra vez irregular, otra vez sin documentación, otra vez sin derechos. Expliquemos brevemente la situación: cuando una persona inmigrante consigue regularizarse, se le otorga un permiso de residencia temporal que le autoriza a vivir en España más de 90 días y menos de 5 años, aunque después del primer año la residencia debe renovarse cada 2 años. Entre los varios requisitos necesarios para obtener la renovación es fundamental poder acreditar la existencia de una relación laboral vigente. Y aquí es donde la piedra comienza a caer a una velocidad vertiginosa, porque en la actual situación de crisis muchos extranjeros no tienen la documentación necesaria para renovar su residencia porque carecen de contrato de trabajo.

Cierto que el desempleo no afecta sólo a los inmigrantes; conocemos a muchos españoles y españolas de pura cepa que están sufriendo duramente los efectos del paro. Tampoco la crisis golpea únicamente a las mujeres, por supuesto; son muchos los varones que pierden sus puestos de trabajo o los ven peligrar todos los días. Pero debemos decir, porque también es verdad, que a estas mujeres inmigrantes la crisis les coloca en una situación de vulnerabilidad particular, pues les empuja nuevamente hacia el círculo vicioso del que creyeron haber salido para siempre: ‘sin papeles no hay trabajo, y sin trabajo no hay papeles’.  No tener papeles significa, para Sísifa, perder posibilidades reales de encontrar un nuevo empleo. Significa regresar a la economía sumergida. Significa no poder salir a la calle con tranquilidad por miedo a que la policía la detenga. Significa no poder ponerse enferma porque ya no tiene derecho a la sanidad pública. Significa… vivir bajo el peso de una condena aplastante y enfrentarse cada mañana a una piedra pesadísima con las magras fuerzas que le van quedando. ¿Tendrá que ser así hasta el final de los tiempos?

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Más de la mitad dedica durante esta semana un espacio destacado a conocer las situaciones de las personas que dependen del trabajo doméstico para vivir.

 

Trabajo doméstico: un convenio contra la indecencia

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Muchas protagonistas de esta historia no han oído hablar del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) «sobre el trabajo decente,  pero sufren en sus carnes el hecho de que, dos años después de ser propuesto (16 de junio de 2011), el Estado español no lo haya ratificado. Rosemary, Eugenia, Verónica o Guadalupe son como pequeños granos de arena en el inmenso desierto del empleo doméstico mundial, del que forman parte más de 53 millones de personas, sin contar niñas y niños. No se nos puede pasar por alto un dato significativo: el 83% de los trabajadores domésticos son mujeres.

Animación de Marcosur y Oxfam

El horario de la empleada doméstica. Animación del proyecto ‘Mujeres migrantes, mujeres con derechos’ de Marcosur y Oxfam

Si les pidiéramos a nuestras protagonistas que nos hicieran un resumen de sus condiciones de vida, podrían narrarnos algo así: «En la actualidad, las trabajadoras domésticas con frecuencia reciben salarios muy bajos, tienen jornadas de trabajo muy largas, no tienen garantizado un día de descanso semanal y, algunas veces, están expuestas a abusos físicos, mentales y sexuales, o a restricciones de la libertad de movimiento. La explotación de las trabajadoras domésticas puede ser, en parte, atribuida a los déficits en la legislación nacional del trabajo y del empleo, y con frecuencia refleja discriminación en relación al sexo, raza, casta». A decir verdad, esta descripción tan precisa, aunque bien podrían haberla hecho ellas mismas, procede de la OIT.

Una cosa, claro, es leer formulaciones impecables en artículos impresos o virtuales, otra cosa es escuchar los relatos que hacen las propias protagonistas, y algo absolutamente distinto debe de ser vivir un día tras otro, un año tras otro, la cruda verdad que las estadísticas reflejan con frialdad. Al adentrarnos en la realidad española, salta a la vista que gran parte de las trabajadoras domésticas se ven obligadas a soportar una dificultad añadida a la precariedad  ya señalada: el factor de la inmigración. Es precisamente en este cruce de variables donde las historias concretas de las mujeres que conocemos y acompañamos desde Pueblos Unidos apuntan con el dedo a situaciones estructurales de flagrante injusticia y vulneración constante de derechos humanos, hábilmente invisibilizadas tras los muros de los domicilios particulares y bajo el amparo legal.

Rosemary, boliviana, lleva 8 años trabajando en España y, sin embargo, continúa en situación irregular. El lector suspicaz podría sospechar que “algo habrá hecho”… pero no, esta mujer no tiene antecedentes penales. Surgen muchas preguntas. Por ejemplo: ¿por qué Rosemary “no tiene papeles” si de hecho trabajó tanto tiempo? ¿quiénes se beneficiaron de tenerla trabajando ‘en negro’ sin cotizar a la Seguridad Social?, ¿y cuál es la responsabilidad del Estado cuando permite que estas situaciones se hayan producido hasta la saciedad en los últimos años?

Hoy domingo 16 de junio se cumple el segundo aniversario del Convenio 189 de la OIT, que trata de garantizar la protección de los derechos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores domésticos. El Gobierno de España ha propuesto la no ratificación, alegando incompatibilidades de la ley española con los artículos 2, 7, 13 y 14 del Convenio. Mientras tanto, ajenas a convenciones europeas y debates parlamentarios, millones de mujeres continúan sufriendo condiciones laborales injustas de las que otros sacan buen partido. Esta es una ‘indecencia’ de la que en los próximos días seguiremos hablando.

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Más de la mitad dedicará durante los próximos días un espacio destacado a conocer las situaciones de las personas que dependen del trabajo doméstico para vivir.