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Castigada

Por Yolanda Román YolandaRoman

No les voy a hablar de mujeres condenadas a morir lapidadas por adulterio, ni de niñas a las que se les rebana el clítoris en nombre de la tradición, ni de matrimonios precoces y forzados, ni de abortos clandestinos que acaban con mujeres desangradas. Hoy no. Ya tendremos tiempo de abordar estos temas si son ustedes -hombres o mujeres- tan amables e inquietos como para visitar regularmente este ilusionante espacio recién nacido.

Hoy les voy a contar una historia cercana, de aquí al lado, pero igual de estremecedora, incomprensible y colérica que esas que nos llegan de lugares lejanos en los que las mujeres no tienen ni siquiera formalmente reconocidos sus derechos. Y esta vez no voy a hacer uso de recursos literarios; les contaré los hechos objetivos. Seré irremediablemente breve, pero vaya por delante que puedo demostrar y ampliar lo que les cuento con documentación oficial e informes de expertos.

Imagen de Óscar Garcia intervenida

Intervención de una imagen de Óscar García

Se llama Paula. Es una mujer de ojos claros que casi nunca lloran. Una mujer delicada y dura a la vez, de esas a las que les cuesta dejarse abrazar porque temen derrumbarse. Paula tiene una hija, Lara. La niña tiene ahora 5 años. Paula y Lara se quieren mucho -todos los que las conocen, lo aseguran- pero desde hace un año sólo pueden verse 2 días a la semana, durante dos horas, y sólo desde hace muy poco sin vigilancia.

Un día, cuando Lara tenía 3 años y sus padres ya estaban separados, Paula llevó a su hija al médico. La pediatra le dijo que presentaba síntomas de abuso sexual. Paula no se lo podía creer, pero la pediatra presentó un parte de lesiones y se abrió un proceso judicial contra el padre de Lara. Los jueces que conocieron del caso decidieron que no había pruebas suficientes contra él pero, además, determinaron que Paula era una mujer mentirosa y manipuladora que había dañado, con sus acusaciones, la relación entre Lara y su padre.

El caso de abusos sexuales fue sobreseído provisionalmente y a Paula se le castigó retirándole la custodia de su hija y concediéndosela al padre, con el fin de que este pudiera normalizar la relación con su hija. Para evitar que Paula manipulase a la niña, los jueces decidieron que sólo podía verla en un punto de encuentro con vigilancia, sólo cuatro horas a la semana. Esta situación se alarga ya desde hace casi un año.

Lara vive con su padre y sólo ve a su madre, un ratito, los lunes y los jueves. Nadie le ha explicado por qué. Paula no puede hacerlo, ya que le acusarían de tratar de manipular a su hija. Lara sólo sabe que un día, sin previo aviso, su padre fue a buscarla al colegio 20 minutos antes de que terminaran las clases y se la llevó a la fuerza, entre gritos, forcejeos e hipidos, y desde entonces sólo ve a su madre dos días a la semana, en un lugar extraño y observadas por personas extrañas. Lara sólo sabe –siente- que cualquier cosa que ella haga o diga puede dañar a su madre y hacer que le castiguen más, por eso cada vez habla menos. Dicen los que la conocen, incluido su padre, que es una sombra, delgadísima y muda, de la niña que fue.

Su madre no puede explicarle nada y tampoco es seguro que la niña pudiera entenderlo. ¿Acaso lo entienden ustedes? ¿Cómo explicarle a una niña que sobre las mujeres pesa una sospecha de maldad que puede condenarlas al infierno porque hay algo monstruoso y atávico llamado machismo?

Para determinar que Paula era una madre manipuladora no había pruebas, como  no las había para procesar al padre por abusos sexuales. Sin embargo ella sí fue castigada. Contra Paula sólo había prejuicios y un principio judicial no reconocido abiertamente en España pero muy instalado en los juzgados: la presunción de manipulación. Por supuesto, sólo aplicable a las mujeres.

Piénsenlo un momento, ¿qué harían ustedes si tuvieran la mínima sospecha, cierta o no, de que alguien le está haciendo daño a sus hijos? Piénselo un momento y entiendan el infierno de Paula, que es, sobre todo, el infierno de Lara.

 

Si conoces un caso como éste, escríbenos y cuéntanoslo: info@savethechildren.es. Save the Children trabaja para lograr una mayor protección de los niños y las niñas en el ámbito de la Administración de Justicia y para que su interés superior sea el centro de todas las decisiones judiciales que les afecten. Si no quieres quedarte de brazos cruzados ante casos como éste, únete a Save the Children ahora (www.savethechildren.es – 902 013 224).