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La economista que sentía vergüenza por lavarse el pelo

Por Marta Val

Tengo una caldera que tarda en calentar el agua. Hay que dejar abierto el grifo hasta que sale el agua de la ducha a la temperatura deseada. Tengo prisa y esos minutos de espera se me hacen eternos. Esta mañana se me ocurrió cronometrarlos: cada mañana mi ducha está sacando agua a presión durante 4 minutos. O lo que es lo mismo, por el grifo de mi ducha salen unos 75 litros de agua durante este tiempo. Esa es la cantidad de agua que, según los indicadores Sphera que utilizamos en situaciones de emergencia, necesita una familia de 5 miembros durante todo un día. Y yo todavía no he empezado a ducharme, sólo estoy esperando que el agua se caliente.

Una mujer transporta agua en un barrio de Bria (República Centroafricana). Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Una mujer transporta agua en un barrio de Bria (República Centroafricana). Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Es increíble cómo somos capaces de aprovechar el agua cuando no nos sobra. En la cuidad siria de Salamiyah, donde Oxfam está trabajando en un proyecto de mejora de acceso agua potable, Razam, una economista de 30 años cuenta cómo, desde que comenzó el conflicto, tener agua se ha convertido en su obsesión; siempre ha disfrutado de agua corriente en su hogar, pero desde que la guerra afectó a su ciudad, los cortes de agua han sido continuos. A veces se  quedan hasta un mes sin servicio.  Ella explicaba lo culpable que se siente cada vez que se lava el pelo (lo ha reducido a dos veces semanales) y siempre utiliza dos baldes, de manera que no se desperdicie ni una gota. El agua después se reutiliza para el inodoro. De la misma forma, han conectado la manguera de salida de la lavadora a un depósito, donde almacenan el agua con la que lavan después los suelos de toda la casa.

En Bangui, capital de República Centroafricana, en situación de conflicto desde 2013, las mujeres todavía lo tienen peor. Antes del conflicto, sólo una ínfima parte de la población tenía conexión de agua en sus casas. Algunas familias compraban agua en pequeños kioscos esparcidos por la ciudad,  propiedad de la empresa municipal de agua, donde las mujeres llenaban sus recipientes y pagaban en función de la cantidad suministrada, 207 francos o lo que es lo mismo 0,32 euros por metro cúbico. Pero la mayor parte de las familias en Bangui no pueden permitirse este servicio y las mujeres se abastecen  de pozos tradicionales, no protegidos. Algunas de ellas, las menos, utilizaban lejía para desinfectar el agua antes de beberla. En general un acceso a agua potable bastante limitado, sobre todo en términos de calidad.

A partir de 2013 y como consecuencia del conflicto, este endeble sistema de servicio de agua potable se vio seriamente afectado; los kioscos quedaron inservibles, algunos fueron directamente atacados  y la mayoría quedaron fuera del perímetro de seguridad de la población. Lo mismo pasó con los pozos tradicionales, los pocos que quedan accesibles por seguridad están todavía más contaminados, y tratar el agua ya no es para nadie una prioridad. A eso se suma un aumento de la tensión ya existente alrededor de los escasos puntos de agua accesibles. En conclusión, antes del conflicto el acceso a agua potable era muy limitado; después del conflicto  es inexistente; prácticamente ya nadie tiene agua potable en Bangui.

Y aquí, como en tantos otros países, la mujer tiene el rol y la responsabilidad heredada de buscar y traer agua a la familia. Y cuando las fuentes de agua ya no son accesibles y  encontrar agua es una necesidad, ellas son capaces de todo con tal de conseguirla. He visto una mujer con un bebé a la espalda llenar una garrafa con un cacito de metal, cogiendo cuidadosamente, con mucha calma, el agua de un charco de lluvia en la cuneta de una carretera.

Como Razam, que se siente culpable por lavarse el pelo, siento que estos testimonios me llevan a un profundo sentimiento de vergüenza y de rabia. Voy a reciclar los 75 litros que se me van por el desagüe cada mañana antes de la ducha. Y también dar a conocer todo lo que puede hacerse para resolver esta situación, a través de proyectos de agua potable en situaciones de emergencia. Sé que es muy poco, casi ridículo ante realidades tan aplastantes. Pero debe ser mi forma de contribuir a entender mejor el privilegio que tenemos cada día cuando disfrutamos del agua.

Marta Val es experta en proyectos de cooperación internacional de abastecimiento de agua, saneamiento y promoción de higiene.