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La cuidadora que pierde su ‘yo’

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

La mujer ha tendido a posponerse a sí misma y aún continúa haciéndolo sin que en algunas ocasiones el hombre tenga ya que ver en ello. Hay actitudes que no se puede exigir a la mujer que, por serlo, siga manteniendo: ya no tiene mucho sentido en la sociedad de hoy, que avanza hacia la equidad. A pesar de las empresas civilizadas y cívicas puestas en marcha a favor de esta equidad y dada la inevitable convalecencia tras una actividad que levanta suspicacias, temores, enfrentamientos, esperanzas, apoyos, acuerdos y desacuerdos, aún llevará tiempo conseguir el objetivo. Es necesario, entre todos, mantener la alerta sobre los factores múltiples y diversos que puedan estar retrasando tanto el resultado anhelado.

'No hay nada malo en ser generosa, o conciliadora, o cuidadora'. Imagen: Carmen Bort.

‘No hay nada malo en ser cuidadora o conciliadora o generosa’. Imagen de Carmen Bort.

No sería una buena señal que el esfuerzo aplicado al principio de este camino evolutivo, fuera el mismo que se aplica 20, 50 o 70 años después. Tampoco que mantuviéramos invariablemente el foco de atención en los mismos argumentos. Si se hace, quizás estamos desgastándonos en un bucle que resta eficacia y en el que se pierde de vista alguna de las realidades que coexisten en el problema de las desigualdades por motivos de sexo.

Y alguna de estas realidades le compete a la mujer -y otras al hombre-, rehacerla o modificarla de manera individual, sin hacer al hombre coherente responsable de ella. No demos tanto poder a ese tipo específico de hombre que anula y atenta contra la capacidad de  ‘ser‘ de la mujer, como para desdibujar a los que claramente ayudan a la sociedad a ser mejor a través de su apertura y facilitación de esta equidad.

La mujer posee ancestralmente una labor de cuidadora que la acerca a veces sin ser consciente y secundariamente a la sumisión. Esto rechina, porque inexorablemente se asocia la figura de un dominante, cuestión que claramente rechazamos. Sin embargo, metidas en el bucle de lo que acontecía hace tiempo sin posibilidad del derecho a la queja, más exactamente, sin posibilidad al derecho en sí, se continúa a menudo depositando la causa en un dominador. Pero lo cierto es que, por supuesto dejando aparte otra realidad bien distinta en la que sí existe tal personaje, hay veces en las que se mantiene el patrón ancestral sin que exista un demandante de él en el entorno. Estos actos de sumisión que llamo  ‘benigna‘ (que no lo es, pero al pasar desapercibida no se identifica como causa importante del desgaste emocional, físico y mental que padecen muchos y muchas cuidadoras) quedan camuflados entre la tendencia de la mujer a facilitar la sanación de sus hijos, el cuidado de sus mayores, el equilibrio del hogar, el bienestar de sus integrantes… Esta sumisión benigna acontece tras las concesiones diarias que realiza para evitar conflictos, en las renuncias a través de las que otros pueden realizar sus deseos o condiciones y hasta en su necesidad de no ser rechazada, comparada, malinterpretada…

No hay nada malo en ser cuidadora o conciliadora o generosa. Las imposiciones que la llevan a hacer algo que en el fondo no le gustaría tener que hacer o siente que no tendría que hacer, pero se ve incapaz de rechazar, son las que finalmente la obligan a convertirse en una mujer sometida, aunque sea ella misma la que se impone la labor. Su certeza de que no hacerlo supondría dejar en el abandono algo que precisa de cuidado o atención, tarde o temprano generará en ella un exceso de responsabilidad que la irá desdibujando. En algún momento, mantendrá un estado de frustración o cierto enfado, también contra ella misma por no ser capaz de decir no pero no podrá hacerlo porque su conciencia no se lo permitirá o por su sensación de que ella puede comprender o atender mejor la situación.

Ser cuidadora no conduce a la sumisión benigna. La imposición, aún cuando es autoimposición, sin posibilidad, -real o no-, de rechazarla, puede provocarla. Porque en ella, la atención está no solo repartida en la labor autoimpuesta, sino en las consecuencias que derivan del cargo de conciencia que también asume la mujer cuando interiormente se rebela o se revela a sí misma sus deseos y necesidades, incompatibles con la labor de cuidadora de otros . Muchas acaban por someterse a un nivel de autoexigencia que no les es solicitado pero que ellas mismas han creado y en el que no se conceden ni tan siquiera unas horas de dedicación exclusiva.

La sociedad precisa de la generosidad de hombres y mujeres. Y por esta capacidad de dar al otro, necesitan aprender la importancia de la autoconcesión y el autocuidado. No cabe duda de que aprender a no posponerse siempre, es un camino que requiere atreverse a reconocer las propias necesidades. También de solicitar al otro la atención a la necesidad real (por ejemplo, muchas cuidadoras con sumisión  ‘benigna‘ piden a sus familiares que les ayuden a ellas a a atender a su mayor, no que ayuden al mayor a ser cuidado). Si se enmascaran por el sentimiento de culpabilidad, no podrán llegar a ser satisfechas y el bucle les desgastará cada vez más.

Atenderse también a uno mismo no implica desatender a otro. Posponerse como manera habitual de vivir no siempre es un requisito indispensable para que todo lo demás mejore. Y el que todo salga bien no debe depender siempre de que uno se olvide de su propia persona.

 

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como HáblameEl tablero iniciático, y La zona segura.