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Des-arraigo

Por Margarita Saldaña, con la colaboración de Mirtha López y Catalina Villa MargaritaSaldaña

 

El sábado Mirtha decidió no ir a la reunión del grupo de mujeres. Sus compañeras le insistieron, sin éxito. La comprendían: Mirtha sólo tenía ganas de llorar. En menos de dos meses, su abuela y su madre han muerto a muchos kilómetros, en su Paraguay natal, y no ha podido unirse a la familia para vivir juntos el duelo: «sólo podía enviar dinero para el entierro, pero no podía presenciar el dolor, que en la distancia es un dolor abstracto, como superficial».

Estas dos muertes repentinas suman a la historia de Mirtha un nuevo y brutal desarraigo. Ya abandonó su tierra una vez para irse a trabajar a Argentina. Allí, en el país vecino, aunque con frecuencia se burlaban de su acento guaraní, Mirtha no estaba demasiado mal: «no me faltó la comida, nadie me trató como una esclava, nadie me dijo que era una criada; al venir a España, todo se me cambió, sufrí horrores, pero lo hice por mi mamá, que quería tener una hija que saliera adelante en Europa». 

http://www.lascomadres.org/lco/lco-eng/index.htmlCon la precisión que le otorga su trabajo clínico como psicóloga, y con el inmenso respeto que derrocha al acompañar procesos de mujeres migrantes, Catalina interpreta la experiencia del desarraigo: «Estas mujeres han decidido dar un paso adelante en una apuesta del todo o nada por la vida. La de ellas pero también la de toda la familia que dejan atrás. Casi siempre por un tiempo corto que se convierte en incertidumbre de cuándo llegará el regreso. No sólo la familia queda atrás, también la cultura, las costumbres, los afectos, la red de relaciones originaria y el reconocimiento de tener un lugar en ese pequeño mundo que las ha constituido como mujeres ciudadanas. El desarraigo es profundo; el territorio, las formas de relación, el carácter de la gente, la utilización del lenguaje no les dice nada de lo que son ellas. Como si dejasen de ocupar un espacio y un tiempo que las hace invisibles, sienten que se pierden a sí mismas».

Un buen rato después de que la reunión empezara, Mirtha apareció. «Decidí ir porque sé que no tengo que encerrarme en mí, porque hay que seguir adelante y el grupo me da fuerza. Si me encierro en mí misma, sólo encuentro vacío, tristeza, angustia. En las demás puedo encontrar aliento. A algunas les ha pasado lo mismo y eso nos ayuda a compartir la experiencia». Como animadora del grupo, Cata tiene una visión privilegiada de este pequeño milagro que ocurre cada vez que unas mujeres, en principio desconocidas, van superando el desarraigo al echar lentamente nuevas raíces: «crean vínculos, comparten su historia y construyen una historia nueva llena de esperanza. Crean una red de solidaridad capaz de hacerlas sentir que no van a caer en el vacío, capaz de impulsarlas nuevamente al aire cuando caen».

Mirtha no se quedó mucho rato en la reunión. Aquel día no necesitaba palabras. Necesitaba el abrazo de otras mujeres, fue a buscarlo y lo encontró. El abrazo de la sororidad, que nos arraiga sencillamente en lo más profundo de la vida.