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Merkel, la mujer del G8, y muchas más en los gobiernos

Por María Solanas María Solanas

La Cumbre del G8 que acaba de celebrarse en Belfast nos ha ofrecido -entre otras muchas cosas- una reveladora imagen de la presencia de mujeres en la más alta responsabilidad de gobierno: una mujer (Canciller Merkel) y siete hombres (los Presidentes de EEUU, Francia, y Rusia, y los Primeros Ministros de Canadá, Japón, Reino Unido, e Italia). En realidad, la proporción de la presencia global  en el mundo es aún más baja. De un total de 191 países representados en las Naciones Unidas, sólo 15 tienen Presidentas o Primeras Ministras: Liberia, Malaui, Corea del Sur, Brasil, Argentina, Costa Rica y Lituania, Dinamarca, Eslovenia, Australia, Tailandia, Jamaica, y Trinidad y Tobago. Es decir, tan sólo un 8% de mujeres, frente a un 92% de hombres.

Representación de activistas con las caras de los líderes europeos durante la Cumbre del G8 en Belfast (Irlanda del  Norte) la semana pasada. (EFE/EPA/Paul McErlane)

Representación de activistas con las caras de los líderes europeos durante la Cumbre del G8 en Belfast (Irlanda del Norte) la semana pasada. (EFE/EPA/Paul McErlane)

La cantidad es, en este caso, también calidad. La presencia de mujeres en la política es un signo de la calidad de la democracia, que no puede considerarse avanzada si no incorpora la participación política de las mujeres en todos los niveles, incluido el poder ejecutivo. La voluntad de los partidos políticos para cambiar esta situación es esencial. No basta con la inclusión, en las listas electorales, de buenas candidatas, sino que ésta ha de traducirse en una presencia real en los Parlamentos, en los gobiernos locales y autonómicos y, por supuesto, en los gobiernos nacionales.

La visibilidad de una mujer contribuye a la visibilidad de todas las mujeres. Una mujer Presidenta o Primera Ministra hace particularmente visibles a muchas mujeres del mundo. Y sin embargo, la más alta responsabilidad política es un espacio en el que, por lo general, no se visualiza a las mujeres. ¿Cuántas veces hemos oído  que las respectivas sociedades “no están preparada” para elegir a una mujer Presidenta o Primera Ministra?

Por si esta dificultad –un prejuicio tan absurdo como pertinaz- no fuera suficiente, el ejercicio de la responsabilidad política comporta para las mujeres algunas cargas adicionales que son, simple y llanamente, sexistas. Es mucho más común que las mujeres en puestos de liderazgo político reciban ataques o críticas por su atuendo, su aspecto o su forma física. De los políticos hombres se valora su liderazgo social, su capacidad de gestionar lo público, su creatividad para aportar soluciones a los problemas de la ciudadanía. De las mujeres políticas, además, se destacan –casi siempre en negativo- aspectos que nada tienen que ver con el ejercicio de su cargo. ¿Es aceptable –y propio de una sociedad avanzada- que se frivolice sobre el aspecto físico de las mujeres que ejercen el poder? ¿No resulta absurdo valorar el desempeño político con esa mirada desenfocada?

Acabar con estos prejuicios es tarea de mujeres y de hombres. Sirva como ejemplo la inteligente reacción de la Primera Ministra australiana, Julia Gillard, que concurrirá de nuevo a las elecciones el próximo mes de septiembre, y cuyo nombre utilizó el Partido Liberal en un menú en el que se servía “codorniz a la Julia Gillard” (haciendo una broma zafia y de pésimo gusto al comparar a Gillard con una codorniz  que tenía “pechos pequeños y grandes muslos, y un gran agujero de color rojo”). Con visión y mirada políticas, la laborista puso esta situación como ejemplo de la falta de compromiso del Partido Liberal con la igualdad, y pidió a las mujeres que no voten por él. Al fin y al cabo, somos más  de la mitad, y eso, en las sociedades democráticas, supone una fuerza electoral que, en ocasiones, puede volverse en contra de quienes no mantienen un verdadero compromiso con la igualdad entre hombres y mujeres.

 

María Solanas es experta en public affairs y relaciones internacionales. Entusiasta del diálogo hasta la extenuación, y convencida del poder transformador de la política. Privilegiada en los afectos,  feliz madre de una hija feliz.