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La mancha negra de los cascos azules en el corazón de África

Por María José Agejas

Cada nuevo caso de abusos por parte de los Cascos Azules en la República Centroafricana causa una gran indignación y mucha tristeza entre los centroafricanos y entre los que integramos la comunidad humanitaria en este país.

Los militares y policías de la MINUSCA han salvado incontables vidas desde su llegada al país en abril del 2014. Eso nadie con sentido común lo duda. Su presencia aquí es extremadamente necesaria, puesto que las fuerzas de seguridad nacionales, tanto militares como policiales, no son capaces todavía de defender a la población. A pesar de la firma de los acuerdos de paz  en 2014 los grupos armados siguen en buena parte activos y la proliferación de armas ha extendido la violencia hasta al último rincón.

Miembros de la misión de cascos azules trabajando en República Centroafricana. Imagen: un.org

Miembros del contingente de cascos azules trabajando en República Centroafricana. Imagen: un.org

Y sin embargo, los casos de abusos sexuales emborronan el expediente de esta misión. Sexo a cambio de algo de comida o unos céntimos, violaciones individuales o colectivas, contra niñas, niños y mujeres… Son algunas de las acusaciones  que, por ahora, no han llevado que se sepa a la cárcel a ninguno de sus perpetradores. Los países a los que pertenecen los contingentes, y no la ONU, son los encargados de juzgar a los presuntos autores.

Las víctimas son en su mayor parte chicas menores que viven en la pobreza más desoladora. Ahora sabemos que, además de ser víctimas de explotación y abusos sexuales por parte de algunos elementos de los cascos azules en República Centroafricana,  no reciben la asistencia debida.

Son raramente informadas de sus derechos, y son empujadas a testificar incluso aunque eso podría afectar gravemente a sus vidas, estigmatizándolas en el seno de sus comunidades’.  Es parte del texto de una carta que  24 ONG internacionales presentes en la República Centroafricana han escrito a Jane Holl Lute, la nueva coordinadora nombrada por Ban Ki Moon para mejorar la respuesta de la ONU a la explotación y los abusos sexuales.

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Una silla en la cumbre

Por Lara ContrerasLara Contreras

España está ocupando una silla en el Consejo de Seguridad de la ONU y lo hará durante dos años. ¿Qué significa estar en el Consejo de Seguridad de la ONU? Suena muy fuerte y es que es una gran responsabilidad. Supone entrar en el club de los garantes de la paz y seguridad mundial. Implica hacer todo lo posible para que mujeres, hombres y niños dejen de sufrir la violencia de la guerra, puedan huir de sus hogares e instalarse en un sitio seguro y reciban toda la ayuda que necesiten. Se trata de proteger a las personas.

Una mujer recoge agua en un campo de refugiados a las afueras de Trípoli (Libia). Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Pero España puede pasar esto dos años sin pena ni gloria o dejar su huella como país que ha logrado cambiar la vida de las personas atrapadas en conflicto en especial de las mujeres y las niñas. Y digo en especial mujeres porque es donde España destaca frente a otros y porque presidirá el Consejo de Seguridad cuando se cumplan 15 años de la resolución 1325 que busca dar voz a las mujeres en la resolución de conflictos.

Abeer Al Madhoun es una mujer palestina que dio a luz a su hijo entre bombas en la última guerra de Gaza. No tuvo la oportunidad de huir de la guerra, no pudo acceder a un hospital seguro y sigue atrapada en Gaza sin poder ofrecer un futuro a su hijo. Además, su voz no está siendo escuchada ni tenida en cuenta por todos aquellos que dicen estar buscando una solución al conflicto palestino-israelí.

Abeer Al Madhoun, tras dar a luz en el hospital de Oxfam en la franja de Gaza. Imagen de Mohamed Al Babba / Oxfam

Abeer Al Madhoun, tras dar a luz en el hospital sostenido por Oxfam en la franja de Gaza. Imagen de Mohamed Al Babba / Oxfam

El primer viaje de nuestro Ministro de Asuntos Exteriores nada más sentarse en el Consejo de Seguridad ha sido a Gaza, es la primera vez que un Ministro de nuestro país entra en la Franja desde el inicio del Bloqueo israelí. Tras el viaje se ha comprometido a impulsar el proceso de paz de Oriente Medio.

Me pregunto si en su estancia en Gaza ha hablado con Abeer o con alguna mujer que ha pasado por lo mismo, si le ha preguntado qué significó dar a luz entre bombas, si se habrá interesado por saber qué futuro le quiere dar Abeer a su hijo y qué papel quiere jugar ella en la solución a este conflicto.

Yo como madre, tengo la gran suerte de decidir sobre mi vida y la de mis hijos y darles un futuro y quiero que mujeres como Abber también puedan hacerlo. Ahora España sí está en ese privilegiado club de países que pueden evitar que más mujeres se vean obligadas a vivir uno de los momentos claves de su vida, dar a luz a un hijo, en la guerra. Será de los países que pueden darles voz a mujeres como Abber para cambiar su vida y ver algo de luz en la vida de sus hijos.

España ha sido en los últimos años un país reconocido por su implicación en la defensa de los derechos de las mujeres y  con el objetivo de integrar la perspectiva de género en los procesos de construcción de paz, España elaboró en 2007 el Plan de Acción para la aplicación de la Resolución 1325. Este compromiso tiene que marcar la diferencia para la vida de las mujeres atrapadas en conflicto mientras España esté en el Consejo de Seguridad.

Las mujeres no sólo sufren la violencia de los conflictos, sino que muchas veces son utilizadas como arma de guerra en los mismos para humillar a los hombres. Además, son las que se responsabilizan de proteger a los hijos o tienen que huir solas con ellos y cuando se inician las negociaciones de paz no son invitadas a la mesa, como se ha visto en Afganistán o Gaza.

Quiero que pensemos que querríamos hacer nosotras si de pronto viviéramos en un conflicto y quiero que le pidamos al Gobierno español que se comprometa a darle lo mismos que querríamos para nosotras a todas aquellas mujeres que viven atrapadas en la violencia.

Lara Contreras es coordinadora de relaciones institucionales en Oxfam Intermón

Estudio, luego decido

Por Sabela Rodríguez foto sabela rodriguez

Cuando el foco mediático se apaga, los hashtag no son trending topic y las celebrities dejan de mostrar su apoyo con virales carteles reivindicativos, la lucha por una educación que no discrimine por género en todo el mundo continúa.

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La foto corresponde a la campaña ‘#StrongerThan’ del «Malala Day» de 2014

Cuando 4 millones de tuits no consiguen que más de 200 niñas secuestradas sean liberadas, ni que otros 31 millones  en edad de cursar la educación primaria estén en una escuela, el coraje y la fuerza se debe imponer a los designios de fanáticos yihadistas.

Cuando muchas mujeres desconocen, fruto de tanta represión, que hay vida más allá del matrimonio prematuro, los maltratos de sus maridos y de tener a su niño sin altas posibilidades de perderlo en el parto, alguien debe inspirarlas para que apuesten por su educación, se levanten contra el miedo y luchen por sus derechos.

Esta es la tarea que una paquistaní de 17 años de apellido impronunciable hace posible. Sus historias de pánico y valentía poco probable proporcionaron una visión de primera mano de la vida bajo el régimen talibán.

Malala Yousafzai se hizo fuerte cuando sus peores pesadillas se convirtieron en una realidad. Se levantó contra la campaña política en contra de la educación de las mujeres para decirle al mundo que las niñas también tienen derecho a ir a la escuela.

Los gritos de rebeldía de la joven no cesaron cuando trato de ser asesinada, tampoco cuando el coma puso en jaque su vida durante una semana. El intento de censura  solo consiguió que todos los medios internacionales se hicieran eco de su protesta y que más de 2 millones de personas firmaran una campaña que finalizó con la ratificación de la primera Ley de derecho a la educación en Pakistán. Un pequeño paso en un país con la segunda tasa más alta del mundo de niños fuera de la escuela y donde la educación es un fantasma.

Y es que no hay nada que más teman sectas islamistas como Boko Haram que al acceso de la mujer a la educación, a una participación activa del género femenino en la sociedad, que tome relevancia en el espacio público dejando de estar relegada en el ámbito privado y a un conocimiento de las puertas que una buena enseñanza les abre. Y eso, como dice Malala, sólo se consigue alzando aún más nuestra voces.

Los terroristas pensaban que iban a cambiar mis objetivos, dejar de mis ambiciones… pero nada de eso cambió en mi vida. La debilidad, el miedo y la desesperanza murieron y nació la fuerza, el poder y el coraje‘.

Son palabras de Yousfzai el 12 de julio de 2013, cuando habló en la ONU para pedir el acceso a la educación en todo el mundo. Entonces, lo llamaron el evento «Malala Day«, que se celebró ayer. Pero para la paquistaní este no es su día, sino el de cada mujer, niño y niña que se ha levantad por sus derechos.

Los cuales, también corresponde a otros tantas y tantos defender. No deberíamos delegar en una niña de 17, que arriesga así su vida, la imprudente hazaña que le encomendaríamos si la concienciación de la opinión pública mundial no se traduce en un apoyo a una lucha que también es nuestra.

Muéstrale al mundo que eres más fuerte que aquellos que rechazan la escolarización y educación de las niñas. Petición #StrongerThan en change.org

 Sabela Rodríguez es una docente, madre y activista.

 

El bidón a la fuente

Por Farah Karimi FarahKarimi

Hace unos días estuve hablando con una joven en el campo de refugiados de Arúa, en el norte de Uganda, donde han llegado miles de personas huyendo del conflicto en de Sudán del Sur. Y, una vez más, me di cuenta de que el tema de la seguridad es un tema sensible, que genera una situación incómoda.

Con tan sólo 17 años de edad, Nyebuony escapó del rebrote de violencia en su país, junto con sus tres hermanos. Están sin sus padres, solo quedan los hijos, como parece ser bastante común en esta crisis. Siendo la hija mayor tiene que ocuparse de sus hermanos. Y como es habitual entre las mujeres en Sudán del Sur, su tarea consiste en ir a buscar agua a la fuente recién rehabilitada y que se encuentra fuera del campamento.

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La directora de Oxfam Novib habla con un grupo de mujeres en el campo de refugiados de Arúa, en el norte de Uganda.

Nyebuony llegó a este campamento en enero. Le pregunto varias veces si se siente segura en su nueva vida como refugiada pero nunca me responde. Solo obtengo una respuesta indirecta cuando me comenta que le gustaría tener un bidón de agua más grande.

Nyebuony tiene que ir hasta la fuente de agua cuatro veces al día con su pequeño bidón. Si tuviera uno más grande, podría ir a la fuente solo dos veces al día, lo que sería un gran alivio para ella. Por desgracia, las agencias humanitarias se han quedado sin bidones, y los nuevos pedidos aún no han llegado.

La seguridad es, sin duda, un tema delicado. Las mujeres están muy marginadas en la sociedad sursudanesa. La violencia hacia ellas es algo común y está vista como un asunto privado. Es fácil imaginar lo expuestas que deben estar las madres solteras, las jóvenes y las niñas al acoso y la violencia sexual, pero sabemos muy poco al respecto. Y me preocupa que no hagamos lo suficiente para evitar las amenazas a las mujeres frente a la violencia y el abuso.

En todos los campamentos que he visitado, desde el recinto de ONU en Juba, la capital de Sudán del Sur, donde se alojan miles de personas desplazadas, a los campos de refugiados aquí en Uganda, el número de letrinas está lejos de ser suficiente y no ofrecen a las mujeres la privacidad y la protección necesaria.

Las cuestiones de género y la protección de las mujeres son temas de la vida real, y en esta crisis miles de mujeres pueden ser víctimas potenciales de la violencia y el abuso. Y así, igual que valoro los enormes logros de nuestro equipo y las organizaciones locales con las que trabajamos para responder a esta emergencia, también quiero expresar mi preocupación por la situación de la mujer. Tenemos que encontrar una solución sin demora.

Farah Karimi es directora de Oxfam Novib.

En el Día Internacional de las Personas Migrantes: ¡Salud, compañeras!

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

No conmemoramos hoy el Día Internacional de las Personas Migrantes simplemente porque la ONU lo proponga un año más.  De hecho, la conmoción de Lampedusa amenaza con ahogar nuestro empeño, y la indignación de Melilla podría cortar de raíz cualquier brote de celebración así como siega sin piedad la carne y la ilusión de tanta gente.

Si, a pesar de todo, seguimos aferradas a la esperanza es porque todos los días constatamos que es muy cierto aquello que la ONU declaró en su asamblea general del pasado mes de octubre: «la importante contribución de los migrantes y la migración al desarrollo de los países de origen, tránsito y destino».  Esta «importante contribución» permanece invisibilizada o, lo que es peor, es deformada impunemente cuando se presenta a los inmigrantes como un lastre social del que necesitamos deshacernos. A la afirmación de la ONU sumemos el dato de que las mujeres y las niñas representan la mitad de los migrantes internacionales… ¡y que empiece la fiesta por estas compañeras que día a día colaboran a mejorar nuestro país y el suyo!

 María Alexandra Vásquez (abogada) y Catalina Villa (psicóloga), miembros del Equipo Técnico de Pueblos Unidos. Foto: Marga Saldaña

María Alexandra Vásquez (abogada) y Catalina Villa (psicóloga), miembros del Equipo Técnico de Pueblos Unidos. Foto: Marga Saldaña

Desde luego que no puede tratarse de una fiesta fácil cuando a muchas y a muchos la decisión de migrar les cuesta su propia vida. Las sombras de los muertos nos persiguen, impidiéndonos dejar para mañana la lucha abierta por condiciones de vida más justas y más dignas. Pero, además de ser un día para la denuncia y la reinvindicación, el 18 de diciembre quiere poner en valor «decenas de pequeñas grandes historias de dignidad, sacrificio, solidaridad, aprecio común, acogida y agradecimiento que contribuyen a hacer más densa esa urdimbre de vínculos entre vecinos y vecinas llegados de tantos lugares distintos. (…) Hoy celebramos todas esas historias como pequeños triunfos de humanidad compartida en un contexto de decisiones políticas que las hace improbables (Declaración del Servicio Jesuita a Migrantes).

Me gustaría destacar hoy dos de esas «pequeñas grandes historias», dos figuras que desde la penumbra acompañan con su solidaridad y buen hacer a tantos migrantes que acuden a nuestro Centro Pueblos Unidos. Porque también ellas, Catalina y María Alexandra, son migrantes. Ambas dejaron un día sus países de origen, Colombia y Venezuela, y llegaron a España con un buen caudal de profesionalidad y un futuro incierto por delante. Lo que aportan a nuestra tarea común es mucho más un conjunto de conocimientos especializados en las áreas de la Psicología y el Derecho, aunque las dos trabajan concienzudamente y se desvelan por sus programas. Su formación como psicóloga clínica, enraizada en su propia experiencia migratoria, dota a Cata de una sensibilidad muy particular para detectar el dolor, procurar que cada persona encuentre caminos de sanación y crecimiento, y promover grupos de mujeres que mutamente se ayudan a hacerse un hueco en la sociedad española. Por su parte, María Alexandra ejerce su profesión de abogada con una fina intuición para percibir la injusticia que sufren las personas más vulnerables, sobre todo las trabajadoras domésticas, y con la férrea voluntad de defender sus derechos cueste lo que cueste. Nuestro equipo no sería el mismo sin ellas.

A pesar de que toda celebración se nos ha vuelto difícil, hoy es un día para brindar por  esas mujeres migrantes que constantemente se superan a sí mismas y contribuyen a que la vida sea un poco mejor. Por María, por Cata, por tantas que conocemos y por las que en el anonimato sostienen el peso del mundo. ¡Salud, compañeras!

Margarita Saldaña. Trabajo en el  Centro Pueblos Unidos. Miro con atención la vida que se esconde en los dobleces de la historia, donde con demasiada frecuencia nos encontramos las mujeres. Compañera de todos los que buscan un mundo más justo.