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Mujeres migrantes en la frontera sur española

Por Júlia Trias

Ella llegó en patera a España desde Marruecos en 2016. Se fue sola de Costa de Marfil con poco más de veinte años, dejando a medias su carrera en Periodismo y Comunicación, después de que le dijeran que se tenía que casar con un hombre que no había elegido. Pasó un año en Marruecos antes de poder coger una patera, donde se convivió con otras muchas mujeres forzadas a prostituirse durante el tiempo que estuvieron allí. Ella se presenta como Binta pero dice que también podría hacerlo como María, Paula o Marta. ‘Es la historia de esas mujeres que deciden irse, que toman la decisión un día porque ya no pueden más. Son mujeres que tienen ganas de cambiar las cosas y que se han atrevido. Y hoy hablo porque ya basta de tratarnos como si fuéramos débiles’.

No solo el trayecto es mucho más duro y difícil para las mujeres, sino que cuando llegan a territorio español deben seguir afrontando situaciones de discriminación muy graves. El discurso oficial de la victimización de las mujeres migrantes como víctimas inocentes y obligadas a trabajar e incluso a migrar contra su voluntad ha llegado a constituir un mito cultural que tiene un gran impacto hacia ellas. Repercute directamente en su seguridad y en el no reconocimiento de su capacidad de agencia y de sus proyectos emancipadores.

Llegada a Motril. 8 de febrero de 2018. @Fotomovimiento»

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El triple exilio

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Cirelda, cubana, amaba su país, pero las circunstancias que vivía su hija en España la impulsaron a partir y a quedarse: la vida no es siempre lo que uno planifica; ahora me siento exiliada‘.

Muchas mujeres migrantes experimentan el exilio en múltiples registros. Primero se sienten arrancadas de su tierra de origen, de sus costumbres, de sus vínculos y de su cultura. Después, al tratar de arraigarse de nuevo en el país de llegada, las condiciones laborales que encuentran en el empleo doméstico como internas van construyendo una prisión simbólica de la que resulta muy difícil salir.

http://www.filmaffinity.com/es/film154271.html

Imagen de la película ‘Las chicas de la sexta planta’, sobre empleadas de hogar españolas en Francia en los años 60.

En este nuevo exilio, las mujeres no disponen de un lugar propio que garantice su privacidad. María llegó a España en el 2009, procedente de Argentina, donde trabajaba como administrativa. Al igual que tantas otras, pretendía hacer realidad el sueño de su madre, aunque para ello tuviera que renunciar al suyo propio: ‘vine porque mi madre soñaba que un hijo suyo estuviera en Europa, y además no quería que ella trabajara más‘. Para María, la ausencia de un lugar en el mundo se resume en algo tan concreto como las prácticas de sus empleadores: ‘a veces te faltan al respeto. Te vas de vacaciones con ellos, y si llega algún amigo te quitan la habitación‘.  Entonces tiene que conformarse con un rincón en la sala de estar, donde se la vea lo menos posible.

A pesar de compartir el techo con la familia empleadora, los roles están perfectamente definidos y no queda espacio para la confianza. Ser tratadas ‘como objetos, como esclavas‘, y sufrir la humillación de obedecer las veinticuatro horas del día representan experiencias habituales: ‘un día, cuando me iba a sentar a la mesa con ellos, la madre me dijo que cada uno tenía su lugar para comer‘.

Un lugar para comer y un lugar para dormir, aunque ciertamente la jornada de quienes trabajan como internas deja escaso margen para la vida personal. La ley marca jornadas de diez horas, pero los datos muestran una realidad muy distinta que vulnera gravemente el derecho al descanso. La mayoría de las internas trabajan al menos doce horas diarias; se levantan antes que los demás para atender a cada uno, y no se pueden retirar hasta que todos han cenado y la cocina queda arreglada. Es frecuente, además, que por las noches tengan que asistir a los niños si lloran y que les exijan estar a disposición de cualquier necesidad e incluso capricho. Así lo relata Carmen, nicaragüense de 52 años, ingeniera agrónoma, que llegó a España para saldar la deuda de un negocio que quebró: ‘trabajaba para una mujer impredecible. A veces salía de viaje temprano y yo me tenía que levantar a las seis de la mañana para atenderla. La mayoría de las veces no me acostaba hasta la una de la madrugada, hasta que la señora regresara, cenara y yo recogiera todo. No tenía cuarto propio, ni privacidad. Nunca me hizo el contrato ni me dio de alta en la seguridad social, así que me fui‘.

Carmen se marchó de aquella casa, pero el exilio continuará mientras las condiciones de trabajo no garanticen la posibilidad de construir una vida digna.

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Trabajo doméstico: un convenio contra la indecencia

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Muchas protagonistas de esta historia no han oído hablar del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) «sobre el trabajo decente,  pero sufren en sus carnes el hecho de que, dos años después de ser propuesto (16 de junio de 2011), el Estado español no lo haya ratificado. Rosemary, Eugenia, Verónica o Guadalupe son como pequeños granos de arena en el inmenso desierto del empleo doméstico mundial, del que forman parte más de 53 millones de personas, sin contar niñas y niños. No se nos puede pasar por alto un dato significativo: el 83% de los trabajadores domésticos son mujeres.

Animación de Marcosur y Oxfam

El horario de la empleada doméstica. Animación del proyecto ‘Mujeres migrantes, mujeres con derechos’ de Marcosur y Oxfam

Si les pidiéramos a nuestras protagonistas que nos hicieran un resumen de sus condiciones de vida, podrían narrarnos algo así: «En la actualidad, las trabajadoras domésticas con frecuencia reciben salarios muy bajos, tienen jornadas de trabajo muy largas, no tienen garantizado un día de descanso semanal y, algunas veces, están expuestas a abusos físicos, mentales y sexuales, o a restricciones de la libertad de movimiento. La explotación de las trabajadoras domésticas puede ser, en parte, atribuida a los déficits en la legislación nacional del trabajo y del empleo, y con frecuencia refleja discriminación en relación al sexo, raza, casta». A decir verdad, esta descripción tan precisa, aunque bien podrían haberla hecho ellas mismas, procede de la OIT.

Una cosa, claro, es leer formulaciones impecables en artículos impresos o virtuales, otra cosa es escuchar los relatos que hacen las propias protagonistas, y algo absolutamente distinto debe de ser vivir un día tras otro, un año tras otro, la cruda verdad que las estadísticas reflejan con frialdad. Al adentrarnos en la realidad española, salta a la vista que gran parte de las trabajadoras domésticas se ven obligadas a soportar una dificultad añadida a la precariedad  ya señalada: el factor de la inmigración. Es precisamente en este cruce de variables donde las historias concretas de las mujeres que conocemos y acompañamos desde Pueblos Unidos apuntan con el dedo a situaciones estructurales de flagrante injusticia y vulneración constante de derechos humanos, hábilmente invisibilizadas tras los muros de los domicilios particulares y bajo el amparo legal.

Rosemary, boliviana, lleva 8 años trabajando en España y, sin embargo, continúa en situación irregular. El lector suspicaz podría sospechar que “algo habrá hecho”… pero no, esta mujer no tiene antecedentes penales. Surgen muchas preguntas. Por ejemplo: ¿por qué Rosemary “no tiene papeles” si de hecho trabajó tanto tiempo? ¿quiénes se beneficiaron de tenerla trabajando ‘en negro’ sin cotizar a la Seguridad Social?, ¿y cuál es la responsabilidad del Estado cuando permite que estas situaciones se hayan producido hasta la saciedad en los últimos años?

Hoy domingo 16 de junio se cumple el segundo aniversario del Convenio 189 de la OIT, que trata de garantizar la protección de los derechos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores domésticos. El Gobierno de España ha propuesto la no ratificación, alegando incompatibilidades de la ley española con los artículos 2, 7, 13 y 14 del Convenio. Mientras tanto, ajenas a convenciones europeas y debates parlamentarios, millones de mujeres continúan sufriendo condiciones laborales injustas de las que otros sacan buen partido. Esta es una ‘indecencia’ de la que en los próximos días seguiremos hablando.

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Más de la mitad dedicará durante los próximos días un espacio destacado a conocer las situaciones de las personas que dependen del trabajo doméstico para vivir.