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Creencias que marcan y arrastran

Por Alejandra Luengo Alejandra Luengo

Hace pocos días participando en un congreso sobre trauma, una compañera psicóloga dijo ante un público de más de doscientas personas, principalmente mujeres, que las mujeres ya podíamos tener cuidado por el daño que causábamos y podíamos generar en nuestras hijas e hijos.

A mí dicho comentario me llegó como una cuchillada, y me molestó, por esa sensación de seguir perpetuando modelos de familia y de género que marcan y dañan a mujeres y hombres, ¿hasta cuándo? Freud ya puso la diana de la responsabilidad de la enfermedad mental en la madre mirando bastante poco la actuación de los padres; que además de pene para engendrar, tienen y poseen otras cualidades y aspectos que marcan la personalidad de niñas y niños.

Imagen del proyecto Ducati Man Igale, donde varios mecánicos imitan la presentación fotográfica de una modelo. Más fotografías y análisis en Mutua Motera

Imagen del proyecto Ducati Man Igale, donde varios mecánicos imitan la presentación fotográfica de una modelo. Más fotografías y análisis en Mutua Motera

¿Ha pasado casi un siglo, y tan poco hemos avanzado? ¿Seguimos las mujeres mirándonos y siendo observadas críticamente? ¿Sigue la sociedad cargando sobre las madres el peso y la responsabilidad de la familia? Para mí claramente sí. Se sigue repitiendo el modelo donde la mujer tiene la responsabilidad del cuidado, del afecto y del dar, y el hombre permanece en un lugar más alejado, enfocado en el aspecto profesional, perdiéndose parte de lo que es esa relación íntima con los hijos.

Esto me hace pensar muchas cosas, pero sobre todo la gran maleta que seguimos arrastrando llena de creencias falsas que nos perjudican:

Algunas de ellas son respecto a que la madre es la única figura de apego y de protección para el bebé, dejando al hombre en un lugar más periférico, cuando el hombre puede ser una figura íntima de cuidado, y de seguridad aunque no amamante.

Otras son las referentes a que la mujer debe ser sumisa, pendiente de los demás, cuidadora de los otros, sin grandes aspiraciones, “dadora”, pendiente de su apariencia física, espectadora de las acciones del hombre, pasiva, etc, y el hombre todo lo contrario; el estar activo, el buscar el poder, la fortaleza, la autoridad, etc.

He llevado muchos grupos de mujeres adultas y de tercera edad hace años, y lo cierto es que no encuentro muchas diferencias de lo que me comentaron en su día de lo que creían que debían ser, y lo que muchas chicas jóvenes señalan que consideran que tienen que ser y comportarse ‘como mujeres’.

De hecho, los modelos de mujeres que están en los medios de comunicación siguen reforzando esto. Baste ver un capítulo de una serie aparentemente inofensiva que ven actualmente niños, y niñas, para apreciar esos matices. Podréis escuchar las frases de estas adolescentes, vestidas y maquilladas para ‘triunfar’ en una sociedad donde lo que brilla es la apariencia. Así en esta canción de Violetta una chica rivaliza con otra mientras le grita… ‘Mi corazón es todo lo que yo tengo’, ‘Si es por amor es todo lo que soy’

Mientras tanto al hombre se le sigue impidiendo expresar emocionalmente, y se le impone una coraza de fortaleza señalando que significa varonilidad.

Seguramente hace unas semanas visteis este corto que compartía nuestra compañera Catalina Villa: Mayoría oprimida de la cineasta francesa Eléonore Pourriat, que relata un día de un hombre que vive en una sociedad donde se han invertido los roles de género. Refleja situaciones cotidianas que las mujeres viven, sin embargo en este caso el que las experimenta es un hombre, que además es padre.

Eliminar los estereotipos asignados tanto a hombres como a mujeres nos corresponde a toda la sociedad. Hay que redefinirnos hacia lo que deseamos ofrecer al mundo, y a las próximas generaciones, no limitándonos sino sumando. Redefinir lo que es poder, y los valores para hombres y mujeres que tienen sentido para construir una sociedad más igualitaria, más justa, y sobre todo más libre para decidir.

Me encuentro cada vez más hombres que me dicen que no quieren ser como sus padres que estuvieron en una posición alejada, distante emocional, y que aunque se hayan separado de sus parejas ellos quieren dar a sus hijas e hijos el cuidado, afecto y protección que echaron en falta. Damos pasos hacia adelante y retrocedemos en otros. Vamos a ritmo lento, a veces en una dirección oscilante. No hay que bajar la guardia.

Alejandra Luengo. Psicóloga clínica,  combino la atención psicológica en servicios públicos con la consulta privada. Creo firmemente que se pueden cambiar las cosas y en esa dirección camino. Autora del blog unterapeutafiel.

Esas cosas terribles que les ocurren a otros

Por Catalina Villa Catalina Villa

A veces, una obra de ficción ilumina zonas ocultas de la realidad y nos permite tomar consciencia sobre la violencia invisibilizada, y muchas veces naturalizada, que vivimos las mujeres cotidianamente, como en el caso de la violación. Poco se habla de ella, a veces creemos que se trata de una realidad lejana que sólo afecta a ciertos países en guerra, con estados fallidos o con un machismo brutal, pero en nuestro entorno más inmediato la pensamos como una realidad esporádica a pesar de que las mujeres, de una u otra manera, llevamos ese miedo en nuestro cuerpo.

Esta es la historia de una mujer que tuvo un intento de violación y que fue violentada por segunda vez por las instituciones del Estado que se suponía debían defenderla y protegerla y en cambio desconfiaban de su testimonio. Insinuaban que sería una cuestión de venganza o provocación por parte de ella. La historia de esta mujer me hizo recordar un corto de Eléonore Pourriat titulado ‘La mayoría oprimida‘.

Imagen promocional del cortometraje 'Mayoría oprimida´

Imagen promocional del cortometraje ‘Mayoría oprimida´

A través de la ficción nos muestra cómo las relaciones de género están atravesadas por aquella violencia invisible que sufrimos las mujeres a diario y de qué modo el sistema descree a las mujeres o las culpabiliza a la hora de denunciar el acoso o la agresión sexual y terminan sintiendo vergüenza, impotencia o directamente desisten de denunciar.

La primera vez que vi este extraordinario corto me dio pie a un trabajo de reflexión sobre el tema con un grupo de mujeres que acompaño. Ellas veían claramente que el protagonista del corto estaba siendo violentado continuamente y, sin embargo, cuando hablábamos del caso de las mujeres la violencia dejaba de ser tan obvia. Finalmente el corto nos permitió ser conscientes de lo naturalizados que tenemos ciertos estereotipos, mandatos y prohibiciones de género que hacen que lo que es vivido como violencia en el caso de los hombres sea vivido como provocación, insinuación o falta de precaución en el caso de las mujeres.  Basta ver las recomendaciones del ministerio del interior sobre la prevención de la violación.  ¿Hasta qué punto llega el machismo interiorizado por hombres y mujeres que nos es tan fácil ver la violencia ejercida cuando se trata de un hombre y en cambio no lo es tanto en el caso de las mujeres a quienes se les culpabiliza reiteradamente?

Dice la periodista y escritora Susan Brownmiller que la violación es parte de un sistema de control que se ejerce sobre las mujeres, una forma en que se restringe su movilidad, pues el miedo a ser violadas, del que muchas mujeres no somos conscientes, nos hace tener ciertas precauciones que limitan de alguna manera nuestra libertad de movimiento. Y es que las violaciones son más frecuentes de lo que se dice y se reconoce. No hablamos de una cuestión de patología, hablamos de la frecuencia con que estos hechos ocurren y muchos de ellos si acaso llegan a la consulta psicológica pues las mujeres tienen miedo de que no comprendan su situación, no les crean o las culpabilicen: mujeres adolescentes que son drogadas y violadas por el grupo de amigos, mujeres que viven en pisos compartidos y que son violadas o han vivido situaciones de agresión sexual por parte de algún compañero de piso, empleadas del hogar que han vivido agresiones sexuales por parte de algún miembro de la familia donde trabajan y mujeres que dentro de las relaciones de pareja han sido igualmente violadas.

¿Qué tipo de socialización perversa le otorga un poder indiscriminado a los hombres que pueden hacer una apropiación del cuerpo de las mujeres, que se sienten con el derecho a utilizarlo como quieran, incluso como botín de guerra, como trofeo o como manifestación de superioridad sin algún tipo de consciencia de que están haciendo algo inadmisible en ningún caso? ¿Y hasta cuándo las mujeres vamos a seguir pensando que el feminismo es una cuestión de mujeres resentidas y dejaremos de ser reproductoras de la misoginia patriarcal que culpabiliza a las mujeres?

 

Catalina Villa es psicóloga y máster en estudios interdisciplinares de género. Coordina el área psicológica de Pueblos Unidos.