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Adolescentes musulmanas, ni de aquí ni de allí

Por Alejandra Luengo Alejandra Luengo

A lo largo de los últimos años por diferentes motivos he tenido contacto con chicas musulmanas que viven en Madrid. Mujeres de diecinueve-veinte años cuyas familias decidieron en su momento que tuviesen una vida no muy diferente a otras adolescentes de su edad con las que habían compartido años de estudios, juegos, amistad, etc.

Quiero centrarme en Zahida una chica de diecinueve años; española y musulmana. Inteligente, guapísima, deportista, culta, con gran capacidad para conversar, amigable, cariñosa, alegre y dedicada a cuidar de sus hermanos por las tardes mientras su madre trabajaba. Según me contaba era la madre la que mantenía económicamente a la familia mientras el padre trabajaba de forma esporádica, así que ella, la mayor de cinco hermanos, se encargaba de los pequeños  por las tardes y realizaba también las tareas domésticas.

Zahida era dueña de una melena larga y cuidada que normalmente llevaba suelta, le encantaban los tacones y no perderse la oportunidad de bailar con sus amigas en alguna discoteca. Iba al gimnasio, corría y le encantaban las charlas de motivación, conocimiento personal, etc., a las que acudía frecuentemente. Había optado en su momento por no llevar pañuelo y su familia había respetado su decisión.

Se planteaba ingresar en la universidad y su madre así lo deseaba. Sería la primera persona en su familia que sacase una licenciatura y, como ella decía, “que se sientan orgullosos de mí”. De todas formas ya había motivos más que suficientes para valorar sus virtudes, pero el poder sacarse el bachillerato se había convertido en su cruzada personal. Me contaba que una amiga suya musulmana había elegido llevar el pañuelo y cómo se había sentido con esa dicotomía de verse integrada como otra chica más de su edad y por otro lado seguir su religión.

Tan cerca y tan lejos en un país donde las mujeres nos consideramos libres. Foto de Sergio Perea

Tan cerca y tan lejos en un país donde las mujeres nos consideramos libres. Foto de Sergio Perea

Hablamos mucho de diferentes aspectos y aunque nos separaban muchos años me daba cuenta de la cantidad de intereses que podíamos tener en común, y lo a gusto que podíamos estar hablando durante horas de temas muy diversos en los que ella buscaba orientación, o simplemente opinión.

La realidad me abofeteó cuando me empezó a hablar de sus deseos de poder tener alguna relación de pareja. Nunca había mantenido ninguna porque le daban un poco de miedo y, según lo que le habían dicho en casa, no debía. Crecía en ella cada vez más el deseo de conocer y conocerse junto a un hombre, principalmente español, pero que le bloqueaba el temor de las consecuencias que se darían al conocerlo su familia. Su madre le había señalado ya que había un primo marroquí que podría ser el candidato para esposo y ella callaba y seguía deseando y soñando en silencio.

Zahida estaba profundamente dolida y desorientada por tener que elegir y sentir que en cualquiera de esas opciones perdía. Si elegía la libertad de poder decidir si estar soltera o tener pareja, en definitiva aquello que se le había mostrado desde ese entorno español donde se había criado, defraudaría a su familia y hasta le echarían de la casa o le dejarían de hablar. Si por el contrario optaba por acatar la decisión de un matrimonio convenido,
perdía su libertad de elegir, de conocerse, de explorar, de ser ella misma.

Tan cerca y tan lejos en un país donde las mujeres nos consideramos libres. ¡Qué poco se puede aconsejar y juzgar cuando una ha mamado la libertad desde que era una niña! Sólo acompañar su dolor, su rabia, su ilusión y sus ganas de caminar y ser ella misma.

Alejandra Luengo. Psicóloga clínica,  combino la atención psicológica en servicios públicos con la consulta privada. Creo firmemente que se pueden cambiar las cosas y en esa dirección camino. Autora del blog unterapeutafiel.