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Ramona: 20 años y un desalojo

Por Susana Arroyo Susana Arroyo

A sus 20 años, Ramona González conoce el amor, la resistencia y la muerte.

Nació en una familia campesina paraguaya, pero la falta de tierra y oportunidades la hicieron marcharse a la ciudad. Trabajó varios años como empleada doméstica, tuvo un niño, se enamoró y regresó a su comunidad para reclamar su derecho más básico: una vida digna.

Ramona con otros jóvenes paraguayos. Imagen: Susana Arroyo / Oxfam Intermón

Ramona con otros jóvenes paraguayos. Imagen: Susana Arroyo / Oxfam Intermón

La mañana del 15 de junio de 2012 madrugó, como cada día, para ir a limpiar el campo. Junto a su compañero y otras decenas de familias jóvenes preparaban el terreno donde sembrarían su futuro.  De repente helicópteros, hombres armados, un tiroteo; gente corriendo, gritando, muriendo.  Tomó a su niño en brazos y salió corriendo hacia el bosque.

Alguien había dado la orden de desalojar la finca pública  Marinakue, esa donde Ramona y su gente estaban trabajando.  Murieron seis policías intervinientes y once labriegos.  En un país donde cientos de personas campesinas han sido ejecutadas en los últimos 25 años, más que un desalojo, aquello parecía un exterminio.  Una semana más tarde, el parlamento paraguayo usó la masacre de Curuguaty para acabar el mandato del presidente de entonces, Fernando Lugo.

La historia esta joven, la de su comunidad y la del mismo Paraguay, habían cambiado para siempre.

Han pasado dos años desde entonces y una mezcla de dolor y determinación marca el gesto y las palabras de Ramona. ‘Vinimos por comida y por trabajo y terminamos con nuestros familiares muertos, perseguidos o encarcelados. No descansaremos hasta que el gobierno nos devuelva la tierra y la libertad. Quiero de vuelta a mi marido y a la vida que soñamos juntos’.

La primera vez que hablamos fue cuando preparábamos con ella y toda la comunidad la campaña “Jóvenes sin tierra = Tierra sin futuro”.  Su imagen era la de una mujer que no había tenido tiempo para ser joven, que había estado ocupada intentando sobrevivir.  La segunda vez sonreía, brillaba.  Era el día que hacíamos público nuestro proyecto. Estaba rodeada de jóvenes que, luego de conocer su historia, habían firmado la petición que lanzamos para que el presidente de Paraguay entregue la finca de Marinakue a Ramona y las familias y jóvenes de Curuguaty.

Las firmas de esas muchachas y muchachos –que tuvieron la suerte de nacer en otro Paraguay- tienen mucho poder.  Lograrán que el gobierno escuche y otorgue esas tierras públicas a quiénes llevan años reclamándolas, pero ya lograron, quizá, el más importante de los cambios: revivir en Ramona algo de la esperanza que la injusticia y la desigualdad de su país llevan años masacrando.

 

Susana Arroyo es comunicadora y trabaja en Oxfam Intermón