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La oportunidad de volar

Por Sandrine Muir-Bouchard

María Ramírez nació a los 33 años. La mujer que tengo frente a mí, en esta oficina de 2 metros cuadrados donde se acumulan libros, materiales promocionales y papeles desordenados del Colectivo Rebeldía, nació a los 33 años cuando se dio a sí misma la oportunidad de abrir sus alas y volar por primera vez.

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La María de antes nació en el infierno. Nunca conoció a su padre. Su madre se casó con otro hombre, y su padrastro la agarró de “criada”. A los 4 años ya tenía que limpiar la casa y cuidar a sus hermanitos. Había golpes. Muchos golpes. Pero lo que más temía la María de antes era cuando su padrastro bebía. Entonces ella buscaba la pistola, una calibre 38 muy pesada para sus brazos flacos de niña de 6 años, y corría a esconderse para que no pasara como la última vez, cuando su padrastro disparó sin motivo, llenando la casa de agujeros. María temía que matara a su mamá. Sin embargo, él no tardaba en encontrarla y a fuerza de golpes le sacaba la pistola.
Creo que esto ha marcado mucho de mi vida, demasiado’, me cuenta la María de hoy. ‘He cuidado de no caer en un matrimonio a este extremo de violencia. Me he cuidado bastante, y sigo cuidándome con este tema. Pero me doy cuenta que he quedado tan marcada, tan traumada…’ y se queda callada, la mirada hacía el pasado.
A sus 20 años, fue mamá soltera. ‘Lastimosamente, al año y medio de nacer, mi niña murió’, sigue María, y hace una pausa. ‘¡Creo que se me adelantó todo lo malo!’ me dice, y se ríe como para limpiar el ambiente. ‘Como dice la canción: ninguna guerra me afecta porque tengo alas de acero’. María sonríe con ojos tristes, alzando la frente.
Unos años más tarde, María se casó y tuvo 3 niñas más. Cuando su esposo empezó a estudiar agronomía, a María le encantó y se puso a leer sus libros. Luego, él empezó a hacer política, así que María empezó a estudiar las leyes para apoyarlo. Orgullosamente, acompañaba a su esposo en todo, era su pilar. Pero María no era feliz. ‘Me di cuenta que me relegué, yo no existía como María Ramirez. Yo era mamá, yo era esposa, yo era la bruja del cuento en muchos casos. Era todo, menos María Ramirez’.
Me acuerdo en el taller en el que desperté; la facilitadora nos dijo: dibujen un paisaje, con la casa de sus sueños. Cuando terminamos, empezó a descalificar los dibujos, diciendo que el sol quema, las flores apestan… Y luego dice: ¿Y?. Nosotras no reaccionamos… Ella dice: eso pasa con la vida, ustedes soñaron, ¡es su sueño!, ¿porque permiten que otra persona se lo borre? Y ahí me di cuenta que yo nunca viví mi sueño. Quizá nunca me permití formarme un sueño‘ y la voz de María se rompe, y las lágrimas paran su historia. Exhala fuerte. Se seca las lágrimas con las manos.
‘Me acuerdo que me vine caminando después del taller, llorando, y me dije, ¡realmente sí existes María Ramírez! Ahí nací pues, ahí desperté, digamos a otra realidad, ¡que otro mundo existía para las mujeres!’
Entonces María empieza un proceso de reapropiación de su vida, de sus sueños. Pero no es nada fácil. Quiere estudiar, pero tiene tres hijas que criar y un esposo cada vez más ausente. Se da cuenta que hay otras mujeres. ‘Se cruzaron un montón de cosas… Significó la ruptura en mi hogar’.
María decide poner fin a su matrimonio, pero a un costo muy alto: se tiene que separar de sus tres hijas, porque tienen un futuro mejor asegurado al lado de su padre. Él consigue un ascenso político, y pronto se mudará a Sucre. ‘Ellas podrán ir a un buen colegio, aprender inglés. En cambio yo…’
‘Decidí sacrificarme’, me dice María, con un nudo en la garganta. ‘No me importa lo que a mí me pasa, lo que yo sufra, mis hijas no van a vivir lo que yo’ se acuerda María, crispando su cara con dolor. Expira.
Hoy, tengo la satisfacción. ¡Están brillando como estrellas!’ exclama María, los ojos llenos de luz. ‘Ya son más que su mamá. Y son más feministas que su madre. ¡Y me encanta!’ y se ríe de alegría. ‘El precio de verlas brillar más que yo ¡lo pago todo!. No creen en el príncipe azul. Quieren volar. Van a volar con las alas de la mamá que nació un poco tarde, y yo voy a volar al verlas volar a ellas. Llora. ‘El mundo es mejor para ellas y sigo luchando para ellas. Sin importarme como, para ellas, y para las otras niñas. Me consta que otro mundo es posible.
¡Y que existe! Ahí está.’
Sandrine Muir-Bouchard es Consejera en comunicación y campañas de Oxfam en Bolivia

Una carta, una vida

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

Conozco a María Ramírez desde hace tiempo, sus pasos son silenciosos, habla casi en susurros y es extremadamente discreta. Nadie conoce en realidad su historia; pasea por la noche sola, sin miedo, como si al dormir el mundo, ella pudiera recuperar todas las sensaciones que se obtienen cuando se sabe poseedor de él. Siempre me admiró su bondad y ella se ruboriza cuando se lo digo. Nunca pierde la esperanza, las ganas de vivir, la alegría de ser y estar.

María sostiene en su mano una foto de su juventud. Imagen: Maribel Maseda.

María sostiene en su mano una foto de su juventud. Imagen: Maribel Maseda.

Y un día sentadas juntas en un viejo banco, puntual a la cita que concertó conmigo, vestida con un pantalón azul, luciendo con orgullo su bonito bolso del mismo color, me regaló su historia, comprendiendo entonces el porqué de su aceptación en una vida que sin duda se le ha presentado dura y difícil.

Toda su infancia la pasó entre orfanatos y casas de familiares diversos que la acogían mientras esperaba anhelante que llegara el día de poder estar con su madre para siempre. Las veces que intentaban reunirse de nuevo, las vivía con la ilusión de que esa vez fuera la definitiva, apenas unos días en los que de nuevo, ante la carencia absoluta de recursos para cuidar de ella, la madre debía buscar un hogar donde alojarla. Recuerda como lloraban ambas con cada nueva separación. Hasta los 16 años, pedía cada día y cada noche que la vida cambiara para ellas. Y cuando pudo trabajar comenzaron por fin su vida juntas.

María, en una imagen antigua. Imagen: archivo personal.

María, en una imagen antigua. Imagen: archivo personal.

María se enamoró. Tardó en hacerlo, recuerda ella, pero lo hizo desde el alma. Tras 7 meses en España, su novio hubo de regresar a su país. Él le pide que regrese con él pero María no quiere dejar aquí a su madre. La pide en matrimonio y acepta. Durante 9 años no vuelven a verse nunca, ni una sola vez y se relacionan por cartas en las que van proyectando su boda. Los fines de semana los pasa entre sus  promesas, su  amor y su madre. Era absolutamente feliz.

Se acerca el momento de la boda y María cuida y elige su ajuar con la ilusión y la felicidad de quien solo es capaz de ver bondad y sinceridad porque su propio corazón está hecho de lo mismo. Y en medio de las calles y veredas que su imaginación dibuja sobre el país en el que vivirá en poco tiempo, de los planes de futuro entregada a la familia que siempre deseaba tener, entre el amor que hizo más llevadera la espera tantos años, se cuela una carta en su puerta de una mujer que le cuenta como allá en aquel país que María creía ya conocer tan bien, descubre  en su casa escondidas las fotos y cartas de María y entiende que no sabe que aquel hombre al que María llama novio, se casó con ella y nunca se lo dijo.

María lloró durante meses. Y nunca nadie pudo volver a ocupar su corazón.

En ese banco, escuchándola, creo ver todavía amor. Y cuando me mira con sus ojos claros, y me dice: ‘pero aquellos años no fueron baldíos. Pude estar con mi madre cada minuto de su vida. Tanto lo pedí, y me lo dieron. Y para mí fue la felicidad más grande durante sus 101 años, estar a su lado como quería cuando era niña’, entonces entiendo que María posee un don, el de su propia capacidad de sentir amor.

Ahora, cuando la veo pasear sola, veo su corazón lleno.  No llora la pérdida. Siente que el universo le regaló una oportunidad y cada día lo ha vivido como tal. Nunca más respondió las cartas de aquel hombre, pero el deseo cumplido de poder estar al lado de su madre y darle todo su amor  llenó demasiado hueco en su vida como para que quepa el más mínimo rastro de rencor. Hoy tiene 81 años, y continua incapaz de sentir rencor ante los regalos que siente que la vida le ha dado; ni siquiera cuando un vecino, amparado en el anonimato, le disparó hace unos días, porque sí. Y me pregunta en voz bajita, que porqué les molesta tanto su presencia, si ella solo tiene cariño para dar.

La vejez hace por sí misma una revisión de vida en la que sin ser del todo consciente, reorganiza las prioridades, recupera los recuerdos y les concede una valía diferente a la que le había otorgado en la juventud y en la madurez. Los objetivos alcanzados generan una satisfacción añadida, claro, sin embargo, regresan a algún punto de  la infancia donde no se podía desligar el instante de vida de la certeza de que estaba ahí para ser vivido. La vejez no es una involución, sino una recuperación de lo que hemos ido perdiendo por el camino. Hay una gran sabiduría en el anciano, al igual que en el niño. Pero mientras los adultos no dudamos en acercarnos a los pequeños, dudamos en hacerlo cuando se trata de los mayores. Claramente no sabemos comunicarnos con ellos. Y con esta idea, decidimos crear el movimiento #1vida1carta, en el que al conocer las historias del mayor, aparecen ante nosotros personas con entidad propia, identidad única, que sin querer habíamos invisibilizado al relegarlos al grupo de ‘ancianos’ en el que nadie es ya diferente.

Cerca de la última etapa de la vida, muchos de los mayores valoran sus vidas no por la cantidad de objetivos conseguidos, sino por la calidad de los afectos que han dado y recibido. Y de ellos se nutren, aunque sean amores y afectos pasados, como si  finalmente solo tuviese la capacidad de acompañarles  aquello que es capaz de vivirse desde el corazón.

Te hacen pensar: ¿cuanta porción de corazón podrías llenar mañana con lo que has conseguido cosechar a día de hoy?

Antes de despedirnos, pregunto:

–          ‘María, ¿eres feliz?

–          ‘Mucho, Maribel. Disfruté de lo que pedí cada día de mi vida. Y eso la llenó por completo. No necesito más para ser feliz’.

 

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como HáblameEl tablero iniciático, y La zona segura. Recientemente ha iniciado el movimiento #1carta1vida para dar valor a las vidas de las personas mayores.