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Teodora de Bizancio

 

Por Silvia Martínez Valero

En estos días en que la lucha por los derechos de la mujer se encuentra en pleno auge, una se pregunta en ciertas ocasiones de dónde vienen o a qué época se remontan las pioneras de tan ardua tarea. Resulta que entre los primeros ejemplos encontramos a Teodora, emperatriz bizantina del siglo VI d.C.

Mosaico de Teodora y su séquito en la iglesia de San Vital de Rávena.

Mosaico de Teodora y su séquito en la iglesia de San Vital de Rávena.

Podría pensarse, como es lógico, que su condición de emperatriz trajo ligada de nacimiento su posición social. Nada más alejado de la realidad, pues Teodora fue hija de un hombre de circo y una bailarina y tuvo que atravesar duras etapas de su vida hasta llegar a convertirse en la poderosa mujer de quien la Historia dejó constancia. Durante su infancia, trabajó en el hipódromo de Constantinopla siguiendo la tradición familiar; después, alternó en diversos burdeles y finalmente se consagró como actriz, alcanzando gran prestigio con su representación del motivo mitológico griego de Leda y el Cisne. A sus dieciséis años viajó al norte de África acompañando a un oficial sirio y allí recibió numerosas influencias, entre ellas las que la llevaron a convertirse al monofisismo.

Años más tarde, habiendo regresado ya a Constantinopla, su fama y el hecho de que viviera cerca del palacio de Justiniano –facilitando así los encuentros entre ambos–, hicieron que el emperador le expresara su deseo de contraer matrimonio con ella. Así pues, tras derogar la ley que impedía la unión entre un emperador y una plebeya de baja condición, terminaron casándose.

Es a partir de aquí cuando, gracias a su nueva autoridad, Teodora fue capaz de realizar numerosas reformas sociales y se estableció como un grandísimo apoyo para Justiniano (por ejemplo, en las revueltas de Niká). Entre diversas leyes, Teodora promulgó otras contra la prostitución forzada y facilitó el traslado de aquellas mujeres que abandonaban la profesión, creando conventos para alojarlas (seguramente como resultado de la propia experiencia vivida). También aseguró su lucha para favorecer la separación de los cónyuges, ampliar los derechos de las madres sobre los hijos, derogar las penas contra las mujeres adúlteras y, a la vez, aplicar a la violación en sí el carácter de delito. Todo ello contribuyó a que durante sus años de mandato, las mujeres gozaran de derechos muy superiores a los que imperaban en el resto de Europa.

También en el terreno religioso tuvo Teodora mucho que decir. Aun sabiéndose que Justiniano era ortodoxo, la emperatriz nunca renunció a su monofisismo e hizo todo lo que pudo por mantener –en contra del primordial deseo de su esposo– esta religión en su imperio. De hecho, llegó a ejercer tanta influencia en Justiniano que, a su muerte, este trató de armonizar las dos facciones religiosas e incluso protegió las colonias monofisitas que ella había fundado a sus espaldas.

Puede decirse, entonces, que su gobierno no solo representó un avance para los derechos de la mujer, sino que su figura propició en el imperio una convivencia religiosa de la que aún se podría aprender bastante.

Silvia Martínez ValeroSilvia Martínez Valero es una joven estudiante y constructora de historias.

 

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