Por Cecilia Ramos Coronil
Voy a la farmacia a por tiritas para mi hija porque se ha hecho una rozadura y, aunque me suena raro, caigo en la trampa de la pregunta: ‘¿Es niña o niño?’ Cuando me quiero dar cuenta estoy saliendo con una bonita caja de tiritas de inconfundibles diseños rosas de princesitas…
En ese momento, me acuerdo de tantas charlas mantenidas con madres y padres en las que con férrea convicción oía aquello: ‘pues aquí tiene que haber algo en los genes porque yo les educo igual y mi hija solo quiere vestidos rosas y muñecas y mi hijo jugar con coches y balones…’ Como un guion que se repite está generalizada la creencia de que venimos a este mundo preprogramados para ser niñas y niños; mejor dicho, para hacer el papel de niñas y niños que la sociedad como un ente abstracto nos dicta. Es más cómodo y fácil pensar de este modo. Pensar en un mundo de rosas y azules; de princesas y caballeros; de sensibilidad y fuerza bruta, porque el ser humano por naturaleza ‘se torna cómodo’ y tener una realidad parcelada simplifica la vida.