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No abandonemos a Yerbabuena

Por Andrea Diez Andrea Díez 70px

Imaginen un país sudamericano, allá por el año 2000.

Imaginen un crack económico en ese país: en menos de un día, una bolsa de azúcar o media docena de huevos pasó a costar cinco veces más.

Ahora imaginen que en ese país y en ese contexto una organización liderada por mujeres ayuda a organizarse a cientos de mujeres – que se han vuelto más pobres y más vulnerabilizadas en ese supuesto crack económico – para que puedan sobrevivir junto a las miles de personas que quedaron en la calle.

Imaginemos que esa misma organización, en esa época, recibía fondos de cooperación. Que contaba con un plantel estable de más de 14 personas que trabajaban, para y con más de 600 mujeres de sectores urbanos y populares, mujeres que no habían terminado la escuela primaria, trabajadoras de la economía informal, mujeres, al fin, que luchaban por cambiar sus vidas y las de otras personas.

Los programas de derechos de las mujeres en América Latina han sufrido grandes recortes. (c) Giselle Viteri Cevallos

Marcha de las Mujeres Invisibles contra el Maltrato y la Explotación Laboral en Guayaquil (Ecuador) el pasado 8 de marzo. (c) Giselle Viteri Cevallos

Ahora, abramos los ojos.

El país es Ecuador. La organización es Yerbabuena. La ciudad en que organizaron a las mujeres populares en resistencia para soportar la crisis que dejó a miles de familias en la calle, es Guayaquil.

Y miremos.

Porque esa misma organización hoy se está por quedarse con 4 personas de su plantel. Porque trabaja con mas de 30 organizaciones de la costa ecuatoriana cuyas mujeres, sin los fondos de hace una década, se quedan sin poder movilizarse, sin escuelas de formación, sin semillas para microempresas, sin asesoramiento legal, sin bancos comunitarios de ahorro y crédito.

Abramos los ojos.

Creer que en los países sudamericanos con economías florecientes o indicadores macroeconómicos positivos se han terminado las desigualdades es un error. Con ese argumento, millones de euros de la cooperación internacional se han retirado en los últimos años de América Latina, y han sido las organizaciones de mujeres una de las variables de ajuste de este drástico retiro (según el informe sombra de la CEDAW el Gobierno español no cumple con el compromiso de destinar el 15% del presupuesto total a programas de derechos de las mujeres). Total, las mujeres siempre se las han arreglado para sobrevivir y ayudar a vivir a los demás, parece ser la lógica dominante.

Abramos los ojos. Por cada euro que estamos quitando a las organizaciones de mujeres, abandonamos a cientos de ellas que están luchando contra las injusticias y las desigualdades. Mujeres que seguirán haciéndolo, pero con el doble de esfuerzo y el triple de soledad.

 

Andrea Diez es Responsable Regional de Programas de Derechos de las Mujeres para América del Sur en Oxfam Intermon, feminista y licenciada en Comunicación Social.

El patito feo

Por Violeta Assiego Violeta Assiego

No hay nada más rebelde que ser mujer’ declara con firmeza y  convicción Johanna Izurieta, coordinadora de la Fundación Yerbabuena de Ecuador. Para ella ser mujer es una opción política, una rebelión contra todas las formas machistas que desde el mismo núcleo familiar tienen lugar en su país. Datos de la ONU indican que Ecuadorestá entre los países con más violencia contra las mujeres, y según la ‘Primera Encuesta Nacional de Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres’ a mujeres ecuatorianas de 15 años en adelante, el 61% de mujeres ha sufrido algún tipo de violencia de género a lo largo de su vida y que una de cada 4 es sometida a algún grado de violencia sexual.

Johanna Izurieta, durante una reciente visita a Barcelona. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Johanna Izurieta, durante una reciente visita a Barcelona. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

La violencia que sufren las mujeres en Ecuador -al igual que en el resto de países, pues no hay país del mundo donde la mujer no la sufra- es una violencia sexista y de dominación en la que se ensalza un modelo de ‘masculinidad’ en el que la mujer y otros colectivos vulnerables, son objeto de abuso y maltrato sin más justificación que la de ‘colocarles’ en un supuesto lugar dentro de la escala social: por debajo, siempre por debajo del hombre, del ‘macho’. Es precisamente en este contexto, en el que los hombres reciben una terrible presión para comportarse así, en el que Johanna Izurieta hace sus reivindicaciones feministas y lo hace apostando por la interculturalidad.

Es su enfoque de interculturalidad el que más me sorprendió aquella tarde de mayo en la que pudimos conversar, la misma que en la Asamblea de Madrid se rechazaba la Ley Integral de la Transexualidad gracias a los votos del Partido Popular. Para ella la interculturalidad no es solo lo étnico. La interculturalidad es el conjunto de identidades que incluyen –además de lo étnico y lo cultural de las mujeres- la diversidad sexual. Johanna defiende que solo es posible sensibilizar a través de la puesta en práctica de la interculturalidad. Son las similitudes y no las diferencias las que potencian la empatía y rompen los círculos viciosos que tanto énfasis ponen en las diferencias. Ella considera que son esas diferencias, las que vienen de la individualidad, las que intoxican a las personas que terminan comparándose para ver quien está por encima de quien y señalar cuál es el ‘patito feo’ al que se debe excluir.

Justo ese tipo de rivalidad entre colectivos afines, e incluso entre organizaciones hermanas, es la que Johanna critica abiertamente y tacha de poco estratégica en la lucha por derechos de los más vulnerables. Recuerda como en su propio país la campaña ‘Mi género, mi cédula’, con la que la personas trans vienen reclamando desde hace tiempo que se cumpla el mandato constitucional de no discriminación, se vio frustrada cuando fue el propio movimiento LGBTI quien además exigió el reconocimiento constitucional del matrimonio igualitario. Ese ‘todo o nada’, falto de sensibilidad hacia la realidad más violentamente discriminada de la diversidad sexual -también entre los propios homosexuales- provocó que finalmente la petición más pausible desde un punto de vista legal, la de las personas trans, quedara fuera de la agenda gubernamental.

Es justamente por la discriminación sexista a la que también están expuestas las personas trans  por lo que Johanna es una fiel defensora de los encuentros y alianzas entre las organizaciones de mujeres y las de diversidad sexual. La interculturalidad que ella promueve no encasilla sino que da cabida a los procesos que también las mujeres necesitan para ‘deconstruir’ años de formación y vivencias machistas.  Johanna tiene claro que cuando de lo que se trata es de transformar las estructuras sociales lo estratégico es que las mujeres ‘populares y diversas’dialoguen, debatan, escuchen y acepten que cada cual tiene sus procesos y necesita sus tiempos. ‘Hay cosas que no se pueden imponer y el que alguien tenga claro su discurso no significa que automáticamente el resto lo vaya a tener igual de claro, se necesita tiempo’ así lo defiende. Y es que ella, al igual que yo y tantas otras lesbianas y personas que no nos identificamos con ser hombre ni mujer, sabe por experiencia propia lo importante que es encontrar en el camino personas y espacios donde se nombren las identidades, las dudas y las similitudes. Salir del desconocimiento y la ignorancia pasa por identificar quienes somos y lograr dejar atrás el temor de que somos ‘el patito feo’ de una sociedad heterosexista y patriarcal. Y para lograr salir de ese limbo extraño de ‘indefensión’ Johanna apuesta por un tipo muy concreto de interculturalidad, la que hace que el feminismo se encuentre con la diversidad.

 

Violeta AssiegoAbogada y Activista. Especialista en Vulnerabilidad Social y Discriminación. Conferenciante, analista, docente y colaboradora en diferentes organizaciones desde una perspectiva de derechos.

El hombre valiente no es violento

Por Júlia Serramitjana  Julia Serramitjana

Hombres que lloran mientras mecen bebés. ¿Por qué no? ¿Qué hace a un hombre valiente? Para mí, el hombre es valiente cuando rompe estereotipos y asume que las emociones  también forman parte de su comportamiento. Reprimirlas está muchas veces en la base de las expresiones violentas.

Esta es una de las reflexiones que me planteé durante el pasado año mientras vivía en Centroamérica, en Panamá, cuando conocí  la iniciativa ‘El Valiente no es violento‘ y el trabajo que están llevando a cabo varias agencias de Naciones Unidas en el marco de la Campaña ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres en América Latina y El Caribe.

Y es que, según datos de ONU Mujeres, en las Américas, el 29,8% de las mujeres han sido víctimas de violencia física y/o sexual ejercida por parte de su pareja, y el 10,7% ha sufrido violencia sexual por alguien fuera de la pareja.

Los  jóvenes que participan en la iniciativa pueden hacer sus propias propuestas. (c) ONU Mujeres

Los jóvenes que participan en la iniciativa hacen sus propias propuestas. (c) ONU Mujeres

Es impresionante ver cómo los mismos jóvenes son quiénes están actuando como agentes de cambio para dar la vuelta a esta situación en sus casas, escuelas y comunidades, impulsando proyectos que contribuyan a poner fin a esta lacra en diferentes países de la región. Por ejemplo, me llamó la atención la colaboración que se está llevando a cabo con MTV, una excelente forma de conectar con los jóvenes, y en la que propuesta más creativa será protagonista de un video en MTVLA. También se han llevado a cabo acciones en países como Ecuador o Cuba, donde ya ha empezado a dar sus frutos.

A través de esta iniciativa, se quiere hacer ver que los auténticos “héroes” no son los que pegan, maltratan o discuten, sino los que escuchan, respetan y dialogan. ¡Estupendo enfoque! Desde que lo descubrí, no he dejado de seguir y apoyar esta iniciativa en Facebook  y Twitter 

Lo que más me gustó es que se toma como referencia una atribución de la masculinidad, “la valentía”, para vincularla a valores que implican no ser violento y generar acciones positivas. Incorpora a los hombres jóvenes como parte de la solución, no sólo del problema.  Y es que ser valiente no es ser violento. Ser valiente es lograr cambiar ese estereotipo y son ellos quiénes pueden lograr sembrar la semilla para un futuro sin violencia contra las mujeres y las niñas.

 

 

 

Júlia Serramitjana es periodista y trabaja en Intermón Oxfam