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La desigualdad sanitaria como violencia

Por Soledad Muruaga 

Más allá de la genética, las mujeres sufrimos determinadas enfermedades simplemente por el hecho de serlo. En los últimos años, tanto desde la Organización Mundial de la Salud (OMS), como a través de las investigaciones y estudios publicados por el Observatorio de Salud de las Mujeres (OSM) de nuestro país, se evidencian muchas de las diferencias y desigualdades en todos los aspectos relacionados con la salud de los unos y otras.

Pero a pesar de los datos, la mayoría de los profesionales de la salud no tratan a las mujeres y su salud con perspectiva de género. Vivimos en un modelo que, por ejemplo, no cuestiona la desigualdad que arrastran las mujeres por la carga extra de trabajo doméstico y cuidados que realizan. Y ese desequilibrio pasa factura en cuanto a fibromialgias, migrañas o anorexias nerviosas. Es una evidencia, el 90% de las enfermedades físicas que se dan entre las mujeres están relacionadas por no entender las cuestiones de género. 

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Depresión de género

 

Por Nuria Coronado

Los datos lo dicen bien claro. Las mujeres sufrimos más depresión que los hombres. Tanto, que la que será la primera causa de discapacidad en el mundo para el año 2030, nos afecta en España el doble que a ellos. Más concretamente con un episodio de depresión grave a lo largo de la vida del 16,5% frente al 8,9% de los hombres.

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Las mujeres sufren de depresión mucho más a menudo que los hombres. Especialmente por causas exógenas. Imagen de Pixabay

Cifras que plantean una nueva perspectiva de este trastorno mental frecuente que según voces expertas como la asociación Mujeres para la Salud  ha de tratarse más allá de los factores hormonales que controlan las emociones y el estado de ánimo y de la prescripción médica. ‘Los tratamientos del modelo médico convencional no se cuestionan las verdaderas causas de sus malestares que no son otras que la falta de equidad, tanto en la distribución del trabajo productivo como en el reproductivo y en el tiempo de ocio y descanso. Tampoco se tienen en cuenta que ellas son las cuidadoras principales, lo que les produce una gran sobrecarga física y emocional y, por lo tanto, un impacto negativo en su salud. El cumplimiento del rol femenino asignado supone que tengan deseos insatisfechos por la falta de dedicación a proyectos de vida personales; escasa independencia y autonomía personal’, explica Beatriz Velardiez, responsable de comunicación de la asociación. ‘Recetar ansiolíticos o antidepresivos para hacerles creer que todo se solucionara y así readaptarlas por obligación y resignación a sus realidades familiares no es la solución’, añade.

Se trata por tanto de aplicar una terapia alternativa con un enfoque bio-psico-social de género, centrada en el peso fundamental de los factores de desigualdad de género tanto en el diagnóstico como en el tratamiento. ‘Las depresiones exógenas —aquellas que tienen su causa en el exterior, en las circunstancias— afectan de modo muy desigual a uno y otro sexo: el 30% afecta a los hombres y el 70% a las mujeres. Este gran porcentaje de depresiones femeninas sin causas biológicas que lo expliquen, tiene por tanto su origen en la condición de un entorno que afecta específicamente a las mujeres. Y esta realidad nos lleva a la única respuesta plausible: que la socialización de género (o sexista) es la responsable que determina las relaciones de poder/sumisión entre ambos sexos, y sus consecuencias negativas en la salud mental de las mujeres. Es decir, todas estas mujeres padecen este tipo de depresión’, añade Velardiez.

¿Cómo identificarla? Según @saludymujeres sus síntomas son muy similares a los de cualquier depresión situacional. No así su origen:

  • En lo psíquico se muestra tristeza, apatía, desmotivación, falta de concentración, irritabilidad, pesimismo, culpabilidad, ansiedad, etc.
  • Las manifestaciones somáticas o físicas pueden ir desde el insomnio o exceso de sueño, problemas alimentarios por exceso o por defecto, disfunciones sexuales, dolores y otras molestias diversas.
  • Sufrimientos y malestares característicos, tales como malestar difuso e irritabilidad crónica, incapacidad para pensar y actuar de forma lúcida y eficaz, descontento permanente de la relación de pareja, retroceso o paralización del desarrollo personal, limitación de la libertad y autonomía, desmoralización, inseguridad y falta de autocredibilidad, actitud defensiva o de queja constante e ineficaz (victimismo), deterioro, a veces muy acusado, de la autoestima.

Además hay cuatro situaciones vitales correspondientes a etapas generacionales más o menos concretas en las que se sufre este tipo de depresión.

  1. El momento iniciático del paso a la vida adulta. Entre los 18 y 35 años que están iniciando o desarrollando su etapa de autonomía profesional y vital. “Algunos de los conflictos de esta etapa están relacionados con romper el cordón con la familia de origen sintiéndose seguras de sí mismas, priorizar su carrera profesional, establecer relaciones con los demás desde la asertividad, reconocer su identidad sexual, relativizar las relaciones afectivas o plantearse su maternidad”, subraya Velardiez.
  2. Convivencia en pareja y en el ejercicio de la maternidad. Son mujeres de mediana edad en pareja y con hijas/os dependientes para quienes el cómo escuchar y atender las necesidades personales y construir un espacio personal es el reto de este momento.
  3. El final del ejercicio del rol de madre, la independencia de las hijas e hijos y vuelta a la relación de pareja sin ellos/as. Afecta a mujeres mayores en pareja y con hijas/os independientes.
  4. Mujeres maduras de más de 40 años que no tiene pareja y/o hijas/os ya que se han centrado en su desarrollo profesional. “Son independientes pero ven que se acaba la posibilidad de ser madres y se sienten mal porque creen que han desatendido el mandato de género por excelencia: tener un hombre a su lado y formar una familia”, describe Velardiez.

Visto lo visto, si en esos momentos vitales no se tienen las herramientas necesarias para superar en positivo cada una de ellos, la depresión de género llamará a la puerta de casa y querrá quedarse como invitada vip. ¿Qué tal si ponemos los medios para dar la espalda a visita tan poco deseada y dañina?

NuriaCoronadoNuria Coronado es periodista, editora en www.lideditorial.com  y responsable de Comunicación de Juan Merodio

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La profunda tristeza arraigada

Por Yolanda Pallín Yolanda_Pallin

Laura es una esposa y madre frustrada, además de una mujer enferma. Busca desesperadamente un hijo que nunca llega como un remedio milagroso a sus problemas de incomunicación con Carlos, su marido, un hombre de negocios muy inseguro y obsesionado con su trabajo. Su frustración y sentido de la culpabilidad sumergen a Laura en un viaje diario de búsqueda y liberación. Laura sueña, y en sus sueños conoce a dos enigmáticos personajes: un Hombre, que noche tras noche la tortura, y una Mujer que parece representar todo aquello que ella no puede ser… O no se atreve a ser. Aquejada de insomnio y fuertes jaquecas, Laura empieza a comprender la necesidad de aprovechar bien su tiempo. A medida que sus visiones cobran fuerza, se verá obligada a tomar una decisión: continuar con su  matrimonio hasta el final o librarse de todas sus ataduras. Son Los restos de la noche, o la profunda tristeza arraigada.

Imagen de la obra 'Los restos de la noche', de Yolanda Pallín, puesta en escena por la compañía Skaena 5. Fotografía: Sue Ponce Gómez.

Los personajes del Hombre y la Mujer en las pesadillas de Laura. Imagen de la obra ‘Los restos de la noche’, por Skaena 5. Fotografías de la obra: Sue Ponce Gómez.

‘¿No podéis dar medicina a un ánimo enfermo, arrancar de la memoria una tristeza arraigada, borrar las turbaciones escritas en el cerebro y, con algún dulce antídoto de olvido, despejar el pecho atascado con esa materia peligrosa que abruma el corazón?’ Macbeth. Shakespeare.

En las tragedias modernas, los personajes padecen por sus pecados. Perdieron el sueño por hacer esto o aquello. Asesinaron el sueño mediante sus propias acciones. Es un alivio saber que los que la hacen la pagan, ¿no? En las clásicas, el origen del mal, de la culpa, proviene de lo ancestral y no parece poder ser combatido con los escasos recursos de lo humano. ¿Tenían razón , pues, los autores antiguos? Podemos llegar a pensar que sí, que no todos fuimos modelados con la misma arcilla. O que la semilla del dolor está enterrada en lo más profundo, tan abajo, tan dentro, que acceder a ella provoca el desgarramiento de la carne. Y, por fin, la muerte por mano propia; de forma consciente o inconsciente. No sabemos si fue antes la gallina o el huevo; si se nace o se hace. ¿Quién puede saberlo? ¿De verdad alguien lo sabe? ¿Alguien es tan sabio? El mundo contemporáneo tiende a no determinar sus causas porque se resiste a someter el misterio del mal. Hemos escuchado demasiadas teorías y ninguna resuelve el eterno problema. La familia, el peso de lo social, la educación recibida… Luchamos con nuestras escasas fuerzas -qué decir de la política hoy- siempre insuficientes. Tal vez nunca podamos abolir el dolor, sólo paliar los daños; tal vez sólo podamos acompañar al que sufre y ofrecerle las mejores atenciones. Y por eso sí: política, siempre. Hay mucho por hacer frente al eres tonta, eres fea, eres mala. Tú tienes la culpa. Reacciona o muérete.

Pero la enfermedad, y ‘el que lo probó lo sabe’, se protege a sí misma de forma implacable, como un tirano inseguro de su propio poder. Hay males que no quieren ser curados, fantasmas que luchan con uñas y dientes para no ser desalojados del cerebro. La protagonista de Los restos de la noche no es Laura. Lo dice el título. La acción está de parte de esos resquicios de lo oscuro, auténticos ocupas de la voluntad, invisibles porque nadie quiere mencionarlos, porque dan demasiada vergüenza. El enfermo, el dañado, oculta en los pliegues de la conciencia su profundo malestar. Cuando nadie quiere escuchar, su única aliada fiable pasa a ser la propia enfermedad: abandonada de todos, a ti me entrego. Laura inventa, sueña, espacios alternativos, lugares del placer culpable y, en el mejor de los casos, playas a las que huir. Como dice Sally Bowles, nadie quiere a los perdedores y por eso nadie me quiere a mí. Los personajes heridos pueden expresarlo en público con la condición de que lo hagan cantando. La forma, la disociación de acciones, el ritmo, el lenguaje teatral… son nuestra entonación.

Según Bentley ‘cuando un hombre desesperado comienza a cantar, quiere decir que ya ha trascendido la desesperación. Su canto constituye la trascendencia’. Trascendencia es aceptación del misterio. No es grave, ni elevada, ni cosa de otros tiempos: está aquí y ahora, entre nosotros, nos ha acompañado siempre. Su evidencia no nos exime de la acción, pero nos recuerda que no estamos por encima de la naturaleza. Aunque lleguemos a creerlo.

 

Yolanda Pallín (Madrid, 1965) es dramaturga. Con la obra Los restos de la noche recibió el Premio María Teresa León para autoras dramáticas en 1995. El estreno de la obra, a cargo de Skaena 5, tendrá lugar en la Sala Bululú los días 16 y 17 de mayo (20.30 horas); y el 18 de mayo (19.30 horas), dentro de la muestra de creación escénica Surge Madrid.