Por Flor de Torres
Me van a permitir, para estas reflexiones, partir de cifras oficiales de la Fiscalía General del Estado, publicadas en su Memoria de 2013. Mi intención es recoger datos objetivos para romper el falso mito de las denuncias falsas en las mujeres víctimas de violencia de género. Esta es la situación:
Gráfico comparativo de volumen de denuncias por violencia de género, cifras y porcentaje de casos de denuncias falsas. Fuente: Fiscalía General del Estado, memoria oficial 2013. Infografía de Anasara Lafuente.
Sobre estos números se asientan una a una historias y casos concretos que han obtenido sentencias: condenatorias en un 67% y absolutorias en un 33%. De las condenatorias, fueron reconocidas con conformidad del maltratador en un 43% de los casos y sin conformidad en un 57%.
Dentro de ese universo del 67% de denuncias que han obtenido condenas están las victimas protegidas, amparadas e impulsadas por el sistema judicial que les devuelve las riendas de sus vidas. Mujeres que han accedido a denunciar su historia, que han atravesado por el sistema amparadas por los servicios sociales, por la familia, por la Policía, por asociaciones, por los servicios sanitarios. Instituciones todas ellas que les han ofrecido su profesionalidad y empatía para ese fin.
Historias de futuros prometedores como el de Violeta y de dependencias emocionales como la de Sara (sus nombres han sido cambiados para salvaguardar su intimidad). Vidas que nos ponen en alerta y avisan del peligro que esconden esos números que nos enseñan a sus auténticas protagonistas.
Tomar las riendas. Ilustración de Anasara Lafuente.
Sara estaba destrozada. Su compañero había intentado arrebatarle su vida, junto a la de sus tres hijos menores y estaba preso. Apenas mayor de edad, Sara vivía una muy arraigada dependencia afectiva y emocional. Su jornada diaria transcurría visitando todas las instancias del Palacio de Justicia para conseguir la libertad de su maltratador, haciéndose responsable de la situación, autoinculpándose de lo ocurrido. Lo pedía por sus hijos. Nunca colaboró. Negó los hechos con rotundidad, ocultó las pruebas que evidenciaban su situación, nos decía que nada era como ella misma había denunciado. Fue esa persistencia y esa dependencia emocional la que finalmente la llevaron a creerse esa verdad fabricada en su mente para perdonarlo nuevamente. Días después recibimos una nueva denuncia, por otra nueva agresión, y después ha vuelto a desmentirla. Saray no encuentra un asidero para liberarse de su dependencia emocional, y no logra tomar las riendas de su vida.
Violeta vino de América Latina, trajo a su maltratador como única compañía. Desde esta orilla todo cambió, eran constantes las palizas, los actos de arrepentimiento y las promesas de que no volvería a pasar. Se condenaba a la única forma de sobrevivir: atada a él. Pero su valentía y sus valiosos apoyos la condujeron finalmente a denunciarle. No tenía papeles y se arriesgaba al segundo fracaso: ser expulsada. Finalmente Violeta obtuvo una Orden de Protección, un proceso, y la condena que la ha desatado de él. Su maltratador fue condenado y expulsado a su país. Ella suele visitarme con su sonrisa tímida y su sencillez, y hace que sienta que vuelve a ser feliz tras recobrar las riendas de su vida.
A veces cuesta comprender las historias que alimentan los números, pero estas historias son reales. Tal vez sería mejor no tratar de explicarlas, sino simplemente comprenderlas y, como personas e instituciones, estar en ese lado donde están las víctimas, cuando logran ser conscientes de su situación e intentan salir de ella.
Es al final una única decisión: la de tomar las riendas de su propia vida, la que les llevará a salir o no de la violencia, a seguir la ruta de Violeta o la de Sara.
Pues como dijo Enma Goldman: ‘la verdadera emancipación no comienza en las urnas ni en los tribunales, empieza en el alma de la mujer‘.
Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de violencia contra la mujer y contra la discriminación por identidad sexual y de género.