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Lo que sí cambia: mujeres campesinas al frente

Por Carolina ThiedeCarol 2013-1

Mientras marchaba por el centro de Asunción (Paraguay), junto a una multitud variopinta de sindicalistas, hombres y mujeres del campo, estudiantes e indígenas, vi subir a la tarima central a Cynthia González, joven lideresa campesina de 23 años. Ella iba a pronunciar uno de los discursos centrales de la protesta contra el Gobierno de Horacio Cartes, convocada al cumplirse un año de su gestión.

Quienes luchamos por la igualdad de género en Paraguay y en tantos otros lugares sabemos que el trabajo necesita ser radical, pero también cotidiano y persistente, básicamente porque los avances son lentos. Por eso es bueno reconocer y festejar lo que sí cambia. Eso pensé emocionada cuando escuché a Cynthia, esa chica tan joven, hablarle con toda su fuerza a las miles de personas movilizadas.

La lideresa campesina, Cynthia González, durante la manifestación del 15 de agosto de 2014 en Paraguay contra las políticas del Gobierno de Horacio Cartes. (c) Luis Vera

Cynthia González durante la manifestación del 15 de agosto de 2014 en Paraguay contra las políticas del Gobierno de Horacio Cartes. (c) Luis Vera

Desde su tarima, Cynthia exigió tierra y trabajo para el campo, denunció las fumigaciones con agroquímicos que envenenan comunidades enteras y la violencia estatal que permite el asesinato impune de campesinos, cuyo máximo ejemplo es el conocido caso Curuguaty. Su rostro decidido me reflejó el de tantas otras jóvenes campesinas, que pelean por un futuro que no las obligue a huir de sus tierras. Cynthia habló en nombre de la CONAMURI, organización de mujeres campesinas e indígenas que lleva 15 años de trayectoria rupturista en un espacio donde los dirigentes suelen ser hombres.

Paraguay es un país marcado por una historia de desigualdad en la tenencia de tierra, fruto de las «tierras malhabidas» apropiadas irregularmente durante la dictadura militar y el avance desmedido del agronegocio, que actualmente expulsa a familias y jóvenes del campo a los cinturones de pobreza de las principales ciudades. Por eso la lucha campesina organizada es el puntal de resistencia antisistema que nos da esperanza.

La visibilidad de sus líderes mujeres no se queda en lo simbólico. La Federación Nacional Campesina, una de las organizaciones rurales mixtas más poderosas del país, está liderada hoy por una mujer, como consecuencia de la promoción de liderazgos femeninos y la generación de políticas de género al interior de este y otros espacios organizativos. Muy diferente a lo que pasa en los partidos políticos, progresistas o conservadores, y en los cargos electivos: sólo 16,8% de parlamentarias en Paraguay.

Creo que el cambio real llega desde abajo, desde la gente que trabaja por ese otro mundo posible. Por eso tantos campesinos organizados en Paraguay entienden, no sin dificultades, que la defensa de la tierra y su derecho a cultivarla pasa también por la igualdad para las mujeres, esas «avanzadoras» que transforman el mundo.

 

Carolina Thiede es responsable de Comunicación de Oxfam en Paraguay. Feminista porque cree que lo personal es siempre político. Pregunta todo el tiempo «¿ya firmaste por Curuguaty?«

La campesina y el presidente

Por Susana ArroyoSusana Arroyo

Dolores nos recibió con su bebé de poco más de un año, sentada en el patio de una casa de madera que alguien del pueblo tuvo a bien prestarle. Esa vivienda perdida entre potreros, de tablones viejos, ajena y sin ventanas, es su hogar, pero también su cárcel. Como a muchos hombres y mujeres rurales de Paraguay, a Dolores la lucha por la tierra le costó su libertad.

Tiene dos hijos y vive en prisión domiciliaria con Luis, su compañero. Les acusan de participar en un enfrentamiento en Marinakue, las tierras del Estado en las que se habían instalado y que según las leyes paraguayas debe ser para las familias campesinas sin tierra. “Queríamos construir nuestra casa, trabajar la tierra. Pero salió mal. Nos dijeron que nos iban a dar ya la tierra, pero no fue así”.

 

Dolores Peralta en la casa donde permanece en arresto domiciliario en el municipio de Curuguaty (Paraguay) (c) L. Hurtado / Oxfam Intermón

Dolores Peralta en la casa donde permanece en arresto domiciliario en el municipio de Curuguaty (Paraguay) (c) Laura Hurtado / Oxfam Intermón

Nuestra conversación con ella estuvo marcada por una mezcla de esperanza y abatimiento. Y por sus lágrimas contenidas, por su mirada perdida -o encontrada- en los ojos de su pequeño. Parecía estarle prometiendo el futuro que a ella y a Luis se les escurre entre los dedos.

Y es que Dolores bien podría llamarse Fortalezas. Esa mañana nos habló de sus miedos, sus sueños y sus pesadillas. Lloró, sonrió y hasta llegó a ilusionarse: “Sí, hagamos esa campaña mundial para exigir nuestra tierra, así sentiré que no estamos solos”.

Pero de todas las preguntas que le hicimos, sólo una le cambió realmente el semblante. Se sentó derecha, elevó el tono, habló con una firmeza tajante, con coraje.

¿Qué le dirías al presidente Horacio Cartes si lo tuvieras delante?

– He imaginado muchas veces ese momento y si le encuentro le voy a decir muchas cosas. Que somos trabajadoras, que fuimos a esa tierra para trabajarla, para tener cosas que vender, un ingreso para ayudar a nuestros hijos. No somos haraganes. Trabajamos siempre para comer. Al presidente le pedimos que venga a ver cómo vivimos acá, a ver cómo estamos luchando. Queremos que venga, hablar con el que manda.

No podíamos lanzar la campaña Jóvenes sin Tierra = Tierra sin futuro sin contar la historia de Dolores. Y el presidente paraguayo no debería gobernar sin escucharla y garantizar, de una vez por todas, sus derechos.

Pero Cartes sigue en silencio. ¿Qué pasará por su cabeza? ¿Qué le diría él a Dolores si la tuviera delante? ¿Cómo sería esa conversación entre la campesina y el presidente?

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Quiere que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.

 

Ramona: 20 años y un desalojo

Por Susana Arroyo Susana Arroyo

A sus 20 años, Ramona González conoce el amor, la resistencia y la muerte.

Nació en una familia campesina paraguaya, pero la falta de tierra y oportunidades la hicieron marcharse a la ciudad. Trabajó varios años como empleada doméstica, tuvo un niño, se enamoró y regresó a su comunidad para reclamar su derecho más básico: una vida digna.

Ramona con otros jóvenes paraguayos. Imagen: Susana Arroyo / Oxfam Intermón

Ramona con otros jóvenes paraguayos. Imagen: Susana Arroyo / Oxfam Intermón

La mañana del 15 de junio de 2012 madrugó, como cada día, para ir a limpiar el campo. Junto a su compañero y otras decenas de familias jóvenes preparaban el terreno donde sembrarían su futuro.  De repente helicópteros, hombres armados, un tiroteo; gente corriendo, gritando, muriendo.  Tomó a su niño en brazos y salió corriendo hacia el bosque.

Alguien había dado la orden de desalojar la finca pública  Marinakue, esa donde Ramona y su gente estaban trabajando.  Murieron seis policías intervinientes y once labriegos.  En un país donde cientos de personas campesinas han sido ejecutadas en los últimos 25 años, más que un desalojo, aquello parecía un exterminio.  Una semana más tarde, el parlamento paraguayo usó la masacre de Curuguaty para acabar el mandato del presidente de entonces, Fernando Lugo.

La historia esta joven, la de su comunidad y la del mismo Paraguay, habían cambiado para siempre.

Han pasado dos años desde entonces y una mezcla de dolor y determinación marca el gesto y las palabras de Ramona. ‘Vinimos por comida y por trabajo y terminamos con nuestros familiares muertos, perseguidos o encarcelados. No descansaremos hasta que el gobierno nos devuelva la tierra y la libertad. Quiero de vuelta a mi marido y a la vida que soñamos juntos’.

La primera vez que hablamos fue cuando preparábamos con ella y toda la comunidad la campaña “Jóvenes sin tierra = Tierra sin futuro”.  Su imagen era la de una mujer que no había tenido tiempo para ser joven, que había estado ocupada intentando sobrevivir.  La segunda vez sonreía, brillaba.  Era el día que hacíamos público nuestro proyecto. Estaba rodeada de jóvenes que, luego de conocer su historia, habían firmado la petición que lanzamos para que el presidente de Paraguay entregue la finca de Marinakue a Ramona y las familias y jóvenes de Curuguaty.

Las firmas de esas muchachas y muchachos –que tuvieron la suerte de nacer en otro Paraguay- tienen mucho poder.  Lograrán que el gobierno escuche y otorgue esas tierras públicas a quiénes llevan años reclamándolas, pero ya lograron, quizá, el más importante de los cambios: revivir en Ramona algo de la esperanza que la injusticia y la desigualdad de su país llevan años masacrando.

 

Susana Arroyo es comunicadora y trabaja en Oxfam Intermón