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República Dominicana: vencer el ‘huracán desigualdad’

Por Susana ArroyoSusana Arroyo

Los desastres no son naturales. Las lluvias y las tormentas sí, pero sus efectos sobre la vida de las personas pueden evitarse; o al menos reducirse, y mucho. Eso lo sabe bien Flor Deli Cabrera, productora de leche y dirigente de la Federación de Campesinos Independientes Mamá Tingó, que a sus 54 años presume de recordar cada uno de los huracanes que han azotado a su comunidad, Las Terreras, en la República Dominicana: “Los recuerdo todos desde que tengo uso de sentido. En el huracán David, en 1979, perdí las vacas; lo mismo me pasó con Olga y Noel en 2007”.

Flor Deli no habla con tristeza, sino con el temple de quienes llevan toda su vida volviendo a empezar, sacando fuerza de donde parece no haberla. “En 2012, el huracán Sandy nos dejó sin nada de la noche a la mañana, pero nos levantamos y luchamos por la comunidad, porque eso siempre vale la pena”, asegura. Ella habla también con la esperanza y el poder que nacen de su capacidad (y de la de su gente) de salir adelante.

Pero el más destructivo de todos los desastres que afectan a esta isla del Caribe es la desigualdad: el 42,2% de la población dominicana es pobre, aunque el crecimiento económico del país supera al de la región latinoamericana. ¿Por qué? Gracias al turismo, la minería y la exportación de azúcar, la economía ha crecido de manera sostenida durante las últimas décadas, pero también lo ha hecho la brecha social. Cada vez hay menos gente que tiene mucho y sigue habiendo mucha gente que tiene poco, debido a la escasa inversión pública, el debilitamiento del Estado y la ausencia de políticas económicas y fiscales que redistribuyan la riqueza. Ahí nace la verdadera tragedia.

Cuando es desigual el acceso a la salud y la educación, a la vivienda digna y a los recursos productivos es cuando miles de personas, como Flor Deli, quedan sobreexpuestas a huracanes, tsunamis y otras amenazas a las que se enfrenta el país. Esa injusticia, como los desastres, tampoco es natural.

Flor Deli Cabrera ya sabe cómo reducir el impacto de los huracanes que cada cierto tiempo la obligaban a volver a empezar (c) Fran Alonso / Oxfam Intermón

Flor Deli Cabrera ya sabe cómo reducir el impacto de los huracanes que cada cierto tiempo la obligaban a volver a empezar (c) Fran Alonso / Oxfam Intermón

Aumentar el poder de las personas

¿Cómo romper ese círculo desastre – recuperación – desastre otra vez? ¿Cómo evitar que la desigualdad nos gane la partida? Pues construyendo poder. Preparamos a las comunidades para que conozcan sus amenazas, incrementen sus capacidades y recursos para afrontarlas y exijan a las autoridades su derecho a recibir una atención de calidad antes, durante y después de las emergencias. A la vez, de la mano de organizaciones locales socias, solicitamos al Estado políticas públicas que reduzcan la pobreza y la desigualdad, que protejan los medios de vida de la población y que ayuden de forma rápida y eficaz a las personas más afectadas por los desastres.

La percepción del riesgo es absolutamente subjetiva. La gente que vive en las riberas de los ríos o en las laderas de las montañas propensas a los deslizamientos no suele pensar que su vida está en riesgo, por increíble que parezca. Tiene “naturalizada” la amenaza a la que está expuesta y, sobre todo, su vulnerabilidad ante ella. Cambiar ese chip puede tardar años.

Un logro importante es que, hoy, la gente es más consciente de las amenazas que la rodean y del efecto que tienen sobre sus vidas. Atrás quedaron expresiones como “los huracanes no pasan por aquí” o “las tormentas tropicales se producen cada 18 años”. Cada vez son más las personas que, como Millys Espinoza, exigen su derecho a una vida segura y se preparan para conseguirla.

Salvar vidas que salven vidas

Cada año, las tormentas, las depresiones tropicales y los ciclones amenazan a la República Dominicana desde el 1 de junio hasta el 30 de noviembre. Las lluvias, inundaciones y deslizamientos que llegan a su paso golpean con especial fuerza a la agricultura campesina, un sector castigado por las pérdidas, las deudas y el abandono estatal.

Estamos hartas de perder las cosechas todos los años, pero estos huertos comunitarios podrían solucionar de una vez por todas los problemas que tenemos después de cada inundación”, dice Millys Espinoza, que vive en El Peñón, en la provincia de Barahona. Como muchas mujeres productoras, ahora sabe que la construcción de huertos familiares en zonas no inundables facilita y mejora su alimentación y la de su comunidad. “Más de treinta años viviendo en el campo y no comía hortalizas. ¿Se imagina? ¡Ahora como vegetales todos los días!”, cuenta orgullosa. “Me como lo que siembro, y lo que sobra, lo vendo.” Con ese dinero, esta joven madre de tres niños paga deudas y ahorra para comprarse una casa, una que ningún huracán se pueda llevar.

Su historia es la de otras 35 mujeres afectadas por el desborde del río Yaque en El Peñón. La de casi cuatro millones de dominicanos que viven en la pobreza. La de 1.500 millones de personas que viven en lugares inseguros en todo el mundo. Millys y Flor Deli deben estar en el centro de todos los esfuerzos (estatales, privados y de la cooperación internacional) que tengan como objetivo el desarrollo real, sostenible y justo de la República Dominicana.

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Quiere que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.

La energía contagiosa de Ma’am Ditas tras el tifón de Filipinas

Por Laura Hurtadolaura

Mañana se cumplen 3 meses desde que el tifón Haiyán arrasara Filipinas y no puedo dejar de pensar en todas aquellas personas que, día tras día, se dejan la piel para poder recuperar la vida que tenían antes. Su labor es titánica. El país quedó completamente devastado, la gente se quedó sin casa, sin trabajo. Están empezando de cero.

En este contexto, el empuje de mujeres como Ma’am Ditas es imprescindible. El cooperante Livio Mercurio, que ha estado trabajando en Filipinas con Oxfam Intermón, me contó que cuando la conoció se quedó impresionado. “Me gustó su actitud, su energía”, comenta. Ma’am Ditas es una campesina de unos 50 años, casada y con dos hijos. Tiene una finca grande donde cría animales de granja y cultiva coco, arroz y otras frutas. Además es la líder de su «barangay» (o barrio) en el pueblo de Palo (vecina de Taclobán) y la presidenta de la cooperativa agrícola Kasaganahan (que en la lengua local significa “Hacerlo es fácil»). Ella representa a 350 campesinos y campesinas que, tras el paso del tifón, se han quedado sin su principal fuente de ingresos: la agricultura, y en especial, el coco, una próspera industria de la que vivían más de un millón de familias en las zonas afectadas por la catástrofe.

Distribución de aserraderos en una comunidad filipina tras el tifón Haiyán. Imagen: Livio Mercurio / Oxfam Intermón

Distribución de aserraderos en una comunidad filipina tras el tifón Haiyán. Imagen: Jane Beesley / Oxfam

Para ofrecer una nueva fuente de ingresos a este colectivo, Oxfam Intermón  está distribuyendo motosierras y aserraderos que permiten despejar los cocoteros caídos antes de que se pudran, y convertirlos en vigas de madera en un momento en el que hay mucha demanda para construir refugios temporales. La cooperativa presidida por Ma’am Ditas recibió esta maquinaria y al poco tiempo su presidenta ya había montado una empresa: “Ma’am Ditas fue la primera en ver el potencial. Rápidamente aglutinó a un equipo de trabajadores dispuestos a fabricar vigas de madera, al tiempo que buscaba clientes y negociaba la compra por adelantado de las mismas. De esta forma, pudo comprar los árboles caídos a los campesinos, que a su vez necesitaban limpiar sus tierras para volver a plantar”, explica Livio. Con el nuevo negocio todos y todas salían ganando. Y ella consiguió ponerlo en marcha con el apoyo colectivo. Con su energía y su esperanza consiguió arrastrar al resto.

Livio Mercurio cuenta que el día que entregaron la motosierra a la cooperativa Kasaganahan, Ma’am Ditas invitó a todo el equipo de Oxfam Intemón a comer. “Su casa tenía agujeros en el techo y había charcos de agua en el suelo, pero nos preparó en su horno de leña gallina con arroz, leche de coco y hojas de moringa. Estaba buenísimo y el arroz olía a perfume. Era la primera vez que comíamos caliente desde que habíamos llegado a Filipinas”, recuerda. “Desde entonces, y a pesar de que lo había perdido todo, siempre nos ofrecía algo”.

Gracias Ma’am Ditas.

 

Laura Hurtado es periodista y trabaja en Oxfam Intermón