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Avanzadoras: antes de que sea demasiado tarde

Por Belén de la Banda

Encuentro de Avanzadoras en octubre de 2013 en Madrid. Imagen de Ana Sara Lafuente/ Oxfam Intermón.

Cuando miro esta fotografía, es imposible para mí no sentir una intensa emoción. Yo estaba abajo, tomando la foto desde mi teléfono, con una mezcla de admiración, alegría y responsabilidad que vuelvo a sentir cada vez que veo estas imágenes. Era un encuentro de lideresas en el más amplio sentido de la palabra. Vinieron mujeres de Mauritania, Togo, Perú, México, Guatemala, y también personas comprometidas con diferentes causas en España (educación, vivienda, sanidad, vida rural…). Hablamos de cómo impulsar mejor nuestras causas, de cómo hacer más eficaz el trabajo, de cómo apoyarnos en la comunicación y en la movilización, de cómo trabajar mejor en red… Pero también de cómo cuidar y cuidarnos, de cómo impedir que lo urgente se lleve lo fundamental, de lo importante que es cuidar nuestra salud día a día para mantener la actividad que impulsa los cambios.

Deberíamos haber hecho al menos un libro, o un documental, con las ideas maravillosas y absolutamente factibles que iban saliendo en las conversaciones, en los grupos, y en los momentos de café. En Madrid, hay jornadas, congresos, simposios y conferencias todos los días. Pero esta no fue una más para ninguna de las personas que allí estuvimos.

Ahora me gustaría que os fijéis en el centro de la imagen. Vestida en colores claros, con el brazo levantado, está Mariam Nana, una lideresa rural de Burkina Faso que tuvo la idea genial de vaporizar el arroz para darle más calidad a la alimentación de su familia, y conseguir ingresos extra para las mujeres. A su lado, con camiseta morada y gafas, Juana Olivia Hernández sonríe. Vino desde México para contarnos la lucha de las comunidades de Chiapas, donde la desigualdad hace estragos en la vida de las mujeres, y donde ella, con una enorme visión estratégica, trabajaba para revertir sus consecuencias más graves.

Hace cinco años de esta foto, y en este tiempo las hemos perdido a las dos. No hay duda de que Mariam y Juana son dos  avanzadoras que cambiaron la vida de sus gentes, y en plena juventud, se fueron dejando un legado que ya nos gustaría a muchas poder tener cuando llegue nuestro momento. No deberíamos olvidarlas, ni olvidar lo que aprendimos de ellas: no sabemos si algún día tendremos mejores lecciones vitales.

En las últimas semanas, hemos perdido también a una magnífica Avanzadora, y gran colaboradora de este blog, Dori Fernández Hernando. Personalmente la extraño ya muchísimo: su absoluta sensatez, su enorme conocimiento, su sentido del humor son recuerdos impagables. Pero sobre todo su compromiso con la igualdad, con los derechos de las mujeres, aunque fuera duro e incómodo, aunque hubiera que soportar absolutos disparates en los comentarios de sus entradas, aunque hubiera que dar la cara para que nos la partan. Te debo un abrazo grande, allí donde estés, Dori. Y desde aquí se lo envío a tu familia, y a tus compañeras de lucha en la PPiiNA, con quienes seguiremos de la mano.

No me gustaría acabar con tristeza. Me gustaría acabar diciendo que a las personas valiosas, y especialmente a las mujeres tantas veces invisibilizadas, hay que agradecerles sus aportaciones cuanto antes. Hay que reconocer ya, sobre la marcha, los esfuerzos, las propuestas, los trabajos, las ideas geniales y las disparatadas que llevan a otras geniales, los hallazgos, las derrotas. Porque una vida mejor para las mujeres, y para todos, se va haciendo gracias a Avanzadoras como Mariam, como Olivia, como Dori. Y como otras en las que seguramente estás pensando en este momento.

Quedan pocos días para que se cierre el plazo del Concurso Avanzadoras.  Un concurso de propuestas abiertas, en el que cualquier persona puede aportar su criterio para reconocer las aportaciones valiosas de las mujeres a la sociedad. Es muy fácil presentar vuestras candidaturas, o las de otras mujeres que sabéis que lo merecen. Os invito a hacerlo. Porque igual que en los últimos años hemos reconocido a Sagrario Mateo, Mabel Lozano, Mariú d’Errico o Ana López Navajas, quizá este año podamos rendir homenaje, de la mano de Oxfam Intermón y 20minutos, a esa persona que tú sabes que merece un premio. Y luego, dile que la has presentado, que su causa te importa, ofrécele apoyo, y trata de que logre muchos otros éxitos. Que serán para todos.

Comencemos a generar una sana costumbre de decir que lo que está bien, está bien y merece la pena. Antes de que sea demasiado tarde.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón. Comprometida con el Proyecto Avanzadoras.

En el Día de África: una mirada a las mujeres

Por Beatriz Novales

Antes de ir por primera vez a Burkina ya me habían hablado de Sankara, uno de los grandes revolucionarios africanos: un adelantado a su época. En apenas cuatro años, entre 1984 y 87, dio un cambio radical al rumbo del país, antes de ser asesinado. Indagando sobre su vida y su acción política, descubrí que Thomas Sankara era, además, feminista:

‘Si perdemos la lucha por la liberación de la mujer habremos perdido el derecho a una transformación positiva de la sociedad’

La cita aparece en el libro ‘El África de Thomas Sankara‘ de Carlo Batà. Y a pesar de todas las dificultades, la situación de la mujer en Burkina ha tenido una evolución positiva desde entonces, especialmente en cuanto al acceso de las niñas y las mujeres a la educación -en especial en medio urbano- y a la representación política de las mujeres.

Fati Marmoussa es una joven agricultora de la región de Tafgo, Burkina Faso. Ha participado en actividades de formación para mejorar la nutrición y salud de su familia. Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Las mujeres son las grandes protagonistas de los proyectos productivos que Oxfam lleva a cabo en Burkina. Mujeres emprendedoras siempre dispuestas a la innovación y a organizarse de forma colaborativa para que sus iniciativas sean más rentables y al mismo tiempo generen mecanismos de solidaridad entre ellas.

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Las tres vidas de Fati Marmoussa

Por Yasmina Bona

Fati sonreía cuando la conocí y cuando me despedí de ella. Sentadas bajo un cobertizo de paja en el patio de su casa, me explicaba cómo es su día a día en esta zona rural del centro de Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo. Ella es agricultora, mujer y madre. Reúne tres características que la convierten en un perfil muy vulnerable ante los efectos que el cambio climático está provocando en su país. Sequías e inundaciones extremas ponen en peligro la supervivencia de sus habitantes, y las mujeres, especialmente, están en la cuerda floja.

Como el 80% de la población de Burkina Faso, Fati es agricultora y se alimenta gracias a lo que consigue hacer crecer en sus campos. Su vida acumula muchas horas de trabajo cultivando. No fue a la escuela, lo aprendió todo de sus padres, y ahora es ella quien mañana y tarde trabaja en el campo junto a su marido para asegurar que sus tres hijos tengan algo para comer.

Pero en los últimos años, la cesta de Fati está más vacía. El clima ha cambiado, llueve menos y cuando lo hace, la lluvia es tan violenta que provoca inundaciones. Sus cosechas de sorgo y maíz apenas sobreviven a los antojos de un clima cada vez más extremo e impredecible. Las sequías se eternizan y los alimentos escasean. Y entonces, llega el hambre: ‘Vendemos nuestros animales para pagar los cereales, pero aún así tener comida sigue siendo un problema´ comenta Fati sin perder la sonrisa, como tratando de evitar la desesperación: ‘Hubo un momento en el que ya no llegaba a alimentar a mis hijos. No tenía nada más’.

Fati Marmoussa, en su campo de sorgo, en el centro de Burkina Faso. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Fati Marmoussa, en su campo de sorgo, en el centro de Burkina Faso. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

En los países más vulnerables a los efectos del cambio climático, las mujeres son las que más padecen sus consecuencias por varias razones relacionadas con su papel en la sociedad. Cuando falta la comida porque la cosecha ha sido mala debido a la sequía o las inundaciones, son las mujeres las que reducen la ingesta de alimentos, con los consiguientes efectos: cansancio y problemas en su salud y en la de sus bebés.
Con 26 años, Fati ya tiene tres hijos, y con ellos tiene que caminar largas horas para acudir al médico cuando enferman. Aunque desde hace un tiempo percibe que las enfermedades se han reducido en su comunidad. La instalación de un pozo de agua potable en Tafgo, donde vive, ha sustituido al estanque en el que antes las mujeres se aprovisionaban de agua sucia que usaban para beber y cocinar. ‘Hubo un cambio positivo en nuestras vidas porque antes bebíamos y cocinábamos con agua del estanque, y teníamos muchas enfermedades’.

Fati recuerda la instalación del pozo como un día de celebraciones entre las mujeres de su pueblo. Ir a buscar agua es una tarea tradicionalmente encomendada a mujeres y niñas, por lo que tener agua cerca, permite a las mujeres ahorrar tiempo que pueden dedicar a otras actividades productivas y a las niñas, poder ir a la escuela.

La malnutrición infantil es uno de los frentes de batalla del país que en los últimos años el cambio climático no ha hecho más que agravar. En la zona del Sahel, castigada con crisis alimentarias recurrentes, unos 5,9 millones de menores de cinco años sufren de malnutrición aguda
Fati participa en talleres para prevenir la malnutrición de sus hijos. La comunidad de Tougouri, donde vive, forma parte de un proyecto desarrollado por la organización local ATAD y Oxfam Intermón para fortalecer la capacidad de adaptación de las personas de las zonas rurales más pobres del país ante unas condiciones climáticas extremas. En las formaciones, madres como ella aprenden a sacar mayor provecho de los alimentos que cocinan para suministrar los nutrientes necesarios a sus hijos en función de la edad, y conocen mejor las normas de higiene que pueden seguir para evitar enfermedades. ‘He cambiado de hábitos respecto a la alimentación de mi familia. Cubro los platos que tienen comida y no los dejo en cualquier sitio. Con las formaciones, tenemos salud’, comenta Fati, que comienza a ser dueña de su propio desarrollo.
Agricultora, mujer y madre africana, Fati tiene todas las papeletas para sufrir mucho ante los efectos del cambio climático. Junto con millones de personas más que viven en el lado más vulnerable del planeta, necesita que nos movilicemos para exigir compromiso. Vidas como la de Fati deberían estar sobre la mesa en la cumbre de Cambio Climático de Marrakech, para que quienes más contaminan se hagan cargo de su responsabilidad. El cambio climático es un fenómeno más de desigualdad: afecta más a quienes tienen menos. Pero podemos pararlo.

Yasmina Bona es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón. Ha viajado a Burkina Faso para conocer directamente cómo sufren las comunidades campesinas del centro del país las consecuencias del cambio climático.

¿Para qué sirve un premio?

Por Belén de la Band@bdelabanda

Creo que es mal día para este título, en la resaca de los Oscar y mientras todo el mundo comenta los modelitos de la alfombra roja y lo que pasó por fin con Leonardo. La cosa no va de eso, aunque podría formar parte de la reflexión. Desde hace un par de años, gracias a mi trabajo, estoy descubriendo por la vía de los hechos lo importantísimo que es el reconocimiento.

Mariam nana tierra

Mariam Nana mostrando la tierra en sus manos, durante el encuentro de mujeres en Madrid en 2013. Imagen: Laura Martínez Valero / Oxfam Intermón

Lo que no se encomia no existe, podríamos decir. Y especialmente en el caso de las mujeres, cuyos logros se minimizan con preocupante frecuencia, y a las que que se les adjudican de forma sistemática determinadas tareas, propias de ‘la mano invisible’, a las que no se da valor ni reconocimiento alguno, nunca.

Tengo la oportunidad de estar en contacto con muchas mujeres de distintos lugares del mundo cuyas actividades merece la pena conocer y difundir. Y creo que para ellas, como para cualquier persona comprometida en una causa, la mera posibilidad de que sus luchas se conozcan fuera de sus países es una forma de avanzar en sus logros.

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Qué rico mango

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Cuesta bastante llegar a Bérégadougou, un pueblo campesino al noroeste de Burkina Faso, no muy lejos de Bobó Dioulasso, la segunda ciudad más importante del país. Pero cuando llegas, no puedes evitar caer en una inmensa admiración por esas 600 mujeres que desde hace unos años han encontrado un salario y una nueva vida gracias a los mangos.

Imagen de Omar Traoré / Oxfam Intermón

Varias mujeres lavan los mangos al inicio del proceso. imagen de Omar Traoré / Oxfam Intermón

De este pueblo, los jóvenes solían emigrar hacia varias plantaciones de caña para buscar trabajo. Así, sólo los muchachos jóvenes y fuertes lograban un ingreso mínimo a costa de su propia salud, ya que el trabajo y las condiciones en que se hace son muy duros. En el pueblo sólo quedaban los mayores y las mujeres, y las tierras iban quedando abandonadas. Un caso especial eran los mangos: los árboles producían bien, pero la época de la cosecha es la que es, todos los mangos se producían a la vez, y el exceso de oferta hacía caer el precio en el mercado.

Desde hace unos años, los jóvenes de este pueblo formaron la asociación Wouol, les pidieron a sus padres que les dejaran organizar las tierras, y con ayuda de Oxfam Intermón las mujeres empezaron a crear pequeñas plantas de secado de mangos. Las piezas de mango seco se conservan, se pueden exportar, y dan trabajo digno a cientos de mujeres.

Tuve ocasión de estar con ellas en 2005, y probar esos deliciosos mangos secos, que mantienen su sabor a fruta aunque parezcan patatas fritas bien doradas. Pero lo que más me sorprendió fue ver cómo las mujeres han organizado su trabajo de forma que todas las edades y situaciones están incorporadas. Por ejemplo, las mujeres ancianas utilizan su autoridad para obligar a cumplir de forma estricta las medidas de higiene necesarias para manipular alimentos.

El mango es un símbolo, pero alrededor de él, las tierras son bien cuidadas, los ríos protegidos para evitar la contaminación y un grupo de danza y teatro recorre las aldeas mostrando cómo es posible cuidar y proteger la tierra que cada día nos da de comer. Burkina Faso no tiene mar, es uno de los países más pobres del planeta, y el desierto del Sahel avanza hacia el norte por su territorio, llevándose por delante cosechas, cabezas de ganado y vidas de niñas y niños que no tienen suficiente alimento. Por eso Wouol es una auténtica isla verde en su país, una isla de mujeres sonrientes bajo el símbolo de un árbol de mango.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

 

El mango que cambia vidas

Por Patricia Polite Patricia Polite

Tuve la suerte de viajar durante una semana a Burkina Faso con Oxfam Intermón hace un par de meses para visitar y conocer de primera mano los proyectos que desarrollan en el país. Además, se trataba de mi primera visita a África, por lo que viajaba con especial interés por descubrir desde un país, un nuevo continente, que en algunos casos puede significar un nuevo mundo.

Visitamos varias cooperativas en la región cercana a Bobo Dioulasso, la segunda ciudad más importante del país. Una de ellas fue la asociación de secadoras de mango de Beredougou. Allí nos explicaron cómo gracias a la idea del secado de las frutas, consiguieron comenzar a desarrollar la economía local. Anteriormente, en la época de recolección sólo vendían el mango en los mercados de las poblaciones cercanas. Así, mucha parte de la producción se acababa pudriendo y echando a perder. Ahora, sin embargo, cortan el mango y lo secan, para posteriormente envasarlo y poder exportarlo a países, principalmente de Europa.

El hecho de haber conseguido crear una industria próspera, internacionalizada y sostenible, es una gran noticia. Pero todavía lo es más saber que, gracias al trabajo incansable de las mujeres que tuvimos la suerte de conocer, este cambio no es sólo económico.

Patricia Polite durante su visita a Burkina Faso en octubre de 2013

Patricia Polite durante su visita a Burkina Faso en octubre de 2013

Las mujeres que forman parte de la cooperativa no consiguen únicamente aportar un salario extra a sus familias. En todos los casos sin excepción, el dinero que reciben estas mujeres se invierte directamente en la sanidad y la educación de sus hijos. En Burkina Faso, ambas son públicas pero no absolutamente gratuitas, por lo que existen muchas familias que no tienen ni siquiera el dinero necesario para una visita médica o para comprar un cuaderno y un bolígrafo para la escuela. Es decir, un sueldo extra en las familias significar invertir, directamente y sin vuelta atrás, en el futuro del país. Sin vuelta atrás porque una vez que una generación está escolarizada, no hay vuelta atrás en el desarrollo.

Pero aquí no se acaba, sino que viene a mi modo de ver la parte más bonita o, al menos, laque a mí más me llegó de la historia. La actual vicepresidenta de la Asociación, Rosalie Soma, fue la primera mujer que entró a formar parte de la cooperativa. Ella fue la pionera en ponerse a trabajar codo con codo con los hombres y en sentarse a decidir cómo se debían hacer las cosas. Ella fue también la que contando su experiencia logró convencer a otras tantas mujeres. Y lo que ahora mismo más le llena de alegría, además de obviamente haber contribuido a la economía, salud y educación de los más cercanos, es que en la actualidad es requerida por diferentes cooperativas para ejercer de consultora, contar su experiencia y dar sus consejos.

Ese orgullo de realización profesional y personal, y cómo se le iluminaban los ojos al contarlo, fue para mí uno de los momentos más especiales del viaje. Porque ese cambio en el comportamiento de esa gran mujer, ese pequeño cambio, conlleva el cambio en muchas ideas preconcebidas y contribuye a derribar estereotipos y a mejorar la sociedad del país en su conjunto.

Patricia Polite es socia de Oxfam Intermón desde hace varios años. En octubre de 2013 viajó a Burkina Faso donde conoció los alimentos con poder.

El papel de las mujeres en la prevención de las crisis

Por Laura Martínez Valero Laura Martínez Valero

A veces cuando oímos que una región está sufriendo una crisis alimentaria o una sequía, pensamos que se trata de desastres fortuitos e inevitables, contra los que no se podía hacer nada con anterioridad. Sin embargo, la realidad es que pueden y deben deben crearse estructuras para prevenir, enfrentarse y recuperarse de estas situaciones límite. Es lo que se conoce como resiliencia.

En el caso del Sahel en África, he tenido la oportunidad de conversar sobre el importante papel de las mujeres en la prevención de desastres y crisis con El Hadj Mamadou, director de la Asociación Mauritana por el Auto-Desarrollo (AMAD), y Hindatou Amadou, responsable de Incidencia Política y Género en la Asociación para la Promoción de la Ganadería en Sahel y la Sabana (APESS).

Me han explicado cómo en países como Mauritania o Burkina Faso, basados en una economía agropastoral, las crisis alimentarias repercuten directamente en los agricultores y ganaderos. Las mujeres son especialmente vulnerables, ya que dependen del capital natural, mientras que los hombres tienen la posibilidad de buscar otro trabajo remunerado. De hecho durante una crisis los hombres suelen emigrar, mientras que las mujeres quedan al frente de la familia y sufren las consecuencias de primera mano.

Hindatou N. Amadou y El Hadj Mamadou Bâ ayer en la sede de Oxfam Intermón en Madrid

Hindatou N. Amadou y El Hadj Mamadou Bâ ayer en la sede de Oxfam Intermón en Madrid

Después de la crisis alimentaria de Sahel en 2012, las medidas preventivas están comenzando a tomar fuerza. En Mauritania, El Hadj trabaja para que sean los agricultores quienes, a través de un sistema de alerta precoz, alerten al Gobierno ante la falta de precipitaciones o la oscilación en los precios de los alimentos. En Burkina Faso, Hindatou trabaja en la formación de las familias para que puedan realizar diagnósticos de su propia situación alimentaria. “Las mujeres tienen un acceso clave a la información, por lo que tienen un papel fundamental en los sistemas de alerta”, cuenta Hindatou, “pero se encuentran fuera de las esferas de decisión”.

Por ello, están trabajando para que las mujeres formen parte de los comités de decisión de las asociaciones y puedan transmitir sus necesidades y realidades, muy diferentes a las de los hombres. Una de las principales trabas para que las mujeres accedan a estos comités es la sobrecarga laboral, ya que además de su rol productivo cuentan con un rol reproductivo al frente de la familia, y la escasa alfabetización femenina, que implica una inversión en formación que generalmente está destinada a los varones.

Tanto El Hadj como Hindatou remarcan la importancia de crear proyectos específicos para incluir a las mujeres en los sistemas de vigilancia. Ambos contribuirán con su experiencia en el seminario que tendrá lugar hoy y mañana en Madrid: “De la vulnerabilidad a la superación de las crisis: la resiliencia de las comunidades”, organizado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y Oxfam Intermón.

Laura Martínez Valero es estudiante de Periodismo y Comunicación Audiovisual. Colaboradora del equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

Algo más que un juego

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Las encontramos por casualidad, callejeando junto a la mezquita. Llamaban la atención. Eran muy pequeñas, demasiado para lo que estaban haciendo. Cocinaban con fuego vivo, real, en unas diminutas y perfectas cacerolitas metálicas, réplicas a escala de las que sin duda usaban cada día sus madres y sus abuelas. 

Tres niñas juegan a cocinar  en una calle de Bobo Dioulasso en 1995.

Tres niñas juegan a cocinar en una calle de Bobo Dioulasso (Burkina Faso, África Occidental)

Era imposible no pararse a mirarlas. Como si tuvieran poderes magnéticos, iban atrayendo a distintas personas. Otros niños se acercaban, con envidia probablemente, quizá con la esperanza de ser admitidos en el juego. Pero ellas seguían, tranquilas y concentradas, a lo suyo. Trasteando con las cucharas, las calabacitas, avivando el fuego bajo las piedras. Llamaban la atención, probablemente por la perfección de sus movimientos, también réplica a escala del trajín de cocineras experimentadas que preparan recetas mil veces repetidas. Pero llamaban la atención, sobre todo, por la alegría nuclear de su juego. O de su verdad. Sabían que estaban haciendo algo importante.

Varias personas se acercan a contemplar el juego.

Varias personas se acercan a contemplar el juego.

Era el verano de 1995, y han pasado muchos años, pero Burkina Faso sigue entre los países más pobres del mundo: el cuarto por la cola. Y allí la comida, los alimentos, son el centro de todo. Tener alimentos supone poder hacer mucho más. Quizá por eso ayer recordé a las pequeñas cocineras leyendo el magnífico especial de 20 minutos sobre el poder de los alimentos, y viendo con admiración  el video de las productoras de arroz de Burkina Faso. Y busqué aquellas fotos que fueron diapositivas. Quizá sólo son un pálido reflejo de aquel momento, pero merece la pena recuperarlo. Entonces y ahora, vuelven esta alegría y esta verdad: el poder de los alimentos, la alegría de tenerlos y transformarlos en algo mejor. No muy lejos del lugar donde jugaban aquellas niñas, Mariam Nana y sus vecinas convierten el arroz en oportunidades de futuro.

Una pequeña cocinera mirando a su público. Imagen: @bdelabanda

Una pequeña cocinera mirando a su público. Imágenes de @bdelabanda

Los alimentos tienen poder.  El mango que lucha por las mujeres, el arroz que enseña a leer, la patata que mejora la vivienda, el maíz que permite no desarraigarse, el azúcar que da trabajo digno…  Y como entonces, merece la pena asomarse a verlo. E incluso participar en el juego con un pequeño gesto. Porque el mero hecho de comer, de acabar con el hambre, hace posible que todo alrededor cambie.

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón