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Alejandro Cárdenas Orozco, alias JJ, está en la calle

Por Belén de la Banda@bdelabanda
Es noticia de ayer en Colombia, pero yo acabo de recibirla con absoluta consternación. Once organizaciones colombianas han alertado de la liberación de Alejandro Cárdenas Orozco, alias JJ, por parte de la Fiscalía de su país. Esta persona que ahora está en la calle es una de las investigadas por su presunta implicación en un caso emblemático de violencia hacia las mujeres en Colombia, el de la periodista Jineth Bedoya, de quien ya hemos hablado otras veces en nuestro blog, y a quien desde hace años conozco y admiro. Porque ha sabido encauzar su  sufrimiento personal hacia una oportunidad de vida digna para millones de mujeres y niñas en Colombia. 
La periodista colombiana Jineth Bedoya. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

La periodista colombiana Jineth Bedoya. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

El caso de Jineth es emblemático. Hace 15 años, debido a su labor como periodista, Jineth fue secuestrada, torturada y abusada. Su lucha, durante todos estos años, ha sido en parte una lucha en vano por encontrar justicia en el caso que le afecta personalmente. Las organizaciones que hoy denuncian la liberación de ‘JJ’, unidas en la campaña ‘Saquen mi cuerpo de la guerra’ han apoyado su búsqueda de verdad y justicia, con el acompañamiento de la Fundación para la Libertad de Prensa. Durante todo este tiempo, han sido testigos de la apatía y falta de voluntad de la Fiscalía por investigar el caso, de las dilaciones injustificadas y de la revictimización sicológica y física a la que ha sido sometida Jineth. Un ejemplo es que la periodista ha sido obligada a repetir 7 veces su declaración de los hechos, con la excusa de que ‘se había perdido el expediente’. La liberación de Alejandro Cárdenas Orozco, alías JJ, es un paso más, y muy grave, de revictimización.
Jineth no está sola. Por ella, las organizaciones de la campaña le recuerdan a la Fiscalía General de la Nación de Colombia y a todos los entes estatales implicados que tienen un compromiso en la investigación, juicio y sanción de los responsables de las graves violaciones a los derechos de Jineth Bedoya. Le recuerdan que la Corte Penal Internacional, el 2 de diciembre de 2014, manifestó su preocupación porque ‘a pesar de las dimensiones del fenómeno, el número de procedimientos relativos a violaciones y otras formas de violencia sexual cometidas en el conflicto armado sigue siendo limitado’.
La liberación de Alejandro Cárdenas Orozco, alias JJ, muestra que, además de limitada, la voluntad del Estado colombiano para perseguir esta clase de crímenes es nula. Con estos elevados niveles de impunidad, no existe ninguna garantía de no repetición, ni para Jineth ni para miles de mujeres víctimas en Colombia, y eso ocurre con la complicidad de la Fiscalía.Las organizaciones rechazan y repudian esta liberación como un hecho claro de impunidad y alertan sobre los próximos procesos de excarcelación de otros victimarios en el marco del proceso de justicia y paz. Esto conlleva riesgos para el cuerpo y la vida de las mujeres.Junto con todas estas organizaciones, todos los que conocemos a Jineth, la intensidad de su lucha y su enorme compromiso con el sufrimiento de las mujeres colombianas, le enviamos un enorme abrazo de profunda solidaridad y afecto. Por Jineth Bedoya, por su valiente lucha contra la impunidad, por el futuro de las mujeres y niñas de Colombia, se impone que las instituciones tomen el camino de la justicia.
Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

Condiciones increíbles

@bdelabanda

Por Belén de la Banda 

Imagínate que en tu trabajo no te dejan ir al baño. Tampoco te dejan beber agua durante la jornada laboral: es para que no tengas que perder tiempo por ir al baño. No puedes parar de trabajar ni salir del edificio hasta que los encargados digan que has terminado tu jornada. Eso puede ocurrir después de doce horas, o de veinticuatro. Sólo te dejan diez minutos para comer, y tienes que hacerlo sin moverte de tu puesto. No puedes hablar con los compañeros. Nada de seguridad social, seguro médico, cotización ni derecho a asociarte a un sindicato.

Cartel de la campaña 'Se buscan fashion victims. Condiciones increíbles'

Cartel de la campaña ‘Se buscan fashion victims. Condiciones increíbles’

Son las ‘condiciones de trabajo increíbles’ que se plantean en una falsa oferta de empleo publicada esta semana por una campaña de sensibilización. Pero responden exactamente a las condiciones reales de trabajo que se ofrecen en las maquilas de Centroamérica, según documenta en un exhaustivo informe la investigadora Deborah Itriago. Las afectadas son mujeres en su abrumadora mayoría. Tienen su parte en el problema las leyes de los países, las políticas de las empresas, las condiciones de pobreza. Nada nuevo bajo un sol que ve lo mismo ocurrir en otras zonas del mundo. Pero también tenemos nuestra parte quienes compramos esa ropa.

Probablemente toda, o gran parte, de la ropa que llevas puesta ahora mismo la han fabricado mujeres que trabajan con estas ‘condiciones increíbles’, y que son las verdaderas víctimas de la moda. Hoy se cumplen dos años del hundimiento del edificio Rana Plaza, en Bangladesh, ocho pisos de talleres de sufrimiento que colapsaron causando 1127 muertes. Es difícil no sentir el hilo que nos relaciona con esas situaciones.

La campaña no sólo denuncia la situación, sino que ofrece una clarísima y viable alternativa. Es posible dar trabajo en la confección a miles de mujeres de forma digna, con las propuestas de comercio justo. Para muchas mujeres, éstas sí son condiciones increíbles de trabajo: un salario digno e igual para mujeres y hombres, una organización cooperativa donde se reparten y reinvierten los beneficios, la seguridad de que se permite la asociación laboral y de que no se produce explotación infantil… Hay ya muchas iniciativas internacionales y locales que garantizan todo esto.

A pesar de lo que nos digan, es posible vestirse con conciencia. Es importante buscar la información y la ropa que ofrece a las trabajadoras condiciones increíblemente dignas.

Más información en la página de la campaña ‘Se buscan Fashion Victims‘ y en el Fashion Revolution Day que se celebra hoy en varias ciudades del mundo.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

El regalo de Chela

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Hay personas tan grandes que sobresalen de cualquier paisaje. Chela Carpio es una de nuestras primeras compañeras de trabajo en Lima, cuando llegamos como cooperantes en los 90. Su primer regalo es la acogida, la paciencia para enseñarnos a sobrevivir entre los usos y costumbres de una organización, y una ciudad y un país desconocidos. Y así Chela se convierte en la amiga imprescidible, la persona con quien siempre se puede contar, a la que nunca se puede defraudar.

 

Chela Carpio, en Irlanda en 2013. Imagen: Belén de la Banda.

Chela Carpio, en Irlanda en 2013. Imagen: Belén de la Banda.

La sonrisa. La sonrisa franca de Chela es una de las primeras que reconoce nuestro primer bebé, y después nuestra pequeña peruana. Los niños, en cualquier lugar del mundo, adoran a Chela: ella juega con cada uno como algo delicioso, algo precioso, porque ha experimentado el dolor de perder un niño, su añorado Pepito. Para ella, cada ser humano es un tesoro, desde el primer momento. Por eso les da confianza.

El esfuerzo. Cada día, al salir de la oficina, Chela vuela hacia su casa, donde se inicia su segunda jornada: una pequeña dulcería familiar que abre sus puertas cada día a las seis de la tarde. Cuando la clientela se retira, en la casita rodeada de flores es el momento de amasar, preparar y hornear para el día siguiente. Y también el fin de semana. Así, como muchas familias peruanas, Chela y Pepe labran con enrollados, empanaditas, cheescakes, tartas de tres leches y chicha morada las carreras universitarias de sus hijas. Con su esfuerzo, el esfuerzo aprendido día a día en casa, Carolina y Mariela llegan muy lejos, como profesionales y como personas.

Un punto de encuentro. No es sólo que la dulcería se convierta en un centro de actividad; es que Chela en sí misma es como el ‘meeting point’ del aeropuerto Jorge Chávez de Lima. Quien tiene un problema, quien está sufriendo, quien no sabe qué hacer, quien tiene una alegría para compartir, cuenta con su paciencia, con su hombro para llorar, con unos solsitos para ayudar. Sabe dónde está el bien, y empuja en esa dirección. Si pierdes el trabajo, si te roban, si estás enferma, si no encuentras a tu niño perdido, reza para que Chela esté cerca.

Una mujer en el mundo. Cuando se jubila, la tienda la ocupa a jornada completa. Pero se arregla para ahorrar y visitar a sus amigos, a su familia, por lejos que estén. Los amigos cooperantes o misioneros españoles que han ido pasando por su base en Lima, la familia en Estados Unidos, su precioso nieto en Irlanda. Todos queremos que Chela nos visite; cuando Chela está en casa hay paz y alegría. La vida se disfruta con ella entre risas y verdades compartidas. Lo saben desde nuestros más queridos amigos hasta el jardinero del Ayuntamiento de Madrid, desde José Luis Perales hasta los tenderos de Dublín. Con su sonrisa Chela crea un espacio de empatía donde todo lo bueno es posible.

El domingo perdimos a Chela. Es duro estar lejos, no haber podido acompañarla en su enfermedad, no poder abrazar a su familia, que ya es nuestra, no poder compartir mejor su dolor, este enorme agujero que nos queda.

Pero sí podemos agradecerles el regalo de esta mujer compartida, repartida, querida, que ha sido y es tan grande. Todas estas palabras son tristes y pocas comparadas con una vida radiante. Con Chela hemos aprendido que una persona nunca se arrepiente de ser generosa. Que siempre podemos ser mejores, y que no hay nadie perfecto: conviene la paciencia para los demás y para nosotros.

Gracias, Chela, tú sabes los porqués.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

Comer un día, comer un mes, comer un año

@bdelabanda

Por Belén de la Banda

Cada día, Actha Fadoul, de 28 años, busca la forma de conseguir suficientes semillas de sorgo para dar de comer a sus seis hijos. En los buenos momentos, el grano está en los pequeños almacenes de su patio. En los malos, que cada vez duran más meses, hay que pedir prestado el sorgo o el mijo, y después de la cosecha devolver dos veces y media lo recibido.

Achta Fadoul prepara la bola de sorgo a mediodía. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Achta Fadoul prepara la bola de sorgo a mediodía. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

A veces, a quienes, mejor o peor, comemos todos los días, nos cuesta entender la realidad del hambre. Pero últimamente siento que, en todo el mundo, el hambre está asociada directamente a la desesperación. En los últimos años se acerca a nuestra realidad europea a través de realidades locales, de niñas y niños que se han quedado sin beca de comedor, de familias que no cuentan con ningún ingreso, de organizaciones que intentan paliar todas estas situaciones a través de comedores, recogidas y repartos de alimentos, ayudas. Empezamos a pensar en el poder que tienen sobre nuestras vidas los alimentos. Entendemos sin gran dificultad lo que significa en una vida no tenerlos.

Hace unos meses tuve la ocasión de ver cómo hay personas, a sólo unas horas de nosotros, cuya principal preocupación cada día es qué van a comer. Hoy, mañana, esta semana… En el centro de Chad, en Mangalmé, las familias dependen de una estación corta de lluvias para que sus campos den de sí la comida de todo el año. Y desde la epidemia de cólera de 2010, y tras pasar por la crisis alimentaria provocada por la sequía en los años siguientes, la realidad es que no hay suficiente comida.

La vida de las mujeres, apegada al campo, a la búsqueda del agua y a la preparación de las comidas, es en muchos casos desesperante. Durante la estación de lluvias, trabajan intensamente el campo, principalmente quitando las malas hierbas en torno a las plantas de sorgo y mijo que cultivan en pequeñas parcelas. Es un trabajo duro, que se hace con azadas muy sencillas y requiere mucho esfuerzo físico.Y es la época en que las aguas embalsadas por todas partes atraen a los mosquitos que contagian enfermedades. Se trabaja con ansia, con fiebre, sin descanso. Si los adultos de la familia enferman, saben que el año será una tragedia.

Con suerte, se pueden hacer tres comidas en un día. Una papilla ligera de sorgo por la mañana. Una bola de sorgo con salsa de hojas de algún vegetal a mediodía. Y lo mismo por la noche. Achta sabe que esta dieta no es suficiente, ni suficientemente variada, para sus niños. Ni para Abakar, que tiene 11 años, ni para la pequeña Zourra, de un año, que empieza a comer otras cosas aparte de la lactancia materna.

Después de la cosecha, el sueño de abundancia muchas veces se disipa. Hay que devolver lo recibido durante los meses difíciles sin reservas. Hay que pagar en cereales las matrículas escolares de los niños, y una mensualidad también. Con suerte, cuando la comida no es suficiente, hay la posibilidad de trabajar para otros, de conseguir unos francos, de migrar a otro lugar donde las tierras den algo más. Muchas veces, ni con suerte se resuelve.

Entiendo la desesperación de Achta, a quien sólo le queda luchar: ‘Me caeré y me levantaré; me caeré y me levantaré, hasta que tenga criados a mis hijos’. Así, cada día, es como ella lucha contra el hambre.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de  Oxfam Intermón

El equilibrio imperfecto

Por Belén de la Banda @bdelabanda 

El video se titula así: el equilibrio imperfecto. Su protagonista es Maïmouna Souleïmane Haddo, una mujer chadiana de una pieza que hace unas semanas nos abrió las puertas de su casa. Maïmouna se parece a tantas otras mujeres que hemos conocido en el viaje a Chad, en sus preocupaciones, sus intereses, hasta en su aspecto. Pero además del equilibrio del balancín en el que cada día carga unos cántaros de agua, Maïmouna ha logrado unos cuantos equilibrios más en su vida.

Maïmouna Souleïmane Haddo charla con Emmanuel Ratou, técnico de promoción de higiene y saneamiento de Oxfam Intermón. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Maïmouna Souleïmane Haddo charla con Emmanuel Ratou, técnico de promoción de higiene y saneamiento de Oxfam Intermón. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Creo que ella es muy consciente de su suerte. Cuando era joven, pudo estudiar y graduarse como profesora de árabe. Luego se casó y vinieron sus siete hijos, y una vida dura que le daba para poco más que para ir a buscar agua, preparar la comida y limpiar su patio día tras día. Su rostro se oscurece cuando recuerda en inmenso esfuerzo de todos esos años:  ‘Cuando no había agua todo era muy diferente. Cada viaje suponía unas dos horas. Por la mañana iba tres veces a buscar agua, y por la tarde dos. Nos llevaba muchísimo tiempo coger agua y después teníamos que hacer la comida. Y por la noche no podíamos ir a buscar agua, teníamos miedo. Al volver del segundo viaje por la tarde ya se ponía el sol, y no podíamos ir a buscar más agua. Desde que tenemos agua, estamos muy aliviadas.’

El terreno de esta zona es rocoso, muy difícil de perforar. Hacen falta maquinarias especiales para sacar el agua limpia del subsuelo. Pero además, una vez construido el pozo,  hace falta la formación de todos para mantener el pueblo limpio, el agua sin contaminar. En Dirbeye todo el pueblo lo ha hecho, y ahora se sienten muy orgullosos de cómo han logrado reducir las enfermedades, compartir la responsabilidad, mantener el pueblo libre de suciedad.

Para Maïmouna, el trabajo de agua, higiene y saneamiento en su pueblo ha sido un cambio radical en su vida. Ahora tiene 48 años y puede trabajar con todos los alumnos de la escuela de Dirbeye: es su profesora de árabe. En temporada escolar, por la mañana salen todos juntos de casa, los niños a estudiar y ella a trabajar.

Su conciliación, su apertura a la vida profesional, vinieron de la mano del pozo:  con el agua limpia, con las letrinas, con las enfermedades que sus niños ya no tenían.

‘El equilibrio imperfecto’ es una buena forma de definir también la vida de Maïmouna, y al de muchos de nosotros: la familia y el trabajo. Pero también dos cántaros de agua colgando de un balancín desde sus hombros. Sólo que ahora, en diez minutos, estarán llenos.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de  Oxfam IntermónAhora mismo empeñada en promover la campaña ‘cambia su agua, cambia su vida‘.

Un día en la vida de Sauda

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Hassaballah no para. Es un bebé dicharachero, que se mueve y ríe constantemente. Pasa de los brazos de su hermana mayor, Fatimé Zara, a los de su madre, pide teta, y luego quiere ir otra vez con su hermana. Quiere coger cualquier cosa que aparezca a su alrededor, se ríe otra vez, parlotea. Le digo a Sauda, su madre, que parece un niño muy feliz.  Sauda sonríe: ‘es mi alegría. Para mí es muy importante que Hassaballah esté bien’.

Sauda, con sus hijos Hassaballah y Fatimé Zara. Imagen (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Sauda, con sus hijos Hassaballah y Fatimé Zara. Imagen (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Sauda ha perdido dos niños, para ella no es una teoría: sabe que en su entorno muchos niños no llegan a los cinco años, y también sabe por qué. Hace unas semanas tuve la ocasión de pasar un día con ella y ver cómo conjura el temor y la preocupación. Trabajando.  Sauda Hamid vive en Am-Ourouk, al final de una pista de tierra muy difícil,  en la región del Guera, más o menos al centro de Chad. Tiene 28 años y seis niñas y niños. Ella dice que tiene ocho hijos, y explica con enorme tristeza que dos de sus hijos, un niño y una niña, murieron. Necesita  pensar que esto no volverá a ocurrir. Su única oportunidad es trabajar mucho, hacerlo todo muy bien.

Su día se compone de muchas tareas sencillas que implican mucho esfuerzo, y no parar. ‘En la estación seca me levanto a las 4 de la mañana. Enciendo el fuego, caliento el agua, hago mis abluciones con el agua caliente. Después pongo la olla al fuego y barro el patio. Preparo la masa que voy a dar de comer después a los hombres para la comida. Después caliento el agua para lavar a los niños, los lavo y preparo los cántaros para ir a buscar el agua. Cuando vuelvo con el agua, la vierto y tengo que volver porque un solo viaje no es suficiente. Traigo otro viaje de agua y lo dejo en casa. Me siento a la sombra para descansar un poco. Entre tanto, llega el momento de la oración de mediodía. Rezo y vuelvo a coger las cosas para ir al pozo. Cuando vuelvo, limpio de nuevo la casa. ‘

El camino al pozo. Las mujeres van juntas para evitar peligros. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

El camino al pozo. Las mujeres van juntas para evitar peligros. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

En la estación de lluvias, además, están las tareas del campo. Sólo llueve tres meses al año, así que tienen pocos días para trabajar duramente y conseguir las tres cuartas partes de lo que la familia necesita.  ‘Cuando llega la lluvia, damos gracias a Dios. Gracias a ella tendremos una cosecha y viviremos. Si la cosecha no es suficiente, trabajaremos para otros. Y si eso no es posible, tenemos que irnos lejos. Dejamos el pueblo para buscar algo que comer hasta que llegan las primeras lluvias. Entonces volvemos para sembrar y cultivar de nuevo

Esta región de Chad tiene un clima saheliano, desértico la mayor parte del año. Sólo entre julio y septiembre llueve, y en ese momento hay que hacer la mayor parte de la labor, cultivar el 80 por ciento de lo que comerán durante el año. La lluvia, que es la bendición esperada, no siempre está a la altura de lo esperado. A veces no es suficiente. Y otras veces, como durante nuestra visita,  cae en forma de grandes tormentas, con demasiada fuerza y rompe las plantas, o inunda los campos y hace que todo se pudra.  El agua para beber, en la estación de lluvias, está más cerca, pero está en grandes charcas naturales que se forman en las zonas bajas. Tiene bacterias, gusanos, riesgo.

Hay enfermedades. No tenemos la posibilidad de tener agua limpia. Todo lo que tenemos es esa charca que veis, y que Dios nos ha dado, pero provoca muchas enfermedades. Provoca enfermedades de la piel a los niños, enfermedades del estómago, eso lo hemos notado. Mi hija Ramla, que tiene tres años, tiene diarrea permanentemente. La he llevado al hospital y me han dicho que el agua que consume no es buena para ella. Incluso su papá, si toma esta agua, se pone enfermo. Así que tengo que ir a buscarla a otro sitio, mucho más lejos. Paso casi todo el día para ir y volver.

Sauda recoge agua en una charca junto con otras mujeres de Am-Ourouk. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Sauda recoge agua en una charca junto con otras mujeres de Am-Ourouk. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

En el reparto tradicional de las tareas, son las mujeres quienes se ocupan del agua. Necesitan agua para todo, así que Sauda piensa qué más puede hacer, además de ir y volver tres veces cargada con veinte litros en cada hombro y dedicar muchas horas al día a buscar agua: ‘A veces lavo muy bien un recipiente y lo pongo sobre el tejado para recoger agua del cielo cuando llueve. Después conservo el agua dentro de casa. Hago todo esto para evitar las enfermedades. Mi pequeñita bebe de esta agua y su papá también.’

Si alguno de los niños cae enfermo, tendrán que endeudarse y llevarlo a dos horas y media de camino para que lo vea un enfermero en el centro de salud. Pero muchas veces no hay dinero, y tratan de curarlo con infusiones.  Y también tiene que endeudarse para que sus hijos puedan estudiar, porque en Am-Ourouk no hay escuela. ‘Yo no fui a la escuela, crecí aquí, pero fui algún tiempo a la escuela coránica. Por eso entiendo bien lo importante que es el colegio, por eso llevo a los niños a estudiar, quiero que mis niños estudien, que vayan a la escuela, necesito que tengan esa oportunidad’.

A la hora del descanso, todo es también trabajo. Pero para Sauda es un momento especial, quizá el mejor del día:  ‘Enciendo el fuego, preparo la cena. Caliento el agua, lavo a los niños, les pongo las mosquiteras fuera para que se sienten un rato. Entonces llega la puesta de sol. Después de cenar y entretener un poco a los niños extiendo las mosquiteras dentro y los acuesto para que pasen la noche. Después voy a lavarme para ir a dormir. Tengo que protegerlos del calor y los mosquitos. Si no pongo la mosquitera, los mosquitos pican a los niños y se ponen enfermos. Eso me hace sufrir mucho, quiero evitarlo. Por eso les pongo las mosquiteras para que estén bien protegidos en el interior y para que puedan dormir bien.’  

El agua es un problema en la mayor parte del mundo, y aquí, en Chad, muy especialmente. Mis compañeros de Oxfam Intermón en la zona están trabajando para construir un pozo de agua potable en Am-Ourouk. Es el deseo de Sauda: agua limpia, cerca de casa, para alejar la preocupación y empezar a cambiar su vida. Después de sólo un día con ella, yo también  deseo con todas mis fuerzas que ese pozo sea realidad. Que cada día en la vida de Sauda pueda empezar a cambiar.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de  Oxfam IntermónAhora mismo empeñada en promover la campaña ‘cambia su agua, cambia su vida‘.

Pizarras en el baño

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Hace un par de semanas fueron los mensajes de Boa Mistura en los pasos de peatones de Madrid. Hace un par de días, unos pequeños  carteles de pizarra pegados en las paredes, los espejos y las puertas de un baño público, que llamaban la atención sobre datos estadísticos. Estas pequeñas pizarras generaron a las puertas del servicio un pequeño baño-fórum (si es que esta combinación de palabras puede existir) sobre el alcance real de las cifras, las distintas posibilidades de autoría de la obra de arte, y la necesidad de publicitar datos como éstos también en el servicio de caballeros (donde al parecer sí había otras pizarras que no tuve ocasión de ver).

Aquí una representación de estos mensajes:

collage

Textos de denuncia encontrados en un baño público de Madrid. Collage de Anasara Lafuente.

Muchas veces las estadísticas me dejan fría. Y especialmente las que no me afectan directamente. Pero las pizarras me han dado mucho que pensar. En contadísimas mujeres poderosas codeándose con la élite mundial en Davos cada año. En miles y miles de madres, tías, abuelas, hermanas, que trabajan en todo el mundo cuidando de otros sin remuneración. En una compañera periodista que de repente se enteró un día de que su compañero de al lado en el periódico, que hacía lo mismo, ganaba más que ella.  En casos concretos, cercanos y lejanos, que al parecer son prototipos universales.

Por eso se agradecen estas pequeñas llamadas de atención. Y la sensibilidad de darles formas llamativas y colocarlas en lugares que no son los que esperaríamos, lugares no publicitarios que mantienen intactas todas sus propiedades comunicativas.

Porque no deberíamos cansarnos de escucharlo mientras no esté resuelto. Que existen en nuestro mundo intolerables desigualdades (riqueza extrema y pobreza extrema) es no sólo una realidad demostrada, sino uno de los principales obstáculos para el desarrollo y la vida digna de millones de personas. Quienes cuentan con el poder consiguen que las reglas del juego se escriban a su favor. Quienes más tienen siempre reciben más. Son muchos los estudios que así lo demuestran, entre ellos el informe IGUALES que hoy publica Oxfam Intermón en todo el mundo, y que será objeto de debate esta tarde. Una de las preguntas que se hará en este debate es cómo es posible que sólo 85 personas tengan tanta riqueza como la mitad de la poblacion mundial.

Esta desigualdad es evitable. La que separa a los ‘milmillonarios’ de las personas de a pie. La que separa a quienes deciden de quienes sobreviven. Como dice la pizarra en forma de estrella, muy pocas de las que deciden son mujeres. Por eso es más fácil que las reglas no se adapten a sus necesidades, ni sus sueldos al equilibrio imprescindible. Por eso su trabajo tiene más posibilidades de ser peor pagado, o no remunerado en absoluto, como dicen las otras dos pizarras.

Conocer y pensar los datos es un buen primer paso para mejorar la realidad. Gracias a esa mano anónima repartidora de golpes de conciencia en forma de inocentes pizarras.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón

Mujeres a la carga

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Este septiembre he vuelto a viajar a África después de unos años. En un país nuevo para mí, me sorprenden imágenes que ya conocía: esos estereotipos que todos tenemos en la cabeza.

¿Cómo imaginamos a las mujeres africanas? Con algo bien grande sobre su cabeza.

Mujeres transportan productos al mercado en el sur de Chad. Imagen: Belén de la Banda.

Mujeres transportan productos al mercado en el sur de Chad. Imagen: Belén de la Banda.

Mujeres que cargan. Sobre sus cabezas, sobre sus hombros. Sólidos, líquidos. Grandes barreños, haces de leña, paquetes bien atados. Diez, veinte, cuarenta, cincuenta kilos. Todos los días. No he visto ningún estudio sobre el transporte y las mujeres africanas, pero sería importante hacerlo: cuántos kilos, cuántos kilómetros, en qué condiciones, para qué.

Las niñas también cargan. Desde muy pequeñas saben que será su sino. Pronto empiezan a practicar el equilibrio y a sentir el peso sobre sus cabezas, sobre sus hombros. Sintiéndose orgullosas cuando pueden cargar un poco más, y luego otro poco más. Detrás de sus madres, de sus hermanas mayores, imitando sus movimientos.

Y al peso en la cabeza se suma muchas veces un bebé a la espalda. Carga, cuidado y manos libres para seguir trabajando, para hacer algo más si es necesario. El ‘reparto’ tradicional de las tareas. El ‘reparto’ tradicional de la carga. Un esfuerzo que produce dolor y enfermedades. Un esfuerzo que no sorprende, que no se valora. ¿Por qué siempre ellas, sólo con su cuerpo?

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón

Cien mujeres, cien kilómetros

Por Belén de la Banda @bdelabanda

El fin de semana pasado tuve la suerte de vivir una de esas experiencias que no puedes olvidar. Todavía recuerdo muchos momentos y no puedo evitar emocionarme. Ha sido una belleza: en ruta por la montaña, junto con mi amiga Paloma y muchas otras personas colaboradoras y entrañables, he seguido el Oxfam Trailwalker que por primera vez tenía lugar en la sierra madrileña. Desde las 9 de la mañana del sábado hemos vivido muchos momentos épicos y emocionantes, propios de un ultratrail exigente, pero también con el espíritu especial que tiene una carrera por equipos. Se trataba de cumplir, en términos deportivos y solidarios, con las palabras de León Felipe voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo, porque no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino llegar con todos y a tiempo. Todos los equipos teníamos dos objetivos: conseguir fondos para Oxfam Intermón, y hacer los cien kilómetros por la montaña juntos antes de 32 horas.

El equipo 'Samia viva' en compañía de Chema Martínez, Carlos Soria y Chema Vera en la salida del Oxfam Intermón Trailwalker 2014. Imagen Anasara Lafuente

El equipo ‘Samia viva’ en compañía de Chema Martínez, Carlos Soria y Chema Vera en la salida del Oxfam Intermón Trailwalker 2014. Imagen Anasara Lafuente

La lucha contra la pobreza marca la composición y el estilo de la carrera. No es una más. Mis deportistas de cabecera dicen que quizá por el objetivo solidario hay en el Trailwalker más presencia de mujeres que en otras de ultratrail que se celebran en nuestro país. Entre los 120 equipos había 97 mujeres, algunas organizadas en equipos exclusivamente femeninos, como las chicas Verti, o en equipos mixtos, como A cien por agua que representa un buen ejemplo de paridad absoluta, y que ya se está convirtiendo en un habitual del Trailwalker porque se iniciaron en Girona.

La primera clasificada individual (aunque esa categoría no existe como tal en una carrera que premia llegar los 4 corredores del equipo juntos) ha sido María Flores, a quien tuvimos ocasión de ver varias veces en carrera con una sonrisa alegre y muy concentrada en el esfuerzo: eran sus compañeros del equipo Elecnova quienes jaleaban su gesta. Porque eso es  lo que era: hacer cien kilómetros con mucho desnivel en 16 horas, llegar en el puesto 15 de 476 corredores, tiene auténtico mérito. Y no se consigue sin un ritmo endemoniado, que es el que llevaban de forma constante María y sus tres compañeros.  Como la segunda mujer clasificada, Loli García, que participaba también en un equipo de compañeros de trabajo de SGS.

La tercera en el podio es Alma Obregón, que cumplió en el camino un montón de objetivos. Entregada a la causa desde su época universitaria, en muy poco tiempo logró formar y animar 3 equipos que han estado en cabeza del evento, e hizo una carrera emocionante para llegar a meta al ritmo de quien más sufría en su equipo. El relato en su blog lo dice todo sobre el espíritu del Trailwalker.

No puedo seguir con la lista, pero me gustaría mucho. Las 97 corredoras, y cualquiera que estuviera allí el fin de semana, poseen una historia que merecería la pena contar. La cifra de mujeres en esta carrera sube muy por encima de cien si se cuenta a las voluntarias que animaron los avituallamientos, las blogueras y periodistas que cubrieron la carrera. Pero el alma del Trailwalker son Elena Rodríguez y Begoña Garralda, que no clasificaban pero corrían igualmente en todas direcciones, pendientes de que ‘el equipo contra la pobreza’ fuera el que ganara la prueba. Enhorabuena, compañeras, objetivo conseguido.

Para completar las cien mujeres del título, quiero hablar de inspiración, de superación, de estímulo y de ejemplo. Mi equipo, Samia Viva, ha corrido con la camiseta de Samia Yusuf Omar, una atleta somalí a quien los grupos armados de su país impedían entrenar, y murió en una patera tratando de llegar a Europa. Durante la carrera, antes y después, su nombre ha sonado en los gritos de ánimo. Queríamos aprovechar la carrera para hablar de los valores de esas personas que necesitan migrar para tener una vida. Otro objetivo conseguido. Samia, gracias por todo lo que nos has dado. Nuestra carrera es también para ti.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

Ésta no es mi guerra. Historias de refugiadas

Por Belén de la Banda  @bdelabanda

No es ella quien empezó la guerra. Ni siquiera sabe a ciencia cierta en qué momento ha empezado, ni quiénes son los responsables. Ésta no es su guerra, pero por obra y gracia de ella, ya su casa no es su casa, ni su familia es su familia tal como la conocía, el terreno donde sembraba y cosechaba su comida ya no está a su alcance, y su vida ha quedado absolutamente destrozada. Esta guerra no es su guerra, pero esta vida ya tampoco es su vida.

Niñas y mujeres cogen agua de las cisternas instaladas por Oxfam en el campamento de refugiados de Za'atari en Jordania. Imagen: Caroline Gluck/Oxfam

Niñas y mujeres refugiadas de origen sirio cogen agua de las cisternas instaladas por Oxfam en el campamento de refugiados de Za’atari en Jordania. Imagen: Caroline Gluck/Oxfam

Ésta es la historia de la mayoría de las mujeres que han tenido que huir de un conflicto y ahora se encuentran en un campo de de refugiados. Hace pocos días, mi compañera Júlia hablaba de cómo en Sudán de Sur las mujesres llevan la peor parte. Cuando pierden a parte de su familia, su responsabilidad se multiplica, su trabajo tradicional -cuidar de la familia, de los niños, de los ancianos, conseguir agua, preparar la comida, buscar techo…- se multiplica.

Es la realidad de mujeres sirias como  Lekaa, una refugiada siria  que mis compañeros conocieron en el campamento de Za’atari, en Jordania, una mujer de clase media en su país, que  nunca pensó que algún día se vería en esta situación. ‘Todas las mañanas lloro. Echo de menos mi país, mi familia, mis amigos. El trabajo de las mujeres, aquí es más duro, lo pasamos peor. Tengo miedo de dar a luz en este sitio. Estaré muy cansada, y sin mi madre y mis hermanas…

El miedo de Lekaa lo ha vivido Mari, una mujer dinka refugiada en el campo de Mingkaman, en  Sudán del Sur:  parió a su tercer hijo bajo una lona de plástico, y fue un parto tan difícil que enfermó. Por suerte, tiene con ella a su familia: ‘A pesar de que mi marido está conmigo, no puede hacer nada para mantenernos. Dependemos de las agencias humanitarias. Lo perdimos todo cuando vinimos: las cabras, las vacas y nuestras pertenencias‘.

La vida en el campo es difícil, pero lo peor de todo es que no tiene futuro. Knyah huyó hace 4 meses de su casa en Juba, cuando empezaron los ataques, con su marido y sus 5 hijos.  Se refugiaron en el recinto de Naciones Unidas en la ciudad ‘Nos dieron esterillas, mantas y plásticos para construirnos una vivienda. Pero yo no quiero vivir aquí siempre. Nuestros hijos serán una generación perdida‘. Para ella, la falta de libertad, no poder regresar a su casa, ni salir del campo por el riesgo de que la maten, es lo más duro.

El riesgo es siempre una posibilidad cercana. Nyawer perdió a uno de sus tres hijos durante los ataques en Juba: ‘Primero oímos disparos, luego bombas. Teníamos mucho miedo. Entonces, un tanque pasó por encima de nuestra casa y mató a uno de mis hijos‘. En su barrio entraron grupos de soldados dinka a matar a los nuer, etnia a la que pertenece.  Aunque logró escapar con su marido y sus otros dos hijos, buscar refugio fue difícil:  ‘la gente nos decía que en el recinto de la ONU estaríamos seguros, pero tardamos días en encontrarlo. Cuando llegamos fue un alivio, pero ahora ya no nos sentimos seguros aquí tampoco‘. Su marido salió del campo a buscar carbón para cocinar y lo mataron también.

Pero además, en las situaciones de conflicto, las mujeres son usadas como arma de guerra, víctimas de asesinatos, violaciones, y todo tipo de humillaciones. Sus cuerpos forman parte del botín, de la relación de poder o se convierten en una forma de hacer daño al enemigo. Y muchas veces también son víctimas de agresiones en los campos donde han buscado acogida.

Hoy se conmemora el Día del Refugiado, para atraer la mirada de la sociedad mundial sobre la realidad de millones de personas que lo han perdido todo huyendo de los conflictos. Es el momento de comprometernos a ayudar a estas familias, y de hacer todo lo posible para que situaciones como las que viven no vuelvan a ocurrir. Para que terminen esas guerras que no son suyas, y recuperen las vidas que sí lo son.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón