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Migrante y mujer, un binomio casi imposible

Por Lula Rodríguez-Alarcón

Hace unos meses, en la Fundación porCausa que dirijo, dedicamos uno de los programas conjuntos que tenemos la suerte de hacer con el equipo de A Vivir de la Ser a analizar las oportunidades labores de los inmigrantes, estudiando el caso de españoles en algunos países y de inmigrantes extranjeros en España.

Nos costó mucho encontrar a gente inmigrante en España que ya tuviera una situación regular y que quisiera hablar por la radio en un programa de tanta audiencia. Por fin entramos en contacto con una mujer de origen ruso que llevaba en España 20 años y estaba dispuesta a narrar su experiencia con nosotras. Nos contó una historia espeluznante. Hasta que consiguió obtener la regularización, su vulnerabilidad fue máxima, y se vio sometida a todo tipo de abusos, muchos de ellos sexuales. Trabajó como empleada del hogar y tuvo que salir pitando de un par de casas debido al acoso incesante del padre de familia.

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Mujer tenías que ser: el informe 2015

ana gómez pérez-nievas Por Ana Gómez Pérez-Nievas 

 Violencia sexual, esclavitud, tortura, acoso… El cuerpo de las mujeres no sólo ha sufrido como consecuencia de los combates en los conflictos armados. También su mente: el miedo a las violaciones sigue alejándolas de las escuelas, y la marginación o el ostracismo al que pueden ser sometidas por culpa de esos abusos les impide salir del círculo de violencia. Yara Bader, periodista y activista siria encarcelada por su trabajo en el Centro Sirio de Medios de Comunicación y Libertad de Expresión lo sabe bien, pero asegura, tajante, que esa no es la única realidad. Invitada para el lanzamiento del informe anual de Amnistía Internacional, recuerda que existen ejemplos de mujeres empoderadas y valientes, que van desde la conocida abogada, Razan Zaitouna, hasta Souad Nofal, la maestra de una pequeña escuela de Raqqa que se enfrentó al ISIS llevando un cartel con claras referencias contra el grupo armado y su extremismo. Analizamos cómo los derechos de las mujeres y las niñas siguen siendo los más vulnerados por el hecho de serlo.

Yara (23 años) es una refugiada de Siria y madre sola con cuatro hijos:  Mohieddine (7 años), Miriam (6), Mohammed (3) and Mutanama (2). Su marido fue arrestado en la frontera entre Siria y Líbano y ella pagó 2000 dólares para que lo liberaran © Ina Tin/Amnesty International

Yara (23 años) es una refugiada de Siria y madre sola con cuatro hijos: Mohieddine (7 años), Miriam (6), Mohammed (3) and Mutanama (2). Su marido fue arrestado en la frontera entre Siria y Líbano y ella pagó 2000 dólares para que lo liberaran © Ina Tin/Amnesty International

‘Odié hacer ese informe. Me sentí como cuando en la guerra de Kosovo se decía que los periodistas iban preguntando: ¿dónde hay una mujer violada que hable inglés, por favor?, ¡un testimonio!’. Así hablaba en un encuentro con periodistas Donatella Rovera, investigadora desde hace más de 20 años de Amnistía Internacional, experta en Oriente Medio y Próximo, conocedora de países y conflictos. Su preocupación, la de revictimizar a las personas a las que hace referencia en su informe, se dio de frente con el hecho de que tenía que contar lo que estaba pasando: las mujeres y las niñas, especialmente las de las minorías religiosas como la yazidí, eran las víctimas más vulnerables de los combatientes del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria.

‘No paraban de traer posibles compradores. Afortunadamente, ninguno nos eligió porque no éramos bellas, y porque estábamos siempre llorando, y agarradas de la mano. Intentamos suicidarnos, y el hombre que nos vigilaba empezaba a hartarse de nosotras. Menos mal que conseguimos escapar porque sólo era cuestión de tiempo que acabáramos casadas por la fuerza o vendidas con algún hombre, como muchas otras chicas, porque querían deshacerse ya de nosotras’, relata una joven, capturada junto a su hermana.

Una niña acogida en el campo de refugiados de Khakhe que fue víctima de abuso por el Estado Islámico. © Amnesty International

Una niña acogida en el campo de refugiados de Khakhe que fue víctima de abuso por el Estado Islámico. © Amnesty International

Los terribles episodios que narran dan cuenta de la crueldad de la que el EI es capaz. Pero también de la valentía de unas cuantas mujeres y niñas, que tratan de escapar de la violencia sexual y los matrimonios forzosos, de las vejaciones, los insultos y las amenazas. Las que logran escapar, las que no se suicidan para evitar ser violadas o vendidas, también tienen que enfrentarse a la soledad, no sólo porque muchos de sus familiares han sido secuestrados o ejecutados por combatientes, sino por las consecuencias sociales que su cautiverio puede tener para su futuro. Muchas tienen que hacer frente al estigma y al temor de no poder casarse, incluso aquellas que no han sido violadas, por la creencia generalizada de que todas las secuestradas han sido víctimas de violencia sexual.

La escalada de conflictos ha tenido como consecuencia el creciente número de personas refugiadas y desplazadas en el mundo, especialmente en la región de Oriente Medio y el Norte de África. Miles de personas han tenido que huir de sus hogares. También las mujeres refugiadas o desplazadas se enfrentan a más obstáculos por su condición de género. La discriminación, el acoso y los abusos por ser mujeres se unen a su vulnerabilidad por su condición de refugiada, en muchas ocasiones estando solas al cargo de una familia. Es el caso de Yara, refugiada siria en Líbano, que descubrió por Youtube que su marido, detenido por las autoridades sirias, estaba muerto. Vive sola con sus cuatro hijos, uno de los cuales con una enfermedad que requiere constantes cuidados, en un país donde no se siente segura ni para ir a inscribir a su hijo a la escuela. ‘Todo es difícil siendo una mujer refugiada. Mucha gente me dice cosas malas y me acosa. Solía trabajar en una librería. Pero un día un taxista, en lugar de llevarme a donde le pedí, me llevó a otra calle, y empezó a acosarme y a decirme que fuera su compañera. Estaba a punto de tirarme del coche cuando llegamos a un checkpoint‘. Yara y sus hijos, apenas salen de casa, y tienen dificultades para pagar el alquiler. Como ella, casi 380.000 personas necesitan ser reasentados en países europeos debido a vulnerabilidades específicas, como necesidades médicas, su condición sexual o su identidad de género o su discapacidad. Excepto Alemania, los 27 países de la Unión Europea restantes sólo han ofrecido 9.114 plazas, lo que supone apenas el 0,24% de los refugiados sirios que se encuentran en los principales países de acogida: Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto.

La violencia sexual no sólo es ejercida contra las mujeres en el contexto de un conflicto. En países como Egipto, ONU Mujeres ha denunciado que el 99% de las mujeres han sufrido algún tipo de acoso sexual. Una violencia que se ejerce tanto en el propio hogar como en los espacios públicos,  como se vio en las manifestaciones de la plaza Tahrir, donde muchas egipcias fueron atacadas y violadas por multitudes violentas en plenas calles llenas de gente. Y es que en todo el mundo los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, como el derecho a vivir sin ningún tipo de violencia ni coacción, se han visto reprimidos. También el derecho a tomar decisiones sobre cuándo tener hijos. En muchos países, las mujeres no tienen acceso a métodos anticonceptivos, y un total de 28 Estados prohiben el aborto en todas sus formas, incluso cuando la vida de la madre corre peligro o el embarazo ha sido producto de una violación.

A pesar de los retrocesos, las mujeres y las niñas también han visto algunos avances en este 2014 tan convulso. En enero de 2014, Marruecos eliminó de su legislación la laguna jurídica que permitía a los hombres que mantienen relaciones sexuales con niñas menores de 18 eludir el correspondiente castigo comprometiéndose a casarse con sus víctimas. En mayo, la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos adoptó una resolución para proteger los derechos de todas las personas, con independencia de su orientación sexual o identidad de género reales o percibidas. En julio, se retiró del proyecto del Código Penal de Mozambique un artículo que habría permitido a los violadores eludir el enjuiciamiento casándose con sus víctimas. Chile dio un paso importante hacia la despenalización del aborto al anunciarse en junio reformas sobre la ley para algunos casos, y España retiró un anteproyecto de Ley que ponía tantos obstáculos en el acceso a servicios de aborto legales y seguro que arriesgaba las vidas de mujeres y niñas.

En este 2014 han pasado por la sede de Amnistía Internacional mujeres activistas que luchan por los derechos humanos. Mujeres como Fouzia Yassine, que asiste a víctimas de violencia de género en Marruecos, un país con una media de 100 violaciones al día. O como Farida Aarrass, que se ha erigido la portavoz y líder de la causa por su hermano, Ali, torturado por las autoridades marroquíes. O como Alejandra Burgos, salvadoreña que lucha por la despenalización del aborto en un país donde las mujeres que sufren abortos espontáneos pueden ser condenadas hasta a 50 años de cárcel por homicidio agravado. También nos ha visitado Aminetou Mint El Moctar, activista mauritana contra la esclavitud y la violencia a las mujeres, después de recibir una fatua por defender un juicio justo para un hombre acusado de apostasía en la que se decía, literalmente: ‘Quien la mate o le saque los ojos será recompensado por Alá‘. Y ahora Yara Bader, periodista encarcelada por su trabajo en el SCM. Son mujeres que han combatido y combaten una guerra sin armas pero muy arriesgada para lograr la igualdad en sus derechos.

Ana Gómez Pérez-Nievas es periodista de Amnistía Internacional España

El bidón a la fuente

Por Farah Karimi FarahKarimi

Hace unos días estuve hablando con una joven en el campo de refugiados de Arúa, en el norte de Uganda, donde han llegado miles de personas huyendo del conflicto en de Sudán del Sur. Y, una vez más, me di cuenta de que el tema de la seguridad es un tema sensible, que genera una situación incómoda.

Con tan sólo 17 años de edad, Nyebuony escapó del rebrote de violencia en su país, junto con sus tres hermanos. Están sin sus padres, solo quedan los hijos, como parece ser bastante común en esta crisis. Siendo la hija mayor tiene que ocuparse de sus hermanos. Y como es habitual entre las mujeres en Sudán del Sur, su tarea consiste en ir a buscar agua a la fuente recién rehabilitada y que se encuentra fuera del campamento.

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La directora de Oxfam Novib habla con un grupo de mujeres en el campo de refugiados de Arúa, en el norte de Uganda.

Nyebuony llegó a este campamento en enero. Le pregunto varias veces si se siente segura en su nueva vida como refugiada pero nunca me responde. Solo obtengo una respuesta indirecta cuando me comenta que le gustaría tener un bidón de agua más grande.

Nyebuony tiene que ir hasta la fuente de agua cuatro veces al día con su pequeño bidón. Si tuviera uno más grande, podría ir a la fuente solo dos veces al día, lo que sería un gran alivio para ella. Por desgracia, las agencias humanitarias se han quedado sin bidones, y los nuevos pedidos aún no han llegado.

La seguridad es, sin duda, un tema delicado. Las mujeres están muy marginadas en la sociedad sursudanesa. La violencia hacia ellas es algo común y está vista como un asunto privado. Es fácil imaginar lo expuestas que deben estar las madres solteras, las jóvenes y las niñas al acoso y la violencia sexual, pero sabemos muy poco al respecto. Y me preocupa que no hagamos lo suficiente para evitar las amenazas a las mujeres frente a la violencia y el abuso.

En todos los campamentos que he visitado, desde el recinto de ONU en Juba, la capital de Sudán del Sur, donde se alojan miles de personas desplazadas, a los campos de refugiados aquí en Uganda, el número de letrinas está lejos de ser suficiente y no ofrecen a las mujeres la privacidad y la protección necesaria.

Las cuestiones de género y la protección de las mujeres son temas de la vida real, y en esta crisis miles de mujeres pueden ser víctimas potenciales de la violencia y el abuso. Y así, igual que valoro los enormes logros de nuestro equipo y las organizaciones locales con las que trabajamos para responder a esta emergencia, también quiero expresar mi preocupación por la situación de la mujer. Tenemos que encontrar una solución sin demora.

Farah Karimi es directora de Oxfam Novib.

Violencia, pandillas y prevención en la escuela

Por Mélida Guevara Foto_2 Mélida Guevara 70

Jaina es el nombre que dan a una chica en El Salvador cuando es compañera sexual de varios pandilleros. Hace algunas semanas, una de ellas agredió a otra chica con un arma cortopunzante (un espejo quebrado) ocasionándole heridas en el cuello en la escuela pública a la que asistía. Esta acción delictiva de una chica contra otra es consecuencia del acoso constante que recibe por parte del pandillero que ejerce poder sobre ella.

Existe un acoso constante de las niñas en las escuelas por parte de chicos vinculados a las pandillas.  Hay niñas desde 10 años de edad que ya viven en situaciones de riesgo por esta situación. Existe la costumbre de tatuarles en el pecho el nombre de sus parejas. Algunas abandonan la escuela por amenazas, por la violencia o directamente por un embarazo.

Notas recogidas en un taller de prevención de la violencia con adolescentes. Oxfam en El Salvador

Notas recogidas en un taller de prevención de la violencia con adolescentes. Oxfam en El Salvador

Cuando en un grupo de 22 estudiantes de noveno grado (entre 13 y 15 años) preguntamos con quién viven las chicas y chicos, únicamente 3 personas respondieron que viven con su madre y padre. Hay quienes viven con solo con su madre, o abuela o tía u algún otro familiar. Muchos no tienen una vivienda establecida y deben andar de un lado a otro. Esta situación de violencia e inseguridad atenta contra la dignidad y los derechos humanos de la niñez y de la adolescencia en nuestro país.

Estos son algunos de los muchos casos que se nos encontramos cuando trabajamos en las escuelas públicas en El Salvador. Por ello buscamos aliados que nos acompañen para prevenir violencia de género y especialmente violencia sexual y contribuir de esta manera a que miles de chicos y chicas puedan actuar antes de que algo grave pase en su vida que les marque para siempre.

Para dar respuesta a estas situaciones, y prevenir que sigan sucediendo estos hechos, nos hemos encontrado con aliados claves y estratégicos que nos acompañan, cooperantes y ONG comprometidas. Juntas desarrollamos un proyecto en 40 centros educativos en riesgo, e hicimos una investigación que nos permitiera conocer la situación de la violencia sexual en centros educativos públicos.

Las conductas frecuentes de violencia sexual son palabras obscenas sexualizadas, grabación y divulgación de videos y fotografías pornográficas en el teléfono, tocamiento de diferentes áreas del cuerpo a través de la ropa, abrazos o acercamientos corporales insistentes, autotocamiento de las partes intimas frente a las demás personas, mandar a una menor tocar las áreas sexualizadas de otra persona.  Los lugares donde ocurre: en las aulas de clase, los pasillos, los baños y los alrededores de la escuela.

A partir de los hallazgos encontrados diseñamos una estrategia que incorpora dos fases. Primero trabajamos en la sensibilización y formación especializada para fortalecer las competencias del personal docente, trabajamos también con comités de estudiantes, y grupos de madres y padres. El camino es prevenir la violencia de género desde todos los posibles ángulos y ponernos de acuerdo para que la comunidad educativa cuente con un protocolo de actuación ante los distintos casos de violencia sexual.

Ahora nuestra esperanza está en la segunda fase.  Estamos animando a los comités de estudiantes para que realicen iniciativas innovadoras con el acompañamiento de sus docentes para abordar los problemas que han detectado en sus propios centros. Pondrán en marcha iniciativas participativas y buscaremos el apoyo de la comunidad para sus proyectos innovadores. Porque ellos tienen la llave para reducir de manera eficaz la violencia sexual en sus centros educativos y en sus vidas.

Mélida Guevara coordina un programa de prevención de violencia en El Salvador y Guatemala dentro del programa de Justicia de Género de Oxfam. A través de la ‘ventana ciudadana’ trabaja con otras mujeres en escuelas, (con estudiantes, docentes, madres y padres), y también con funcionarias y funcionarios públicos para mejorar la vida de las mujeres que acuden a la justicia.