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Madre de acogida: entre el miedo y la ilusión

Por María Araúz de Robles María Araúz de Robles

Acoger, recibir, cobijar, abrazar, en definitiva, abrir la puerta a una experiencia nueva,  a una vida que irrumpe con fuerza y lo cambia todo.  Formo parte de una comunidad de madres que han decidido, en algún momento de la historia de la familia, acoger a un niño o una niña que por algún motivo lo necesita.

Niñas y niños junto a un arroyo. Imagen de Óscar García Montes.

Niñas y niños junto a un arroyo. Imagen de Óscar García Montes.

¿Cómo se toma una decisión así? Pues seguramente hay personas que sin pensárselo demasiado, otras analizando minuciosamente pros y contras; algunas lo persiguen con voluntad y tesón, a otras la Vida, con mayúsculas, sencillamente les sale al encuentro sin haberlo buscado, y se rinden al destino, a la necesidad, a la ternura…. cada uno lo llama como lo siente y lo vive con su manera particular y única de afrontar el mundo.

Pero creo que no me equivoco si digo que todas las personas que dan el paso de abrirle la puerta de su hogar a un niño, lo hacen con una alta dosis de ilusión, y también con una cierta dosis de miedo. Miedo a lo que se van a encontrar -¿tendrá dos años o cuatro, será un niño de color, una niña de ojos claros, habrá sufrido, se adaptará a su nueva vida, me llamará mamá, encajará con sus hermanos?…..- miedo a no estar a la altura –¿le querré como a un hijo, seré capaz de respetar sus vínculos, de aceptar su pasado y su relación con quienes no se pueden hacer cargo de él, echará de menos su vida anterior…?-, miedo a la incertidumbre –¿volverá con su familia biológica, se quedará para siempre, cómo  será su llegada a casa, cómo afrontaremos su partida…?

Son los miedos inevitables de quien, desde la madurez, valora a la persona, a ese niño o niña que algún día será hombre o mujer, como el mejor regalo, el tesoro más grande y la responsabilidad más seria y hermosa que se le puede encomendar. Y por encima de esos miedos, mitigando la incertidumbre y la ansiedad, se alza la intuición de que merece la pena, la ilusión tremenda de un futuro que se abre, el deseo de amar y ser amado.

Y de pronto, una mañana, esa ilusión llega a casa, y se acaba el tiempo de soñar y comienza un día a día cargado de sorpresas, expectativas, decepciones, sonrisas, y poco a poco, “sin sentir”, como dicen en el sur, se van tejiendo los hilos invisibles del cariño, de la necesidad, de la ternura, del respeto, de la seguridad, esos hilos que envuelven y cierran vínculos, que ayudan a crecer a los que acogen y a los que son
acogidos.

Y pasa el tiempo, y al mirar hacia atrás unos piensan que a veces no fue fácil, otros que ha sido la decisión más acertada y crucial de su vida, algunos que no sabían dónde se metían y que la ignorancia es insensata…. pero probablemente todos, si pudieran dar marcha atrás, volverían a coger de la mano a un niño, a una niña, para dejarse llevar por el incierto y fascinante sendero del acogimiento.

 

María Araúz de Robles forma parte de Adamcam, Asociación de Acogedores de Menores de la Comunidad de Madrid.