Archivo de la categoría ‘Planeta’

Golpes del clima

Por Anna Pérez Català

¿Los impactos del cambio climático afectan de forma diferente a los hombres que a las mujeres? Pues sí, varios informes indican que la cultura, las tradiciones, y los diferentes roles dentro de la sociedad hacen que las mujeres se vean mucho más afectadas por las consecuencias del cambio climático alrededor del mundo.

Proyecto de energías limpias en Bhutan. Imagen: Asian Development Bank.

Proyecto de energías limpias en Bhutan. Imagen: Asian Development Bank.

El informe Género y Clima recoge algunos ejemplos de estas diferencias. Por ejemplo, los estereotipos y roles sociales en algunas culturas, como en Filipinas, hacen que las mujeres no puedan salir de la casa sin los hombres, o que no puedan aprender a nadar, y esto las afecta profundamente en caso de un evento meteorológico extremo, como un tifón. O el hecho que culturalmente no puedan expresar su opinión libremente, hace que sus necesidades no se vean contempladas en planes de adaptación al cambio climático, como se ha visto en Nepal.

Después del huracán Katrina en Estados Unidos, las mujeres perdieron una media del 7% de sus ganancias, mientras que las de los hombres incrementaron un 23%, simplemente por la diferencias en el mercado laboral. Igualmente, después de las inundaciones en Reino Unido en 2007, se comprobó que las mujeres tenían 1.7 más probabilidades que los hombres a tener depresión debido a este evento.

Pero no sólo la forma cómo nos impacta el cambio climático se ve afectada por los roles de género, también encontramos grandes diferencias de género en las soluciones.

La Agencia Internacional de la Energía demuestra en un informe presentado este año que actualmente más de 8.1 millones de personas trabajan en el sector de las energías renovables a nivel mundial. En su capítulo sobre género, explica que las mujeres representaron el 35% de la fuerza de trabajo en esas compañías, es decir, menos que la mitad. Curiosamente, en la industria energética en general (incluyendo combustibles fósiles), las mujeres representan entre un 20 y un 25%. Es decir, las mujeres tenemos más representación en el mundo renovable!

Como explica Karina Larsen, del Centro y Network de Clima y Tecnología (CTCN por sus signas en inglés) de la convención de cambio climático, hay dos retos principales cuando hablamos de género y tecnología:

Aún hay la percepción que las mujeres son las beneficiarias, y no las que deciden los proyectos’, explica Karina. La participación es muy importante para que la implementación de energías renovables tenga en cuenta las diferentes necesidades y perspectivas que pueden tener las mujeres. Debido a los roles que tradicionalmente se les asigna, las voces de las mujeres son necesarias para hacer una tecnología más inclusiva e adaptada a sus necesidades.

Además, la tecnología es vista como neutral en género. Pero no es así. La tecnología puede crear trabajo y empoderar, pero también puede destruirlo y poner barreras para las mujeres, y es algo que estamos estudiando’.

De acuerdo con la oficina de Género Global de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en Inglés), la mujer se encuentra en desventaja, tanto por su vulnerabilidad como a sus posibilidades de desarrollo: más de 2 millones de mujeres en el mundo viven en situación de pobreza energética y sólo un 10% de los créditos otorgados por instituciones financieras para proyectos de energías renovables son brindados a mujeres.

Debemos apoyar a las mujeres, especialmente  a aquellas en ámbitos rurales, para que construyan sus capacidades y se empoderen para tener control y poder. Así pueden movilizarse y convertirse en un agente de cambio contra los impactos del cambio climático’, dice Shaila Sahid, de Gender CC.

La inclusión de las mujeres en el diseño y la puesta en práctica de soluciones al impacto cambio climático es muy importante, ya que se ven diferentemente afectadas y entienden sus consecuencias de una forma única.

Anna Pérez Català es ambientóloga especialista en el cambio climático.

Las tres vidas de Fati Marmoussa

Por Yasmina Bona

Fati sonreía cuando la conocí y cuando me despedí de ella. Sentadas bajo un cobertizo de paja en el patio de su casa, me explicaba cómo es su día a día en esta zona rural del centro de Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo. Ella es agricultora, mujer y madre. Reúne tres características que la convierten en un perfil muy vulnerable ante los efectos que el cambio climático está provocando en su país. Sequías e inundaciones extremas ponen en peligro la supervivencia de sus habitantes, y las mujeres, especialmente, están en la cuerda floja.

Como el 80% de la población de Burkina Faso, Fati es agricultora y se alimenta gracias a lo que consigue hacer crecer en sus campos. Su vida acumula muchas horas de trabajo cultivando. No fue a la escuela, lo aprendió todo de sus padres, y ahora es ella quien mañana y tarde trabaja en el campo junto a su marido para asegurar que sus tres hijos tengan algo para comer.

Pero en los últimos años, la cesta de Fati está más vacía. El clima ha cambiado, llueve menos y cuando lo hace, la lluvia es tan violenta que provoca inundaciones. Sus cosechas de sorgo y maíz apenas sobreviven a los antojos de un clima cada vez más extremo e impredecible. Las sequías se eternizan y los alimentos escasean. Y entonces, llega el hambre: ‘Vendemos nuestros animales para pagar los cereales, pero aún así tener comida sigue siendo un problema´ comenta Fati sin perder la sonrisa, como tratando de evitar la desesperación: ‘Hubo un momento en el que ya no llegaba a alimentar a mis hijos. No tenía nada más’.

Fati Marmoussa, en su campo de sorgo, en el centro de Burkina Faso. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Fati Marmoussa, en su campo de sorgo, en el centro de Burkina Faso. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

En los países más vulnerables a los efectos del cambio climático, las mujeres son las que más padecen sus consecuencias por varias razones relacionadas con su papel en la sociedad. Cuando falta la comida porque la cosecha ha sido mala debido a la sequía o las inundaciones, son las mujeres las que reducen la ingesta de alimentos, con los consiguientes efectos: cansancio y problemas en su salud y en la de sus bebés.
Con 26 años, Fati ya tiene tres hijos, y con ellos tiene que caminar largas horas para acudir al médico cuando enferman. Aunque desde hace un tiempo percibe que las enfermedades se han reducido en su comunidad. La instalación de un pozo de agua potable en Tafgo, donde vive, ha sustituido al estanque en el que antes las mujeres se aprovisionaban de agua sucia que usaban para beber y cocinar. ‘Hubo un cambio positivo en nuestras vidas porque antes bebíamos y cocinábamos con agua del estanque, y teníamos muchas enfermedades’.

Fati recuerda la instalación del pozo como un día de celebraciones entre las mujeres de su pueblo. Ir a buscar agua es una tarea tradicionalmente encomendada a mujeres y niñas, por lo que tener agua cerca, permite a las mujeres ahorrar tiempo que pueden dedicar a otras actividades productivas y a las niñas, poder ir a la escuela.

La malnutrición infantil es uno de los frentes de batalla del país que en los últimos años el cambio climático no ha hecho más que agravar. En la zona del Sahel, castigada con crisis alimentarias recurrentes, unos 5,9 millones de menores de cinco años sufren de malnutrición aguda
Fati participa en talleres para prevenir la malnutrición de sus hijos. La comunidad de Tougouri, donde vive, forma parte de un proyecto desarrollado por la organización local ATAD y Oxfam Intermón para fortalecer la capacidad de adaptación de las personas de las zonas rurales más pobres del país ante unas condiciones climáticas extremas. En las formaciones, madres como ella aprenden a sacar mayor provecho de los alimentos que cocinan para suministrar los nutrientes necesarios a sus hijos en función de la edad, y conocen mejor las normas de higiene que pueden seguir para evitar enfermedades. ‘He cambiado de hábitos respecto a la alimentación de mi familia. Cubro los platos que tienen comida y no los dejo en cualquier sitio. Con las formaciones, tenemos salud’, comenta Fati, que comienza a ser dueña de su propio desarrollo.
Agricultora, mujer y madre africana, Fati tiene todas las papeletas para sufrir mucho ante los efectos del cambio climático. Junto con millones de personas más que viven en el lado más vulnerable del planeta, necesita que nos movilicemos para exigir compromiso. Vidas como la de Fati deberían estar sobre la mesa en la cumbre de Cambio Climático de Marrakech, para que quienes más contaminan se hagan cargo de su responsabilidad. El cambio climático es un fenómeno más de desigualdad: afecta más a quienes tienen menos. Pero podemos pararlo.

Yasmina Bona es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón. Ha viajado a Burkina Faso para conocer directamente cómo sufren las comunidades campesinas del centro del país las consecuencias del cambio climático.

Mi tierra es mi vida

Por Julia García

‘Las mujeres rurales deben estar orgullosas porque gracias a su valor y al trabajo de sus manos están alimentando a África. El fortalecimiento de las capacidades de las mujeres rurales es esencial, no solo para que puedan gestionar los ingresos agrícolas, sino también para mejorar el rendimiento de todo el continente’.

Son las palabras de Justine N’Tsibiro Bulebe, agricultora africana que a partir de su propia experiencia, se convirtió en una defensora de los derechos de las mujeres rurales en África. Actualmente preside del Colectivo de mujeres de Masisi, en la Republica Democrática del Congo.

Las mujeres rurales africanas se han organizado para marchar hasta la cima del Kilimanjaro y reclamar sus derechos. Imagen: Oxfam.

Las mujeres rurales africanas se han organizado para marchar hasta la cima del Kilimanjaro y reclamar sus derechos. Imagen: Oxfam.

Justine perdió su terrenos de cultivo, el único medio de vida que podía tener, tras la muerte de su marido: por ser mujer no tenía derecho a heredar las tierras de la familia. La costumbre africana no reconoce a la mujer potestad sobre la gestión de la tierra, del mismo modo que no esta autorizada a participar en las reuniones celebradas por los hombres o acceder a los recursos comunitarios.

Mañana, Día Internacional de la Mujer Rural, mujeres como Justine venidas de todos los puntos del continente africano, se reúnen a los pies el monte Kilimanjaro – icono de cambio y victoria – para formalizar sus demandas hacia la garantía de la plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Como representantes de todo el movimiento, un grupo de cincuenta mujeres han emprendido una valerosa escalada para que, desde el punto más alto de África, sus voces sean escuchadas en todo el mundo. Una movilización histórica que busca trascender de las palabras a los hechos.

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Una historia desde Perú

Por Laura Martínez Valero

Cuando estás en Lima, es difícil mirar hacia los cerros que rodean la ciudad sin que se te encoja un poco el corazón. Secos y polvorientos, hasta donde alcanza la vista están cubiertos por pequeñas casitas de colores. Es un paisaje hermoso, pero también tiene algo de terrible, como si todo aquello no debiera estar ahí. No así.

Conocí a Sara Torres en uno de esos cerros, entre esas coloridas construcciones que vistas de cerca dan cuenta real de su precariedad. En las zonas más altas son apenas cuatro palos y una lona. En las más bajas, se pueden ver paredes de ladrillo con más frecuencia. Mi compañero Pablo y yo habíamos llegado allí para conocer el día a día de la gente que vive en las colinas, con las que nuestra organización, Oxfam, trabaja en la preparación ante un posible terremoto.

Enérgica y optimista, Sara te arrastra, literalmente, ladera arriba, ladera abajo. Muy querida por su comunidad, ha sido dirigente durante 6 años en El Trébol, uno de los miles de asentamientos humanos que pueblan las montañas. Decir que ha sido dirigente significa que se ha encargado de movilizar a todos los vecinos y vecinas para mejorar sus condiciones y construir carreteras, negociar el suministro de agua y electricidad u organizar formaciones sobre género y reducción del riesgo ante terremotos. Porque aquí si quieres algo te lo tienes que hacer tú misma. El estado se encarga de muy poco.

Sara Torres en el muro de la desigualdad, que separa los asentamientos pobres de la zona rica de La Molina. (c) Pablo Tosco

Sara Torres contempla desde lo alto el asentamiento donde vive. (c) Pablo Tosco

A medida que pasaban los días y convivíamos con Sara nos fuimos dando cuenta de que detrás de ese carácter fuerte, se escondía una Sara diferente, que se abrió a nosotros cuando menos lo esperábamos. Y comenzó a hablar: “Yo no quería tener esposo. Nunca quise tener esposo. No sé si será trauma o no sé, algo que había nacido en mí, que yo no quería tener esposo, pero si quería tener hijos”. Aún así convivió más de 20 años con un hombre con el que acabó teniendo dos hijos en común. Sin quererle, sin amarle. Rezó y rezó para que en ella se despertara un sentimiento hacia él. Pero no lo logró.

A los tres años de convivir juntos, él empezó a agredirla. Y ella también se defendía a golpes. Sara comenzó a alternar los periodos en los que justificaba esa violencia con otros en los que se le abrían los ojos. “¿Para qué hacernos daño tanto él como yo si no hay nada que nos ate a nosotros?”, se preguntaba. Pero siguió aguantando.

Aguantando porque creía que eso es lo que una líder hacía. Aguantando porque tenía una imagen y no podía perderla. “Yo no podía decir nada porque yo era dirigente. Era presidenta del comedor. Yo era una mujer ejemplo para las demás. ‘Sara, vecina Sara, está pasando esto con la vecina’. Y yo corría. ‘Vecina Sara están asaltando allá’. Y yo corría”, nos explicó.

Pero llegó un momento en el que Sara dejó de correr y se separó. Ya hace tres años de ello. Ahora recuerda aquella época con otra mirada. Se da cuenta de la gran paradoja que vivió: “Yo era la que traía gente profesional para que les dé charlas a las mujeres, para decirles: “¿Saben qué, señoras? Ustedes tienen estos derechos. Como ustedes mujeres tienen que hacer respetar sus derechos. No deben hacerse agredir con los hombres. Ustedes tienen que denunciar. Eso yo debería haber hecho hace mucho tiempo”, nos confesó en un susurro.

Querida Sara, siempre has sido una líder. Pero ahora lo eres más que nunca.

Laura Martínez Valero trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón y participa en el proyecto Avanzadoras,

¿Revolución sin mujeres?

 

Por María Teresa Fernández Ampié

“Mire compañera, la verdad es la revolución no se puede hacer sin la participación de las mujeres”

Inicio de la canción El cenzontle pregunta por Arlen, dedicada a Arlen Sui, mártir de la Revolución en Nicaragua.

Hoy 19 de julio se cumplen 37 años del triunfo de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua, un hecho que marcó tanto la historia del país, sino la historia personal de quienes vivimos ese momento de transformación social. Como muchas mujeres de mi generación participé en la lucha contra la dictadura somocista en el movimiento estudiantil, levantando  barricadas, y con la Revolución en las distintas tareas, la alfabetización, la recolecta de algodón y café para que el país obtuviera divisas…

Así conocí a muchas mujeres en las tareas de la Revolución Popular Sandinista: obreras agrícolas o campesinas, como Nubia Quintero. Ella con 27 años se involucró en la revolución y además de aportar en las tareas de la causa, era madre de cinco hijos y productora. Dedicaba una buena parte de su tiempo a cosechar maíz y ajonjolí, a pesar de no tener tierra propia. Participaba en la revolución con la esperanza de un futuro mejor para ella, para sus hijos y su país.

Desde el 2006, cada año las mujeres rurales organizadas le recuerdan al Gobierno de NIcaragua que tiene una deuda con las mujeres rurales. Exigen que se cumpla la ley que otorga tierra a las mujeres. Imagen: coordinadora de mujeres rurales.

Desde el 2011, cada año las mujeres rurales organizadas le recuerdan al Gobierno de NIcaragua que tiene una deuda con las mujeres rurales. Exigen que se cumpla la ley que otorga tierra a las mujeres. Imagen: coordinadora de mujeres rurales.

Como Nubia, conocí a muchas mujeres campesinas, algunas productoras y otras obreras agrícolas que trabajaban para grandes terratenientes, pero soñaban con tener una parcelita. Ellas y yo creímos que al triunfar la revolución, todas y todos seríamos beneficiados por igual. Sin embargo la reforma agraria iniciada en 1981, dos años después del triunfo, aunque reconocía el derecho de las mujeres a tener tierra, nos demostró que no fue así: de cada 100 personas a las que se entregó tierra, solamente 8 fueron mujeres. De esa manera, sin proponérselo, la revolución también contribuyó a  invisibilizar a las mujeres en el campo, y siguió la vieja cultura patriarcal de no reconocer a las mujeres como sujetas políticas de cambio y agentes de la producción agrícola.

Que la tierra estuviera en manos de los hombres era visto como algo normal, pero el involucramiento de muchas en cooperativas y otras formas organizativas y la necesidad de tener sus propios recursos como sí los tienen los hombres, les fueron abriendo un horizonte de derechos que ellas no conocían. Tanto así que hoy Nubia es la Presidenta de la Cooperativa Nuevo Amanecer, en la Comunidad Lechecuagos, del departamento de León, en Nicaragua. Después de la revolución, Nubia reconoce que las mujeres descubrieron que podían hacer muchas cosas que se consideraban tareas de hombres, como ser dueñas de la tierra, pero lamenta que aún después de tantos años, muchas no tengan parcelas propias.

En Nicaragua como en aquellos años, el gobierno sandinista hoy (en su tercer período de gobierno) afirma que no se puede hacer la revolución sin la participación de las mujeres, pero decirlo no es suficiente, como no lo fue en los años 80.  En aquel momento fue la reforma agraria la que representó la esperanza perdida, hoy tenemos la ley 717, Ley Creadora de un Fondo para compra de Tierra con Equidad de Género para mujeres rurales, aprobada en 2010 por una mayoría de diputados sandinistas y de los partidos de oposición, pero que hasta la fecha no se cumple, ya que no se asigna la partida presupuestaria que le corresponde en el Presupuesto General de la República.

Nubia, y miles de mujeres que alquilan tierra, piden prestada o producen a medias en tierra que no es suya, cada vez que llega la celebración de la revolución, esperan que por fin al Gobierno no se le pase la oportunidad de pagar la deuda que tiene pendiente con las mujeres rurales.

Pagar esa deuda contribuiría a una mayor participación política de las mujeres en organizaciones, cooperativas, salir de la violencia, negociar en el núcleo familiar, producir agroecológicamente, tener mayores ingresos para ellas y sus  familias, tener activos productivos para su empoderamiento y alcanzar una vida de bienestar.

María Teresa Fernández Ampié preside la Coordinadora de Mujeres Rurales de Nicaragua. Casi 20 años trabajando a favor de los derechos de las mujeres rurales nicaragüenses, promueve la organización y la participación activa de las mujeres en su propio empoderamiento y desarrollo.

El sexto sentido de las mujeres para los desastres

 

Por Cristina Niell

Cuenta Svetlana Aleksiévich en su libro “Los muchachos del zinc” que las madres de combatientes rusos presentían la muerte de sus hijos. ¿Será cierto que hay un sexto sentido? ¿Qué las mujeres lo poseemos? ¿Y que es lo que siempre se han llamado intuición femenina? Hay una cantidad ingente de literatura pseudocientífica en la red a favor y en contra de ello.

Leía un trabajo de campo realizado por responsables de la promoción de la salud de Oxfam en Etiopía. Preguntaban a personas que viven la aridez y la dureza de un territorio que cíclicamente se ve inmerso en graves sequías, cuándo son conscientes de que la escasez de lluvias va a desembocar en una situación de crisis. Pues bien, las respuestas de hombres y mujeres, fueron sensiblemente distintas. ¿A ver si va a ser verdad lo de la intuición? Ellas eran conscientes del problema antes que ellos. Para ellos, la respuesta fue ‘cuando los animales mueren‘; sin embargo, para ellas la alerta era más temprana, “cuando los animales dejan de dar leche”.

habodo

Muchas personas como Habodo viven en pequeños asentamientos tras haberse visto obligadas a abandonar sus hogares. Imagen: Oxfam.

Creo que simplemente las mujeres etíopes constataron una realidad vinculada a su rol en la familia y en la sociedad. Responsables de la alimentación de la familia, fueron conscientes del peligro cuando no había leche para la familia. Así que más que un sexto sentido adivinatorio, vieron señales distintas de un mismo problema. Busco más información sobre la realidad de Etiopía. Nuevamente, este país ha atravesado una grave sequía provocada el fenómeno de El Niño. 10 millones de personas precisan ayuda, mientras de cerca de 8 millones más están siendo ya atendidas por el Gobierno etíope. Oxfam, la organización para la que trabajo, colabora con la población de la región Somalí y de los distritos de Afar y Oromía. Ayuda a 282.000 personas a las que ha facilitado agua apta para el consumo, sistemas de saneamiento o dinero a cambio de trabajos para la comunidad como la rehabilitación de pozos y canalizaciones de agua.

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En el Día de África: un futuro para María

Por Julia-Serramitjana
desde Bangui

María es centroafricana y tiene poco más de un mes. Su vida ha empezado en el campo de desplazados de Capucien, a las afueras de Bangui, la capital de República Centroafricana. Sin casa, ni hospital, ni agua corriente ni luz.
Su madre, Keemzith, recuerda perfectamente el día en que llegó a este lugar: era el 5 de diciembre de 2013. Fue el mismo día en el que tuvo que abandonar su barrio a causa de la violencia, en una de las terribles crisis que han sacudido las vidas de la gente en Centroáfrica en los últimos años. Y aquí siguen desde entonces, en un descampado al lado de una iglesia donde también se concentra un centenar de personas más. Aguantando como pueden.

María, en brazos de su madre en el campo de refugiados de Capucien, en República Centroafricana. Imagen de Júlia Serramitjana/Oxfam Intermón.

María, en brazos de su madre en el campo de desplazados de Capucien, en República Centroafricana. Imagen de Júlia Serramitjana/Oxfam Intermón.

La situación es mucho más tranquila, pero no han podido recuperar sus vidas. ‘Aquí no tenemos nada, vinimos corriendo cuando atacaron nuestras casas‘, recuerda Keemzith. Sostiene a su hija con delicadeza y con actitud tranquila y serena, a pesar de todo. A ella la puede alimentar con leche, pero no a sus otros 3 hijos. ‘No hay nada que comer aquí‘, explica. Si las cosas no cambian, cuando María crezca tampoco tendrá qué llevarse a la boca.

Hoy, 25 de mayo se celebra el Día de África, una jornada conmemorativa que tiene como objetivo celebrar los logros del continente y reflexionar sobre sus problemas. En República Centroafricana no parece que haya mucho que celebrar, la verdad.
Casos como el de María son descorazonadores en un lugar del mundo en el que se concentra gran parte de la población joven. Los hombres y mujeres que vendrían a representar el futuro de nuestro planeta. Y es que el 40% de la población de la República Centroafricana tiene menos de 14 años pero la esperanza de vida no llega a los 50 años.

¿Qué futuro cabe esperar? Quizá, con ayuda de todos, el país pueda superar la situación de crisis, y la familia de María pueda rehacer su vida. Y  conseguir que estos primeros días en un campo de desplazados sean sólo un recuerdo borroso, o se olviden completamente. Porque María merece un futuro.

Júlia Serramitjana es periodista y trabaja en Oxfam Intermón. Actualmente destacada a República Centroafricana.

Berta Zúñiga Cáceres y la lucha contra el ‘desarrollo’

Por Cristina Niell

¿Puede una comunidad, apelando a su cultura ancestral, a su legado, luchar contra el desarrollo? Esta es la pregunta que surge cuando una escucha a la hija de Berta Cáceres, la activista hondureña que fue asesinada el pasado 3 de marzo tras haber dirigido la lucha contra un proyecto hidroeléctrico en el río Gualcarque, en el corazón de la comunidad lenca. Una comunidad donde las mujeres, tradicionalmente han participado activamente en su defensa.

Berta Zúñiga Cáceres recibe el premio Joan Alsina en Barcelona esta semana. ©Casa Amèrica Catalunya/Cristina Rius.

Berta Zúñiga Cáceres, hija de Berta Cáceres, recibiendo el premio Joan Alsina de Derechos Humanos que otroga la Casa Amèrica Catalunya en nombre de la organización COPINH. ©Casa Amèrica Catalunya/Cristina Rius.

Berta Zúñiga Cáceres, siguiendo los pasos de su madre y con apenas 25 años, habla de cómo una región, un país se transforma por el peso de las nuevas ciudades; ciudades dedicadas a la generación de energía; ciudades madereras que talan y exporta; ciudades de maquilas, ciudades privatizadas dedicadas al turismo… Ciudades que para ella no son un foco de riqueza sino una fuente de saqueo y expolio, que son el motivo de ‘las luchas territoriales que los pueblos indígenas llevamos contra el modelo de desarrollo extractivista que en nada beneficia a la comunidad’.

¿Pero esas nuevas ciudades, no son el desarrollo? ¿No van a repercutir en el bienestar del país y de la propia comunidad? ¿No son una apuesta por el bien común? Responde Berta Zúñiga Cáceres con otra pregunta, una pregunta que ha hecho a las compañías que financian y participan en el proyecto hidroeléctrico que afecta a la comunidad lenca: ‘¿Si su proyecto es tan bueno, por qué han muerto tantas personas por él?’

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Mujeres de Nepal, a un año del terremoto

Por Beatriz Pozo

‘Cuando sentí el temblor en las piernas, me pregunté por qué habría camiones pesados en el pueblo. Para cuando ese pensamiento había cruzado mi mente, todo el suelo vibraba violentamente. Se oía un gran estruendo, un sonido muy grave, que venía de todas partes. Estaba realmente asustada. Me giré a mirar mi casa, y vi que se mantenía en pie, pero, cuando entre, cada piedra, cada trozo de pared, se había derrumbado. Fue horrible.’

 The communities living in Ghairung, Ghorka take part in an Oxfam funded Cash for work scheme to rebuild a 5km trail. The trail connects two villages, a health centre and a local market and will benefit 1140 households. The 153 people (both men and women) taking part in the scheme are being paid 510 rupees per day for 32 days. In Jhyamir (one of the two villages) there are 160 households, 80 of which had their houses completely destroyed in the 2015 earthquake. Only 2 houses in Jhyamir are still safe to live in. Oxfam previously distributed 300 latrines in Ghairung.

Mujeres nepalís construyen un camino en Jhyamir, Ghairung (Nepal). Kieran Doherty/ Oxfam

Hoy hace un año del terremoto que asoló Nepal, dejando casi 9000 muertos y 850000 casas destruidas o dañadas. La de Kamala Koirala, de 42 años, fue una de ellas. Desde entonces, ella y su familia han estado viviendo en una pequeña cabaña

que construyeron con el dinero que les dieron de ayuda humanitaria. En su pueblo Jhyamir, la mitad de las casas quedaron completamente destruidas tras el terremoto y solo en dos de ellas es seguro vivir.

Bimela, en cambio, estaba viendo la televisión con su bebé, cuando la tierra empezó a temblar. De repente, la pantalla se apagó, se fue la luz y todo empezó a moverse. Sujetando a su bebé, se protegió debajo de la escalera.  Su casa, por suerte, aguantó y no tuvo que lamentar ninguna perdida en su familia.

Ahora, tanto Kamala como Bimela tratan de recuperar su vida anterior. Ambas trabajan en el proceso de reconstrucción de sus pueblos, con la ayuda de Oxfam. Kamala, pese a haberse roto una mano durante el terremoto y tener aún secuelas, participa en la construcción de un nuevo camino, más seguro, que conecta dos pueblos, un centro sanitario y un mercado. Antes Kamala vivía de lo que daban sus tierras, pero estas quedaron totalmente destruidas por el terremoto.

Bimela, por otro lado, trabaja en la reconstrucción de unos canales de irrigación que se rompieron durante el terremoto e inundaron toda la zona. Es una labor que están realizando solo mujeres. ‘Aquí, tras el terremoto, los hombres se llevaban las manos a la cabeza ante la destrucción de sus casas y se preguntaban qué iban a hacer. Las mujeres, en cambio tenían que cuidar a sus hijos y su casa. Al final han sido ellas las que han dado un paso adelante y tomado la iniciativa.’ Ahora, son las mujeres, en muchos casos, las que proveen para sus familias, gracias a proyectos como este.

Sin embargo, tratar de recuperar la vida de antes es difícil para todos los nepalíes; y más con las constantes replicas, más de 400 en un año, que constantemente les recuerdan lo que pasó. Mucha gente tiene miedo de reconstruir sus casas o de dormir bajo techo solido, por si la tragedia se volviera a repetir. Kamala cree que no tiene ningún sentido reconstruir su casa, porque, si hubiera un nuevo terremoto, se derrumbaría de nuevo.

A pesar de las dificultades, tanto Bimela como Kamala están muy agradecidas por poder trabajar. La ayuda humanitaria ha ayudado a muchos de los habitantes de Nepal a sobrevivir durante estos últimos 12 meses. Una vez pasado el desastre, sus consecuencias permanecen y el país tardará aún mucho tiempo en recuperarse de lo que pasó. Las víctimas mortales, los heridos y los edificios derruidos, no han sido las únicas consecuencias del terremoto. El miedo, la sensación de haber perdido una forma de vida, la incertidumbre ante probables nuevas catástrofes y el dolor por lo que ocurrió, afectan todavía a la población nepalí. Bimela, Kamala y tantos otros como ellas, aún necesitan nuestra ayuda.

Beatriz Pozo es estudiante de periodismo y comunicación audiovisual. Colabora como voluntaria con el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

El ingrediente que falta en las recetas del G20

Por María SolanMaría Solanasas 

Desde que tuvo lugar en Washington la primera Cumbre, en noviembre de 2008, para abordar la más grave crisis económica de las últimas décadas, durante varios años el G20 prestó escasa o nula atención a la igualdad de género como un elemento de la ecuación para superar la crisis. Y eso a pesar de que, como vienen señalando numerosas organizaciones internacionales e informes, la desigualdad de género constituye un freno al crecimiento económico global.

Foto de grupo del G20 en Turquía (2015).

Foto de grupo del G20 en Turquía (2015).

Casi cuatro años después, en junio de 2012, la Cumbre celebrada en Los Cabos (México) incluyó en su declaración final, por primera vez, la referencia al papel de las mujeres en la recuperación, subrayando la importancia de la plena participación económica y social de las mujeres, así como la necesidad de ampliar sus oportunidades económicas, destacando 2 compromisos (de un total de 180): la eliminación de las barreras que existen, y el avance de la igualdad de género en todas las áreas, incluidos los salarios. Cumbres posteriores como la de San Petesburgo (Rusia) en 2013, Brisbane (Australia) en 2014, o Antayla (Turquía) en 2015 han reiterado este compromiso con el empoderamiento económico de las mujeres como elemento esencial para la recuperación económica global.

Siendo un tema clave, ha sido necesario sin embargo un mecanismo informal para recordar al G20 su importancia económica: en septiembre de 2015 se constituía el W20 (Women 20), un nuevo “grupo de interacción” del G20 (como se conoce a los seis grupos que existen actualmente y que trasladan recomendaciones políticas al G20: el Business 20  (B20) –de la comunidad empresarial-; Civil Society 20 (C20) –de la sociedad civil-; L20 -de las organizaciones sindicales-; Y20 – de la Juventud-; y T20 –de los think tanks-). Impulsado por Turquía, y con el apoyo de ONU Mujeres, el W20 pretende promover el empoderamiento económico de las mujeres y su papel en la toma de decisiones económicas y financieras, así como hacer seguimiento de los compromisos del G20 en materia de igualdad de género. El W20 aspira a ser un instrumento que mantenga vivos esos compromisos, en particular el relativo a la reducción de la brecha de participación en la población activa hasta un 25% en 2025 (hoy, frente a dos tercios de hombres en la población activa, hay sólo un 50% de mujeres). Las organizaciones internacionales estiman que esta meta, por sí misma, impulsaría la incorporación de más de 100 millones de mujeres a la fuerza de trabajo mundial.

Como señala ONU Mujeres, “el W20 tiene el potencial de influir en la gobernanza económica, y promover un crecimiento económico inclusivo de un modo más intenso del que ha sido posible hasta ahora en el G20”. Un potencial que será necesario alentar.

El W20 apenas ha echado a andar, celebrando su primera cumbre el pasado mes de octubre. Pero su mandato es claro: contribuir a alcanzar los compromisos del G20 sobre “la plena participación económica y social de las mujeres” (Los Cabos 2012); “la educación e inclusión financiera de las mujeres” (San Petesburgo 2013); y la “reducción de la brecha en la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo” (Brisbane 2014, y también Antayla en noviembre de 2015).

El G20 está formado por 19 países (incluido España, con el estatus de miembro invitado permanente) más la Unión Europea, que representan el 85% del PIB global, el 80% del comercio mundial, y a dos tercios de la población del planeta. Sus decisiones y recetas son esenciales para lograr la recuperación económica global y un crecimiento sostenible, robusto e inclusivo. Para ello, conviene que no olviden incluir en sus recetas la igualdad de género. Es un ingrediente imprescindible. Y el W20 se ocupará de recordarlo.

María Solanas es Coordinadora de Proyectos en el Real Instituto Elcano. Privilegiada en los afectos, feliz madre de una hija feliz.