¿Partos a la fuerza?

Por Lorena Moncholí 

Hace unos días conocimos la noticia de que una mujer embarazada había sido obligada a inducir su parto por orden judicial en el Hospital de Sant Boi de Llobregat, en Barcelona, que ha sido denunciada públicamente por Dona Llum, la Asociación Catalana por un Parto Respetado. La orden judicial fue solicitada por la ginecóloga que atendió a la mujer aquel día, en una revisión rutinaria, alegando la existencia de un riesgo para el feto que, según dicha profesional, requería la inducción del parto inmediata.

 Jan van Eyck: El matrimonio Arnolfini (1434)

Jan van Eyck: El matrimonio Arnolfini (1434)

Tras leer el relato de los hechos en diferentes medios, queda claro que la urgencia que quiso ver la profesional sanitaria no era tal, ya que tras acudir al hospital escoltada por los Mossos d’Esquadra como si fuera una delincuente, la mujer tuvo que esperar más de 5 horas a que se practicara la inducción. De haber existido tal riesgo inminente, el bebé no hubiera sobrevivido tantas horas de sufrimiento fetal.

Los médicos no son dioses. Diagnostican en base a síntomas, pruebas y probabilidades. No tienen la verdad absoluta. Se equivocan. De hecho, en 2015, la Asociación El Defensor del Paciente recibió 14.430 denuncias por negligencias médicas en España  y , a modo de ejemplo, los errores médicos son ya la tercera causa de muerte en Estados Unidos.

Si bien eso es algo que tenemos que asumir (sin dejar de reclamarlo), lo que no es posible aceptar es que un profesional sanitario se sienta dueño del cuerpo de una mujer únicamente por llevar una bata blanca. Vulnerando los derechos humanos y constitucionales a la integridad física de la madre, la mujer fue sometida a una actuación médica no consentida, sin que ni si quiera fuera informada convenientemente de los propios riesgos que la misma inducción suponían para ella y su hijo. Me deja sin palabras.

Porque la inducción de un parto conlleva riesgos, muchos, incluso la muerte.

Lo sé porque tengo un caso encima de mi mesa. Porque tengo que reclamar justicia por el fallecimiento de un bebé que no pudo soportar el parto inducido de su madre y porque un perito ginecólogo me ha tenido que contar (y lo ha contado en mi demanda) qué ocurre cuando fracasa una inducción.

Lo sé, porque para demandar, he tenido que leer los riesgos de la inducción que nos indican sociedades científicas de primer orden, como la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia y he tenido que llorar al estudiar las sentencias que tengo archivadas, en las que se condena a los profesionales sanitarios por el fallecimiento de mujeres cuyos cuerpos no aguantaron la oxitocina suministrada para inducir su parto o por las secuelas causadas a bebés que padecieron sufrimiento fetal al no soportar estas inducciones. Bebés y madres sanos que fallecen o quedan gravemente afectados de por vida, porque esos riesgos de la inducción, de los que no fueron informados, aparecieron en su caso concreto. Tuvieron mala suerte.

Unos riesgos que todos, abogados, jueces, profesionales sanitarios y usuarias de los servicios sanitarios somos muy capaces de entender, si los leemos.

Que las mujeres de los futbolistas tengan la bendita suerte de no sufrir esas secuelas en sus partos programados contados en directo por Instagram no significa que todas las mujeres y bebés se libren.

Que una mujer haya sido sometida a la fuerza y contra su voluntad por orden de un juez a una actuación médica que puede implicar su fallecimiento o el de su bebé o la necesidad de realizar una intervención quirúrgica posterior, –  como es la cesárea – en caso de inducción fallida, demuestra el fracaso estrepitoso del sistema.

Demuestra que estamos en un punto de no retorno en el que el cuerpo de las mujeres se cosifica de tal forma, que dejamos de ser incluso sujetos de los derechos más elementales. Se nos priva de nuestro derecho a no sufrir riesgos e incluso de la facultad de elegir qué es lo mejor para nuestros hijos que están por nacer, convirtiéndonos en meros “recipientes” que pueden ser sometidos y pisoteados en aras a un “bien superior” dictado por un médico que decide por probabilidades.

No hay ética o norma legal capaz de justificar que, para salvar a un feto de un probable riesgo no probado, diagnosticado por un profesional que puede equivocarse, se pueda dejar la salud de una mujer abandonada a su suerte y ordenarle que ponga en riesgo su vida.

Eso solo puede decidirlo una madre. Y siempre decidimos el bienestar de nuestros hijos. Y solemos dar nuestra vida. Pero a partir de diagnósticos correctos, no cuando vemos claramente que estamos ante una profesional que no nos merece confianza.

Aquella mujer se fue del hospital, porque la ginecóloga no supo -o no quiso- explicarle los riesgos que tendría si aceptaba inducirse el parto. Una mujer informada a la que no se le dejó decidir qué riesgos asumía, y que, tras su “sublevación”, fue reducida por el poder obstétrico.

Focault, en su Historia de la Sexualidad, ya nos advirtió que estamos sometidos al “biopoder”, esa herramienta utilizada por los estados modernos para controlar a la población en todas sus facetas (hábitos de salud, reproducción, nacimiento, enfermedad, muerte, bienestar). No se equivocaba.

Nos contó que ya no nos controlan a través de los medios “hoscos” que utilizaban los viejos estados soberanos y que consistían en poder “hacer morir “o “dejar vivir”, sino a través de técnicas muy refinadas que persiguen justo lo contrario: “hacer vivir” y “dejar morir.” Tan sutiles que parece que sea algo que hemos decidido por consenso. Es lo correcto. Y haciendo “lo correcto”, todo nos parece que funciona. Son métodos imperceptibles a primera vista, pero que aplastan con todas sus fuerzas a todo aquel que intente salirse del sistema.

El biopoder, que siempre se esconde para que nos creamos libres, quedó al descubierto cuando aquella mujer quiso rebelarse, al no estar de acuerdo con un diagnóstico médico fallido. Y, con la ayuda de la “justicia”, la dejó con un bebé en los brazos obligado a nacer así de mal y sin nada más. Porque cuando vulneran tus derechos humanos, te lo quitan todo.

Lorena Moncholí es abogada, especialista en Derecho Sanitario, derechos del parto y del nacimiento, maternidad y familia.

8 comentarios

  1. Dice ser Lucas

    Todas las profesiones tienen su riesgo y tomar decisiones a veces no es fácil. Pero aún más en la medicina, cuando al médico se le plantean situaciones complejas, en las que tiene que elegir un camino que por supuesto a veces no es acertado.
    Yo me pregunto: ¿la ginecóloga tenía acaso alguna intención ajena a salvaguardar la vida de la madre y del feto?. Pues no creo. Sencillamente constató que había un riesgo que consideró grave y actuó en consecuencia. ¿Y si el riesgo realmente existía y no hubiera tomado decisión al respecto?. Si hubiese ocurrido un fatal desenlace, luego la acusarían de negligencia. Es muy fácil opinar y criticar, pero hay que ponerse en el papel del profesional médico, que lo tiene muy difícil.
    La única observación que se me ocurre, es, que en estos casos, se requiera con urgencia el dictamen de algún otro médico, para que la decisión al menos sea contrastada por más de uno.

    18 julio 2016 | 08:55

  2. Dice ser Ania

    Leí la noticia, pero el contexto no fue explicado, no se que tipo de mujer era la madre en cuestión, ni que ginecologa era la cuestionada. Se que hace poco fui madre y que desgraciadamente tuve que pasar por al menos 10 ginecologos por mi situación medica especial, mi parto fue inducido (con criterio), y siempre me senti respetada en mis decisiones. no entiendo porque una ginecóloga haría una cosa así sin justificación, creo que no estamos perdiendo algún tipo de información, y puede que la madre, el bebe o el parto, tuviesen algún tipo de riesgo.
    Además estamos hablando del hospital de Sant Boi, yo, si como mujer me siento vulnerada y o violentada, a los mismos mossos que me «escoltaron» al hospital, les exijo que me lleven a otros hospital cercano, por ejemplo Sant Joan de Deu, La Maternitat, Sant Joan Despi Moisès Broggi entre otros, para revaluar mi situación … pero nada de esto ocurrió ¿porque?
    No lo se, supongo que quien escribe el blog sabrá a ciencia cierta de lo que habla, porque a mi me quedan bastante lagunas en la historia, y sin des contextualizar la frase de la escritora «Eso solo puede decidirlo una madre. Y siempre decidimos el bienestar de nuestros hijos. Y solemos dar nuestra vida», resta decir que NO es siempre cierto, vemos y leemos muchas veces lo que hacen PORTADORAS de bebes que no se pueden llamar madres, y que lejos están de cumplir con la premisa descrita por la escritora.

    18 julio 2016 | 11:36

  3. Dice ser Judit

    A pesar de la mucha información que no nos alcanza. ¿Cómo se justifica un diagnóstico de urgencia médica en el parto cuando la intervención urgente consiste en una inducción que requiere de una «espera» impuesta de 5 horas???!!!! Lo veremos en la resolución judicial del caso que apesta a abuso de poder institucional obstétrico, judicial y negligencia médica. Que sí. Que existe. Que algunos no son Dioses pero que se lo han creído.

    18 julio 2016 | 15:07

  4. Dice ser Sati

    No tengo nada que decir sobre el artículo (no hay suficientes datos para hacer un juicio) pero me he dado cuenta de que has usado el cuadro del Matrimonio Arnolfini para ilustrar tu artículo, seguramente cayendo en el frecuente error de creer que la esposa está embarazada. No lo está, solo está resaltando el vientre curvando la espalda hacia atrás, que en aquella epoca se consideraba una postura elegante, ya que se consideraba el vientre como una de las partes del cuerpo más bellas. De hecho, el matrimonio Arnolfini no llegó a tener hijos, y esto es un retrato de boda, así que era imposible que la esposa pudiera estar embarazada. Solo apunto el dato.

    18 julio 2016 | 16:07

  5. Dice ser Rubén

    Además, Sati, se te ha olvidado comentar que «Los esposos Arnolfini» está lleno de metáforas acerca del matrimonio, y el supuesto embarazo de Giovanna Cenami es una de ellas. Jan Van Eyck hizo que Giovanna agarrase su vestido de esa manera para realizar una alegoría acerca de lo intrínseco entre el matrimonio y la descendencia, pero como bien dices, Cenami no estaba embarazada, ni pudo estarlo nunca, pues era estéril. De hecho, Giacomo Arnolfini la repudió por ello, asi que creo que esta vez los de este blog han metido la pata…

    18 julio 2016 | 19:22

  6. Dice ser dfadgfa

    sati, iba a decir lo mismo, yo lo pensé bastante tiempo. Y por otra parte estoy segura de que si nolo rpovocan y algo no sale mal denuncia a los médicos, harta de la gente que se cree que sabe más que los profesionales

    18 julio 2016 | 19:58

  7. Dice ser Lorena

    El cuadro del Matrimonio Arnolfini refleja la sumisión de la mujer, desde todos los puntos de vista posibles. Se la pintó así para reflejar que la culminación de la mujer debía ser la de ser madre, cosa que , efectivamente, no ocurrió en la realidad. A la Sra Arnolfini se le estaba dando un mensaje muy claro y su humillación dura ya muchos siglos. Su sumisión y su cabeza baja también. Como la de todas las mujeres.

    Todos aquellos que opinan sobre el caso en cuestión debe partir de una premisa: la urgencia que la ginecóloga argumentó para ir corriendo a solicitar una orden judicial no era tal, puesto que luego se le hizo esperar a la mujer 5 horas para ser inducida. Ningún bebé con un sufrimiento fetal tan urgente aguanta 5 horas sin secuelas severas.

    El artículo parte de la premisa clara de que la ginecóloga diagnosticó mal, como en las casi 15.000 denuncias del año pasado, según el Defensor del Paciente. 15.000. Sólo del Defensor del Paciente.

    Pensar o argumentar que «porque lo haya dicho un médico, eso es cierto», habla mucho de la madurez de nuestra sociedad. Los médicos no deciden sobre los cuerpos de los pacientes, sólo proponen. Son los pacientes los que deciden. Una decisión informada, firmada por escrito, exime al médico de responsabilidad.
    Lorena Moncholí

    19 julio 2016 | 09:51

  8. Dice ser Lorena Moncholí

    El cuadro del Matrimonio Arnolfini refleja la sumisión de la mujer, desde todos los puntos de vista posibles. Se la pintó así para reflejar que la culminación de la mujer debía ser la de ser madre, cosa que , efectivamente, no ocurrió en la realidad. A la Sra Arnolfini se le estaba dando un mensaje muy claro y su humillación dura ya muchos siglos. Su sumisión y su cabeza baja también. Como la de todas las mujeres.
    La violencia obstétrica es la sumisión institucional más ruin de la mujer. Y es violencia de género. El cuadro está muy bien elegido.

    Todos aquellos que argumentan que la ginecóloga hubiera tenido responsabilidades en caso de que algo le hubiera pasado al bebé, aclarar que a los profesionales sanitarios se les exime de responsabilidad una vez el paciente/usuario firma la renuncia al tratamiento propuesto. Eso lo dice la ley, no yo.

    Sé qué ocurrió, conozco la historia y por eso la cuento. Y lo que constato abiertamente es que esa ginecóloga se equivocó en su diagnóstico y se llevó por delante el parto de una mujer, el nacimiento de un bebé, los derechos humanos de ambos y su salud futura. Una inducción deja una huella imborrable y más, si es a la fuerza.

    Por lo demás, creer que las decisiones tomadas por batas blancas y togas negras son siempre correctas solo porque provienen de batas y togas me recuerda a aquellos tiempos de «Bienvenidos , Mr Marshall.» y denota la gran inmadurez en la que está sumida nuestra sociedad actual.

    Lorena Moncholí

    Abogada colegiada ICAV nº14084
    Agente de Salud de Base Comunitaria de la Comunidad Valenciana.

    21 julio 2016 | 00:46

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