Madres y coraje

Por Nuria Coronado

En el instante precioso y preciso en el que la maternidad llama a las puertas del hogar nace también la imperiosa necesidad de cuidar más allá de las medidas racionales del tiempo y del espacio de ese ser tan especial. Es entonces cuando haces un pacto contigo misma y te prometes, desde el rincón más cálido y hermoso de tu alma, que le cuidarás y acompañarás en el viaje de la vida con dos propósitos: que sea feliz y nunca le pase nada.

Sin embargo hay veces que esa promesa se vea sacudida por un terremoto inesperado de intensidad tal, que deja ese juramento en la zona cero de la tristeza. Es entonces, cuando uno se queda en ese territorio o, a pesar del dolor, saca fuerzas que no se sabe de dónde vienen pero si para el lugar al que van. Maria Jesús González, madre de Irene Villa, lo sabe bien. Aquel 17 de octubre de 1991 se dirigía con su hija de 12 años al colegio cuando una bomba colocada bajo su coche y no solo cargada de explosivos, sino de la peor de las iras, les cambió la vida para siempre. O eso parece. “Solo nos cambió por fuera, por dentro seguimos siendo las mismas”, me dice.

María Jesús González con sus hijas, Irene y Virginia.

María Jesús González con sus hijas, Irene y Virginia. Imagen familiar.

Su pequeña además de sus piernas y tres dedos de una mano dejó en la acera en la que yacía sus sueños de bailar, de desfilar como una modelo o de seguir haciendo esas manualidades que tanto le gustaban. Ella también quedó incapacitada: sin una pierna y un brazo. A pesar del durísimo golpe y de tantas idas y venidas por largos pasillos de hospitales y quirófanos, que no habían hecho más que empezar, decidió seguir adelante para dar ejemplo y esperanza a su querida niña. Decidió que la vida seguía mereciendo la pena.Saberla y sentirla viva después de tanto horror me bastaba. Era lo único que quería y necesitaba escuchar para seguir adelante”, dice. Su amor de madre pudo más que la incomprensión de aquellos que no entendían como podía sonreír y estar contenta después de todo lo vivido o como antepuso por egoísmo personal su paz interior al odio para siempre a quienes les hicieron aquello. “Lo que no habría podido asimilar era saber que a Irene le hubiera pasado lo peor. ¿Cómo se sobrevive a la muerte de un hijo?”, recalca.

Una dura y dolorosa pregunta cuya respuesta María Jesús escuchó en los labios de otra madre valiente: Blanca Tejero  quien un día, de repente, como llegan las cosas que te cambian la vida, se enfrentó al vacío y a la desesperación más absoluta: perdió a su hija adolescente. En sus brazos, tras un calvario de tratamientos, lágrimas y batas blancas, se le escapó la vida de Vero, su niña de ojos tan intensos como el mayor y más bello mar cristalino. Un inesperado visitante llamado cáncer tocó a sus puertas y no pudieron librarse de él. “Romper la promesa desde el momento en que sabes que estás embarazada de cuidarla para siempre, de velar para que no le pasara nada, de salvarla de cualquier dolor, te desgarra por dentro. Es el mayor fracaso y dolor al que te enfrentas. Es acabar con un pacto sagrado hecho desde el corazón que te deja peor que muerta”, explica.

Blanca Tejero

Blanca Tejero con su hija durante el tratamiento. Imagen familiar.

Allí, en esa tierra de nadie donde Blanca describe ‘solo habita el dolor y se llega a enloquecer’, aprendió que más allá de la dura caída lo peor era no levantarse y quedarse en la oscuridad para siempre. ‘Sin fuerzas entendí que la peor traición que le podía hacer a mi hija era morir en vida. Y no estaba dispuesta a ello. Tenía que seguir viviendo por ella y por mí. No bastaba con sobrevivir a su ausencia o a los momentos que ya nunca iban a llegar, tenía que vivir en homenaje a ella’, recuerda. De sus flaquezas volvió a sacar fuerzas y escribió su historia, porque quiere que otras mujeres y familias que tengan que pasar por su misma experiencia puedan ver al otro lado de la vida. Se trata como dice el título de mi libro de recordarnos que “el amor lo puede todo”, añade.

Por ese mismo amor de madre y por la suerte que tuvo María Jesús de no perder a Irene, el espacio que debería ser destinado al resentimiento y la venganza dio paso a muchos planes. Ambas se aferraron al lema de las valientes. Ese que se escribe con enormes y luminosas letras que unidas forman la frase perfecta: “aquí se escoge la vida“. Y es que como repite esta sabía mujer: “Si la felicidad de una madre está en ver caminar por primera a tus hijos. Algo que solo se da una vez en la vida. ¿Cómo no voy a estar feliz cuando yo lo he visto dos veces?”. Y razón no le falta.

“Lo que nos pasó fue algo tan irreversible que solo había dos salidas: llorar hasta la infelicidad o pensar en tantas personas que nacen con discapacidad y siguen para adelante. Nosotras optamos por esto último. No quisimos morir en vida”, subraya. Y bien que han hecho. Sus ejemplos, como los de otras madres, nos ayudan al resto a seguir sintiendo que los hijos (nacidos de forma natural, in vitro, adoptados) son esa “poquita cosa” que llegan a tu vida para siempre – y que como canta Pasión Vega-  por los que se da la vida y si hace falta “se derrumban los pilares del cielo”.

¡Feliz día de la madre!

Nuria Coronado es periodista, editora en www.lideditorial.com  y responsable de Comunicación de Juan Merodio.

3 comentarios

  1. buenos días, madres y coraje!! lo cierto es que cuando no vives estas situaciones y lees estos casos, piensas si me pasara a mi yo no podría 🙁 pero llega ese día y las madres intentamos luchar, porque es el único camino.
    Ayer, precisamente, tuve reunión con la psicóloga de mi hija, «no luche, acepte» le dije que no podía, porque lo que me hace seguir es la esperanza, tengo fe. Casualidades de la vida, ayer me encontré de frente esta frase
    nec spe nec metu (ni esperanza, ni temor) hoy leo este post, gracias.

    29 abril 2016 | 07:49

  2. Dice ser Blanca

    Cuanta verdad hay en este blog!. Hace un año que lucho junto a mi pequeña para ganarle la batalla al cáncer que se apoderó de ella a sus 10 años. En los días sucesivos al diagnóstico yo no podía parar de llorar, mi cuerpo no obedecía a lo que mi mente sabía: hay que estar fuerte por y para ella. Fue otra mamá la que me consoló un día y me contó que a su pequeña el tratamiento no le había funcionado y tras cinco años de batalla al cáncer ahora sólo quedaban los cuidados paliativos. Le pregunté cómo podía estar tan serena, sonreír incluso y me respondió «porque ahora la tengo conmigo, y puedo luchar por ella, no tenerla es peor». Amor verdadero, no hay más

    29 abril 2016 | 13:09

  3. Dice ser Nuria Coronado

    Muchas gracias a las dos. Vuestro ejemplo de superación, a buen seguro, también está dejando huella en vuestro círculo más cercano que es vuestro mayor tesoro. Un fuerte abrazo y Feliz día de la madre, todos y cada uno de los días. Nuria

    30 abril 2016 | 10:55

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