Del silencio a la sentencia

Por Flor de Torres Flor de Torres

Manuel fue condenado en sentencia ya firme del Tribunal Supremo a 16 años y medio de prisión  por malos tratos, agresión sexual continuada y amenazas graves a su mujer, Ana, y su hija. Los nombres no son reales, y eso nos permite proteger la intimidad de las personas. Pero la historia sí es real.

Su relación se prolongó durante 29 años que fueron derivando tras la convivencia en agresividad física y verbal. La hostilidad de Manuel se dirigía tanto a la mujer como a su hija. Ana era frecuentemente golpeada, abofeteada, zarandeada, tirada al suelo y testigo de la fractura de las puertas como forma de marcar el poder  por parte de Manuel.

Campaña contra la violencia de género de la Junta de Castilla  y León.

Campaña contra la violencia de género de la Junta de Castilla y León.

Se dirigía a ellas constantemente con  descalificaciones brutales y amenazas (‘me voy a liar a tiros…‘). Estos actos estaban  unidos  a la exhibición de una pistola reglamentaria que poseía. Dejaba encerrada a Ana en el dormitorio y se llevaba el pomo de la puerta.

Mientras estos hechos sucedían y de forma simultánea, sometía a su hija a todo tipo de tocamientos, besos y abusos sexuales desde que tenía 4 años. Cuando la niña cumplió 14 años  la violó reiteradamente colocándole un arma en la boca para que estuviera quieta. Tales deplorables actos venían acompañados ademas por la introducción de objetos por vía vaginal.


Estos son los hechos terribles probados en la sentencia. Pero además de padecer estas atrocidades ejercidas sobre ellas, Ana y su hija tuvieron  que volver a relatarlo todo una y otra vez en el juzgado, en el juicio,  al forense. Todas estas declaraciones fueron a su vez filtros de  la verosimilitud de los hechos denunciados. La sentencia nos dice que Ana y su hija,  como ocurre muchas veces con las víctimas de estos delitos, amplían en sucesivas declaraciones  la primeras, ya que inicialmente están contenidas por sentimientos tan naturales como la vergüenza o el rechazo respecto a lo verdaderamente sucedido.

Así ocurre muchas veces: madre e hija  sometidas  a su común verdugo, con voluntades prácticamente anuladas y sobrevivientes pese al propio intento de autolisis de la hija ante esta tragedia que les tocó vivir. Ana  y su hija en  su vida actuaron durante mucho tiempo como muchas otras víctimas de la violencia de género. Aguantando en silencio y a escondidas, calladas y sometidas.

Ellas, como las mujeres que sufren  la violencia de género, apenas pueden hablarnos. Sus frases son entrecortadas porque les asoma frecuentemente el llanto. Les cuesta  fijar sus ojos en los nuestros pues tienen la mirada perdida,  su discurso apenas sirve para inculpar  a sus maridos, compañeros o padres. Ellas no piensan en eso,  sino en que  sea la Justicia  quien les guíe en el tortuoso camino de la huida que acaban de emprender.

Y mujeres como Ana y su hija son con las que hablamos, las que en su nombre denunciamos. En el  día después todas ellas tienen algo en común: vienen de  distintos orígenes, incluso de distintos países, tienen distintas historias, costumbres, estratos sociales, profesiones, domicilios. Pero cuando llegan, cuando el miedo, la rabia y la impotencia les empuja a  buscarnos, lo hacen de la misma forma: en silencio y a escondidas.

Conocer y visibilizar las historias como la de Ana y su hija, –terribles historias reales que se convierten en casos con sentencia firme-, nos hace pensar de otra forma a como lo hacíamos antes de trabajar con las víctimas de la violencia de género. Y cuando se habla sin conocer estas historias reales que alimentan las cifras fidedignas de la violencia de género, lo hacemos sin comprender la magnitud inabarcable de la violencia a la mujer y de su esencia.

Y cuando opinamos de Ana, de su hija  y de todas las mujeres maltratadas que en Ana y su hija  están representadas, sin comprenderlas en su interior, volvemos a cometer injusticias sobre ellas por usar nuestros modelos de vida y creencias  sobre lo que es o debe de ser una relación de pareja.

No. Afortunadamente nuestra historia de pareja no es la de Ana, ni somos hijas de Manuel. Por ello no opinemos, solo comprendamos que  si no quieren denunciar es  por miedo,  por  dependencia emocional hacia su verdugo, por vergüenza, por falta de asertividad,  por incapacidad de abandonar a su pareja, por su baja autoestima, por sentirse   amenazadas, por la creencia  que  la  reacción  violenta ha sido provocada por ellas, por su distorsión cognitiva, por su frustración.

Y con la ley, pero sobre todo con la empatía, estaremos asegurando a personas como Ana y su hija no solo su propia seguridad física y moral sino ese algo más que está a su altura y que les debemos: escucha y respeto.

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminación sexual. Fiscal Decana de Málaga.

5 comentarios

  1. Dice ser jijijaja

    Vaya bazofia de cartel
    ¿Violencia de género?
    ¿Dónde viene reflejada en ese cartel la violencia de mujeres hacia hombres?
    ¿De las falsas denuncias no se habla?
    Tururú sandarú

    06 abril 2015 | 08:45

  2. Dice ser albitaguapa2

    jose fue denunciado, cuando ld dio a sumujer mas pesion y renuncio a ver a su hijo, fue quitada la denuncia

    06 abril 2015 | 09:09

  3. Dice ser realidad

    triste.

    Sin embargo, quien es la fiscal decana de Malaga? no sere yo quien te describa la imagen de la justicia, diosa femenina de la justicia, que se llamaba Iustitia… con los ojos vendados…

    No espero desde luego, ni a jueces ni a fiscales, dar opiniones por muy tristes que sean aunque coincida con ellas, lo que tienen que hacer es aplicar la ley, y siempre fuera de ningun medio publico o de los medias.

    Luego nos quejaremos de una justicia politizada…

    06 abril 2015 | 10:47

  4. Dice ser Megamoya

    #1 @lol
    ¿Falsas denuncias? Existen pero esa realidad es una minoría muy pequeña de los casos (minoría pero no despreciable, porque al fin y al cabo no deja de ser un crímen muy feo). La cantidad de denuncias que se demuestran falsas es mínima; el número real probablemente sea algo mayor (al fin y al cabo demostrar una denuncia falsa es difícil) pero, con los números que tenemos, me parece muy poco probable que lleguen al uno por mil siquiera.

    Ahora bien, estoy de acuerdo en que llamar «violencia de género» al maltrato intrafamiliar está mal a varios niveles. Incluso si ignoramos el horrible spanglish («género» en vez de «sexo») el término se centra sólo en el caso de cuando el maltratador es varón y la víctima directa es su pareja mujer, ignorando el resto de situaciones posibles (p.ej señora maltratando a su marido, parejas homosexuales, o cuando la víctima directa son los hijos). Por extensión la ley socialista (que el PP tampoco se ha molestado en intentar corregir) comete el mismo error y además discrimina de forma anticonstitucional.

    08 abril 2015 | 14:40

  5. Dice ser Miguel

    Para Megamoya:
    Pocas denuncias falsas??? te pongo un ejemplo en 2008 de 150000 denuncias por violencia de genero solo acbaron en condena el 12’7% de todas ellas, que paso? con el resto? ese 87%? eso son denuncias falsas…

    08 abril 2015 | 19:44

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