La profunda tristeza arraigada

Por Yolanda Pallín Yolanda_Pallin

Laura es una esposa y madre frustrada, además de una mujer enferma. Busca desesperadamente un hijo que nunca llega como un remedio milagroso a sus problemas de incomunicación con Carlos, su marido, un hombre de negocios muy inseguro y obsesionado con su trabajo. Su frustración y sentido de la culpabilidad sumergen a Laura en un viaje diario de búsqueda y liberación. Laura sueña, y en sus sueños conoce a dos enigmáticos personajes: un Hombre, que noche tras noche la tortura, y una Mujer que parece representar todo aquello que ella no puede ser… O no se atreve a ser. Aquejada de insomnio y fuertes jaquecas, Laura empieza a comprender la necesidad de aprovechar bien su tiempo. A medida que sus visiones cobran fuerza, se verá obligada a tomar una decisión: continuar con su  matrimonio hasta el final o librarse de todas sus ataduras. Son Los restos de la noche, o la profunda tristeza arraigada.

Imagen de la obra 'Los restos de la noche', de Yolanda Pallín, puesta en escena por la compañía Skaena 5. Fotografía: Sue Ponce Gómez.

Los personajes del Hombre y la Mujer en las pesadillas de Laura. Imagen de la obra ‘Los restos de la noche’, por Skaena 5. Fotografías de la obra: Sue Ponce Gómez.

‘¿No podéis dar medicina a un ánimo enfermo, arrancar de la memoria una tristeza arraigada, borrar las turbaciones escritas en el cerebro y, con algún dulce antídoto de olvido, despejar el pecho atascado con esa materia peligrosa que abruma el corazón?’ Macbeth. Shakespeare.

En las tragedias modernas, los personajes padecen por sus pecados. Perdieron el sueño por hacer esto o aquello. Asesinaron el sueño mediante sus propias acciones. Es un alivio saber que los que la hacen la pagan, ¿no? En las clásicas, el origen del mal, de la culpa, proviene de lo ancestral y no parece poder ser combatido con los escasos recursos de lo humano. ¿Tenían razón , pues, los autores antiguos? Podemos llegar a pensar que sí, que no todos fuimos modelados con la misma arcilla. O que la semilla del dolor está enterrada en lo más profundo, tan abajo, tan dentro, que acceder a ella provoca el desgarramiento de la carne. Y, por fin, la muerte por mano propia; de forma consciente o inconsciente. No sabemos si fue antes la gallina o el huevo; si se nace o se hace. ¿Quién puede saberlo? ¿De verdad alguien lo sabe? ¿Alguien es tan sabio? El mundo contemporáneo tiende a no determinar sus causas porque se resiste a someter el misterio del mal. Hemos escuchado demasiadas teorías y ninguna resuelve el eterno problema. La familia, el peso de lo social, la educación recibida… Luchamos con nuestras escasas fuerzas -qué decir de la política hoy- siempre insuficientes. Tal vez nunca podamos abolir el dolor, sólo paliar los daños; tal vez sólo podamos acompañar al que sufre y ofrecerle las mejores atenciones. Y por eso sí: política, siempre. Hay mucho por hacer frente al eres tonta, eres fea, eres mala. Tú tienes la culpa. Reacciona o muérete.

Pero la enfermedad, y ‘el que lo probó lo sabe’, se protege a sí misma de forma implacable, como un tirano inseguro de su propio poder. Hay males que no quieren ser curados, fantasmas que luchan con uñas y dientes para no ser desalojados del cerebro. La protagonista de Los restos de la noche no es Laura. Lo dice el título. La acción está de parte de esos resquicios de lo oscuro, auténticos ocupas de la voluntad, invisibles porque nadie quiere mencionarlos, porque dan demasiada vergüenza. El enfermo, el dañado, oculta en los pliegues de la conciencia su profundo malestar. Cuando nadie quiere escuchar, su única aliada fiable pasa a ser la propia enfermedad: abandonada de todos, a ti me entrego. Laura inventa, sueña, espacios alternativos, lugares del placer culpable y, en el mejor de los casos, playas a las que huir. Como dice Sally Bowles, nadie quiere a los perdedores y por eso nadie me quiere a mí. Los personajes heridos pueden expresarlo en público con la condición de que lo hagan cantando. La forma, la disociación de acciones, el ritmo, el lenguaje teatral… son nuestra entonación.

Según Bentley ‘cuando un hombre desesperado comienza a cantar, quiere decir que ya ha trascendido la desesperación. Su canto constituye la trascendencia’. Trascendencia es aceptación del misterio. No es grave, ni elevada, ni cosa de otros tiempos: está aquí y ahora, entre nosotros, nos ha acompañado siempre. Su evidencia no nos exime de la acción, pero nos recuerda que no estamos por encima de la naturaleza. Aunque lleguemos a creerlo.

 

Yolanda Pallín (Madrid, 1965) es dramaturga. Con la obra Los restos de la noche recibió el Premio María Teresa León para autoras dramáticas en 1995. El estreno de la obra, a cargo de Skaena 5, tendrá lugar en la Sala Bululú los días 16 y 17 de mayo (20.30 horas); y el 18 de mayo (19.30 horas), dentro de la muestra de creación escénica Surge Madrid.

3 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Esta clase obras donde existe un alma envuelta en penas , incertidumbres y congojas son las que a mi me gustan y a veces intento llevar a mis novelas.

    Clica sobre mi nombre

    16 mayo 2014 | 11:30

  2. Dice ser manuel

    He sabido, por tus amigas, que me andabas buscando
    y hasta miedo me ha dado que supieses de mi
    y que me bautizases con un nuevo nombre
    muy bonito; quiero que me llames siempre así.

    Ahora me duele todo ese tiempo que te ignoré,
    que nunca me reflejé en tu espejo mágico
    en tus ojos negros de brillo intenso
    pero es que siempre pensé que yo no existía para ti.

    Resulta que podías verme, a un hombre como yo,
    insignificante, fracasado, indeciso y tímido;
    y escuchar sus canciones alegres o tristes.
    Eso me gusta mucho, me hace muy feliz.

    Mañana me pondré en la esquina por donde pasas.
    Te saludaré (¡Hola!). Me afeitaré. Me arreglaré un poco.
    Intentaré coger tu mano, y si no te gusta me sueltas.
    Caminaremos juntos un rato y me cuentas cosas…

    18 mayo 2014 | 01:03

  3. Dice ser manuel

    He querido escribir algo «triste» y con un cierto toque romántico… y me he pasado de tristeza y de ñoñería, creo. Ni me lo han publicado. Y han acertado.

    18 mayo 2014 | 09:10

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