Archivo de diciembre, 2013

El mango que cambia vidas

Por Patricia Polite Patricia Polite

Tuve la suerte de viajar durante una semana a Burkina Faso con Oxfam Intermón hace un par de meses para visitar y conocer de primera mano los proyectos que desarrollan en el país. Además, se trataba de mi primera visita a África, por lo que viajaba con especial interés por descubrir desde un país, un nuevo continente, que en algunos casos puede significar un nuevo mundo.

Visitamos varias cooperativas en la región cercana a Bobo Dioulasso, la segunda ciudad más importante del país. Una de ellas fue la asociación de secadoras de mango de Beredougou. Allí nos explicaron cómo gracias a la idea del secado de las frutas, consiguieron comenzar a desarrollar la economía local. Anteriormente, en la época de recolección sólo vendían el mango en los mercados de las poblaciones cercanas. Así, mucha parte de la producción se acababa pudriendo y echando a perder. Ahora, sin embargo, cortan el mango y lo secan, para posteriormente envasarlo y poder exportarlo a países, principalmente de Europa.

El hecho de haber conseguido crear una industria próspera, internacionalizada y sostenible, es una gran noticia. Pero todavía lo es más saber que, gracias al trabajo incansable de las mujeres que tuvimos la suerte de conocer, este cambio no es sólo económico.

Patricia Polite durante su visita a Burkina Faso en octubre de 2013

Patricia Polite durante su visita a Burkina Faso en octubre de 2013

Las mujeres que forman parte de la cooperativa no consiguen únicamente aportar un salario extra a sus familias. En todos los casos sin excepción, el dinero que reciben estas mujeres se invierte directamente en la sanidad y la educación de sus hijos. En Burkina Faso, ambas son públicas pero no absolutamente gratuitas, por lo que existen muchas familias que no tienen ni siquiera el dinero necesario para una visita médica o para comprar un cuaderno y un bolígrafo para la escuela. Es decir, un sueldo extra en las familias significar invertir, directamente y sin vuelta atrás, en el futuro del país. Sin vuelta atrás porque una vez que una generación está escolarizada, no hay vuelta atrás en el desarrollo.

Pero aquí no se acaba, sino que viene a mi modo de ver la parte más bonita o, al menos, laque a mí más me llegó de la historia. La actual vicepresidenta de la Asociación, Rosalie Soma, fue la primera mujer que entró a formar parte de la cooperativa. Ella fue la pionera en ponerse a trabajar codo con codo con los hombres y en sentarse a decidir cómo se debían hacer las cosas. Ella fue también la que contando su experiencia logró convencer a otras tantas mujeres. Y lo que ahora mismo más le llena de alegría, además de obviamente haber contribuido a la economía, salud y educación de los más cercanos, es que en la actualidad es requerida por diferentes cooperativas para ejercer de consultora, contar su experiencia y dar sus consejos.

Ese orgullo de realización profesional y personal, y cómo se le iluminaban los ojos al contarlo, fue para mí uno de los momentos más especiales del viaje. Porque ese cambio en el comportamiento de esa gran mujer, ese pequeño cambio, conlleva el cambio en muchas ideas preconcebidas y contribuye a derribar estereotipos y a mejorar la sociedad del país en su conjunto.

Patricia Polite es socia de Oxfam Intermón desde hace varios años. En octubre de 2013 viajó a Burkina Faso donde conoció los alimentos con poder.

La mutilación genital femenina

Por Mimi Jiménez Mimi-Jiménez-e1387281310888

Cada año, tres millones de niñas corren el riesgo de sufrir una mutilación genital. Y, en el mundo, ya hay 140 millones de mujeres que han padecido la extirpación parcial o total de sus genitales externos cuando eran niñas. Se trata de una práctica firmemente arraigada en la tradición africana y extendida en cerca de 25 países del continente. Muchas veces la ablación se hace por motivos religiosos, basándose en la creencia errónea de que se trata de un precepto del Islam, o como rito de iniciación a la edad adulta. Sin embargo, la razón principal que se esconde detrás de esta costumbre es sin duda la férrea voluntad de controlar el cuerpo de las mujeres.

Las consecuencias de esta terrible práctica son irreversibles además de inhumanas: infecciones que pueden provocar la muerte, menstruaciones dolorosas, partos difíciles, incontinencia urinaria, coitos dolorosos, etc.… sin hablar del profundo trauma que sufren las niñas al verse sometidas a tan cruel tortura.

En España- desde julio de 2005- una ley permite a los tribunales españoles perseguir delitos de mutilación genital femenina. Cataluña, Andalucía y Aragón son las zonas donde se concentra el mayor número de casos. La mutilación genital femenina se hace en la clandestinidad, y aumenta al finalizar el curso escolar, cuando las familias inmigrantes aprovechan para ir de vacaciones a su país de origen, donde se somete a las niñas a esta práctica.

Para una visión esperanzadora del tema, os recomendamos la película Moolaade, del conocido cineasta senegalés Ousmane Sembene. Ambientada en un pequeño pueblo de Burkina Faso, la cinta relata la historia de una mujer que se enfrenta a toda la comunidad al acoger bajo su protección (moolaade) a cuatro niñas que deben someterse “al rito de su purificación”. Siete años antes, Collé Ardo ya se había opuesto a la ablación genital de su propia hija. Esta vez, su valentía da pie a una auténtica revolución.

Cartel de la película Mollande

Cartel de la película Moolaade, dirigida por Ousmane Sembéne

Os dejamos también con este poema que transmite todo el dolor de la somalí Abdi-Noor H. Mohamed:

El nacimiento de un bebé debe ser una bendición
Pero el mío fue poco menos que una maldición
El rostro de papá no se iluminó Los tambores no hicieron ruido
No hubo disparos. Ninguna ceremonia se llevó a cabo
El recién nacido era yo. Soy una chica
En mi cultura, el género cuenta.
Una chica no es tan bienvenida como un niño
Aumentar los camellos en los pastizales
es la más alta prioridad de la familia
Ellos creen que una chica no tiene manos
ásperas que combatan contra los enemigos
es la más alta prioridad de la familia
Ellos creen que una chica no tiene corazón para
La reconciliación tras un conflicto
Es la más alta prioridad de la familia
Ellos creen que una chica no tiene cabeza
A los cinco años tuve que enfrentar lo peor
Un corte de cuchillo en mis genitales
Una partera me circuncidó
Me cosió, me infibuló.
Donde yo tenía un clítoris
Tengo una cicatriz negra ahora
¿Por qué me causaron ese dolor?
Este verdadero dolor de las culturas primitivas
Llorando estoy, en cada etapa de mi vida
Mamá y papá, ¿no soy una hija?
Querido hermano, ¿no soy una hermana?
Querida humanidad, donde quiera que estés
¿No soy un ser humano?
Lágrimas, lágrimas, lágrimas

 

Mimi Jiménez es feminista convencida, con ánimo de sensibilizar y contagiar a ese sector ciego a las desigualdades de género para que abra los ojos de una vez y actúe en consecuencia.

Germinar del otro lado del río

Por Susana Arroyo   Susana Arroyo

Hace 19 años Analiva salió de su casa para nunca más volver. Con una muda encima y una prole de 8 a cuestas, ella y su marido caminaron  una noche y un día hasta llegar a las orillas del Río San Miguel, en la frontera  con Ecuador. Atrás quedaban el ejército, los paramilitares, la guerrilla y su natal Policarpa, en Nariño, Colombia. Delante esperaba un país ajeno. Nada menos. Nada más.

María Analiva Narváez está casada con Plinio Hurtado y hoy vive como refugiada en una pequeña comunidad del lado ecuatoriano del río,  en la provincia de Sucumbíos. “Teníamos que irnos. Mataron a dos de nuestros hijos, uno tenía nueve años y el otro no llegaba a los 20”. Me contó su historia en los bajos de su casa, después de recoger yucas y meter la ropa. Era mediodía y la humedad caliente y pegajosa anunciaba al aguacero. “A veces hay que dejarlo todo para que no se dejen tu vida. ¿Qué cómo estamos ahora? Pobres, pero tranquilos”.  Su mirada era, es, la definición de la melancolía.

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Analiva y su marido (c) Susana Arroyo / Oxfam

La suya es la historia de otras miles de familias desplazadas, una historia de siempre volver a empezar. “Y de repente un día estaba yo parada en una tierra que no era mía, mirando el pedacito donde teníamos que levantar una casa o algo que se le pareciera”. Analiva y su familia empezaron con un rancho y hoy tienen una casa de madera, sobre pilotes, que ya no se inunda cuando sube el caudal. Ambas fueron hechas con alimentos. Sí, con ese poder que tiene la comida -y la gente- para transformarlo todo.

Sembraron arroz, plátano y yuca. Cosecharon tres comidas al día, materiales de construcción, medicamentos, combustible y hasta dinero para pagar -en caso de vida o muerte- los 100 euros que cuesta un viaje en bote express hasta Lago Agrio, la capital de provincia. Hoy su pueblo tiene escuela, agua potable y una asociación comunitaria que conoce sus derechos y sabe cómo reclamarlos.

Llegará el día de la tierra propia, los seguros agrícolas y el acceso justo a salud y servicios públicos. Quizá venga con el cotizado cacao que hoy estamos cultivando juntos. La meta es venderlo dentro y fuera del país, generar ingresos, cuidar la selva, demostrar que se puede y se debe producir de forma más justa.

Antes de verse obligada a dejar su tierra, Analiva era una apreciada jornalera agrícola que soñaba lo mismo que usted o que yo – salud, trabajo, casa propia, felicidad para los nuestros. Y lo perdió todo, menos la buena mano. Por todo y a pesar de todo ella sigue sembrando y cosechando acaso el más grande de los sueños: sobrevivir… no importa el lado del río.

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Desea que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.

En el Día Internacional de las Personas Migrantes: ¡Salud, compañeras!

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

No conmemoramos hoy el Día Internacional de las Personas Migrantes simplemente porque la ONU lo proponga un año más.  De hecho, la conmoción de Lampedusa amenaza con ahogar nuestro empeño, y la indignación de Melilla podría cortar de raíz cualquier brote de celebración así como siega sin piedad la carne y la ilusión de tanta gente.

Si, a pesar de todo, seguimos aferradas a la esperanza es porque todos los días constatamos que es muy cierto aquello que la ONU declaró en su asamblea general del pasado mes de octubre: «la importante contribución de los migrantes y la migración al desarrollo de los países de origen, tránsito y destino».  Esta «importante contribución» permanece invisibilizada o, lo que es peor, es deformada impunemente cuando se presenta a los inmigrantes como un lastre social del que necesitamos deshacernos. A la afirmación de la ONU sumemos el dato de que las mujeres y las niñas representan la mitad de los migrantes internacionales… ¡y que empiece la fiesta por estas compañeras que día a día colaboran a mejorar nuestro país y el suyo!

 María Alexandra Vásquez (abogada) y Catalina Villa (psicóloga), miembros del Equipo Técnico de Pueblos Unidos. Foto: Marga Saldaña

María Alexandra Vásquez (abogada) y Catalina Villa (psicóloga), miembros del Equipo Técnico de Pueblos Unidos. Foto: Marga Saldaña

Desde luego que no puede tratarse de una fiesta fácil cuando a muchas y a muchos la decisión de migrar les cuesta su propia vida. Las sombras de los muertos nos persiguen, impidiéndonos dejar para mañana la lucha abierta por condiciones de vida más justas y más dignas. Pero, además de ser un día para la denuncia y la reinvindicación, el 18 de diciembre quiere poner en valor «decenas de pequeñas grandes historias de dignidad, sacrificio, solidaridad, aprecio común, acogida y agradecimiento que contribuyen a hacer más densa esa urdimbre de vínculos entre vecinos y vecinas llegados de tantos lugares distintos. (…) Hoy celebramos todas esas historias como pequeños triunfos de humanidad compartida en un contexto de decisiones políticas que las hace improbables (Declaración del Servicio Jesuita a Migrantes).

Me gustaría destacar hoy dos de esas «pequeñas grandes historias», dos figuras que desde la penumbra acompañan con su solidaridad y buen hacer a tantos migrantes que acuden a nuestro Centro Pueblos Unidos. Porque también ellas, Catalina y María Alexandra, son migrantes. Ambas dejaron un día sus países de origen, Colombia y Venezuela, y llegaron a España con un buen caudal de profesionalidad y un futuro incierto por delante. Lo que aportan a nuestra tarea común es mucho más un conjunto de conocimientos especializados en las áreas de la Psicología y el Derecho, aunque las dos trabajan concienzudamente y se desvelan por sus programas. Su formación como psicóloga clínica, enraizada en su propia experiencia migratoria, dota a Cata de una sensibilidad muy particular para detectar el dolor, procurar que cada persona encuentre caminos de sanación y crecimiento, y promover grupos de mujeres que mutamente se ayudan a hacerse un hueco en la sociedad española. Por su parte, María Alexandra ejerce su profesión de abogada con una fina intuición para percibir la injusticia que sufren las personas más vulnerables, sobre todo las trabajadoras domésticas, y con la férrea voluntad de defender sus derechos cueste lo que cueste. Nuestro equipo no sería el mismo sin ellas.

A pesar de que toda celebración se nos ha vuelto difícil, hoy es un día para brindar por  esas mujeres migrantes que constantemente se superan a sí mismas y contribuyen a que la vida sea un poco mejor. Por María, por Cata, por tantas que conocemos y por las que en el anonimato sostienen el peso del mundo. ¡Salud, compañeras!

Margarita Saldaña. Trabajo en el  Centro Pueblos Unidos. Miro con atención la vida que se esconde en los dobleces de la historia, donde con demasiada frecuencia nos encontramos las mujeres. Compañera de todos los que buscan un mundo más justo.

Del plato al Congreso: el difícil empeño de alimentar al Perú

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Sucedió en 1995, en una universidad de Estados Unidos. Se entregaban unos importantes premios a Noam Chomsky, Gustavo Gutiérrez (dos personalidades que no necesitan presentación) y Benedicta Serrano, la primera Presidenta de los comedores populares de Lima y el Callao, en Perú. Hubo acto solemne, discursos, grandes palabras. Pero cuando llegó el momento del debate universitario, todas las preguntas fueron dirigidas a Benedicta. Y esas mismas preguntas, muchos años después, todavía están vigentes y producen respuestas admirables.

Leandra Condori, fundadora del comedor Los Condoritos, en Yanama (Cusco), recibe el premio Rocoto de Oro en la feria Mistura 2011. Foto: Oxfam

Leandra Condori, fundadora del comedor Los Condoritos, en Yanama (Cusco), recibe el premio Rocoto de Oro en la feria Mistura 2012. Foto: Oxfam

¿Cómo conseguían estas mujeres sin estudios, generalmente sin empleo, que formaban parte de familias donde a duras penas entraba un salario inestable, alimentar cada día a miles de personas? ¿Cómo organizaban ese aprovisionamiento que requería una logística tan delicada (alimentos perecederos, dieta variada, distribución diaria, grandes distancias…) ¿Cómo conseguían ser uno de los interlocutores más difíciles para el gobierno de su país? ¿Cómo consiguieron cambiar leyes, pero sobre todo, salvar las vidas de millones de personas?

Estas mujeres sencillas, sin pretensiones, pero con una coherencia a prueba de bombas, han salvado muchas veces al Perú en su historia. Muchas veces, en todo el país, simplemente sacando lo que tenían en casa para cocinarlo en común, como en el cuento de la sopa de piedra. Como en 1990, cuando nada más llegar llegar al poder, Fujimori realizó un ajuste económico brutal que subió los precios hasta hacer inaccesible un paquete de arroz o de fideos. La estrategia de las mujeres par enfrentar el terrible impacto fue sacar las ollas a la calle, y cocinar en común con lo que había en casa. Y así miles de familias sobrevivieron.

Y de ahí, con una inteligencia social impresionante, empezaron a organizarse más allá. Con sus modestos ingresos, se asociaban pagando pequeñas cuotas por las raciones familiares, y cuidando de atender a las familias del grupo que no podían pagar las raciones por estar pasando un mal momento. Todas las decisiones, y los precios de lo que se compraba, se ponían en común, se anotaban con grandes letras y números en un gran papel en la pared del comedor.  Para todo había que echar cuentas muy ajustadas, pero la cuenta principal era ésta: si dos mujeres cocinaban por turno diariamente para 20 familias, liberaban muchas horas semanales para que las otras 18 pudieran trabajar, formarse, reunirse, exigir ayudas. Si varios comedores compraban en común, conseguirían precios al por mayor. Si conseguían un local donde acopiar la comida no perecedera y distribuir a los comedores del barrio, ese mismo local serviría para reunirse, y para instalar una consulta psicológica que les ayudara a salir del maltrato, o una consulta jurídica para defender sus derechos. Siempre pensando en el bien común, siempre empezando por un plato en la mesa.

Pronto las mujeres de los comedores, como tantas otras en Perú, empezaron a ser referencia moral y autoridad informal en sus barrios, sus pueblos. Ahí está el ejemplo de María Elena Moyano, un símbolo mundial tras su dramático asesinato por Sendero Luminoso. Su historia, una parte de la cual cuenta magistralmente Carmen Lora en su libro ‘Creciendo en dignidad‘, va de la ignorancia y el desprecio institucional, pasando por la amenaza terrorista, a las ofertas para participar en listas electorales de todos los partidos y colores. Y en muchos casos a la presencia en municipalidades, gobiernos o el Congreso de la República. Pero todo ello sin dejar de cocinar y servir cada día miles y miles de raciones de alimentos, de sencillas comidas. El apoyo del Estado con alimentos sólo llega al 10% aproximado de lo que estas mujeres hacen.

Durante los 5 años que viví en Perú con mi familia, visité y comí en una enorme cantidad y variedad de comedores populares. También tuve la suerte de apoyarlas como voluntaria. Siempre me admiró su forma sencilla y contundente de resolver problemas sencillos y complejos sin despegarse de su realidad, de la necesidad de comer cada día, pero también de la necesidad de expresarse, de conseguir un empleo y un salario dignos, una vida libre de maltrato, un respeto y reconocimiento.

No sé por qué escribo todo esto en pasado, porque todo esto es historia, pero no es pasado sino presente y futuro. En 2012 Leandra Condori, fundadora del comedor de Los Condoritos en su pequeña población cusqueña era galardonada como un gran ejemplo en la feria gastronómica Mistura, que organiza cada año Gastón Acurio en Lima. Por esos mismos días, Ana María Cárdenas, la actual Presidenta de CONAMOVIDI,  que engloba los comedores populares del Perú nos visitó para presentar su trabajo. Muchas personas que la escuchaban no se daban cuenta de que ella no hablaba de comedores asistenciales donde van las personas necesitadas a que les den de comer. Son personas que gestionan el alimento para otros miles, conscientes de que un plato en la mesa hace posible todo lo demás (salud, educación, trabajo, progreso). Por eso se llaman a sí mismas mujeres organizadas para la vida.

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

Alicia Amarilla: «Alimento sano, pueblo soberano»

Por Laura Martínez Valero  Laura Martínez Valero

Semilla: inicio y origen de la vida. Semilla, alimento. Semilla, semilla, semilla, futuro. Físicamente, una semilla es un granito de maíz o una pipa de girasol, pero en potencia es mucho más. Como defiende la Campaña Alimentos con Poder de Oxfam Intermón, son derechos, igualdad, educación, libertad. Quien controle la semilla, controlará su desarrollo y sus beneficios. Y, como siempre, los intereses económicos y políticos entran en juego.

De ello es experta Alicia Amarilla, Secretaria de Relaciones de la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Mujeres Rurales e Indígenas (CONAMURI) en Paraguay. Ayer, día en que Oxfam Intermón presentó su Informe sobre Hambre, era de obligado rigor que ella estuviera presente para hablar de su experiencia.

En Paraguay, el país con mayor nivel de desigualdad de América Latina (el 80% de la tierra cultivable está en manos del 2% de la población), se ha implantado un modelo agroexportador. Las grandes multinacionales, como la estadounidense Monsanto, acaparan la mayor parte de tierras y agua para destinarlas a monocultivos orientados a la exportación, como la soja, acabando así con la biodiversidad y con la fuente de alimento de los campesinos y campesinas. Para ello, en muchos casos, expulsan a los campesinos de sus tierras de forma violenta.

Además de acaparar tierras, estas empresas promueven el uso de semillas transgénicas, es decir, modificadas genéticamente. “Están patentando nuestra semilla y privatizándola. Nos están arrebatando nuestros medios de subsistencia, nuestro medio de vida”. Son propiedad de las empresas y para usarla los campesinos deben comprarla cada año, lo que les puede llevar a la ruina. Y en un país con una alta tasa de feminicidios, el aumento de la pobreza está generando aún más violencia contra las mujeres, como denuncia Alicia.

Alicia Amarilla ayer durante la rueda de prensa y posterior entrevista en la sede de Oxfam Intermón en Madrid. (c) Ana Sara Lafuente / Oxfam Intermón

Alicia Amarilla ayer durante la rueda de prensa y posterior entrevista en la sede de Oxfam Intermón en Madrid. (c) Ana Sara Lafuente / Oxfam Intermón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por otro lado, las semillas transgénicas son resistentes a los herbicidas, que suelen vender también los fabricantes de semillas transgénicas para que todo quede en casa, pero a un coste muy alto. “A través de la plantación transgénica que viene con su paquete tecnológico agrotóxico, la mujeres paraguayas nos vemos muy afectadas. Tenemos miles de mujeres con cáncer de cuello uterino, de mama, niños con leucemia, niños malformados… Y eso significa que las mujeres son responsables de esos hijos malformados”.

Las mujeres tienen un papel muy importante en el mundo del rescate y cuidado de las semillas. “Para trabajar en la tierra hay saber mucho sobre cada semilla. Las mujeres campesinas podemos hablar con propiedad. Hay compañeras que se van a casa y se pelean con el marido porque él quiere usar Matatodo o Roundup. Desde el Estado, el Ministerio de Agricultura ‘agarra’ a los hombres y les mete en la cabeza que lo mejor son las semillas transgénicas, los agrotóxicos… Sin embargo, las mujeres campesinas no están en esa situación porque históricamente alrededor de su casita siempre tienen verdura y fruta, y alimentan a su familia de esa producción, orgánicamente”.

Alicia me contó ayer que tienen un dicho: “alimento sano, pueblo soberano”. Y por ello, las mujeres de CONAMURI intentan solventar esta situación mediante incidencia política: presentan proyectos de ley de derecho a la alimentación, de defensa de las semillas nativas, y en contra de la violencia y la discriminación de las mujeres. “La alimentación de nuestro pueblo es fundamental porque significa que nos vamos empoderando y vamos resistiendo con nuestro patrimonio, que es la semilla. Porque la semilla es nuestra, es del pueblo, no es de Monsanto, no es de las empresas multinacionales”

https://www.youtube.com/watch?v=LdIkq6ecQGw

Laura Martínez Valero es estudiante de Periodismo y Comunicación Audiovisual. Colaboradora del equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

La huerta de Cristina o la libertad de elegir

Por Verónica Heilborn Verónica Heliborn

Cuando conocí a Cristina mientras cargaba el carro con productos de su huerta para venderlos en la feria de San Pedro, como cada miércoles, no pude menos que celebrar sus conquistas. De ser una mujer que trabajaba sola en la huerta y sacaba unos pocos productos para alimentar a su familia, se había convertido en una agricultora que trabajaba de manera organizada con otras agricultoras y agricultores de la zona, con acceso a formación, con posibilidades de mejorar su huerta y su vida, con un carro de caballos para recorrer semanalmente, junto a varias vecinas, los 7 km que separan su casa de la feria en el centro de la ciudad. Esto, en un país tan desigual como Paraguay, era y es un salto cualitativo gigantesco.

Después de un par de años acudiendo a la feria, la venta semanal de tomates, pimientos, lechugas, maíz, queso y judías, le han permitido obtener ingresos estables, invertir en su parcela, haciendo que sus hijas e hijos completen sus estudios secundarios, mejorando la variedad de alimentos en el menú familiar, y contando con un mínimo ahorro para imprevistos. Me lo contaba con orgullo y alegría, confesando haber pasado incertidumbres y complicaciones. A pesar de la cuesta arriba, Cristina, labrando, cultivando alimentos sanos y sabrosos, consiguió autonomía económica, que no es ni más ni menos que ganar márgenes de libertad para decidir.

 feriantas que participa cada semana en el mercado (feria) de San Pedro.

En un país tan desigual como Paraguay, tener autonomía económica es sinónimo de libertad. (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Tras conocer de cerca a Cristina, sé que detrás de cada ensalada y cada guiso que preparo, hay varias mujeres como ella que han criado con cuidado cada verdura, y que a través de cada kilo de pimientos y maíz que compro en los mercados y ferias de productoras, estoy pidiendo que persista y mejore la pequeña agricultura, y que muchas mujeres agricultoras sean más independientes, más fuertes y un poco más libres para elegir lo que quieren.

Creo que tuve mucha suerte de aprender relativamente pronto que para tener iguales derechos que los hombres y hacer cosas que la tradición reservaba para ellos, era imprescindible ser económicamente independiente, es decir, ganar mi propio dinero. A lo largo de los años me fui encontrando con mujeres que se habían visto atrapadas en situaciones que nadie elegiría: ser madres muy jóvenes o de muchos críos, tener un marido o pareja ausente… o sin amor, con empleos indignos, con deudas insalvables, incluso con una combinación de todas de las anteriores. Pero no fue hasta que conocí a las mujeres feriantes de San Pedro de Ykuamandyju -en el norte de Paraguay-, cuando comprendí con cuánta fuerza la autonomía económica podía darnos libertad.

Viviendo en un país tan desigual, en zonas rurales con apenas servicios públicos, ser mujer agricultora es, de partida, un camino cuesta arriba. Mal que nos pese, vivimos en una cultura machista, que hace miopes -y hasta ciegos- tanto a los técnicos del Ministerio de Agricultura, que ven a las mujeres como cuidadoras y no como productoras, como a la banca pública y privada, que “arriesgan” muy poco en créditos para mujeres emprendedoras.

 

Verónica Heilborn es responsable del programa de Medios de Vida de Oxfam en Paraguay. 

Estar en ninguna parte

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Conocí a Ranjit hace apenas unos meses, cuando fui a Londres para visitar a unos amigos que acogen en su casa a mujeres refugiadas en situación de calle. La historia de esta mujer india, nacida en la región de Punjab en 1980, habla de aquellas personas que parecen no tener derecho a estar en ninguna parte.

Ranjit era hija única y, cuando tenía nueve años, sus padres murieron en un accidente. A partir de entonces, estuvo viviendo con unos tíos hasta que se casó y se trasladó al domicilio de su familia política. Al año de casarse, su marido emigró a Inglaterra y ella se quedó con sus suegros y cuñados, que la sometieron a diversas clases de malos tratos, considerándola como la esclava de la casa. Poco después, dio a luz a su hija, de la que tuvo que separarse pronto para reunirse con su marido en el Reino Unido; bajo las amenazas de sus parientes, se vio obligada a abandonar su país, a pesar de no tener visa y necesitar un pasaporte falso.

La vida en Europa con su esposo no fue lo que esperaba. Ranjit cuenta que él controlaba todos sus movimientos y que los abusos sexuales eran frecuentes. Sin papeles, sin libertad, sin una red social y sin posibilidad de encontrar un trabajo, lo único que Ranjit quería era volver a la India y recuperar a su hija, todavía pequeña. La violenta oposición de su marido y de su familia política lo impedían.

"Las lágrimas del silencio oprimido". Imagen de moonywerecat

«Las lágrimas del silencio oprimido». Imagen de moonywerecat

Por un instante, todo pareció cambiar cuando fue su marido quien decidió regresar a su país de origen. Sin embargo, antes de hacerlo, y bajo amenaza de muerte, obligó a Ranjit a firmar un documento de separación y una renuncia a la custodia de su hija. De esta manera, sola y sin papeles, se quedó repentinamente en ninguna parte. Sin derecho “legal” a emprender una nueva vida en el Reino Unido, y sin derecho “real” a recuperar la vida que había dejado en la India.

A partir de entonces esta mujer ha ido dando tumbos de un lado a otro, de un abogado a otro, de una institución a otra. El gobierno británico ha rechazado varias veces sus apelaciones, de modo que no consigue la residencia ni el permiso de trabajo. Por este motivo, va pasando temporadas en los albergues de diferentes organizaciones, sin que en ningún sitio encuentre un lugar para quedarse. Todavía sueña con volver a la India y ver a su hija, a la que imagina ya adolescente, pero está convencida de que si tomara esta decisión pondría en riesgo su vida. No parece extraño que Ranjit sufra depresión, terrores nocturnos y ataques de pánico. Lo que sí sorprende es que aún tenga ganas de sonreír, de confiar en alguien y hasta de preparar escones para desayunar con los nuevos amigos que ha encontrado.

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

El parto ‘lost in translation’

Por Raquel García Hermida Raquel García Hermida

Una noche de este verano, luchando contra el insomnio propio de las últimas semanas de embarazo, me puse a ver en el Canal Internacional de TVE un reportaje sobre la colonia alemana en Mallorca. Es de todos sabido que los teutones (y estoy generalizando) instalados en las Pitiusas se han distinguido históricamente por su completo desapego hacia todo lo español, desde el idioma hasta la comida.

Desengáñense: el fenómeno no es fruto de la arrogancia de los europeos del norte que ven sus costumbres como innegociables aunque lleven veinte años disfrutando del sol mediterráneo (y de la calidad y práctica gratuidad de los servicios médicos españoles, de paso). Los españoles, muy dados mirar la paja en el ojo ajeno pero a ignorar las vigas de cemento armado en el propio, somos iguales o peores, con la desventaja de que solemos tener menor poder adquisitivo y los países que nos acogen tienden a plegarse menos a nuestras exigencias. En tres años de estancia en Washington, DC no dejé de sorprenderme ante la capacidad de la colonia patria para mantener hasta los hábitos propios más estrafalarios: jamás olvidaré las caras de los transeúntes de la concurrida plaza de Dupont Circle ante el espectáculo de unas docenas de españoles, servidora incluida, metidos en la fuente celebrando una victoria futbolística.

'Patada al diccionario'. Ilustración original de Anasara Lafuente.

‘Patada al diccionario’. Ilustración original de Anasara Lafuente.

 

Personalmente, este tipo de separatismos me parece una aberración (también lo de meterse en la fuente: pecadillos de juventud y cosas de la euforia). Dificultan enormemente la integración en la sociedad de acogida (una cuestión, al fin y al cabo, más o menos voluntaria), pero es que además puede complicarle mucho a una cuestiones fundamentales, como por ejemplo la maternidad.

Y no me estoy refiriendo a los trámites burocráticos relacionados, sobre lo que ya hablé en una entrada anterior, sino al acto físico y sempiterno de llevar a término un embarazo y dar a luz. Porque ‘push, push, push‘ lo hemos podido escuchar en las películas o las series, ¿pero qué me dicen de ‘wacht maar tot je een weën krijgt en dan begin met persen’? O ‘de baby komt niet door, mag ik je knipen?‘ (aquí tienen la buena costumbre de pedirte permiso antes de hacerte una episiotomía). No entender con precisión algunas de esas instrucciones puede poner en riesgo tu vida y la de tu bebé, y no todas las mujeres migrantes pueden recurrir a un idioma común como el inglés, aunque lo hablen más bien que mal. En algunos lugares, como en España, ni siquiera pueden tener la seguridad que todo el personal sanitario vaya a poderse comunicar de forma inteligible en otra lengua que no sea el castellano, algo que por suerte no ocurre en los Países Bajos.

El camino que termina con la matrona exclamando ‘Gefeliciteerd, jullie hebben een meisje!‘ es largo y a veces tortuoso. ¿Por qué nos empeñamos en complicarlo aún más? Los mágicos poderes de Google Translate son inútiles entre contracción y contracción, palabra de madre.
Raquel García ha dedicado su carrera profesional a la comunicación política y social en organizaciones de España y Estados Unidos. Su última parada es Gorredijk, una pequeña comunidad rural en los Países Bajos, desde donde escribe sobre los retos de la emigración, la maternidad y cómo conciliar las aspiraciones personales y laborales.

María, la productora de poder

Por Susana Arroyo Susana Arroyo

Sacos en mano, machete en cintura y un bebé de meses colgando en sus caderas. María Inés Dávalos nos estaba esperando para mostrarnos su parcela. «¿Nos vamos? Tenemos mucho que ver y hay que regresar antes del almuerzo». Su juventud me sorprendió tanto como su firme y serena claridad. A sus 24 años María es agricultora, estudiante, lideresa comunitaria, madre y defensora de las mujeres campesinas.  “Dicen que el campo de Paraguay solo hay gente mayor, pero eso es un mito”.

Recorrimos juntas un terreno fértil, sano, diverso… y propio, algo casi imposible en su país, donde el 85% de la tierra está en manos del 2% de la población. «Mi abuelo logró comprar esta propiedad a un banco que era dueño de casi toda la zona, pero ahora los vecinos nos estamos organizando para no perderla, usted sabe, para prohibir que entre la soja«. Paraguay es uno de los mayores productores y exportadores de soja del mundo y las casi 4 millones de hectáreas que dedica a este producto están acabando con los bosques y la tierra para el ganado y pequeña agricultura familiar.

María, estudiante, campesina y lideresa, explica que no hay futuro sin tierra, ni tierra sin alimentos, ni alimentos sin poder. (c) Luis Vera

María, estudiante, campesina y lideresa, explica que no hay futuro sin tierra, ni tierra sin alimentos, ni alimentos sin poder. (c) Luis Vera

Si perdiera su tierra, el destino de María sería migrar a los barrios marginales de Asunción (capital de Paraguay), como tuvieron que hacerlo ya miles de campesinos y campesinas. Si lograra quedarse, seguiría construyendo la vida a la que tiene derecho: «Yo sueño con campos repletos de alimentos y donde las productoras tengamos trabajo, donde hombres y mujeres seamos iguales, los jóvenes tengamos educación y salud y ya no tengamos que abandonarlo todo».

¿Cómo hacer para conservar la tierra entonces? Tras un buen vori-vori (¡y toda una mañana desgranando, cocinando, amamantando y cuidando gallinas!) María me convencía: para conservar las tierras conquistadas hay que cultivarlas.

Alrededor de una mesa con el mismo mantel a cuadros que usaba mi abuelita, me explicó que sembrar alimentos le da comida e ingresos; que los ingresos evitan su depedencia de la soja y le dan autonomía; que la autonomía le da capacidad de decisión; que poder decidir le permite estudiar y ser dirigenta; que la formación y el liderazgo le permiten ser mejor mujer y agricultora; que todo esto le permite tener una relación de tú a tú con los varones de su comunidad y su familia; demostrar que hay formas más igualitarias y justas de vivir y producir.

Para María estaba muy claro: no hay futuro sin tierra, tierra sin alimentos…ni alimentos sin poder. A mí, conocerla me enseñó que no hay poder sin alimentos, alimentos sin tierra… ni futuro posible sin nuestro poder y el de María.

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Quiere que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.