Archivo de junio, 2013

El precio injusto

Por Sole Giménez Sole Giménez

¿Cuánto cuestan las cosas? ¿Alguien se hace esta pregunta cuando las cosas valen muy poco dinero? ¿Se pregunta alguien por qué algo vale tan poco y si es razonable ese precio? Y si se llega a cuestionar, la siguiente duda que surge es: ¿qué hay detrás de un precio injusto? El sentido común tiene la respuesta: sólo injusticia. ¿Somos conscientes?

Cuando nuestra sociedad de consumo nos oferta un sinfín de productos manufacturados, muchos de ellos, como vemos, por debajo de su coste razonable, el consumidor no se detiene ni repara en el detalle de preguntarse cómo es que llega a sus manos algo que por lógica aplastante debería costar más. El valor de los materiales primarios, la mano de obra, el de la fabricación, la distribución que lo ha traído hasta nosotros…todo ese conjunto de esfuerzo y trabajo hecho objeto tiene un valor que por puro sentido común no puede ser tan bajo.

Y si lo comparamos con el valor que ese mismo objeto tendría si fuera hecho en nuestro continente la injusticia será todavía más evidente. Pero somos inconscientes, a veces interesadamente inconscientes, diría yo.

Imagen del edificio Rana Plaza hundido en Bangladesh

Imagen del edificio Rana Plaza hundido en Bangladesh

No nos interesa demasiado saber que detrás de muchos de estos productos tan baratos hay une ingente cantidad de mano de obra maltratada que es en un 80% femenina, que trabaja sin descanso alguno durante jornadas interminables por una miseria en condiciones lamentables, bajo presión e incluso acoso y se considera afortunada. Son mujeres que en la India recogen el algodón con el que está hecha nuestra nueva camiseta de marca deportiva, que por cierto era una ganga, entre otras cosas por que a ella le pagan menos de 50 céntimos a la hora por su trabajo. Tampoco nos preguntamos si los niños que trabajan recolectando el café en Kenia tendrán tiempo ya no de ir al colegio, sino de jugar como niños cuando compramos el café tan barato en un supermercado. Parece que tampoco nos importaban las condiciones de hacinamiento en la que se encontraban trabajando en Bangladesh las cientos de mujeres que murieron en unas fábricas de ropa “occidental”. Y digo parece por que cuando hay un caso como este último que destapa la trágica cadena de injusticias que hay detrás de estos precios low cost, muchos nos echamos las manos a la cabeza y nos escandalizamos por la falta de información, de control, de ética y cómo no, de justicia que hay detrás de esta producción vehemente, esta espiral de oferta consumista a la que parece que todos sin remedio nos vemos abocados.

Y nos revolvemos en nuestras conciencias y nos preguntamos qué se puede hacer. Y ahí empieza todo.

Se puede decidir no comprar si no hace falta, algo que nos viene muy bien en estos tiempos de estrechez. Se puede decidir informarte del cómo, el cuándo y el dónde. Internet es una herramienta dispersa pero útil y buscando y cotejando se llega a conclusiones bastante correctas y certeras sobre el porqué de muchas cuestiones ( los informes de Intermón Oxfam son altamente recomendables, por ejemplo).  Se puede decidir adquirir en aquellos establecimientos que nos dan más garantías, que sabemos que hacen controles no sólo de calidad sino que demuestran tener un compromiso social, y dejar de hacerlo en los que se sabe que sus productos tan baratos son baratos a costa de abaratar los derechos de las personas. Se puede cuestionar en voz alta si merece la pena esquilmar los recursos naturales a cambio de tener más objetos a nuestro alcance, muchos de ellos prácticamente inútiles.

Se puede ser un consumidor consciente y crítico porque no sólo nuestras mínimas decisiones diarias afectan a la vida de muchas personas sino que van dejando una huella, un legado que perdurará y transmite un mensaje a las siguientes generaciones. ¿Demasiada responsabilidad? La verdad es que aunque no queramos asumirla, ya la estamos teniendo en estos momentos. ¡Hay que tomar conciencia!

 

Maltratadores que no necesitan pegar

Por Irantzu Varela Irantzu Varela n

Un día le escuché a Miguel Lorente -que de esto sabe mucho- decir que no existen diferentes tipos de maltratadores. Que los maltratadores físicos son, simplemente, maltratadores ‘poco eficientes’. Que los ‘buenos’ maltratadores son los que maltratan tan bien, que no necesitan pegar.

Y es que no hay diferentes tipos de maltrato. Sólo hay grados.

Evidentemente, las mujeres que sufren torturas físicas en su pareja están expuestas a una brutalidad extrema que pone en peligro sus vidas. Pero las mujeres asesinadas a manos de sus “compañeros” son sólo una muestra ínfima -por intolerables que sean las cifras del feminicidio– de la situación de tortura a la que se encuentran expuestas muchas mujeres en el espacio de seguridad y complicidad que debería ser la pareja.

Los maltratadores someten a sus compañeras a un desgaste psicológico tal, que ellas llegan a creer que tienen lo que se merecen, que todo es culpa suya, que nunca, nadie -que no sea su torturador- las va a querer.

Los maltratadores que no necesitan pegar torturan psicológicamente a sus compañeras, les minan la autoestima hasta hacerlas creer que él es el único hombre que podría aguantar a una mujer inútil, insoportable y carente de todo atractivo, como ellas. Insultan, humillan en público, desprecian a sus compañeras, hasta hacerlas creer que no valen para nada.

Esos hombres que no necesitan pegar alejan a sus compañeras de todas las personas que las quieren. Las enfrentan a su familia, a su gente, encuentran argumentos para desprestigiar y espantar a cualquiera que pueda querer a su presa.

Su estrategia es, precisamente, hacer creer a su compañera que está sola, que nadie la quiere, que necesita su protección. Pero, a cambio, se quedan con su libertad. Y esta sociedad que legitima el binomio hombre-protector, mujer-protegida da cuerda a ese juego.

Elementos del maltrato

Elementos del maltrato

Y así, las mujeres que viven con un maltratador que no necesita pegar, no encuentran el momento exacto en que poder decirle a su gente, al teléfono contra el maltrato, a la policía, que están viviendo en una situación de tortura. Porque esta sociedad que identifica la violencia contra las mujeres con muertas y ojos morados, no es capaz de ver las heridas que te hace quien dedica cada día a hacerte creer que le necesitas para vivir, pero te hace la vida imposible. ¿Cómo explicar que te ha dejado sin libertad, sin autoestima, sin vida?

Las mujeres que viven con un maltratador que no necesita pegar, como las que viven con uno que las pega, no son tontas. Son mujeres fuertes, optimistas y sensibles, que -influidas por la forma en que esta sociedad desigual ha inventado e impuesto el amor- se aferran a ese hombre seductor y detallista que las convenció de que sería un buen compañero. Recuerdan esos tiempos, antes del primer insulto, del primer silencio impuesto, de la primera mirada intimidatoria, del primer desprecio, cuando todavía no habían entendido que ése que grita, insulta, humilla, desprecia es, en realidad, el hombre que han elegido como compañero.

Asumir que el hombre al que has elegido como compañero es un maltratador es muy difícil. Pero es mucho más difícil explicárselo a un entorno que te preguntará: ¿pero, alguna vez te ha pegado?… Pues no, nunca me pegó. No le hizo falta.

Irantzu Varela es periodista, feminista, experta en género y comunicación, y (de)formadora en talleres sobre igualdad en Faktoría Lila.

Fotógrafas comprometidas

Por Laura Hurtado Laura Hurtado

Desde hace muchos días, preparando junto con mis compañeros una mesa de diálogo sobre periodismo comprometido con el título ¿Una imagen vale más que mil palabras? -y que se puede ver en streaming en directo de 4 a 5 de la tarde-, he tenido la suerte de encontrar en la red muchos trabajos de fotógrafas que me han interesado y emocionado precisamente por el compromiso con que retratan.

http://www.agencevu.com/photographers/index_photographer.php?id=255

Imagen del reportaje Me llamo Filda Adoch (c) Martina Bacigalupo. (*)

Una vez más, los fotógrafos hombres siguen copando la mayoría de los libros de fotografía, salas de exposiciones, agencias y festivales, mientras ellas asoman la cabeza tímidamente. Sin embargo, hay muchísimas fotógrafas, un oficio que ejercen desde que se inventó la fotografía, aunque frecuentemente no salgan en los libros de historia.

Entre tanta diversidad, se confirma que no existe una única mirada femenina, condicionada por el mero hecho de ser mujer, aunque a muchas fotógrafas, como a muchas escritoras o artistas, las sigan clasificando por su género más que por los temas que tocan o su estilo.

La mirada es personal y prueba de ello son tres ejemplos que me gustaría compartir aquí. Lo único que tienen en común estos reportajes es el compromiso, un compromiso firme que se explora desde tres frentes distintos y que estoy segura que no os dejarán indiferentes:

Miradas múltiples. Impactante es el proyecto Unbeatable de Dona Ferrato, que retrata desde hace más de 30 años la violencia doméstica desde diferentes puntos de vista: centros de acogida de mujeres maltratadas, grupos de terapia de hombres violentos, mujeres que cumplen condena por haber matado a sus agresores… A partir de imágenes básicamente en blanco y negro, la fotógrafa neoyorkina se aproxima a esta lacra social retratando todos los matices del gris. Incluso invita a otras fotógrafas y fotógrafos a exponer sus trabajos porque “si queremos erradicar la violencia doméstica, hay que sacudir la jaula”. Y eso se hace desde el colectivo.

Elogio de la lentitud: el “ensayo fotográfico”. La fotógrafa argentina, Adriana Lestido, reivindica dedicarle mucho tiempo a cada uno de sus trabajos, del que quiero compartir Madres e hijas con el que estuvo 3 años enteros para “comprender algo del misterio de esta relación tan compleja”. A raíz de la publicación de una antología de su obra, Lestido contaba: “Trato de fundirme con lo que estoy mirando”. De esta forma, consigue mostrar incluso lo que no está.

La observación participante. Galardonada en 2010 con el Premio Canon a la Mujer Fotoperiodista, la italiana Martina Bacigalupo nos propone una historia singular contada a medias entre ella y su protagonista, una mujer ugandesa mutilada y viuda que intenta sacar adelante a su familia. Se trata del reportaje Me llamo Filda Adoch donde la joven fotoperiodista le propone a la mujer retratada que participe en el proyecto y escriba los pies de foto que acompañan sus imágenes. “Pasé con ella más de tres semanas, desde el alba hasta la noche. Pero este reportaje no es sólo fruto de esas tres semanas, sino de cuatro años viviendo en la región de los Grandes Lagos, de cambiar mi visión previa del continente.

La mirada comprometida, sea de quien sea, es imprescindible. Es aquella que permanece, que deja huella. Que nos interpela, nos cuestiona, nos activa, y provoca cambios. Los cambios que ahora mismo son tan necesarios.

 

Laura Hurtado es periodista y trabaja en Intermón Oxfam.

(*) Agradecemos a Martina Bacigalupo que nos ha autorizado la publicación de esta foto de su reportaje Me llamo Filda Adoch y que va acompañada de este pie foto, escrito por la propia Filda: ‘En esta foto sale Odong, ¡reconozco su sombrero! Estábamos sentados alrededor del fuego, que ya se estaba apagando. Él no habla mucho, sobre todo mira. Allí, estaba contando un cuento a los niños. Es una tradición nuestra, reunirnos alrededor del fuego para contar historias, leyendas o cuentos de nuestro folklore; hablamos a los niños de sus ancestros, de sus vidas y sus luchas, les enseñamos nuestra cultura y así les ayudamos a crecer’.

Una pionera española contra el cáncer de mama

Por Marta Nebot Marta Nebot 70

Laura G. Estévez es una pionera y  la coordinadora de Mama del Centro Integral Oncológico Clara Campal (CIOCC), del Hospital de Madrid Universitario Sanchinarro, entre otras muchas cosas.

Según la RAE, la definición de pionera es: “pionero, ra. (Del fr. pionnier).

1. m. y f. Persona que inicia la exploración de nuevas tierras.

2. m. y f. Persona que da los primeros pasos en alguna actividad humana. U. t. c. adj.

3. m. y f. Biol. Grupo de organismos animales o vegetales que inicia la colonización de un nuevo territorio. Los líquenes son pioneros en el poblamiento de rocas que aún no tienen suelo vegetal.”

Las nuevas tierras que explora la Dra. Estévez son las de la medicina humanizada. Ella está dando los primeros pasos en tener en cuenta y cuidar del lado emocional de esta enfermedad  y lo está haciendo en España.

Pantalla de la app Contigo, diseñada por la doctora Estévez

Pantalla de la app Contigo, diseñada por la doctora Estévez con la colaboración de mujeres que han superado el cáncer de mama

No está cuantificado cuánto influye el estado emocional de un enfermo en su cura o en su recaída pero esta doctora cree que es fundamental. Incluso en los casos sin final feliz -el 20% de estos cánceres no se cura- , su manera de abordarlo  hace que lo peor de su tarea diaria (‘no me acostumbro a anunciar una recaída y menos a decir que ya no tengo nada que ofrecer’) sea más llevadero al hacerse consciente de que da todo lo que puede dar. En su caso, ponerse en el lado del paciente no es una frase hecha.

Su última innovación, en tierras ignotas, es una aplicación gratuita para Ipad, que ya está disponible en la APP store, que se llama Contigo y que pretende informar y acompañar, en todos los sentidos, a las recién diagnosticadas. Explica todo el proceso del tratamiento, combate ideas erróneas que circulan por la red y comparte la experiencia de 14 mujeres que han pasado por esto. La pretensión del proyecto es educar científicamente, de manera amigable y comprensible y sin generar temor. En www.appcontigo.org está toda la información sobre Contigo, que -¡oh, sorpresa!- es una aplicación española que, claramente, se ha adelantado a los norteamericanos. Más de uno estará mordiéndose las uñas al respecto.

Me consta, conociendo a Laura, que poco le importa llevarse la medalla, y mucho que la aplicación sirva. Yo me alegro por todas las que puedan pasar mejor por ese trance, gracias a Contigo y porque su éxito apoya a esta mujer extraordinaria que pelea día a día por tratar de mantener y mejorar la calidad máxima que ofrece su equipo.

Esta iniciativa sólo es una de tantas… He aquí una prueba incontestable  de ello. Hace un año, tuve la suerte de entrevistar a Carmen Barba porque Laura le puso su nombre a unos cursos que pretendían lo mismo que su último invento: atender el lado emocional de sus pacientes. Carmen ya no está aquí pero quiso dejarnos su testimonio:

A Laura acaban de darle el galardón a la Mejor Labor Profesional de los 8º Premios Internacionales Yo Dona, por sus logros en la lucha contra el cáncer. Dijo: ‘Me lo tomo como el reconocimiento a las oncólogas que trabajan en la sombra […] y, en especial, a Anna LLuch, de Valencia, mi mentora y un referente para muchas de nosotras a nivel nacional’.

También tuve la suerte de asistir a una Jornada que organizó sobre su especialidad y conocí a muchas de esas oncólogas de las que habla, pioneras también. Ahora, con perspectiva, las veo como dice la Rae que son en su tercera acepción: un grupo de organismos animales o vegetales que inicia la colonización de un nuevo territorio;  unos líquenes pioneros en el poblamiento de rocas. Son musgos maravillosos tratando de colonizar piedras frías.

Con el premio no se le han quitado las ganas de seguir colonizando.. ¿Nuevos objetivos? Muchos. Por ejemplo, conseguir que se generalicen los test genéticos que ya hacen posible que se sepa de antemano a quién le hace falta quimioterapia y a quien no. Hoy son caros y la seguridad social y también algunos centros privados no los cubren en muchos casos. Un tratamiento de cáncer con quimio o sin ella, son universos distintos.

Como todos los héroes con dos dedos de frente, afronta su reto con valor y esperanza pero también siendo consciente…

Espera poder jubilarse  ‘sin tener que dar malas noticias, pero va a ser difícil‘.

Merkel, la mujer del G8, y muchas más en los gobiernos

Por María Solanas María Solanas

La Cumbre del G8 que acaba de celebrarse en Belfast nos ha ofrecido -entre otras muchas cosas- una reveladora imagen de la presencia de mujeres en la más alta responsabilidad de gobierno: una mujer (Canciller Merkel) y siete hombres (los Presidentes de EEUU, Francia, y Rusia, y los Primeros Ministros de Canadá, Japón, Reino Unido, e Italia). En realidad, la proporción de la presencia global  en el mundo es aún más baja. De un total de 191 países representados en las Naciones Unidas, sólo 15 tienen Presidentas o Primeras Ministras: Liberia, Malaui, Corea del Sur, Brasil, Argentina, Costa Rica y Lituania, Dinamarca, Eslovenia, Australia, Tailandia, Jamaica, y Trinidad y Tobago. Es decir, tan sólo un 8% de mujeres, frente a un 92% de hombres.

Representación de activistas con las caras de los líderes europeos durante la Cumbre del G8 en Belfast (Irlanda del  Norte) la semana pasada. (EFE/EPA/Paul McErlane)

Representación de activistas con las caras de los líderes europeos durante la Cumbre del G8 en Belfast (Irlanda del Norte) la semana pasada. (EFE/EPA/Paul McErlane)

La cantidad es, en este caso, también calidad. La presencia de mujeres en la política es un signo de la calidad de la democracia, que no puede considerarse avanzada si no incorpora la participación política de las mujeres en todos los niveles, incluido el poder ejecutivo. La voluntad de los partidos políticos para cambiar esta situación es esencial. No basta con la inclusión, en las listas electorales, de buenas candidatas, sino que ésta ha de traducirse en una presencia real en los Parlamentos, en los gobiernos locales y autonómicos y, por supuesto, en los gobiernos nacionales.

La visibilidad de una mujer contribuye a la visibilidad de todas las mujeres. Una mujer Presidenta o Primera Ministra hace particularmente visibles a muchas mujeres del mundo. Y sin embargo, la más alta responsabilidad política es un espacio en el que, por lo general, no se visualiza a las mujeres. ¿Cuántas veces hemos oído  que las respectivas sociedades “no están preparada” para elegir a una mujer Presidenta o Primera Ministra?

Por si esta dificultad –un prejuicio tan absurdo como pertinaz- no fuera suficiente, el ejercicio de la responsabilidad política comporta para las mujeres algunas cargas adicionales que son, simple y llanamente, sexistas. Es mucho más común que las mujeres en puestos de liderazgo político reciban ataques o críticas por su atuendo, su aspecto o su forma física. De los políticos hombres se valora su liderazgo social, su capacidad de gestionar lo público, su creatividad para aportar soluciones a los problemas de la ciudadanía. De las mujeres políticas, además, se destacan –casi siempre en negativo- aspectos que nada tienen que ver con el ejercicio de su cargo. ¿Es aceptable –y propio de una sociedad avanzada- que se frivolice sobre el aspecto físico de las mujeres que ejercen el poder? ¿No resulta absurdo valorar el desempeño político con esa mirada desenfocada?

Acabar con estos prejuicios es tarea de mujeres y de hombres. Sirva como ejemplo la inteligente reacción de la Primera Ministra australiana, Julia Gillard, que concurrirá de nuevo a las elecciones el próximo mes de septiembre, y cuyo nombre utilizó el Partido Liberal en un menú en el que se servía “codorniz a la Julia Gillard” (haciendo una broma zafia y de pésimo gusto al comparar a Gillard con una codorniz  que tenía “pechos pequeños y grandes muslos, y un gran agujero de color rojo”). Con visión y mirada políticas, la laborista puso esta situación como ejemplo de la falta de compromiso del Partido Liberal con la igualdad, y pidió a las mujeres que no voten por él. Al fin y al cabo, somos más  de la mitad, y eso, en las sociedades democráticas, supone una fuerza electoral que, en ocasiones, puede volverse en contra de quienes no mantienen un verdadero compromiso con la igualdad entre hombres y mujeres.

 

María Solanas es experta en public affairs y relaciones internacionales. Entusiasta del diálogo hasta la extenuación, y convencida del poder transformador de la política. Privilegiada en los afectos,  feliz madre de una hija feliz.

Cómo rescatar a una poeta maldita

Por Elena Cianca Elena Cianca

Una mujer se desploma en una calle de Harlem en 1953. Muere mientras una ambulancia la traslada a un hospital. No tiene identificación, y la entierran como anónima. Es el triste y desgraciado fin de Julia de Burgos, una de las poetas más grandes de América.

Julia ha nacido en Puerto Rico, en una familia numerosa, pobre y campesina, con un padre alcohólico. Superando todos estos obstáculos y con la única ayuda de su esfuerzo y su talento, consigue licenciarse en la universidad y codearse con la élite cultural y política de su país. Trabaja en un proyecto de alimentación y como maestra. Muy pronto llega a ser una líder independentista, con cargos en su partido, en una época en que esto era virtualmente imposible para una mujer mulata y pobre, como era su caso. Con  24 años publica uno de los dos únicos libros que da a luz en vida, Poema en veinte surcos.  Ya en él, como hará en toda su poesía,  Julia de Burgos muestra todas sus facetas: compromiso político, rebeldía ante una sociedad que priva de libertad a las mujeres, y sus sentimientos más profundos. La política la  lleva al exilio, primero a Cuba y finalmente a Nueva York.

Imagen de la poeta puertorriqueña Julia de Burgos en la página de Editorial La Discreta

Imagen de la poeta puertorriqueña Julia de Burgos en la página de Editorial La Discreta

Su vida amorosa, que quedará reflejada en su poesía como una de sus constantes, siempre será conflictiva y desdichada. Duele pensar que esta mujer luchadora, reivindicativa, feminista, acaba sus días en Harlem sumida en una angustia vital, olvidada, alcoholizada, y fracasada como poeta, ya que no consigue encontrar editor para su último libro.

Sin embargo, el paso a la muerte la convierte con toda justicia en la poeta nacional de Puerto Rico. Los niños recitarán y cantarán sus poemas en las escuelas. Poemas intimistas que caminan a la par de su pueblo, como leemos en estos versos:

¡Río Grande de Loíza!… Río grande. Llanto grande

 El más grande de todos nuestros llantos isleños,

 si no fuera más grande el que de mí se sale

por los ojos del alma para mi pueblo esclavo.

Aunque es un mito y un símbolo en Puerto Rico y entre las comunidades hispanas de Estados Unidos, todavía hoy es difícil atribuir, datar y fijar con claridad los textos de sus poemas. Su vida turbulenta hace que se pierdan o dispersen sus textos originales, manuscritos o escritos a máquina.

Desde hace unos años, un grupo de amantes de la literatura nos propusimo rescatar, estudiar y  dar a conocer en España la poesía de Julia de Burgos, con tanto valor humano y literario, tan conocida en América y tan poco conocida aquí. Hemos editado dos volúmenes con su obra poética: el primero contiene los libros, que ella misma preparó, aunque no llegaran a editarse durante su tiempo de vida. Pero para el segundo, el profesor de la Universidad Complutense Juan Varela-Portas de Orduña ha tenido que realizar un gran trabajo de edición con muchos poemas dispersos o que no estaban bien datados o estudiados. El grupo Troupe de Trapo, ya ha recitado y puesto música a varios poemas de Julia de Burgos.

Por el centenario de su nacimiento, en 2014, queremos ofrecerle un homenaje: un disco doble con grabaciones de calidad y artistas de reconocido prestigio como la soprano Pilar Jurado, el crooner Toni Zenet o la gran figura de la música puertorriqueña Zoraida Santiago, entre otros. Pero un disco doble de 22 temas, grabado en un buen estudio y con gran calidad técnica, es un proyecto muy ambicioso para una pequeña editorial como la nuestra  y necesitamos la colaboración de muchas más personas interesadas en rescatar y homenajear la figura de Julia de Burgos. Por eso hemos creado un proyecto en la plataforma Verkami abierto a quien quiera participar en esta historia de amor a la poesía. Para que Julia de Burgos sea por fin una poeta reconocida y querida en nuestro país, en lugar de una poeta maldita.

 

Elena Cianca es filóloga y forma parte de Ediciones de La Discreta, colectivo cultural sin ánimo de lucro.

Trabajo doméstico: el mito de Sísifa

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

 Cuenta Homero en la Odisea que los dioses, enfadados con Sísifo, le condenaron a transportar una pesada piedra hasta la cima de una montaña. El castigo sería eterno pues, al alcanzar por fin su destino, la piedra rodaba nuevamente hacia el punto de partida y Sísifo debía volver a comenzar. Así, hasta el final de los tiempos.

Animación de Articulación Feminista Marcosur y Oxfam

Animación de Articulación Feminista Marcosur y Oxfam

Como los mitos nos ayudan a interpretar la realidad, vamos a dar el nombre genérico de “Sísifa” a un colectivo de mujeres inmigrantes cuyas identidades reales es preferible ocultar por una sencilla cuestión: están fuera de la ley. La vida de Sísifa antes de la condena no había sido fácil, pero ante ella se abría al menos un ancho horizonte de esperanza. A través de una u otra “odisea”, Sísifa había logrado lo que durante mucho tiempo parecía un sueño inalcanzable: vivir en España como residente legal, con los derechos y las obligaciones de cualquier otro ciudadano. Por fin ´tenía los papeles´, lo cual es casi una hazaña de supervivencia; que se lo dijeran a su amiga Guadalupe, por ejemplo, que todavía anda batallando para tener en la mano la cotizadísima tarjeta de residencia.

Que Sísifa sepa, no ha cometido ningún error que justifique la ira de los dioses y la condena que se le ha venido encima: “perder los papeles” o, dicho en términos jurídicos, incurrir en irregularidad sobrevenida. En resumidas cuentas, lo que a esta mujer le pasa es que la piedra se le ha resbalado ladera abajo y vuelve a encontrarse en el punto cero: otra vez irregular, otra vez sin documentación, otra vez sin derechos. Expliquemos brevemente la situación: cuando una persona inmigrante consigue regularizarse, se le otorga un permiso de residencia temporal que le autoriza a vivir en España más de 90 días y menos de 5 años, aunque después del primer año la residencia debe renovarse cada 2 años. Entre los varios requisitos necesarios para obtener la renovación es fundamental poder acreditar la existencia de una relación laboral vigente. Y aquí es donde la piedra comienza a caer a una velocidad vertiginosa, porque en la actual situación de crisis muchos extranjeros no tienen la documentación necesaria para renovar su residencia porque carecen de contrato de trabajo.

Cierto que el desempleo no afecta sólo a los inmigrantes; conocemos a muchos españoles y españolas de pura cepa que están sufriendo duramente los efectos del paro. Tampoco la crisis golpea únicamente a las mujeres, por supuesto; son muchos los varones que pierden sus puestos de trabajo o los ven peligrar todos los días. Pero debemos decir, porque también es verdad, que a estas mujeres inmigrantes la crisis les coloca en una situación de vulnerabilidad particular, pues les empuja nuevamente hacia el círculo vicioso del que creyeron haber salido para siempre: ‘sin papeles no hay trabajo, y sin trabajo no hay papeles’.  No tener papeles significa, para Sísifa, perder posibilidades reales de encontrar un nuevo empleo. Significa regresar a la economía sumergida. Significa no poder salir a la calle con tranquilidad por miedo a que la policía la detenga. Significa no poder ponerse enferma porque ya no tiene derecho a la sanidad pública. Significa… vivir bajo el peso de una condena aplastante y enfrentarse cada mañana a una piedra pesadísima con las magras fuerzas que le van quedando. ¿Tendrá que ser así hasta el final de los tiempos?

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Más de la mitad dedica durante esta semana un espacio destacado a conocer las situaciones de las personas que dependen del trabajo doméstico para vivir.

 

Violaciones y otras violencias: el cuerpo de las mujeres en la guerra

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Esta semana he sentido la inmensa emoción de conocer a Yolanda Perea, una de las muchas mujeres víctimas de la peor parte del conflicto armado en Colombia. El testimonio y la fuerza vital de Yolanda impresionan. ¿Cómo puede volver a sonreír una mujer que desde niña fue víctima de una brutal agresión y desde entonces lo ha perdido todo?

Yolanda Perea, en un encuentro en Madrid el pasado miércoles

Yolanda Perea, en un encuentro en Madrid el pasado miércoles. Imagen: Belén de la Banda

Yolanda vivía con su gran familia en una próspera finca la región del Chocó, en Colombia, y un día, con 11 años, fue violada por quien ella llama un actor armado. Su madre protestó ante el responsable, y pocos días más tarde varios miembros del mismo grupo llegaron a la finca y organizaron un tiroteo. Yolanda y parte de su familia echaron a correr hacia el monte. En ese tiroteo mataron a su madre y a su hermana, hirieron a su tío, reclutaron forzadamente a uno de sus hermanos con 14 años.

Los supervivientes tuvieron que salir de su tierra bajo amenazas cumplidas de muerte. Desplazamiento, sufrimiento, persecuciones. Varias veces trató de regresar y de nuevo tuvo que huir. Cuanto intentó organizar su vida de nuevo, el recuerdo de su trauma era tan fuerte que veía por todas partes los ojos de su victimario. Necesitó apoyo psicológico. Ha tenido un niño y una niña. Su primera casa, hecha de maderas y construida en un lote prestado, la tuvo gracias a un proyecto con apoyo de Oxfam. Se la entregaron un día antes de que naciera su hija. Pero duró poco tiempo: cuando intentó que más personas de su entorno consiguieran tierras para vivir y cultivar, de nuevo comenzó a recibir amenazas y tuvo que huir nuevamente. Aún así, sigue trabajando a través de una organización creada en memoria de su madre asesinada, que tiene como objetivo apoyar a las mujeres, niños y niñas en su entorno. Y puede sonreír porque para estas personas ella es un rayo de luz.

En el caso de Yolanda, recibió una reparación que apenas le dio para pagar al abogado y cuidar la salud de su hermano. ‘Yo quiero saber por qué el actor armado  mató a mi mamá, por qué hizo lo que hizo, para que yo pueda dejar de sentirme culpable. Yo sé que no voy a  recuperar a mi familia, me hace falta mi mamá, pero yo no estoy en la misma condición de cuando vivía en mi casa, cuando todos estábamos juntos y éramos felices. Yo no me siento reparada. Yo siento que me han dejado sola con un problema que yo no busqué. No se trata de que nos den unos pesos. Necesitamos tener una casa, un trabajo, una atención psicológica a fondo, salud, apoyo para nuestros hijos. Yo sigo teniendo miedo. Cuando pongo una denuncia me dicen que el riesgo es muy bajo. No investigan desde qué teléfono me llaman para amenazarme.’

En Colombia, dice Diana Arango, de Oxfam,  hay 40 mil mujeres como Yolanda, que han sufrido violencia, desplazamiento, han perdido a sus seres queridos. ‘Entre 2001 y 2009, más de 489 mil mujeres han sido víctimas de algún tipo de violencia sexual, pero el 92% de las mujeres no denuncia: son culpadas por su comunidad, el actor armado sigue amenazándolas, y no tienen confianza con las instituciones del Estado y su capacidad de respuesta cuando van a denunciar‘. Junto con una decena de organizaciones de mujeres y de derechos humanos denuncian esta situación con la campaña Violaciones y otras violencias: saquen mi cuerpo de la guerra que buscan mostrar cómo el cuerpo de las mujeres sigue siendo arma de guerra y lograr que el Gobierno peruano tome medidas.

Todos los días en Colombia se producen nuevas víctimas: desplazamientos, violencia sexual, desapariciones forzadas y algunas ejecuciones extrajudiciales. Las instituciones encargadas de proteger, reconocer la verdad, reparar el daño que han sufrido, asegurar que se hace justicia con sus agresores, no están dando la respuesta adecuada. La impunidad es un motor para que cada día sigan surgiendo nuevas víctimas.  No es posible cerrar los ojos ante esta tragedia. Tenemos que ayudarlas para sacar el cuerpo de todas las  mujeres de la guerra.

 

Belén de la Banda, periodista, trabaja en Intermón Oxfam.

Trabajo doméstico: ¿explotación a cambio de papeles?

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

La historia de la explotación laboral a cambio de papeles tiene infinidad de nombres, pero hoy escogemos sólo uno: Guadalupe. Guineana de 26 años, lleva tiempo ocupando uno de los lugares emblemáticos que la mano de obra española no ha cubierto durante las últimas décadas: empleada doméstica interna. Para no mezclar expectativas, conviene tener en cuenta que nos vamos a referir al trabajo de “las internas”, y que este trabajo lo vienen desempeñando fundamentalmente personas inmigrantes, en su mayoría mujeres. Algunas y algunos pensarán que exageramos; ojalá fuese así.

La negociación de la empleada doméstica sin papeles. Captura de la animación de Marcosur y Oxfam

La negociación de la empleada doméstica sin papeles. Captura de la animación de Marcosur y Oxfam

Después de una epopeya demasiado larga de contar, esta mujer consiguió un empleo “con opción a contrato”. Las condiciones iniciales eran aceptables, aunque desde muy pronto la situación comenzó a complicarse: “Empezaron pagándome 700 euros mensuales por hacerme cargo de una casa de tres pisos en la que vivían dos ancianos válidos. Al cabo de una semana, consideraron que comía demasiado y me bajaron a 650 euros; y ahora me pagan 600, sin saber por qué me han vuelto a rebajar. Después de un tiempo, me dijeron que tendría que ir también dos días por semana a limpiar la casa de la hija, que está en la otra punta de Madrid. En estos meses, la salud de los señores se ha deteriorado; además de llevar la casa, tengo que hacer de enfermera, controlarles la medicación y los aerosoles, darles masajes, bañarles, levantarme de madrugada si hace falta y quedarme de noche en el hospital cuando uno de ellos está ingresado”. Guadalupe, que en medio de todo no pierde el humor, ni la sonrisa, concluye: ‘Lo llamo Guantánamo porque esto no es un trabajo; es una cárcel, una explotación con letras grandes’.

Negociación laboral de una empleada doméstica. Animación de Articulación feminista Marcosur y Oxfam

Negociación laboral de una empleada doméstica. Animación de Articulación feminista Marcosur y Oxfam

La experiencia de esta mujer es compartida por miles de empleadas domésticas internas para quienes las recomendaciones del Convenio 189 de la OIT y las líneas maestras del RD 1620/2011  siguen siendo, en la práctica, papel mojado: más de 15 horas diarias de trabajo, sueño interrumpido, responsabilidades en aumento, reducción de salarios, exposición a riesgos laborales sin prevención alguna, imposibilidad de acceder a la negociación colectiva, inexistencia de vacaciones y falta de cobertura sanitaria son sólo algunos de los problemas más acuciantes de las trabajadoras de este sector.  Por no hablar de que tampoco tienen derecho al desempleo, ya que hasta el 2019 no se prevé la equiparación legal total del empleo doméstico con el resto de los sectores.

Ante este panorama, ¿por qué Guadalupe y tantas otras no se van? La realidad es tan compleja como la simplicidad de su respuesta: ‘porque necesito los papeles‘. Conseguir una relación laboral estable es la única vía de regularización en España a la que muchas personas tienen acceso: “Yo estaba desesperadísima cuando cogí este trabajo, y hay empleadores que se aprovechan de la desesperación de la gente. Lo he aguantado todo pensando en mis papeles”. Recordemos que el empleo doméstico continúa considerándose como un asunto privado pues, al desarrollarse en la privacidad del domicilio, no puede haber inspección de las condiciones laborales; de esta manera, las empleadas domésticas internas quedan expuestas a una gran vulnerabilidad de sus derechos.

No parecería extraño que cuando Guadalupe consiga su regularización trate de buscar otro empleo y de acercarse a un sueño dorado que, para cualquier persona, tendría que ser más bien un presupuesto básico: ‘trabajar ocho horas y tener una casita’. Es posible también que sus actuales empleadores monten en cólera y la tachen de desagradecida: ‘¡ahora que le damos los papeles, se marcha!’. Mientras los actores implicados asumen su responsabilidad en el asunto, que cada cual resuelva hacia qué lado se inclina la razón…

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Más de la mitad dedica durante esta semana un espacio destacado a conocer las situaciones de las personas que dependen del trabajo doméstico para vivir.

¿Por qué decimos ‘discapacidad’?

Irene MilleiroPor Irene Milleiro 

Irene es un nombre que viene del griego y significa paz. Desde pequeña mi padre me ha dicho que tendrían que haberme llamado Guerra, porque me paso la vida luchando contra cosas. No sé si tiene que ver con el nombre o no, pero el otro día di con la historia de una Irene aún más guerrillera que yo.

Una mañana, Irene se enteró de que un hotel de Almería le había negado el alojamiento a un grupo de personas que, como ella, tienen síndrome de Down. Posteriormente el hotel pidió disculpas, y dijo que se trataba de un error, y que nunca han pretendido discriminar a nadie.

Participantes en 'Con ua sonrsa'

Participantes en ‘Con una sonrsa’

Y a Irene se le ocurrió darle una posibilidad al hotel para demostrar que todo había sido un error. Junto a algunos de sus compañeros con discapacidades psíquicas decidió crear una petición en Change.org, que tiene ya casi 50.000 firmas, en la que pide a la cadena propietaria del hotel que se comprometa públicamente a contratar a personas con discapacidad, y demuestre así su compromiso contra la discriminación.

Irene sabe que las personas con discapacidad pueden perfectamente trabajar, también en un hotel. Porque Irene, que tiene 21 años, está haciendo prácticas en un hotel de Madrid, junto a Hugo, Javi, Gloria, Luis, Laura y John. Cada semana podemos verlos a todos en la tele, en el programa Con una Sonrisa que emite La2. Y cada semana Irene y sus compañeros me enseñan algo nuevo.

Por ejemplo, que quizá nos equivocamos al hablar de personas con discapacidad. Irene lo explica así: “Somos personas con capacidades diferentes. La capacidades diferentes son las diferencias que tenemos unos frente otros: uno sabe sonreír, otro sabe agradar, otro ayudar, otro enseñar… y así es como somos las personas.” Cuánta razón.

España es un país muy avanzado en algunas cuestiones relacionadas con las personas con capacidades diferentes. De hecho hace ya 30 años que existe en España una ley, la LISMI, para impulsar y fomentar la integración social y laboral de esas personas.

Esa ley establece para las empresas públicas y privadas con plantilla más de 50 trabajadores, la obligación de contratar a un número de trabajadores con discapacidad no inferior al 2%. A pesar de la ello, todavía son pocas las Administraciones y las empresas que cumplen con esa obligación. Miren en la suya propia.

Por eso es tan importante lo que nos están enseñando Irene y sus compañeros. Véanlos, y después pregunten en su empresa por qué no contratan a gente tan estupenda como ellos.

 

Irene Milleiro es directora de campañas de Change.org.