Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Polanco «ató» (en El Mundo); Polanco «comunica» (en El País)

Como de costumbre (profiláctica, incluso en vacaciones), he leído primero El País y luego El Mundo.

En ambos he visto, también como de costumbre, interpretaciones con matices distintos sobre los mismos hechos. Por eso, afortunadamente, hay varios diarios y no uno sólo.

En el fondo, los dos están de acuerdo en que el recientemente fallecido Jesús de Polanco quiso dar «garantía de estabilidad accionarial a PRISA», aunque El Mundo lo diga con palabras más gruesas como «ató el control de Prisa a su familia» .

(Obsérvese, como curiosidad, que PRISA va en mayúsculas en El País -como hacían los romanos al hablar de sí mismos- y Prisa va, en cambio, en minúsculas en El Mundo)

Al leer el contenido del comunicado de la familia Polanco a la CNMV no he podido evitar interpretarlo en dos direcciones opuestas:

1.- La familia Polanco no quiere vender sus acciones en PRISA hasta que pasen, al menos, 10 años.

2.- La familia Polanco comunica a los cuatro vientos que está dispuesta a vender sus acciones en Prisa en cualquier momento, a partir de hoy, y que tiene poder para ello según el acuerdo firmado con Jesús de Polanco en diciembre de 2003.

Este es el texto que da pie a la segunda interpretación:

«Como excepción, se establece el acuerdo unánime de todos los hermanos Polanco Moreno, en cuyo caso sí sería posible la transmisión antes de esos 10 años».

Me ha hecho gracia, una vez leidos los diarios de papel, encontrarme en el blog «Que paren las máquinas» de Arsenio Escolar (en nuestra web www.20minutos.es) una interpretación semejante a la que acabo de escribir aquí: «Cómo comprar Prisa».

A esto le llamo yo telepatía entre colegas, a muchos kilómetros de distancia. O bien, quizás responde al hecho de que ambos hemos trabajado y dejado de trabajar varias veces para Jesús de Polanco (eso sí, siempre con afecto) y que conocemos el percal.

Me parece a mí, leído el comunicado oficial, que el verbo «atar», utilizado por El Mundo, no es el más correcto para titular. Y si no, al tiempo.

Polanco era mucho Polanco: era capaz de «atar» con una mano y de «desatar» con la otra. Un artista. Si lo sabré yo…

Retrato de un editor en serio

TOMÁS ELOY MARTÍNEZ en El País 15/08/2007

Jesús de Polanco era ya una leyenda cuando lo conocí en Madrid, a mediados de 1998. Entonces yo formaba parte del jurado que debía otorgar el primero de los premios Alfaguara de Novela, al que se habían presentado más de 600 obras.

Durante los largos días de relecturas y discusiones no logramos inclinar la balanza hacia ninguna de las dos que, desde el principio, sobresalían con claridad del conjunto: Margarita, está linda la mar, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, y Caracol Beach, del autor cubano Eliseo Alberto. Lo único que sentíamos con absoluta unanimidad era la injusticia de premiar a una sola de las dos.

Alguna vez he contado ya los tormentos de conciencia con que nos despedíamos cada noche y la desazón con que seguíamos mirándonos a la mañana siguiente. Las bases prohibían dividir el premio. A la vez, eliminar una cualquiera de las dos novelas nos parecía una traición a la buena literatura, en cuyo nombre habíamos sido convocados. Por fin el escritor mexicano Carlos Fuentes, quien presidía el jurado, advirtió de que, si bien estaba prohibido dividir la recompensa, ninguna cláusula impedía duplicarla.

No creo que a Polanco le haya gustado aceptar una decisión que lo obligaba a pagar dos veces una suma que ya era considerable la primera vez, y a multiplicar el esfuerzo de edición y difusión. Si en el silencio de su corazón pensó que los jurados estábamos locos, nunca lo dijo. Por lo contrario, elogió nuestra locura. Aceptó nuestro fallo doble con el arrojo bien razonado que siempre fue la señal de su espíritu.

Quedan pocos empresarios así. En vez de adaptarse a las mudanzas de las costumbres y de los tiempos, Polanco se les adelantaba, señalaba el camino. No perdía de vista las sombras, pero se ponía del lado de la luz.

Aunque se sabía desde hace meses que estaba enfermo, su muerte, el 21 de julio, dejó una herida de sorpresa en quienes lo creíamos incapaz de morir. Siempre había estado en todas partes. ¿Cómo, de pronto, iba a estar en ninguna?

Después de aquel invierno de 1998, vi a Polanco una o dos veces por año, en las reuniones del Foro Iberoamérica o en mis ocasionales visitas a Madrid. Lo había conocido como un editor de raza, pero su mirada se desplazaba más allá de los libros y de los periódicos, hacia el abanico entero de todos los lenguajes de la comunicación.

Aunque se ha llevado consigo el secreto de sus éxitos constantes, hubo uno que estuvo todo el tiempo a la vista: su manera casi invisible de mandar. Daba órdenes sin darlas. Estaba tan seguro de su capacidad para crear que dejaba libres a sus colaboradores para que crearan. Sus hijos y Juan Luis Cebrián (director fundador de EL PAÍS) entendían a la perfección lo que decía cuando callaba.

Quizá Polanco pase a la historia como el visionario que dio vida a EL PAÍS, el gran diario de la modernidad española. Es su obra mayor, pero yo prefiero al editor de libros que rompió de un año para el otro las vallas feudales del franquismo y le mostró a sus compatriotas la riqueza europea de la que habían sido privados durante cuatro décadas de aislamiento, a la vez que le abría las puertas a las efervescencias culturales de América Latina.

Cuando en 2002 me sorprendió con una llamada telefónica en la que me anunciaba el premio de novela de Alfaguara, la emoción y la sorpresa me indujeron a responderle con un chiste fuera de lugar: «Es un premio muy bueno», le dije. «Pero el que más va a ganar con él eres tú, como todos los editores».

Rápido para las réplicas, me respondió con un chiste mejor: «Claro que sí. La plusvalía es siempre mía».

Polanco era así, llano y directo. Nadie como él encarnó la imagen del gran editor tal como la retrató el escritor y filósofo Walter Benjamin: un lector que es a la vez autor, «alguien que describe y que prescribe». Y a la vez siempre, según Benjamin, alguien de «extremo coraje», capaz de repetirse a sí mismo cada mañana: «Voy a saber y voy a transformar».

Los que vivimos en la orilla americana del océano le debemos a Polanco el relanzamiento de muchos de nuestros grandes escritores en volúmenes que se dejan llevar de un lado a otro, permitiendo que una obra entera se alce otra vez a la primera mirada: así hemos recuperado al autor argentino Julio Cortázar, al escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, a la periodista-novelista brasileña Clarice Lispector, al escritor brasileño Rubem Fonseca, tal como lo he visto en los autobuses de Bogotá, en los subterráneos de Buenos Aires, de Madrid y de México, y en los carritos por puesto de Caracas.

Cierta vez le dije a Polanco que esa red de vasos comunicantes era más eficaz para entendernos y mucho más democrática que todas las enseñanzas de los economistas, de los sociólogos y de los políticos. Como siempre hacía, le atribuyó su mérito a los otros. Aceptó la parte de luz que le tocaba cuando la Feria del Libro de Guadalajara le concedió, en 2004, el premio al editor del año. Allí fueron enumeradas sus hazañas: la creación de EL PAÍS, de la cadena radial SER y del grupo editorial Santillana, lo que le convertía en uno de los empresarios culturales más poderosos de Europa.

Ninguno de sus discursos de gratitud aludió a una sola de esas grandezas. Sus únicos temas fueron los libros y el destino de nuestros países. Había empeñado todas sus energías en fortalecer la democracia de España y estaba seguro de que la América Latina convertida a la democracia tendría una prosperidad nunca vista apenas dejara atrás lastres ancestrales como el caudillismo, la corrupción, las prebendas, del mismo modo que la democracia había salvado a España de la cerrazón franquista.

Como a todo hombre de poder, también a Polanco le cayeron encima las calumnias y las injusticias. Pero seguía adelante y dejaba atrás los rencores. Al otro lado del Atlántico es difícil imaginarlo muerto.

Para quienes sólo lo conocieron en infatigable estado de actividad es preferible suponer que se ha replegado hacia el rincón más sigiloso de sus depósitos editoriales, donde está leyendo ahora las obras maestras que todos vamos a leer mañana, con la ingenua sensación de que estamos descubriéndolas.

Tomás Eloy Martínez es escritor y periodista argentino, y autor, entre otros libros, de El vuelo de la reina, premio Alfaguara de Novela 2002. Distribuido por The New York Times Syndicate.

Suicidio de Xirinacs.

Los más fanáticos nacionalistas catalanistas, vasquistas y españolistas se han lanzado sobre su cadáver, con tal oportunismo político (rozando la glorificación o el ensañamiento) y con tanta desverguenza personal, que he agradecido hoy la lectura de este obituario que mi colega Bonifacio de la Cuadra (casi de mi edad) hace del pacifista Xirinacs, quien se suicidó hace unos dias en Cataluña.

Conocí muy poco al padre Xirinacs, en la lucha contra la Dictadura, y siempre le respeté por valiente y coherente, aunque le consideré equivocado cuando tratábamos el punto principal de su obsesión: su exacerbado nacionalismo catalanista, que me recuerda hoy al vasquista de Arzalluz o al españolista de Aznar.

Nunca me gustaron los extremismos. Ni siquiera para alabar a mi tierra almeriense, que tanto quiero y por la que suspiro. Xirinacs fue un enamorado de su tierra catalana y fue fiel a sus ideas hasta el minuto que precedió a su muerte. Su memoria merece respeto. Gracias, Boni.