Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«Los culpables no dan el perfil», según su periodista defensor

En esta página de El Mundo de hoy tenemos, una vez más, la prueba del 9 de la mayoría de las teorías conspiratorias que en el mundo han sido.

Tanto Fernando Múgica, autor de la información, como Pedro Jota Ramírez, responsable de sus titulares, están siguiendo al pie de la letra los manuales más elementales para construir una teoría de la conspiración, verderamente verosímil pero completamente falsa.

Titular de manual:

Cuando los culpables no dan el perfil

Subtítulo para mejorar la nota:

Parecen carecer de formación para cometer un gran atentado

Con estos ingredientes, muchos seres humanos, incluso nobles y sinceros, se pueden tragar de buena fe cualquier patraña por extravagante que sea.

Como decía hace un par de días en este mismo blog, las teorías conspiratorias se autoalimentan y no tienen fin. También dije, redordando el 11-S, la muerte de Kennedy o la de Lady Di, que a un gran efecto debería corresponderle, en toda teoría conspiratoria, una causa de magnitud equiparable. En efecto, científicos de postín, cuyos datos no tengo ahora a mano (creo haberlos publicado aquí hablando del 11-S), relacionan el núcleo de toda teoría conspiratoria con la dificultad natural que tienen muchas personas, incluso cultas, para aceptar que una gran tragedia pueda tener una causa insignificante, y mucho menos el azar.

¿Cómo es posible que unos «moritos» «sin formación para cometer un gran atentado», sin organización, sin entrenamiento, sin medios, sin alguien malvado y poderoso detrás de ellos, etc, etc, puedan haber causado la masacre de Atocha?

Luego si, como dice hoy El Mundo, ellos no están preparados para tal atentado, la siguiente pregunta puede ser: ¿quién hay detrás de ellos? ¿Quién mueve sus hilos?

Podríamos ir más lejos, como hacen los más extremistas del PP, El Mundo o la COPE y hacernos la siguiente pregunta:

¿A quién beneficia la tragedia del 11-M?

Hasta ahora, la construcción de la teoría conspiratoria que trata de relacionar al 11-m con ETA, con las fuerzas de la Seguridad del Estado, con el Gobierno Zapatero, y con el «sursuncorda», están siguiendo las normas de manual.

Por eso, me están empezando a dar miedo estos aprendices de Mussolini.

A veces, me aburre el tema, pero no puedo ni debo mirar para otro lado, mientras a nuestro alrededor se alimenta un embrión que puede amenazar nuestra libertad, conquistada despues de tantos años de dictadura fascista. ¿Acaso estoy exagerando?

El camino que llevan algunos líderes de la derecha española (himnos, banderas, «rebeliones», brazos en alto…) me empieza a dar miedo.

Quien mire ahora para otro lado, lo puede lamentar en el futuro.

La libertad es como el oxígeno. La aprecias más, y en todo su valor, cuando te falta.

No se si se puede leer bien en el recorte, junto a Acebes. Por eso, copio aquí una frase que, para mí, es más que una anécdota:

«Un señor levantó el brazo en alto, pero sus amigos le hicieron bajarlo para que no saliera en la foto.»

Para colmo, tal como está el patio, se me ha caído de El País una portada histórica del 23-F que hoy regalan a sus lectores.

Al verla, se me han puesto los pelos de punta. Aquel día yo estuve allí (como redactor-jefe del diario) estudiando qué hacer con esa portada y como distribuir inmediatamente esa edición urgente y arriesgada de El País , antes de que llegaran a nuestra redacción los militares golpistas que ya venían de camino…

Algún día, con más tiempo, reconstruiré mis recuerdos de aquella tarde-noche no tan lejana. Ni, por lo que veo, tan irrepetible. ¡Jo! como estoy hoy…

Mejor, lo dejo.

Ahí va un artículo de Javier Marías que no tiene desperdicio:

blockquote>Creencias, intuiciones y embustes

Javier Marías en El País semanal

25/02/2007

Tan rápido va todo que cuando estas líneas vean la luz, dentro de dos semanas, casi todo el mundo habrá opinado sobre las palabras en Pozuelo del ex-Presidente Aznar (“el mejor de la democracia”, según unos cuantos), y las habrá olvidado. Me disculpo, pues, por la probable superfluidad de este artículo, y me permito recordarlas: “Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva”, dijo Aznar (conservo sus habilidades sintácticas y gramaticales pero los subrayados son míos), “y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo y yo también lo sé. Ahora. Yo lo sé ahora. Mm. Tengo la ? problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido, mm, antes. Pero es que, cuando yo no lo sabía, pues nadie lo sabía. Todo el mundo creía que las había, ¿sabes? Entonces es un problema, porque las decisiones hay que tomarlas no a toro pasado, sino cuando está el toro sobre el terreno, y es ahí cuando hay que torear. Torear con cinco años de retraso, esa es tarea de los historiadores”.

Vale la pena detenerse no ya en lo que dijo el ex-Presidente, sino también en lo que vino a decir. Y lo que vino a decir fue esto: 1) Que en 2003 se guió sólo por creencias, intuiciones, tal vez rumores. 2) Que eso, sin embargo, no le impidió declarar en febrero de aquel año: “Todos sabemos que Sadam Husein tiene armas de destrucción masiva”, o “El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva. Puede estar usted seguro. Y pueden estar seguros, todas las personas que nos ven, que les estoy diciendo la verdad. 3) Que, por tanto, en 2003 mintió a todos los españoles, puesto que ni sabía ni estaba seguro ni decía la verdad que dijo decir, sino que pensaba que había armas y de hecho no lo sabía. 4) Que, en consecuencia, tomó una decisión tan grave como impulsar, propugnar, respaldar, semideclarar (¿qué otra cosa sino una semideclaración de guerra fue la reunión de las Azores en la que figuró destacado?) y participar en una guerra de invasión guiado sólo por sospechas, creencias e intuiciones (a las que tan dado es, por cierto, también su sucesor Rajoy). 5) Que semejante decisión la tomó pese a la opinión contraria de casi todos los demás partidos políticos y del 89% de la población española, que se manifestó masivamente con el fin de disuadirlo; y que la tomó sin certeza alguna de aquello sobre lo que aseguraba tenerla, sino porque “todo el mundo pensaba ?” y él igual. 6) Que para él “todo el mundo” todavía significa Bush y Blair y alguno más, porque lo cierto es que gran parte del verdadero mundo (incluyendo a Francia, Alemania, Rusia, despachadas entonces despectivamente como “la vieja Europa”, caduca y cobarde) no pensaba eso, o, si lo hacía, no con la ligereza suficiente para emprender la guerra que él sí emprendió; y así lo hizo saber, para irritación y despecho de Bush y del propio Aznar. 7) Que él creía que había un toro suelto sobre el terreno, cuando los espadas Bush, Blair y Aznar no es que se lo hubieran encontrado corneando en medio del campo, sino que lo sacaron ellos al ruedo para lucirse con sus faenas: el toro no estaba allí, sino que ellos se lo inventaron. 8) Que las muertes de más de tres mil americanos y centenares de miles de iraquíes ?y las que se añadirán?, producidas durante de la Guerra de Irak o como consecuencia del desbarajuste que ha causado, se deben en parte a que él tiene “la problema de no haber sido tan listo” para haber sabido “antes” lo que sin embargo antes dijo que sí sabía a ciencia cierta. Y 9) Que sus embustes, su frivolidad, su chulería con sus compatriotas, su servilismo con los más poderosos, su desdén por las opiniones discrepantes, su ciega y sorda confianza en Bush y Rumsfeld (que tal vez lo engañaron, pero él no se lo tiene en cuenta), su corresponsabilidad en el desastre iraquí y ?por imprudencia e imprevisión? en lo que pasó luego en Casablanca y Madrid, no son suficiente carga sobre su conciencia como para pedir disculpas y abstenerse de opinar de política lo más que pueda, tras tan mayúscula y catastrófica metedura de pata.

Otro tanto cabría decir sobre el actual Partido Popular en pleno, que secundó con entusiasmo sus intuiciones, creencias y conjeturas y además tuvo el pésimo gusto de prorrumpir en una ovación alborozada tras la votación en el Congreso que aprobaba aquella guerra. Allí estaban Rajoy, Zaplana y Acebes y demás. Lo que el PP no comprende es que hay muchos ciudadanos, no especialmente partidistas, que no lo volverán a votar mientras estén a su frente los mismos que decidieron y aplaudieron el inicio de la escabechina. De la misma manera que muchos no estuvieron dispuestos a votar al PSOE mientras a su frente siguieran los mismos que habían amparado los crímenes del GAL, o que algunos no lo han estado (ay, no los bastantes) a votar al PNV tras su Pacto de Lizarra con ETA. No es que al PP se lo quiera “arrinconar” ni “expulsar del sistema”, como se quejan hoy sus dirigentes y sus esbirros radiofónicos (¿o serán sus amos?), sino que él mismo se enajenó a buena parte de la ciudadanía el día en que llevó sus mentiras demasiado lejos y nos involucró, para nuestra vergüenza y desolación, en una guerra injusta e ilegal. Y la gente es olvidadiza, desde luego. Pero quizá no tanto. Y además ahí está Aznar, por fortuna, para refrescarnos la memoria de vez en cuando.

FIN

¿Presunto cerebro o supuesto «cerebro»?

De todas las frases que he leído y oído estos días sobre el juicio del 11-M me ha llamado poderosamente la atención una pronunciada por Pilar Manjón, presidenta de la Asociación de Víctimas del 11-M.

Con la entereza, la convicción y la nobleza que la caracterizan, Pilar Manjón ha dicho:

«El acusado (El Egipcio) no ha mirado en ningún momento a la fiscal porque es una mujer»

Las dos portadas de hoy abren por fuerza con el mismo asunto pero cada una, como es habitual, con matices.

No me chirría la diferencia que hay entre presunto cerebro (portada de El País) y supuesto «cerebro» (portada de El Mundo) tanto como la utilización abusiva, por innecesaria, de las comillas.

El diccionario de la RAE establece ciertos matices entre presunto y supuesto, que buscaré luego. Al cabo de año y medio de comparar titulares en este blog, ya sabemos de sobra que ninguna palabra es gratis o inocua, y menos en primera página.

Sin embargo, las comillas innecesarias, cuanod no obedecen a cita textual o a pobreza de vocabulario, suenan a recochineo. Es como si le unieramos a la palabra entrecomillada ( en este caso: «cerebro») un ¡je, je! a cada lado.

Y no está el horno para bollos. Estamos hablando del asesinato de 191 personas por un atentado terrorista y de las mentiras masivas de quienes gobernaban España cuando ocurrió esta tragedia.

Al menos, en la portada de hoy, Pedro Jota ha escrito una vez la palabra islamistas en su letra pequeña. Y -!noticia!- hoy no cita a ETA para nada. Aquí pasa algo.

Ya lo tengo:

La Real Academia Española, que limpia, fija y da esplendor a nuestra lengua, introduce algunos ligeros matices entre supuesto y presunto cuando estamos hablando de delitos.

presunto, ta.

(Del lat. praesumptus, part. pas. de praesumĕre).

1. adj. supuesto.

2. adj. Der. Se dice de aquel a quien se considera posible autor de un delito antes de ser juzgado. U. t. c. s.

supuesto

(Del part. irreg. de suponer; lat. supposĭtus).

1. m. Objeto y materia que no se expresa en la proposición, pero es aquello de que depende, o en que consiste o se funda, la verdad de ella.

2. m. Suposición, hipótesis.

Por cierto, siguiendo la costumbre de los intereses corporativos de cada medio, El País concede hoy el privilegio de sujeto principal de su portada a «Fiscal y acusaciones«, mientras que El Mundo concede este dudoso honor a «El supuesto «cerebro» del 11-M».

¿Por qué será?

En los comentarios editoriales que voy a pegar a continuación hay bastante claves.

Quién ha sido

BASILIO BALTASAR en El País

16/02/2007

El saludable escepticismo de los tiempos modernos ha moderado las aspiraciones heroicas de la condición humana y mediante un informado ejercicio de buen humor ha conseguido sosegar la ansiedad de los hombres inclinados a sentir la llamada del destino.

Pero del mismo modo que formas vegetales arcaicas perduran gracias a casi extinguidos sistemas de fecundación, subsisten en nuestras sociedades individuos dispuestos a resucitar caducas maneras de conducir a los hombres.

El anhelo que distingue a los héroes imbuidos por este furtivo instinto de predestinación suele ser un irreprochable fervor altruista, pues la ambición de poner un poco de orden en la sociedad es la única que alienta sus generosos desvelos.

Thomas Carlyle creyó que un solo hombre puede enderezar el rumbo del mundo y dedicó a este héroe su elegía: «Al capitán, al superior, al que asume el mando, al que está por encima de los demás hombres; aquél a cuya voluntad se someten los otros, a éste debe considerársele como el más importante entre los grandes hombres».

No hace falta indagar en las profundidades psicológicas del personaje para comprender la influencia que esta escuela de pensamiento político ha tenido en la formación de José María Aznar. Ya en el congreso de Sevilla, cuando en 1990 conquistó la jefatura del Partido Popular, Aznar se presentó como portador de las cualidades que adornan al héroe: «Abnegación, entrega, hombría de bien y sufrimiento».

Muchos de sus colaboradores creyeron seguir al actor de los discursos que allanan el camino de La Moncloa, pero poco a poco hasta los más incautos adivinaron lo que estaba sucediendo: Aznar se precipitaba a fundir en una única figura su imaginación y su identidad.

La modesta y tímida incubación del espíritu providencial fue dando sus frutos y procurándole la elocuencia que tronaría más allá de nuestras fronteras: «los débiles gobiernos de las democracias occidentales cederán al chantaje de los cuerpos mutilados y sus frágiles sociedades terminarán derrumbándose como naipes».

Los gestos autoritarios y las declaraciones intempestivas podían parecer consecuencia del satisfecho mandato alcanzado en dos citas electorales, pero en realidad pertenecían a un género más elevado de impaciencia. Su mímica delataba sin cesar esa irritación que distingue a los grandes hombres conscientes de estar perdiendo el tiempo. «Hacen falta», decía en Jerusalén, «líderes fuertes y firmes con un claro sentido de su misión».

Sólo un combativo altruismo transmuta el sacrificio personal en la más duradera fuente de placer. Pero comprender la figura heroica de Aznar requiere además saber cómo se propuso pasar a la Historia.

No era suficiente haber salido ileso de un atentado ni entrar en guerra contra Irak. Para dotarse con los rasgos de una personalidad admirable, Aznar debía escenificar la envergadura mítica de su gallardía y mostrarnos el camino que toma un hombre destinado a convertirse en héroe: la renuncia al poder.

Ya en 1996 especulaba sobre sí mismo indirectamente preguntándose en público: «¿Cómo será España cuando la deje dentro de ocho años?».

Con la singular determinación de abandonar el poder, Aznar no sólo quiso asombrar a una población resignada al duradero empecinamiento de los políticos profesionales, sino elevarse por encima de sus colegas y avergonzar a sus adversarios con una grandilocuente lección moral.

Que la ingeniería financiera del Partido Popular garantizara este atajo a la gloria sin cerrar la puerta de su retorno triunfal, no empañaba el lustre que su figura paseó por medio mundo.

En declaraciones al diario francés Le Monde, hechas poco antes de las elecciones de 2004, José María Aznar citaba las dos grandes figuras históricas a las que puede compararse un gobernante sin apego al poder: el emperador romano Cincinnatus y el emperador Carlos V.

Teniendo como antepasados tan ilustres precedentes, es fácil caer en la angustiada desazón, la perturbada confusión y el inquieto desánimo que sufrirá el hombre empujado a ser de nuevo un simple mortal. Pero el acontecimiento que desmoronó la heroica complacencia de su figura, tan disciplinadamente tallada, no fue la bomba de los integristas en Atocha ni la catástrofe electoral del 14-M.

El carisma de la figura a la que Aznar había conseguido insuflar vida propia no provenía tan solo de la abnegada renuncia al mando sino del constante alarde de una rara cualidad: el valor de la palabra dada.

En un mundo sometido a la frivolidad de los charlatanes, hete aquí que surge con orgullo el que habiendo dicho «me voy», añade: «El arte de gobernar no es sólo tomar decisiones y saber mantenerse en el timón cuando soplan vientos huracanados en contra, sino también saber dejarlo».

Cetro diamantino de la misión trascendente que aceptó cumplir, la palabra del presidente Aznar fue la más temible amenaza que podía dirigir contra sus enemigos y el más fiable de los pendones ofrecidos a sus partidarios. ¿No era acaso esta palabra dada y cumplida un motivo de temor y reverencia?

Pero la voluble fortuna altera con crueldad los sueños de los hombres. Explotó la bomba en Atocha, murieron los ciudadanos de Madrid y el temor a perder el poder que había prometido entregar a su sucesor -«para no aprovechar las tendencias caudillistas de España»- le obligó a empeñar su palabra de honor ante los más fidedignos testigos de su confidencia. Durante los tensos momentos posteriores a las explosiones del 11-M, el presidente Aznar telefoneó a los directores de los principales periódicos españoles para hacerles partícipes de su documentada convicción: ha sido ETA, vino a decir.

Temeraria declaración, como comprobaron luego los que no quisieron desconfiar de la palabra de honor dada por un presidente en tan aciagas circunstancias.

Fue suficiente un dramático encontronazo con el destino adverso para que Aznar perdiera el temple propio de los héroes.

Pocas horas después, el presidente en funciones entraba con su esposa en el colegio electoral de Nuestra Señora del Buen Consejo de Madrid y frunciendo el ceño atravesó el tumulto ciudadano reunido para abuchearle. Quién ha sido, quién ha sido, gritaba igualmente furiosa la muchedumbre.

Ahora da comienzo el juicio que sentenciará la autoría de los brutales atentados de Atocha. Después de meses de descabellada polémica, el Partido Popular redoblará sus esfuerzos de agitación, será insistente el despliegue de sus periódicos y vocinglero el oratorio radiofónico contra los jueces y policías responsables de la investigación.

Pero una más completa comprensión del proceso judicial nos exigirá no perder de vista el origen de esta infatigable campaña de sospechas, bagatelas y clamores: el arrojo que un héroe caído puso en rehabilitar su fama.

FIN

ETA manda en El Mundo; el Gobierno, en el El País

Actualizado el domingo 10 de diciembre a las 11:10h.

Por un par de comentarios, acabo de percatarme de que ayer marqué por error la casilla de «comentarios cerrados» y otra que dice algo así como «tracbacks cerrados» (que aún no se lo que significa).

Las marqué de forma automática, pensando que lo hacía en las casillas contiguas de «critica de prensa» y «personal«.

Lo siento. Si este blog tiene alguna gracia, procede de los comentarios abiertos y libres de quienes nos visitan.

Gracias por el aviso. Ni siquiera sabía que ciertos post pueden cerrarse a los comentarios. Mejor no saberlo.

Sigo en Almería con un sol espléndido, mala conexión a Internet y lejos de los diarios de papel. Temo la caravana de regreso. Suerte a los del puente.

Saludos

JAMS

—-

El Mundo manda con ETA como sujeto principal de su primera página y El País lo hace con el Gobierno.

Sólo coinciden hoy a la hora de ilustrar su portada con bellísmas fotos de San Sebastián. La ola ataca el Paseo Nuevo que bordea el Monte Urgull, bajo el cementerio de los ingleses. En Almería, el Mediterráneo está en calma y mi palmera ni se inmuta, tan quieta como una estatua.

El País:

El Munod:

Hoy apenas hay noticias, pero sí buenos artículos que intentaré copiar y pegar aquí para que nos aprovechen durante el fin de semana.

Ahí va uno del maestro Savater en El País:

Víctimas

FERNANDO SAVATER

09/12/2006

Las víctimas del terrorismo han tardado mucho en aparecer a la luz pública no sólo en el campo de la realidad social sino también en la literatura o el cine. La mayoría de las novelas y películas centradas en este prolongado horror tienen como protagonistas a etarras, amigos de etarras o familiares de etarras: con mejor o peor fortuna (en general peor, la verdad sea dicha) cuentan los problemas de conciencia, arrepentimientos o reafirmaciones ideológicas de estos voluntariosos criminales. Por lo visto todos tienen mucha «vida interior», aunque al tratarles se les note más bien poco, y desde luego mayor interés dramático que quienes les padecen. En tales narraciones pasa como en los films de Tarantino, donde los pistoleros están llenos de colorido pasional y los liquidados forman parte todo lo más del mobiliario urbano. Según mi criterio, y no quisiera ser injusto con nadie por olvido o desconocimiento, hasta ese admirable puñado de relatos que son Los peces de la amargura (ed. Tusquets), de Fernando Aramburu, las víctimas del terrorismo no habían encontrado un reconocimiento artístico de su humilde calvario a la altura exigible. Dejando aparte, por supuesto, las dos grandes novelas de Raúl Guerra Garrido, Una lectura insólita del capital y sobre todo La carta, pioneras en el tema. Por cierto, Raúl, felicidades por el Premio de las Letras y no permitas que las insidias de algún maledicente profesional enturbien tu merecida fiesta.

Las víctimas han recorrido un significativo trayecto, sin duda muy revelador de los vaivenes de la opinión pública en nuestras sociedades actuales: han pasado del desconocimiento y el desinterés al reconocimiento fervoroso y de éste al recelo político por un lado y a la sacralización mediática por otro. La propia noción de «víctima del terrorismo» es equívoca porque en la inmensa mayoría de los casos se trata más bien de familiares de víctimas que de víctimas en carne propia. En otros casos no existe esta ambigüedad: nadie llama «víctima de la circulación» a la madre o al marido de quien sufrió un choque o atropello, sino sólo a la propia persona damnificada. Claro que los accidentes de tráfico o laborales no están intencionalmente orientados contra la comunidad democrática en cuanto tal y los crímenes terroristas sí. Entre las víctimas de ETA hay de todo, puesto que la propia ETA ha golpeado a la sociedad en sus más diversos grupos y clases: vascos y ciudadanos de otras partes de España, funcionarios y simples particulares, personas destacadas por su lucha de años contra el terrorismo y gente que se enteró de que existía esa lacra sólo cuando les tocó sufrirla a ellos, etc… En cualquier caso, tienen cosas en común: necesitan apoyo social tanto en lo anímico como en los problemas materiales y exigen estricta justicia, es decir, que se aplique a sus agresores el rigor de la ley y no el oportunismo de la política. Quieren que la justicia de todos les ampare, puesto que renuncian a tomársela por su mano: ¿cómo no darles la razón? Cuando les oigo reivindicar «memoria, dignidad y justicia» entiendo muy bien la primera y la tercera de estas exigencias, no tanto la segunda: en efecto, ninguna víctima ni pariente de víctima ha visto nunca en cuestión su dignidad por serlo. Al contrario, los indignos son los asesinos, sus cómplices, sus justificadores teóricos, quienes se aprovechan del terror causado por otros o quienes se han despreocupado de las víctimas hasta que les ha sido políticamente rentable mostrarles estentórea veneración.

Cada una de las víctimas propiamente dichas y de sus familiares o herederos tienen sus propias ideas políticas, ni mejores ni peores por ser suyas que las del resto de los ciudadanos. Ser víctima del terrorismo, en cualquiera de los sentidos, no es haber hecho un máster en filosofía política. Sus opiniones en ese campo no son «respetables» sino «discutibles», como las de usted o las mías: lo respetable, en todo caso, serán las personas que las sostienen. De modo que es inútil insistir en que las víctimas están políticamente manipuladas cuando no dicen lo que quisiéramos oírles. Son mayores de edad y aciertan o se equivocan solas, sin necesidad de que ningún político les coma el tarro. Al contrario, suelen ser los políticos (y no digamos los hooligans mediáticos, aplicados a la rentabilidad del estruendo) quienes se arriman a su sombra para promocionarse a sí mismos mientras parecen jalearles a ellos. Bueno, ¿y qué? Así es la democracia. A mí me parece que el truculento mensaje sobre «traiciones» y «rendiciones» que maneja la AVT -por no hablar de la mezcla del llamado «proceso de paz» con la bazofia ridícula e inconsistente de la supuesta conspiración del 11-M- es una actitud equivocada, que daña la causa que pretende defender. Pero no supongo que al señor Alcaraz le tengan hipnotizado Acebes o Zaplana para decir lo que dice.¿Acaso alguien manipula, por ejemplo, a Suso de Toro cuando asegura sin dudar que Ciutadans representa «el más rancio españolismo»? No, de ningún modo, seguro que lo piensa de veras; bueno, si la palabra «pensar» resulta en este caso exagerada, digamos que lo cree de veras. ¿Que la mayoría de las víctimas confía más en la derecha que en la izquierda? Así parece y la culpa -si culpa hay- no es sólo suya. Recordemos que en este país está vigente la absurda superstición de que los nacionalismos separatistas y étnicos son de izquierdas… ¡y hasta forman mayorías de progreso! Hace poco, Santiago Carrillo decía públicamente: «La paz merece que, por un momento, nos olvidemos de las leyes». No hay mejor síntesis de lo que muchos temen, con razón, que el «proceso de paz» sea o pueda llegar a ser. Y como tienen a Carrillo o a Javier Madrazo por gente de izquierdas, pues prefieren a la derecha. Algunos lo sentimos mucho, pero así está el patio.

Sin embargo, la verdadera y peor manipulación política de las víctimas sigue sin ser denunciada. Porque no consiste en aprovecharse de tales o cuales personas sino del concepto mismo de víctimas del terrorismo. Hoy se prodigan los reconocimientos y las condolencias a las víctimas para hacer creer que la cuestión de ETA es un asunto que fundamentalmente se polariza entre terroristas y víctimas de atentados. Es decir, que se trata de resolver un problema «humanitario»: no más sufrimiento, ni más muerte, no más viudas ni huérfanos, enjuguemos las lágrimas de los dolientes y evitemos que se derramen más, etc… Por eso se habla de «paz», pese a la evidencia de que no estamos en ninguna guerra: porque ese término se presta más a los servicios de la Cruz Roja que la palabra «libertad». Cuando se diseña el acuerdo de convivencia que culminará el proceso de paz, nunca se olvida mencionar el debido respeto y homenaje a las víctimas. Y los representantes más altos del Gobierno vasco acuden a pedir perdón por su desinterés del pasado a las víctimas (sobre todo a las andaluzas: las víctimas son tanto más respetables cuanto más lejanas). Pero en cambio nunca harán el mismo acto de contrición respecto a quienes han sido el objetivo ideológico de ETA todos estos años: los no nacionalistas y sus representantes políticos.

No les he oído nunca decir en público que los no nacionalistas merecen una reparación política y social por la marginación y acoso que han sufrido durante el período de la peor violencia. Tampoco he oído que admitan las ventajas que han obtenido sobre ellos los partidos nacionalistas gracias al terror -lamentable pero útil- impuesto por ETA. Ni lo más importante: que yo sepa, nadie ha reconocido que cuando ETA desaparezca, la convivencia y el fair play democrático pasará por dar cancha a la opción no nacionalista en los campos en que hasta ahora ha sido hostilizada o excluida, no en apretar las tuercas del nacionalismo como pago al cese de la violencia. Porque el problema no está entre ETA por un lado y las víctimas por otro, sino entre el nacionalismo violento y quienes han padecido su agresión por no ser nacionalistas. No se trata de buscar un remedio humanitario, sino de defender derechos constitucionales conculcados.

Los sabios posmodernos que hoy abundan nos aseguran que el asunto es muy complejo y que las interpretaciones varían. No tanto, no tanto… Cuando a Clemenceau le preguntaron qué creía él que dirían los historiadores sobre la Primera Guerra Mundial, repuso: «Seguro que no dicen que Bélgica invadió a Alemania». Por muy flexibles que sean los criterios de interpretación, nadie sostendrá mañana que Irene Villa o Eduardo Madina mutilaron a Txapote o Valentín Lasarte. Ni suscribirán la versión de Ortuondo en Estrasburgo, según la cual la violencia terrorista proviene de la frustración sufrida por algunos nacionalistas ante sus reivindicaciones desatendidas. Nadie dirá que durante los pasados treinta años los no nacionalistas han controlado a su gusto el País Vasco, mientras los nacionalistas vivían en una hostigada semi-clandestinidad. Sin duda hay que «normalizar» políticamente Euskadi. Pero hoy lo anormal es la hipertrofia nacionalista entre una ciudadanía en la que tanto abundan quienes piensan de otro modo. En este conflicto no sólo ha habido muchas víctimas, sino que la principal víctima ha sido la libertad de muchos. ¿Cuántas veces más habrá que volver a decirlo?

FIN

Y este otro del profesor Tamayo en El País:

Estado laico, ¿misión imposible?

JUAN JOSÉ TAMAYO

09/12/2006

No vamos por buen camino en la construcción del Estado laico. Ya la propia Constitución Española de 1978 puede incurrir en cierta contradicción en el artículo 16,3 cuando, tras afirmar que «ninguna religión tendrá carácter estatal», a renglón seguido cita expresamente a la Iglesia católica. Era el primer paso en una dirección inadecuada, que no sólo no se ha corregido, sino que se ha ido agudizando. Todos los gobiernos, de centro, de derecha o de izquierda, han persistido en el error mandato tras mandato. Unos días después de la aprobación de la Constitución, se firmaban los Acuerdos con la Santa Sede, preconstitucionales en su elaboración y quizás anticonstitucionales en algunos puntos. Eran unos pactos de rango internacional que privilegiaban a la Iglesia católica en materias como la enseñanza del catolicismo en la escuela, la atención pastoral a las fuerzas armadas y en los hospitales, en asuntos jurídicos como el reconocimiento de efectos civiles para el matrimonio canónico, en cuestiones económicas como exención de impuestos y dotación para culto y clero, etcétera.

El 20 de diciembre de 1978 nos concentrábamos ante la Nunciatura Apostólica de Madrid 250 cristianos y cristianas para manifestar nuestra oposición a la firma de los Acuerdos. El Nuncio recibió a una comisión a quien comunicó que la firma no era inminente. Los primeros días de enero de 1979 saltaba a la prensa la noticia del acuerdo con la foto correspondiente.

Año y medio después se aprobaba la Ley Orgánica de Libertad Religiosa, con un amplio respaldo parlamentario. Lo más coherente hubiera sido haberla aprobado antes de los Acuerdos con la Santa Sede. Aquí el orden de factores sí alteró el producto. La precedencia de dichos Acuerdos sobre la Ley de Libertad beneficiaba a la Iglesia católica, quien no se sentía afectada por el articulado de la ley de 1980. A su vez, la ley, que apela al principio constitucional de igualdad, consagra la desigualdad y legitima la discriminación, al privilegiar a las confesiones religiosas «de notorio arraigo» sobre las otras religiones. La expresión de «notorio arraigo» resulta harto ambigua e indeterminada y ha dado lugar a un elevado grado de discrecionalidad por parte de la Administración. Algunos juristas creen que la actual Ley de Libertad Religiosa consolida una situación contraria al derecho común y vulnera los principios de laicidad del Estado y de igualdad de todos los ciudadanos.

Los Acuerdos con la Santa Sede, la Ley de Libertad Religiosa y los Acuerdos con la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, con la Comisión Islámica de España y con las Comunidades Judías de España, establecen religiones de tres clases o categorías: de primera, la Iglesia católica; de segunda, las de notorio arraigo, judaísmo, iglesias evangélicas e islam; de tercera, aquellas a las que no se reconoce el notorio arraigo y no han firmado acuerdos con el Estado español.

La construcción del Estado laico se está convirtiendo en misión casi imposible. No vivimos, es verdad, en un Estado confesional como lo fuera el de la época del nacionalcatolicismo, pero tampoco en un Estado laico o sencillamente no confesional. Quedan todavía no pocos restos de confesionalidad. Algunas de las actuaciones recientes del Gobierno socialista nos alejan todavía más de la laicidad. Una es el acuerdo económico con la Iglesia católica de septiembre de 2006, ratificado en los Presupuestos Generales del Estado de 2007. Otra el borrador de Real Decreto de enseñanzas mínimas de secundaria obligatoria.

Cada vez estamos más lejos del objetivo de la autofinanciación, fijado en los Acuerdos del Estado y la Santa Sede de 1979 y ratificado en 1988 cuando entró en vigor el modelo de asignación tributaria. Si la Iglesia católica tenía privilegios económicos, con el acuerdo de septiembre de 2006 los incrementa, al subir el porcentaje de la asignación tributaria de 0,52% a 0,7%. El catolicismo es la única religión para la que el Estado recauda. El Gobierno ofrece, así, a la Iglesia católica unas condiciones de plausibilidad cada vez más favorables.

Otra prueba del alejamiento del Estado no confesional es el borrador del Real Decreto citado, que ha contado con el justificado regocijo general de las asociaciones católicas de padres de alumnos y con el no disimulado malestar de las asociaciones laicas de profesores y profesoras, de padres y madres de alumnos y alumnas. En materia de enseñanza de la religión, el Gobierno cede a las presiones de sectores católicos que se echaron a la calle para protestar contra la LOE en una manifestación apoyada por la Conferencia Episcopal Española y sigue la misma o similar política de privilegio que los gobiernos del Partido Popular. Mantiene la asignatura confesional de religión como materia evaluable y computable para pasar curso. Establece una alternativa. Deja en manos de los obispos la elección y el cese de los profesores de religión, cuyos salarios son abonados por el Estado. ¡Una excepción a la regla general que establece que «quien paga, manda»!

En conclusión, no estamos en un Estado laico, ni siquiera no-confesional. Tengo la impresión de que cada vez nos vamos alejando más de él. Y, sin embargo, el Estado laico es el marco político y jurídico más adecuado para el respeto al pluralismo ideológico, para el reconocimiento de la libertad de conciencia y para la protección de la libertad religiosa. Pero hay que tomar otra dirección, que pasa por la revisión de la Acuerdos con la Santa Sede y con las confesiones religiosas de notorio arraigo, porque la significación del catolicismo y de las otras religiones es hoy muy distinta a cuando se firmaron. Es necesario, igualmente, elaborar una nueva ley de libertad religiosa, dado que las circunstancias sociorreligiosas de la sociedad española han cambiado sustancialmente en el último cuarto de siglo con la presencia en nuestro país de nuevos movimientos religiosos y espirituales, el fortalecimiento de las religiones judía y evangélica, el crecimiento espectacular del islam y el imparable proceso de secularización.

FIN