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Bildu-franquismo en la piscina de Zarauz

Antes había curas en la cárceles del naci-onal catolicismo de Franco «por hablar vasco o catalán». Ahora los naci-onalistas de Bildu castigan a los niños por hablar castellano en la piscina de Zarauz. Y recuerdo a Joan Manuel Serrat: «Me gusta cantar en la lengua que me prohiben.»

El Mundo, 19 de octubre de 2012. Pag. 6

Hay noticias tan ridículas como la de la piscina de Zarauz (Guipúzcoa) que dan ganas de reir por no llorar. Al grito de «aquí se habla en euskera o en inglés», un monitor de natación del polideportivo municipal, financiado por la Diputación gobernada por Bildu, castigó a un grupo de niños de nueve años a dar vueltas a la piscina por hablar castellano. Las órdenes del mando estaban muy claras: «Solo euskera o inglés». No quiero ni pensar qué castigo habría recibido un niño si le hubieran pillado hablando, por ejemplo, ¡en francés!

Por su edad, supongo que este pobre monitor, financiado por las autoridades naci-onalistas de Bildu, no habrá hecho la mili bajo la dictadura fascista del general Franco. O sus padres no le habrán contado los castigos que recibían los reclutas vascos y catalanes que eran pillados «in fraganti» por el sargento de turno hablando su lengua materna entre ellos. También tenían que dar vueltas, en paños menores, alrededor del mástil de la bandera franquista, sí, la de la gallina. Los reincidentes iban al calabozo.

En el C.I.R. de Cerro Muriano (Córdoba), donde me tocó hacer el campamento en 1970, había pocos vasco hablantes y numerosos catalano hablantes, hijos de andaluces que habían emigrado, no por gusto, a Cataluña. Cuando hablaban catalán entre ellos, la solidaridad entre reclutas y soldados, puteados por los mandos, nos obligaba a darles codazos de aviso o alguna voz en clave para que dejaran la lengua prohibida y se pasaran rápidamente a la lengua del Imperio (que entonces no era precisamente, como hoy, el inglés). Bastaba con decirles «moros en la costa».

Paella de los «sin permiso» en Cerro Muriano. 1970

La solidaridad entre los soldados de toda España era patente frente a los abusos ridículos del mando que, queriéndolo o no, obedecía las órdenes del dictador. Mi sargento no era menos ridículo que este pobretico instructor de natación pagado por los fascistoides de Bildu.  Algunos amigos que hicieron la mili por tierras del norte me han comentado que ellos también hacían lo mismo con los reclutas o soldados vascos que hablaban en su lengua materna. Les avisaban a tiempo del peligro fascista y rápidamente cambiaban al castellano. Y eso que, en la lengua de aquel Imperio de pacotilla, los vascos hablantes se hacían un lío con los artículos del castellano. Lo hablaban con errores comprensibles.

Por favor, que nadie se alarme. No voy a contar mi mili. Solo una anécdota. Cumplí lo mejor que pude el periodo de instrucción de recluta y, nunca supe por qué, me destinaron a una compañía (unos colegas me dijeron que era de «aislamiento») del Regimiento Alava 22. Mi madre me dijo que me habían enviado «por bocazas» a aquella pequeña isla de Tarifa (La Isla de las Palomas, donde ahora encierran a los inmigrantes sin papeles).

Nada más pisar la tierra firme de aquella islita (unida a la península por un puente, superado con frecuencia por las aguas del Mediterraneo o las del Atlántico) y saludar a los compis, me preguntaron «¿y tú que has hecho?».  No entendí aquella pregunta hasta pasados unos días. Estaba rodeado de ex seminaristas, ex curas y universitarios (sin milicias de alférez)  «con antecedentes democráticos», es decir, antifranquistas.  Nos agrupaban allí no como castigo -que lo era, sobre todo durante el proceso de Burgos que nos tuvo en estado de alerta- sino para no estar mezclados con los demás soldados a los que podíamos contagiar.

El cardenal Pla i Deniel impone al dictador Franco la Orden Suprema de Cristo en 1954

Mientras pienso, con pena borgiana, en esta noticia tan circular del instructor bildu-franquista, heredero del sargento naci-onal católico, me encuentro con «Obispos perplejos y Franco irritado» (página 38 de El País de hoy, 20 de octubre de 2012) cuya lectura recomiendo. En este reportaje, Juan G. Bedoya escribe: «El obispo de Chiapas, Samuel Ruiz, contó (en el Vaticano II) cómo les impresionó un documento sin firma, repartido en el aula conciliar, denunciando que había curas en las cárceles por hablar vasco y catalán, y torturas terribles y fusilamientos por razones políticas» .

Cuando estudié en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona me esforcé, como buen charnego, por aprender catalán. Y lo hice con mucho gusto y escaso éxito. Era una lengua prohibida por la Dictadura. En la Escuela de Periodismo de la Iglesia (en la Vía Augusta, donde tuve colegas tan ilustres como Antonio Franco o Enrique Vila Matas y maestros como Josep Pernau o los hermanos Nadal) se daban algunas clases en catalán. Cuando no entendía alguna palabra, mi vecino me la soplaba al oido. Me gustaba hablar en catalán con mi acento almeriense. Hoy me gustaría hablar en castellano en la piscina de Zarauz.

Como dijo el grandísimo Serrat, cuando el bildu-franquismo de entonces le prohibió cantar en catalán (creo recordar que por eso no fue a Eurovisión): «Me gusta cantar en la lengua que me prohiben».

¡Vivan Serrat, el catalán, el vasco, el castellano y -¿por qué no?- incluso el inglés!

Decía Durrematt: «¡Qué época tan triste en la que tenemos que luchar por las cosas más evidentes!»