Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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El SUT, embrión (con perdón) de la Transición

El SUT nos hizo, quizás, mejores personas y, desde luego, más antifranquistas. Si te dice algo el SUT es que estás jubilado o a punto de estarlo.

Universitarios en un campo de trabajo

Universitarios en un campo de trabajo

Los jóvenes del 15-M, algunas ONGs y quienes sueñan con la regeneración democrática de España podrían encontrar inspiración en la memoria de algunos “sutistas” de los años 50 y 60.

Al cabo de medio siglo, una treintena de ex miembros del SUT (Servicio Universitario del Trabajo), cargados de canas, arrugas, calvas y alguna barriga cervecera, nos hemos reunido en Madrid.

Nos han convocado historiadores de la Universidad de Zaragoza (Miguel A. Ruiz Carnicer, entre ellos) para apoyar una investigación sobre nuestra pequeña/gran historia.

Entre los más ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Manolo Vázquez Montalbán, y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Xabier Arzallus, Juan Goytisolo, Pascual Maragall, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Paco Fernández Marugán, Juan Anlló, etc.

Cartel del SUT

Cartel del SUT

Además del natural ataque de nostalgia y de un cariñoso intercambio de viejos afectos (Teresa García Alba, Antonio Ruiz Va, Consuelo del Canto, Emilio Criado, Alvaro González de Aguilar, Pilar Ruiz Va, Paco Fdz. Marugán, etc.), la reunión ha servido para reflexionar sobre quienes éramos, cual fue la evolución de nuestra conciencia social y qué inquietudes políticas nos movían en el mundo universitario (de 1950 a 1968) en plena dictadura franquista.

En aquellos veranos intensos se produjeron intercambios de experiencias en dos direcciones. El efecto era muy enriquecedor sobre todo para los estudiantes que trabajaban en los campos y enseñaban a leer y escribir a los adultos y vivían en sus casas. Comían (a veces cada día en una casa distinta para repartir el coste) de lo que había en sus pobres casas.

La mezcla de universitarios inquietos con obreros y campesinos, al borde de la miseria y con la rabia contenida, era explosiva. No era, pues, de extrañar que los gobernadores civiles y jefes provinciales del Movimiento y el propio Ministerio de la Gobernación escribieran «mensajes urgentes del SUT» a la dirección del SEU en Madrid.

"Informe urgente del SUT" del Ministerio de la Gobernación al Cmisario del SEU (1967)

«Informe urgente del SUT» del Ministerio de la Gobernación al Comisario del SEU (1967)

Por eso, de vez en cuando, las autoridades del franquismo abrían y cerraban cíclicamente las actividades del SUT, tan contradictorias e incomprensibles para quienes aplicaban la política represiva de la Dictadura.

La letra misma del himno del SUT no deja de ser chocante para los universitarios de hoy, tan abocados al paro o al mileurismo.

Con la música de “Santa Bárbara bendita, tralaralará, tralará, patrona de los mineros…” cantábamos una estrofa que decía “somos universitarios que queremos ser obreros, mira Marusiña, mira, mira, como vengo yo”.

Los historiadores publicarán un libro si les ayudamos en la investigación. Si has sido “sutista” ponte en contacto con ellos. Si conoces a alguno, corre la voz.

Los archivos del SUT, del SEU y del Movimiento fueron indebidamente purgados o quemados. Y es difícil conectar con los miles de universitarios que pasaron voluntariamente sus veranos en cientos de campos de trabajo (minas, fábricas, talleres, granjas, etc.), llevando teatro, cine y enseñando a leer y escribir a miles de analfabetos en las Campañas de Educación Popular de Granada, Jaén, Cáceres, Almería, León, etc.

Con 18 años, estoy preparando un cartel del SUT para captar "sutistas"

Con 18 años, estoy preparando un cartel del SUT para captar «sutistas» en las universidades de toda España.

Recuerdo muy bien, por ejemplo, las actuaciones espectaculares del TEU de la Universidad de Barcelona, montando y desmontando sus escenarios en las plazas de los pueblos de Sierra Morena, Movían tablones enormes bajo un sol de fuego. Al atardecer, como en La Barraca de García Lorca, dejaban boquiabiertos a los vecinos. Aquella explosión de cultura, nunca vista por los serranos, se podía cortar en el aire con un cuchillo.

¿Quienes eran los actores de aquel Teatro Español Universitario que se unieron a la Campaña de Alfabetización del SUT? Para empezar Mario Gas y Enma Cohen. Ahí queda eso. Más que una inicitativa franquista (que se hacía, desde luego, con el dinero del Régimen de Franco) me parecía una herencia milagrosa de las Misiones Pedagógicas de la II República. Por algo, el SUT, aquella válvula de escape del franquismo para canalizar (quizás, controlar) las inquietudes sociales de los jóvenes y mejorar la imagen exterior de la Dictadura, acabó como el rosario de la aurora.

Algunos entraron en el SUT como partidarios del franquismo o católicos de la JOC (Juventud Obrera Católica), con raices falangistas o de Acción Católica, y salieron para engrosar las filas de la FUDE, del FLP, del PC , del PSOE y otras organizaciones políticas de la oposición clandestina. 

Apenas queda rastro oficial de aquellas actividades tan singulares, paternalistas, incluso revolucionarias, protagonizadas por una mezcla incomprensible de falangistas, curas obreros, comunistas, socialistas, democristianos y hasta monjas.

Sentado en mi "equipo móvil" (para cine y charlas en las plazas de los pueblos) con otros sutistas en la Capaña de Alfabetización de Jaén (verano de 1966)

Sentado en mi «equipo móvil» (para dar cine y charlas en las plazas de los pueblos) con otros sutistas en la Campaña de Alfabetización de Jaén (verano de 1966)

Con una combinación excitante de miedo y disimulo, de idealismo e ingenuidad, comenzaban como una catequesis marxista del padre Llanos (ex capellán del Frente de Juventudes) en El Pozo del Tío Raimundo (Vallecas) y, en ocasiones, acababan con huelgas, disturbios y persecuciones de la policía y la Guardia Civil por toda la geografía española.

Sutistas trabjando en una mina-

Sutistas trabajando en una mina.

A más de uno, su paso por el SUT, con su eventual ficha policial, le amargó la mili o le perjudicó en su carrera profesional. Para la mayoría, fue una experiencia que, en buena medida, cambió nuestras vidas. Y nos hizo -perdón por la inmodestia- mejores personas… y más antifranquistas.

El SUT nació en 1950 con su primer campo de trabajo en las minas de oro de Rodalquilar (Almería), en el corazón del Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar.

Eduardo Zorita, uno de los fundadores del SUT, fichado por el padre Llanos, dice que fue al primer campo de trabajo en Almería porque “quería ver el mar”. Lo demás vino después.

Me cuenta Emilio Criado que Pedro Bermejo, uno de los dos fundadores del SUT, aún vivos, le decía hace un par de días, con un pequeña mezcla de amargura e ilusión, que los que ganamos. como siempre, fuimos nosotros, mientras nuestros amigos y anfitriones temporales (obreros y campesinos) siguieron con sus miserias y sus peleas objetivas.

Conocías la realidad/miseria social y querías cambiarla. Digamos que, con el SUT, al franquismo le salió el tiro por la culata. Viví la Transición muy de cerca (junto a Fernando Abril Martorell) y pude reconocer en aquel proceso de reconciliación y cambio muchos valores del compromiso social que habíamos adquirido conviviendo con obreros y campesinos en los campos de trabajo y las Campañas de Alfabetización el SUT.

No vendría mal dejar alguna huella escrita de aquellas aventuras paternalistas/revolucionarias, idealistas/ingenuas, pero -eso sí-  honradas y solidarias, para las generaciones venideras.  Para eso están los historiadores.

Y si conoces a algún sutista envíale, por favor, el enlace a esta nota. Gracias.

(Continuará…)

Aznar lo provoca y ZP lo tapa. Lúcido Goytisolo

Desde que leí «Campos de Níjar» -hace casi 40 años- no me pierdo ningún artículo de Juan Goytisolo. Con sus reflexiones y provocaciones nunca te vas de vacío. Por eso, copio, pego y recomiendo su tribuna publicada hoy en El País. Roza, como de pasada, problemas de fondo sobre el qué, quién, cómo y por qué de los españoles.

Juan Goytisolo

Leí su crónica cruda y dramática sobre el paisaje humano de lo que hoy es, en buena parte, el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar cuando aterricé en la Universidad. Entre los miembros de SUT (Servicio Universitario del Trabajo, una rama del sindicato franquista SEU, llena de rojos infiltrados empezando por el padre Llanos) el libro de Juan Goytisolo era de lectura casi obligada en los campos de trabajo y en las campañas de alfabetización que organizabamos cada verano.

Con el paso de los años, puedo reconocer ahora que las inquietudes sociales provocadas por la tradición familiar, por aquellas lecturas juveniles (la mayoría clandestinas) y por las actividades (casi subversivas) del SUT me empujaron muy pronto hacia la práctica del Periodismo y el estudio de la  Economía mucho más que el suspenso en dibujo en la Escuela de Arquitectura y la consiguiente pérdida de la beca del PIO.

Por eso, tengo una deuda con Juan Goytisolo y siempre que puedo recomiendo la lectura de sus artículos, a ser posible con un lápiz para subrayar las ideas-fuerza dignas de posterior debate. Lo dicho. Copio y pego:

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 Hemos vivido un sueño

Hoy, en el vertiginoso salto atrás a la pobreza, paro y ladronería bancaria, cuando los españoles vuelven a emigrar, dependemos enteramente de la Dama de Acero alemana
Juan Goytisolo 22 JUL 2012
Hace poco más de un decenio, el llamado milagro español nos exaltaba y provocaba la admiración del mundo entero. Nuestro presidente del Gobierno, el héroe de la reconquista del islote de Perejil y miembro del famoso trío de las Azores que emprendió la noble y fructuosa (¡cifras cantan!) cruzada de liberación de Irak y la neutralización de sus armas mortíferas, aseguraba a quien quisiera oírle que España se había zafado de la funesta influencia francesa y había recuperado la grandeza perdida desde la época del emperador Carlos V. Los hechos o, por mejor decir, la información de los hechos, le daban la razón. España era la octava potencia mundial en términos económicos, los mercados alentaban nuestro imparable crecimiento y la marca España no era solo, como hoy, la de Nadal, el Real y el Barça, sino la de todo un país que caminaba con paso firme y resuelto por la recta vía del progreso y de la prosperidad.

Eran los tiempos del ladrillo y del crédito fácil, de la feliz llegada del euro, de la culminación gloriosa de una transición democrática que servía de modelo urbi et orbi, de proyectos y obras faraónicas y de dinero derramado a espuertas.

Pero los milagros —con excepción de los científicamente demostrables por cámaras ultrasensibles en Lourdes y Fátima, según su Santidad Benedicto— no existen y en 2008, tras la quiebra de Lehman Brothers, inesperada para los accionistas crédulos, pero no para sus directores ni para las hoy célebres agencias de notación, aquellos apresuraron a privatizar los beneficios de la venta de sus activos tóxicos en favor de los responsables de la bancarrota y a “socializar” las ingentes pérdidas a costa de los estafados. Después de una sarta de noticias funestas a los largo de 2009 y 2010, abrimos finalmente los ojos y, como dicen en Cuba, “caímos del altarito”. El sueño se había desvanecido y el despertar fue amargo.

Lo de un país rico pero pueblo pobre es una constante de nuestra historia. En la época imperial evocada por José María Aznar, el oro de las Indias recalaba en España. No obstante, lo que no era invertido en la construcción de palacios e iglesias y en gastos suntuarios pasaba directamente a manos de los negociantes y banqueros de Génova y Ámsterdam. A diferencia del pragmatismo luterano, calvinista o anglicano forjador del moderno capitalismo según señaló Werner Sombart, el catolicismo hispano acumulaba sin medida fincas rústicas y heredades inmobiliarias y rechazaba por razones de hidalguía el comercio y la fabricación de bienes útiles. España, pese a los esfuerzos de los ilustrados y regeneracionistas y las actividades productivas de los llamados indianos, se descolgó del progreso europeo y quedó rezagada en su furgón de cola. A fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta del pasado siglo, la conjunción de la salida masiva de emigrantes a una Europa a la que política y económicamente aun no pertenecíamos, con la entrada igualmente masiva de turistas procedentes del todo el Viejo Continente, y la llegada al Gobierno de los ministros tecnócratas del Opus Dei, cambiaron las cosas. Estos últimos fueron nuestros calvinistas: desculpabilizaron al catolicismo de sus siempre ambiguas relaciones con el sistema de producción y espíritu de empresa del capitalismo, y asumieron el lema de “por el dinero hacia Dios”. Como previmos algunos en fecha tan temprana como 1964, el régimen franquista se desplomaría a la muerte del Caudillo no por la acción de una izquierda aferrada al recuerdo de su lucha heroica durante la Guerra civil, sino por la transformación de una sociedad que nada tenía que ver con la que se había alzado a poder por la fuerza de las armas 25 antes.

Estamos al cabo de un ciclo histórico y una crisis de civilización. Habrá que exigir responsabilidades

Los logros de la transición que acabó con el ciclo de revoluciones, guerras civiles y dictaduras de espadones están a la vista de todos y recibieron el aplauso unánime de una Unión Europea que no tardaría en acogernos con los brazos abiertos y favorecernos con sus fondos de ayuda para el desarrollo. Pero sus limitaciones no tardarían en manifestarse mientras los sueños de grandeza se nos subían a la cabeza. Hubo una transición política de “borrón y cuento nuevo”, pero no educativa ni cultural. Los hábitos mentales creados por la rutina y el temor a las ideas frescas pero desestabilizadoras de las verdades consagradas se perpetuaron. Los sucesivos gobiernos de las tres últimas décadas no tuvieron unos la voluntad y otros el valor de denunciar el Concordato, de abolir las exorbitantes partidas presupuestarias y privilegios fiscales eclesiásticos y de crear un Estado verdaderamente laico, liberándose así de las recurrentes presiones y chantajes de una jerarquía ideológicamente retrógrada. Convertidos ya en nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos, nuestra clase política, surgida al socaire de la bonanza económica y de un optimismo sin mácula, fundó sus criterios de la gestión pública en el clientelismo con el aplauso de unos ciudadanos que, confortados por el acceso a un crédito fácil, asumieron que este era un pozo sin fondo. El paso de una pobreza real a una riqueza ficticia no se produjo gradualmente sino con una brusquedad que no permitió la creación de una cultura amortiguadora de tan vertiginosa mutación. De ser un país de emigrantes en busca del pan que no ganaban en casa nos convertimos en otro que acogía a millones de fugitivos de la pobreza oriundos de Iberoamérica, Magreb y África subsahariana.

El ejemplo más extremo pero sintomático de lo que ocurría en nuestras “enladrilladas” costas mediterráneas, lo hallé en El Ejido. El país misérrimo que visité hace poco más de medio siglo saltó de un brinco a ser uno de los municipios más ricos de Europa. En medio del mar refulgente del plástico de los invernaderos bajo el que se apiñaban en condiciones indignas millares de magrebíes y subsaharianos, la ciudad improvisada sin planificación alguna albergaba según un informe del Foro Cívico Europeo que cito de memoria, una cuarentena de agencias bancarias, ciento y pico prostíbulos y una librería a todas luces superflua a ojos de una comunidad para la que la educación era algo inútil de cara al logro y al manejo del dinero. ¿Quién iba a decir en 1997 que esta sociedad derrochadora y caciquil, fruto de la megalomanía de especuladores de toda laya a cargo de las Autonomías y Diputaciones —verdaderos reinos de Taifa— iba a convertirse de pronto en el nuevo “hombre enfermo de Europa”, como lo fue hace un siglo el imperio otomano?

Los ciudadanos no distinguen ya entre el partido que originó la ruina y el que la tapó

Al despilfarro y delirio de grandeza de la época de Aznar —el de la boda principesca en El Escorial, con un yernísimo que a diferencia del esposo de la infanta Cristina ha dejado misteriosamente de ser noticia— sucedió para alivio de muchos la llegada al poder de un joven y prometedor José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Sabía este en marzo 2004 la envenenada herencia que recibía en manos? Quienes creíamos que no, dado su tenaz optimismo y negación obstinada de la crisis que se nos venía encima después de la quiebra fatídica de Lehman Brothers, nos equivocamos de medio a medio. Un reciente artículo de Francesc de Carreras (La razón moral del indignado, La Vanguardia, 29-5-2012) me puso sobre la pista del libro de Mariano Guindal, El declive de los dioses, cuya lectura aconsejo vivamente, en la que su autor entrevista a quien pronto sería ministro de Industria de Zapatero en vísperas de las elecciones de 2004, y en la que Miguel Sebastián declara: “Menos mal que no vamos a ganar porque la que viene sobre España es gorda […]Tenemos una burbuja inmobiliaria y es inevitable que estalle y cuando esto ocurra se lo va a llevar todo por delante incluyendo los bancos”. Si, como admite el entrevistado, Zapatero y su equipo no estaban preparados para empuñar el timón en la tempestad que se avecinaba, cabía esperar al menos que dieran a conocer la “tremenda” situación que heredaban. La culpa no era suya, y lo razonable hubiera sido coger el toro por los cuernos y afrontar con urgencia la previsible catástrofe.

Por desgracia no lo hicieron y al desmadre especulativo y saqueo del erario público sucedió su incomprensible ocultación. Todo iba bien, seguíamos en el mejor de los mundos, hasta el momento (abril 2011) en el que ya resultó imposible negar la vorágine en la que nos anegábamos y, con dicho reconocimiento tardío, Zapatero cavó su propia tumba.

Hoy, en el vertiginoso salto atrás a la pobreza, paro y ladronería bancaria, cuando los españoles vuelven a emigrar a Inglaterra, Norteamérica, Suiza o Alemania y másters en mano se ven obligados a asirse al empleo que sea en medio del naufragio; cuando liberados de la influencia francesa (¡ah, el sublime Aznar!) dependemos enteramente de la Dama de acero alemana y de las voraces agencias de notación; cuando los mineros de Asturias en huelga marchan a pie hasta Madrid y sacuden con sus justas reclamaciones los fundamentos éticos de un Estado presuntamente democrático, ¿que hacen Rajoy y su flamante Gobierno? Negar ya no la crisis sino el rescate hasta el último momento y presentar luego la capitulación como una victoria; aclarar que “donde digo digo, digo Diego”; sostener que si accedió a agarrarse al salvavidas fue cediendo a las súplicas de quienes se lo arrojaban; imponer los recortes brutales a la educación y asistencia sanitaria y dejar impunes a los causantes de la ruina y a quienes se aprovecharon desvergonzadamente de ella.

El rechazo casi general a la clase política e instituciones estatales, incluido el Poder judicial encarnado por el Dívar de los fines de semana marbellenses —por cierto, ¿por qué y por quién fue nombrado a tan alto cargo en tiempos de Zapatero?— traduce la perplejidad de unos ciudadanos que, desbordados por la magnitud de los problemas que les acucian, no distinguen ya entre los dos partidos políticos, el que originó la ruina y el que la tapó y, a falta de expresar su cólera a gritos, se refugian en la fatalista resignación. Estamos al cabo de un ciclo histórico y una crisis de civilización, y habrá que exigir responsabilidades como claman los indignados. Como se pregunta Josep Ramoneda en un reciente artículo en estas mismas páginas (Poco pan y peor circo, EL PAÍS, 14-6-12), “¿hasta cuando aguantarán los ciudadanos que nadie defienda sus intereses?”

Juan Goytisolo es escritor.

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Por Machado nos molieron a palos

En plena dictadura (el 20-F-1966), el homenaje a Machado en Baeza se convirtió en una batalla campal. El historiador Gabriel Jackson me ha inspirado para que, aunque sea algo anecdótico, les cuente lo que nos pasó, hace hoy 45 años, por querer rendir homenaje a don Antonio Machado.

Busto de Machado, obra de Pablo Serrano en 1966, que viajó a Baeza escondido en un Citroen "dos caballos" del arquitecto Fernando Ramón.

En Navidad de 1965, no había cumplido yo los 19 años, era delegado de curso en Arquitectura, proclive a meterme en lios y posiblemente aún no estaba «fichado» por la Policía. Quizás por esto último, fui captado por unos colegas del Colegio Mayor Santa María de Europa (del SEU, aunque ellos eran bastante rojos) quienes me entregaron un montón de papeletas para una rifa, que yo debía vender con mucha cautela a «gente de confianza» por un módico precio.

El dinero obtenido iba destinado a una causa benéfica  y, como más tarde supe, bastante arriesgada. Tratábamos de erosionar a la Dictadura (que «estaba a punto de caer», me decían) reivindicando pacíficamente a un gran poeta que no era precisamente del gusto del dictador.

Manuel Fraga Iribarne (fundador y presidente de honor del PP) era entonces ministro de Información y Turismo de Franco, preparaba una Ley de Prensa aperturista y presumía de que el Régimen prometía ciera manga ancha en materia de libertad de expresión para quedar bien con el extranjero.

Era el momento de «poner a la Dictadura de Franco frente a sus contradicciones internas», me decían quienes me prestaban esos libros prohibidos que jamás había visto yo en la biblioteca de La Salle de AlmeríaFundamentos de Filosofía» de Politzer, «Qué hacer» de Lenin, «El 18 de Brumario» de Carlos Marx, etc.).

El historiador Gabriel Jackson y un servidor sujetando el poster de Miró (1966) para hacerle una foto esta tarde en el jardín de mi casa.

Los jugadores de la rifa optaban a una reproducción bastante pobre del Guernica de Picasso, a un libro titulado «La segunda resistencia» (no recuerdo el autor, aunque sería un seudónimo de los de Ruedo Ibérico) y, lo más importante para mí, un disco maravilloso (un LP o Long Play) con el poster de Miró en la cubierta y con los mejores poemas de Machado grabados (gratis, claro) nada menos que por Fernando Fernán Gómez, Fernando Rey y Paco Rabal, quienes le echaron valor para hacerlo porque sus voces eran facilmente reconocibles.

Yo no gané ningún premio en la rifa pero, por los servicios prestados, Jesús Vicente Chamorro, miembro del Comité organizador de lo que llamábamos pacíficamente «Paseos con Antonio Machado» (y que era cuñado de Enrique Carbajosa, mi vecino de cuarto), me regaló el disco.

Casi me lo aprendí de memoria y lo guardé como oro en paño hasta que desapareció en alguna de las multiples mudanzas que hice a la Universidad de Barcelona, a la Universidad de Harvard o a Nueva York.

Ojalá pudiera encontrar una copia para que mis hijos pudieran oir con fruición aquellos poemas que me ponían la carne de gallina y humedecían mis ojos. (Si alguien lo encuentra que me avise, por favor).

En la portada del LP está la obra que Joan Miró hizo (también gratis) para contribuir al Homenaje a Machado.


Poster de Joan Miró para el Homenaje a Machado en Baeza (Jaen) el 20 de febrero de 1966.

Encontré este poster recientemente, cuando me atreví a ordenar los papeles de mi hermana, que falleció en trágico accidente hace ya tres años. Me emocionó tanto el recuerdo de aquel poster que planché sus arrugas de 45 años, le puse un marco y lo colgué, en lugar de honor, en la entrada de mi casa.

Gabriel Jackson, que está pasando unos días en casa con nosotros (gracias a un Congreso sobre Joaquín Costa y al documental que ha hecho con Angel Viñas titulado «Ciudadano Negrín», que fue candidato a un Goya) reparó ayer en el poster de Miró y me preguntó por su significado. Ante tamaña provocación, no tuve más remedio que contarle esta historia, con pelos y señales, durante todo el desayuno.

El maestro me halagó con su atención y, con su vicio por los documentos escritos, el autor de «La República Española y la Guerra Civil» (1965), «Civilización y Barbarie», «Mozart«, «La España Medieval«, «Juan Negrín», etc., etc., me dijo que estas cosas hay que contarlas y dejar constancia de ellas para que no se olvide lo que fue la Dictadura de Franco. Sobretodo ahora que una parte de la derecha trata de reinvindicar la figura del dictador, que fue un asesino cruel y despiadado, y lo quieren presentar casi como una hermanita de la caridad.

Manifestaciones pacíficas como las recientes de los egipcios en El Cairo (que vemos hoy con envidia retrospectiva) eran impensables en la España de Franco. No había libertad de expresión ni de reunión ni de manifestación.

Naturalmente, en aquellos años sesenta había bastantes manifestaciones (sobredoto de estudiantes) pero se disolvían violentamente (con un montón de heridos y detenidos) y sin contemplaciones. La de Baeza fue una de ellas. Los «grisis» de Franco, porra en mano, y procedentes de varias provincias andaluzas, nos impidieron depositar la cabeza en bronce del poeta andaluz/soriano en el monumento que habíamos previsto para ello, en un lugar alto y precioso de Baeza (Jaen) con vistas al valle.

Admiradores de Machado (un "santo laico", dice hoy El País en su pag. 34) siguen preregrinando a su tumba en Francia. (Foto de Consuelo Bautista)

Yo era entonces un mindundi (más que ahora) y solo tenía información parcial de lo que estábamos tramando, con bastante secretismo, en visperas ya del 27 anuiversario de la muerte del poeta en el exilio. Por eso, quizás, me sorprendió tanto cómo se desarrollaron los hechos que cuento ahora, según lo permite mi memoria, tan selectiva como todas.

Todo se hizo tan clandestino como si se tratara del soñado sindicato democrático de estudiantes (que luego llamamos el SDEUM).

Los mayores me destinaron, como encargado, enlace o algo así, a uno de los autobuses que debía llevarnos desde Madrid hasta Baeza por las carreteras de entonces. Fue el premio por haber vendido tantas papeletas de la rifa, creo yo.

Salimos de Madrid, bien abrigados y con un pelín de miedo en el cuerpo, el 19 de febrero por la noche. Poco antes del amanecer del 20 de febrero de 1966, estábamos ya entrando en el valle desde el que se atisbaba, allá arriba, en todo lo alto, lo que podría ser la silueta borrosa y aún oscura de la imponente ciudad de Baeza, que acogió a don Antonio Machado como profesor de francés.

Ibamos contentos como unas pascuas, después de haber dado algunas cabezadas, y nos despertamos con un cosquilleo de emoción, al acercanos al lugar del homenaje sin haber sufrido ningún percance político ni policial. Nos dábamos ánimos y/o espantábamos el miedo -¡cómo no!- cantando. Entonces se decía:

«Cuando el español canta, está jodido o algo le pasa»

Las canciones republicanas de rigor («¡Ay Carmela!», «Si los curas y monjas supieran…», «Cuando canta el gallo negro…», etc, etc.) sonaban, sin orden ni concierto, en aquel oasis de libertad rodante, en aquel autobús cargado de hombres y mujeres, unos demócratas, otros aún partidarios de la dictadura del proletariado, todos antifranquistas ilusionados, arrobados por la adrenalina del peligro, de todas las edades y clases sociales, con trencas gruesas, barbas descuidadas y pelos largos, pero también con respetables calvas de doctos intelectuales y artistas, armados con largas bufandas y abrigos de postín.

Me recordaba las excursiones del colegio La Salle, claro que con otras canciones más pías («Vamos a contar mentiras», «¡Oh! buen Jesús», «Montañas nevadas». «Para ser conductor de primera«, etc.) y … naturalmente autorizadas por el «bando franquista«.

Nuestro conductor también debía estar en el ajo, pero no las tenía todas consigo pues, cuando arreciaban las canciones del «bando republicano», me miraba de reojo y movía la cabeza como diciendo: «Esta gente no sabe donde se mete«.

Lo supimos, en efecto, (¡vaya si lo supimos!) al tomar una curva con cambio de rasante. Allí nos esperaba, al alba, un coche de la Guardia Civil (podría ser un Jeep o algo así). Los números, con tricornio, subfusil y largo capote de monte, no eran precisamente los de Tráfico. Nos dieron el alto y, como está mandado, paramos en autobús en seco y abrimos la puerta. Preguntaron quién era el jefe de la expedición. Instintivamente, sin querer, el conductor me delató al mirarme.

Yo iba sentado en primera fila, cerca del conductor. Les dije a los guardias -con mi mejor vocecita de ex congregante mariano o de Caperucita Roja, eso sí, Roja- que allí no había ningún jefe y que simplemente íbamos de excursión a Baeza.

«Con que a Baeza, ¿eh?», me espetó, con tono algo sarcástico, el que parecía ser jefe de los guardias. «Tenemos órdenes tajantes de que para ir a Baeza sólo puede pasar el vehículo con el conductor. Así es que ya pueden dar la vuelta y marcharse por donde han venido».

Les pedí un momento para hablar con los «pasajeros», me fui a la mitad de autobus y convinimos en que lo mejor sería bajarnos, que se marchara el autobús y esperar a los siguientes autobuses que venían de Madrid, y de otros lugares de España, para ver qué hacíamos. Así lo hicimos. El autobús se fue hacia Baeza con el conductor a bordo y nadie más.

¡Jo! ¡Qué frio hacía en ese valle, a pocos kilometros de Baeza, al amanecer del día, el 20 de febrero de 1966!

Sin que nadie dijera nada, ya sin la protección del autobús, comenzamos a caminar muy despacio, espontáneamente, como el que reparte migajas de pan a las palomas, por la cuneta de la carretera y por el campo a través cuando había curvas.  Los guardias civiles no nos dijeron nada. Cumplían órdenes precisas: Los vehículos pasan sólo con el conductor. Se ve que no tenían instrucciones claras para el caso de que los «pasajeros» del bus decidieran seguir el camino andando.

Cartas y objetos en el buzón de Antonio Machado. (Foto de C. Bautista en El País)

En medio del campo, un machadiano bromista nos hizo reir -con risa nerviosa, claro- cuando dijo:

-«Se hace camino al andar…»

Tardamos un par de horas en llegar a pie a la plaza de Baeza. Nunca olvidaré la emoción que me produjo divisar, al subir una cuesta y mirar hacia atrás, a cientos de personas, en grupos de «autobús», y en fila india, caminando hacia Baeza desde el Norte, el Este y el Oeste. El Sur estaba detrás de la ciudad y, por el Este, ya nos calentaba el Sol.

Nos abrazamos. No estábamos solos ni perdidos en aquella aventura política/poética. «Caminante no hay camino«, ya, pero ahí se les ve haciendo su camino hacia el mañana. «Ya es hoy aquel mañana de ayer», pensé recordando unos versos del bueno de don Antonio. No puedo expresar la emoción que sentí al ver que, sin teléfonos móviles ni palomas mensajeras, otros había decidido seguir a pie, como nosotros.

Al llegar a la plaza nos encontramos con un centenar o dos de personas (no se calcular muy bien a ojo). Allí encontramos, triunfantes, a varios miembros del Comité organizador de los «Paseos con Antonio Machado».

«Vienen más», nos dijeron, «muchos más; y aquí no hay ni rastro de la Policía ni de la Guardia Civil».

Uno me contó, con alegría, lo increíble que había sido la velada de la víspera en las escalinatas del Parador de Ubeda, donde pararon los más pudientes y que fueron en coche propio el día antes. Allí estuvo incluso Raimon cantando «Al vent, la cara al vent». Increible, sí, pero la Policía no es tonta. Ve colillas y dice: «Tate, aquí han fumado«.

Quizás, por esa fiesta previa, alguien de inquebrantable lealtad al Régimen dio el aviso al gobernador civil de Jaén, rompiendo  el presunto secreto de nuestro proyecto. Aunque yo creo que la Policía lo sabía todo desde el día antes de la rifa. Para captar paseantes con Machado habíamos organizado veladas poéticas en los colegios mayores universitarios con mesas redondas en las que intervenían personajes nada sospechosos de franquismo como Aurora de Albornoz, Félix Grande, etc.

Pero se ve que los franquistas no querían escándalos en la prensa extranjera e intentaron devaluar finamente el homenaje a Machado impidiendo que llegarán a Baeza los autobuses cargados de «rojos».  Les sorprendió, sin embargo, que llegará tanta gente a pie. No se lo esperaban.

A la media hora, y cuando ya habíamos comenzado a caminar tranquilamente por el que algún día se llamaría «Paseo de Antonio Machado«, nos avisaron de que estaban llegando a Baeza muchos autobuses tan grises como los abrigos recios de los policías de Franco.

Antes de llegar al monumento, donde debíamos depositar el busto de bronce del poeta, nos esperaba un capitán con megáfono casero, al mando de un montón de «grises». Nos dio el alto levantando la mano y gritando. Los más jóvenes, brazo con brazo, nos pusimos inmediatamente en primera línea y los ancianos detrás.

El jefe de los grises dio la orden de que nos disolvieramos al sonar por tres veces su silbato. Uno de los organizadores trató de parlamentar sin éxito con el capitán. Este insistió:

«A la de tres, si no se disuelven inmediatamente, daré la orden de cargar».

Y así fue. ¡Vaya si fue! Nos molieron a palos. Aguantamos un poco -no mucho- con nuestras espaldas y piernas doloridas pero, al fin, la procesión civica/poética se disolvió en carreras desordenas por las calles de Baeza. ¡Qué paliza!.

Hubos heridos y detenidos. A mi no me cogieron ni me ficharon porque un coche providencial paró en medio de la calle, abrieron la puerta y me tiré literalmente encima de las rodillas de los tres o cuatro pasajeros que iban apretados en los asientos de atrás. Luego me dijeron que, en ese mismo coche, iba alguien importante de la oposición clandestina al franquismo. Pero no recuerdo su nombre.

Si el conductor de aquel coche llegara a leer esto, quiero que sepa que le estoy eternamente agradecido. Mi expediente quedaba limpio para seguir la lucha contra la Dictadura con más eficacia que si me hubieran detenido y/o fichado.

Eso vendría años después, recién muerto el dictador, cuando me secuestraron y torturaron a punta de metralleta.  Y con peores modales, desde luego, que los de los grises. Ya lo creo.

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El País ha publicado hoy un reportaje interesante sobre los admiradores de don Antonio Machado que visitan su tumba en Collioure (Francia).

En el blog de Alberto Granados he encontrado el busto de Machado ya incorporado en el monumento de Baeza (1983) y una referencia interesante al Homenaje a Machado en Baeza tal dia como hoy hace 45 años.