Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Sampedro nos reconcilia con la condición humana

Se nos fue el maestro. Como los ríos que van a dar a la mar, poco antes de morir, Sampedro nos dijo: «Ya noto la sal». Él mismo era la sal de la tierra.

José Luis Sampedro

José Luis Sampedro

Ahora, en el día de las alabanzas, le lloverán homenajes póstumos qué él nunca buscó. Por su modestia supimos que era sabio. Sabio de los de verdad. Por su finísimo sentido del humor descubrimos su inteligencia poderosa. Por su integridad, lucidez, autenticidad y sencillez nos cautivó como ejemplo vivo de un hombre bueno y libre. Un intelectual entero. Era, sobre todas sus excelencias, un hombre cabal,  una bellísima persona. Fue un privilegio conocerle: tan fácil de admirar, tan difícil de emular.

Hace tres años (en abril de 2010), circularon por las redes sociales multitud de clamores de jóvenes para que la sociedad española, tan tacaña con sus genios -roñosa España oficial-, reconociera los méritos del escritor, economista, profesor, académico, humanista, etc., y le otorgara, por lo menos, el Premio Cervantes.

Forges en El País (9-04-2013)

Forges en El País (9-04-2013)

Yo mismo me sumé al griterío y pedí, desde este blog, no uno sino todos los premios juntos… Y me quedé corto. Este fue el título de aquel  post: «¡Por Sampedro! ¿Dónde están los premios que merece?

Le dieron algunos premios -pocos y pequeños para lo que merecía- pero los jóvenes indignados reconocieron pronto su libertad de pensamiento y de acción y le adoptaron como maestro y guía. No se equivocaron. Y ese fue el mejor reconocimiento.

Recién muerto el dictador, asistí a un seminario del profesor Sampedro sobre la crisis económica (la del petróleo) que entonces nos parecía gigantesca. Además de contagiarnos su pasión por la vida y el conocimiento, recuerdo muy bien el canto que José Luis Sampedro hizo sobre el amor a la Naturaleza, sobre el cuidado de los recursos escasos del planeta.

La "rentrée" de Sampedro. Portada del nº 1 del semanario Cambio 16 (22-11-1971)

La «rentrée» de Sampedro. Portada del nº 1 del semanario Cambio 16 (22-11-1971)

Cuando apenas se hablaba en España de medio ambiente, cuando el humo contaminante de las chimeneas era un admirable signo de industrailización y desarrollo, el maestro nos introdujo en el nuevo mundo emergente de la Ecología. Una frase se me quedó grabada de aquel seminario. Nos dijo: «El hombre sin pájaros es menos hombre». Era amante de los versos de San Juan de la Cruz y franciscano practicante en todo lo que se refería a los seres vivos.

Hace 42 años conocí al maestro. Lo llevamos a la portada del primer número del semanario Cambio 16 con el titulo «La rentrée de Sampedro«. Acababa de regresar a España procedente de Gran Bretaña, donde estuvo enseñando en varias universidades. Los jóvenes de entonces, fundadores de aquel semanario que prometía (en secreto) ser crítico con la Dictadura, le recibimos como el maestro que ya era. Encargamos a Mercedes Rico Carabias (luego embajadora de España) que le hiciera una entrevista para el numero 1.  Fue una apuesta ganadora. Respondiendo a una pregunta de Mercedes sobre lo que él llamaba (¡en 1971!) «el agotamiento de la ciencia económica convencional», el profesor Sampedro mandó parar y dijo:

«¡Caray! Tengo la impresión de que, si sigo así, esto va a terminar siendo un «ladrillo»… ¡Para un primer número, no creo que sea la mejor manera de conquistar lectores!»

Y así quedó recogido en aquel número fundacional de la que llegaría a ser la primera revista crítica contra el franquismo.

Si don Antonio Machado viviera habría escrito de José Luis Sampedro algo parecido a lo que escribió a la muerte de Francisco Giner de los Rios, fundador de la Institución Libre de Enseñanza (a la que sigo ligado por recomendación de Juan Marichal):

A Don Francisco Giner De Los Ríos

Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?… Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
…¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…

Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.

Paginas 22 y 23 del nº 1 de Cambio 16 (22-11-1971)

Paginas 22 y 23 del nº 1 de Cambio 16 (22-11-1971)

 

Joaquín Estefanía ha dedicado su artículo de hoy en El Pais (10-4-2013, pag. 219) a su maestro José Luis Sampedro.  Su título «Churchill, Roosevelt y Juan XXIII» (frente a Thatcher, Reagan y Juan Pablo II) es muy oportuno. Y su contenido es muy clarito. Recomiendo su lectura. A Estefanía -como ocurrió con su maestro Sampedro– cada día se le entiende mejor. No pares, Joaquín. —

Ramón

Ramón

 

 

Marichal: Homenaje de la Institución Libre de Enseñanza

Me ha dado un ataque de nostalgia. El libro-homenaje no salda la deuda que tenemos con Juan Marichal pero algo es algo.

Portada del libro-homenaje del BILE a Juan Marichal

Acabo de recibir el número especial del BILE (Boletín de la Institución Libre de Enseñanza) dedicado al profesor de Harvard y me ha llenado de emoción.

Antes que los ensayos de los intelectuales, he leído las crónicas afectuosas de dos colegas: Miguel Angel Aguilar y Juan Cruz. Luego, las cartas inéditas del maestro, hilvanadas por su hijo Carlos Marchal Salinas, y ahora he concluido un artículo magistral de su discípulo y amigo Christopher Maurer de la Universidad de Harvard.

Estoy feliz por haber tenido la oportunidad de participar (entre gente tan principal) en este homenaje a un hombre tan sabio, tan querido y a quien tanto debo.

Para mis hijos, amigos y discípulos de Juan Marichal (para mi archivo, ¡cómo no!), con la venia del director del BILE, y con la del director de www.20minutos.es, copio y pego, a continuación, mi contribución a este homenaje (que, además, es la única que tengo escrita en mi ordenador).

Es un artículo-crónica largísimo. El que avisa no es traidor. Pero es lo que me pidieron los amigos del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, a cuyo Consejo de Redacción pertenezco, desde hace años, por encargo de Marichal. Y, aunque es largo, por el afecto y la deuda personal que tengo con el profesor Marichal, creo que me he quedado corto con este obituario incompleto.  Los restos de Marichal reposan en el cementerio de Cuernavaca (México) junto a los de su esposa Solita Salinas, la hija del poeta Pedro Salinas.

Ahí va:

(3.400 palabras para el BILE dedicado a Juan Marichal)

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Marichal saca petróleo de Góngora

Los alumnos de “Humanities 55” le aplaudían siempre al término de sus clases; caso único en la historia de la Universidad de Harvard.

José A. Martínez Soler

(Periodista, profesor titular de Economía Aplicada y, sobre todo, alumno de don Juan en Humanities 55, Universidad de Harvard)

¿Galdós, el garbancero? ¿Machado, el comunista? Asignaturas manipuladas, bibliotecas amputadas, tertulias con las ventanas cerradas, miedo al conocimiento, librerías clandestinas, maestros represaliados… ¡Válgame dios!

Tuve que ir a Estados Unidos en 1976 –huyendo de las torturas, de mi secuestro por paramilitares franquistas y de amenazas de muerte- para que un profesor republicano exiliado, con España a cuestas, me descubriera quién soy y de donde vengo. Y, lo que es mejor, para reconciliarme pacífica y orgullosamente con mis raíces históricas, literarias, culturales y sociales.  Una asignatura prodigiosa, de apariencia inofensiva, me cambió la vida. Y no soy el único que lo dice. Muchos otros alumnos de Juan Marichal (durante los casi 30 años de Humanities 55) comparten mi opinión.

¿Cómo consigue el profesor Marichal ese milagro de transformar el repudio en amor, la vergüenza en orgullo, el pasado triste y oscuro en futuro luminoso? Trataré de explicarme mediante la crónica de los hechos tal como aún los recuerdo.

Don Juan Marichal, boina, bufanda, gabardina larga, antigua, y cartera de cuero con brillo de décadas, camina cabizbajo y a paso lento desde su casa de Cambridge hasta el Harvard Yard, el centro del campus. “¡Ahí viene!”, avisan desde la puerta del Hall. Más de doscientos alumnos (entre oficiales y oyentes) de toda escuela, raza y condición nos acomodamos en una enorme aula que se abre desde el estrado y asciende como anfiteatro en forma de medio cono invertido.

Allí nos enseña don Juan la asignatura más famosa y aplaudida entre los hispanos e hispanófilos de la Universidad de Harvard: “Humanities 55. La literatura de los pueblos de habla española”. Y allí acudimos, dos veces por semana, los enamorados de la literatura, de la historia y de la vida española, tal como nos la enseña y contagia el profesor Marichal.  Procedemos del Harvard College, de la Kennedy School of Government, de la Law School, de Ingeniería, de Ciencias y hasta –¡quién lo diría!- de la mismísima Harvard Business School quienes se redimen cruzando el Río Charles para oír al maestro con fruición y recogimiento.

Al entrar en el aula, don Juan nos saluda en voz muy baja y sonríe con timidez. Para repartir, deja en la primera fila un montón de fotocopias con el texto del día, ya sea “Aldebarán”, “Escrito está en mi alma vuestro gesto”, “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones…”, en inglés y en español.

Sube torpemente al estrado y, ya sin gabardina ni boina, comienza su clase magistral, su transformación. Con tiza, garabatea en la pizarra unas palabras sueltas y desordenadas, para subrayar el tema del día: “noche oscura”, “Juan de la Cruz”, “Orlando furioso”, “sentimiento trágico de la vida”, “sor Juana Inés”, “soledades”, “vasallo”, “Inquisición”, “Machado”, “Borges”, “destierro”, “liberal”…

Se hace el silencio y es otro hombre el que toma la palabra.

Contraportada del BILE

Don Juan pasea por el estrado. Habla despacio, voz alta y grave, pronunciación impecable.  Sus silencios son largos, premeditados, sonoros.  Sus clases son aparentemente sencillas y de comprensión fácil para los estudiantes del Harvard College y doctorandos con nivel de español avanzado. Solo en la forma.

En el fondo, bajo esa suave apariencia formal, el profesor Marichal ataca a la línea de flotación de los alumnos y nos cautiva con un contenido profundo y turbador, bellísimo y tremendamente original.

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Juan Marichal tiene, no cabe duda, el don de enseñar y encarna a las mil maravillas el papel de profesor de Harvard, director del Departamento de Literatura Española. Luce el vestuario de rigor para la ocasión: chaqueta de lana a cuadros con coderas gastadas de cuero y corbata aburrida, prudente. Ordena sus tarjetas de apuntes, pasea por el estrado, escudriña al público y saca esa voz potente, grave y profunda, desconocida fuera del aula.

Abrimos los ojos y nos convertimos, de pronto, en discípulos entregados. El profesor, en provocador, en perturbador de aquellos alumnos a quienes mantiene en vilo.  No me extraña que sus clases superen con mucho a sus libros, por excelentes que estos sean. Maestro de la oratoria y de la retórica, don Juan administra sus silencios a la perfección.

La tensión y la atención obedecen al sube y baja de una sonora montaña rusa porque su discurso, con premeditada improvisación, está construido en dientes de sierra, como el minutado de un telediario. Su entonación es un recurso pedagógico muy bien aprovechado. Como también, la pronunciación de las palabras clave, que silabea con parsimonia y traduce cortésmente al inglés.

He dicho que aplaudimos todas las lecciones que daba de esta asignatura (caso único en Harvard). No exagero nada. Un día llegamos a aplaudir –lo nunca visto- a un magnetofón. Les cuento como fue. A las 12:00 en punto aparece en el estrado un ayudante de don Juan llevando un enorme magnetofón y una cinta de un palmo de diámetro. “El profesor Marichal está de viaje y no podrá dar personalmente la clase de hoy. Por eso, les pide disculpas y les deja esta grabación para que nadie se pierda la lección”. Acto seguido pone en marcha el aparato y, en el silencio habitual del aula, resuena la voz de maestro… Al cabo de 50 minutos, oímos su tradicional “muchas gracias” y el clic final de aquella tremenda caja sonora.  Tras unos segundos de desconcierto, comienzan nuestros aplausos de rigor, más fuertes y largos, si cabe, que cuando don Juan está presente.

Texto de Garcilaso repartido a los alumnos de "Humanities 55" en 1976.

Lo que más nos sorprende es la vigencia, la rabiosa actualidad, de lo que nos cuenta. Desde el Mío Cid hasta los poetas de la generación del 27 y el despertar latinoamericano, pasando por el Siglo de Oro, el maestro desgrana la vida y la obra de cada autor en su contexto histórico, filosófico, íntimo, vital.

Con finísima habilidad y sensibilidad, entronca el pasado con el presente y, burla burlando, lo proyecta al futuro.  Cada autor aparece inmerso en su época y nosotros entramos en ella con él. El análisis es, naturalmente, comparativo con todo lo que se cuece, a la vez, en otros países y por otros autores coetáneos de distintas lenguas.

Cada día nos cuenta, nos recrea, una historia. Y convierte en descomunal algún detalle que, hasta ese momento, nos pareció irrelevante. “¡Hay que ver! ¿será posible?”, es nuestra reacción silenciosa. Y nos cruzamos miradas cómplices llenas de sorpresa, de admiración.   Y así va formando una legión de hispanófilos norteamericanos que completan su formación científica o técnica con la fascinación por España y América Latina.  Al cabo de los años, he sabido que miembros destacados de las actuales élites culturales, sociales y políticas latinoamericanas descubrieron sus orígenes y se reconciliaran con su historia gracias a Humanities 55.

Estas clases, preparadas para el gran público universitario, no para especialistas, son una obra de arte escénico, de orfebrería literaria, con una técnica oratoria capaz de hacer soñar, incluso, a un alumno de la Harvard Business School. Si no habláramos de España y de América Latina, cada lección podría muy bien comenzar con el consabido “Érase una vez…”  y concluir con “…y comieron perdices”.  Pero, ¡ay!, en la literatura, en la historia y en la cultura de los pueblos de habla castellana no siempre acaban los autores ni los personajes “felices y comiendo perdices”. 

Él se preguntaba si no tendríamos los españoles, a lo  largo de los siglos, un regusto por hurgar en nuestras heridas históricas, por alimentar el unamuniano sentimiento trágico de la vida, por tropezar a menudo en la misma piedra del pesimismo o del fatalismo -¿victoria, acaso, del sino sobre el libre albedrío?- y por lapidar, con frivolidad inmisericorde, a los mejores profetas de nuestra tierra.

Y te hace pensar: ¿Acaso nos viene el despilfarro y liberalidad de los hidalgos arruinados de la influencia de la Inquisición que sospechaba como judaizante toda inclinación al ahorro? ¿Es nuestra envidia una herencia de Al Andalus? ¿Tiene algo que ver el exceso de deuda nacional y nuestra secular incapacidad para el ahorro con la persecución y expulsión de los judíos?

Y así, verso a verso, prosa a prosa, caminando de un lado a otro de la tarima, don Juan nos cuela reflexiones sorprendentes por su originalidad y verosimilitud. De pronto, se para en seco, se regodea en el silencio, recorre el anfiteatro con su mirada y nos suelta una frase corta y explosiva de Cervantes, de San Juan de la Cruz o de Miguel Hernández que nos deja de una pieza.

“La física y las matemáticas son extranjeras en España”, nos dice que escribió el padre Feijóo, un reformador del XVIII –al que dedicó su tesis doctoral, bajo la dirección de don Américo Castro- que atribuía el declive nacional a que “los españoles no han estudiado ciencias experimentales”. A menudo, sus citas, admiraciones e interjecciones son como el rayo, como el relámpago inesperado, que te estremece y te ilumina a la vez.

Con Juan Marichal en casa de su hijo Carlos Marichal Salinas en Cuernavaca, Mexico.

Su discurso penetra dulcemente, sin apenas resistencia. Sin embargo, al cabo de un tiempo, fuera del aula, estalla, a partes iguales, en el corazón y en el cerebro de sus discípulos. Se diría que es capaz de subyugar e iluminar al alumnado diseccionando, desmenuzando, el texto más complejo, oscuro y aburrido de cualquier clásico de la lengua castellana. Así lo resume un alumno venezolano procedente de Geología: “Marichal saca petróleo de las piedras más duras de Góngora”.  Y no le falta razón.

Además, al término de cada una de sus clases, tengo la sensación inquietante de que, bajo la ominosa dictadura de Franco, he vivido casi treinta años engañado acerca de lo que es España y de lo que somos los españoles, de lo que es América Latina y de los que son los latinoamericanos.

Hasta entonces (estudiante de Ciencias), yo no supe que mi lengua madre era tan rica, tan bonita, y que podía expresar sentimientos tan bellos y pensamientos tan profundos. Recuerdo, eso sí, que los maestros perdieron la guerra civil, fueron represaliados, y que los frailes del nacional catolicismo nos enseñaron otra Literatura y otra Historia.  Siento que la lengua, la literatura, la historia de España y mis propias raíces me han sido escamoteadas por falta de maestros auténticos, de referentes intelectuales y morales, como éste que tengo delante de mi en un aula extranjera.

Y me pregunto por qué sus palabras tienen, en la mayoría de los casos, un milagroso efecto balsámico, pacificador, sobre nuestras heridas históricas, sobre “los males de la patria” de Lucas Mallada. Apenas tengo respuesta. Quizá el enigma de Marichal reside en que su investigación histórica, su voluntad didáctica, su habilidad pedagógica y su propia crítica literaria,  en la práctica docente, están llenas de amor; amor al ser humano, en general, y al que se expresa en castellano, en particular.

Su discurso va enriquecido por una pertinaz introspección en la vida y en el alma de los pueblos, en su “intrahistoria”. Siempre que puede, cita de rondón, a don Miguel de Unamuno. Lo cita, si cabe, más que a Ortega o a Giner de los Ríos. Por eso, decimos que don Juan Marichal es nuestro Unamuno particular. Con su doble tragedia personal a cuestas (el largo exilio y la muerte prematura de su hijo Miguel), don Juan “unamuniza” y engrandece todo lo que toca.

En la prodigiosa asignatura Humanties 55 hay una línea argumental finísima, casi imperceptible en el día a día, que deja un poso potente al final del curso. Las lecciones rezuman erasmismo, disidencia, compasión, heterodoxia, amor a la creación, a la imaginación y, por encima de todo, a la libertad. Presenta a los autores casi en parejas antagónicas o complementarias: San Juan de la Cruz y Santa Teresa, Quevedo y Góngora, Lope de Vega y Calderón, Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, Machado y García Lorca, Borges y García Márquez…

Sólo Cervantes y Unamuno –y no por llamarse ambos don Miguel- le merecen clases únicas, exclusivas. Los apuntes ya amarillentos de esos días me ponen aún la carne de gallina. Don Juan –un día cervantino y otro unamuniano- se debate entre ambos, los vive, los pregona, los goza y los sufre compasiva y agónicamente. Y en ambos ve el dolor y el clamor de las dos Españas: la que vence y la que convence , parafraseando a Unamuno.

Vemos la tensión y el miedo que produce esa dualidad desde el Mío Cid (frontera móvil, exterior) hasta nuestros días (frontera fija, interior):  cristianos y musulmanes, cristianos viejos y cristianos nuevos, eclesiásticos bélicos (inquisidores, en latín) y evangélicos (erasmistas, en castellano), ortodoxos y disidentes, conquistadores y conquistados, católicos y protestantes, dominicos (aristotélicos)  y agustinos (platónicos), conservadores y liberales, nacionales y republicanos …

Y nos pone mil ejemplos. Fray Luis de León (nieto de conversos perseguidos en Belmonte) ganó su cátedra a un dominico (próximo a la Inquisición) que le denunció por ser un profesor “afecto a novedades”.  ¡Qué denuncia tan tristemente española!

Nos desmenuza la lengua y nos sorprende con las influencias de la frontera móvil Norte-Sur, desde Asturias a Granada.  (¿Acaso hay algo más español que el “olé” de las tardes de toros? Pues viene de “Alá”).  Indirectamente, hace guiños a los “WASP (blancos, anglosajones y protestantes, que son mayoría entre los alumnos) con la mezcla de inmigrantes en EE.UU. y su frontera móvil Este-Oeste (“go west!”).  Y también se gana a los judíos y musulmanes norteamericanos con la rica acumulación cultural del “melting pot” de España, Sefarad y Al Ándalus.

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Como buen sabio y erudito de mil disciplinas, don Juan es modesto, muy trabajador y extremadamente austero. Los piropos le turban. Si viviera y leyera esto que escribo hoy, con tanto cariño y nostalgia y a modo de obituario incompleto, me impediría publicarlo y me llamaría “aleluyero” o, peor aún, “¡periodista!” por exagerado. Pero, en lo que a su sabiduría, pedagogía, humildad y timidez se refiere, me quedo corto.

Don Juan tiene arranques de ira, eso sí, pero en defensa de valores –hoy casi desvanecidos- como la integridad, el rigor intelectual, la investigación seria, no sesgada, la exigencia de calidad, el desprecio por la riqueza material, el trabajo duro, sin descanso, o la búsqueda de la excelencia.

Un día, comparando la literatura de Miguel de Cervantes, de Benito Pérez Galdós y de Gabriel García Márquez, exclamó: “Siento una enorme vergüenza al decirles que a García Márquez nunca le permitieron la entrada en los Estados Unidos”. El agradecimiento a su tierra de acogida (tenía pasaporte estadounidense) no le impide criticar con firmeza la política de Washington contra uno de los mayores escritores vivos en lengua castellana.

Claro que don Juan no es perfecto. Es un ser humano excepcional, muy especial, también en el sentido de raro, y, quizás, excesivamente estricto. Marcado por el exilio, “transterrado” lejos de su añorada España, que idealiza sin remedio desde la lejanía, el maestro tiene un perfil algo triste y, a veces, doliente, casi agónico. Le gusta reír, pero es tacaño con la risa. Todo lo contario que su esposa Solita Salinas, una sonrisa viviente.

Don Juan es delgado, enjuto y tiene bastante nervio pero parece físicamente frágil y se mueve con esa torpeza que solemos atribuir a los sabios despistados. Y como catedrático durante más de treinta años, y gran académico, no se priva, desde luego, de sentir los celos típicos de una profesión de envidiosos. Ataca a algunos de sus competidores con ironía compasiva (“cervantina”), no exenta de cierta soberbia intelectual, pese a su modestia aparente. Insobornable y cabal, critica duramente a los intelectuales que cree que se han vendido al poder o a intereses económicos. Tampoco se priva de lanzar contra ciertos colegas anécdotas humorísticas de pellizco de monja, dignas del peor Quevedo, que prometo no contar.

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Juan Marichal y JAMS en Cuernavaca, Mexico.

Por sus enseñanzas compruebo que la guerra “incivil” española nos cortó de raíz los grandes troncos de nuestra cultura: los maestros y líderes intelectuales y morales de referencia. Gruesos olivos poéticos, que acumulaban y trasmitían cultura milenaria, como Antonio Machado, Federico García Lorca o Miguel Hernández, fueron segados de golpe. Otros tuvieron que huir o fueron represaliados.  Perdimos la crema de España. Y volvió, otra vez, la secular tensión interior que Marichal llama “la frontera interior”. ¿Frontera imprecisa entre las dos Españas de siempre? ¿Acaso no sufrieron persecución, destierro o cárcel San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Quevedo, Jovellanos, Goya o Blanco White?

Durante la Dictadura, huérfanos de maestros en aquel prolongado y negro paréntesis de “frontera interior”, vimos, a escondidas, algunos brotes meritorios de aquellos troncos.  Pero en España no pudimos oír, ver ni leer a los exiliados como Pedro Salinas (padre de Solita, esposa y auténtico motor de Marichal), a Américo Castro (maestro de Marichal), a Vicente Llorens, a los tres grandiosos Pablos (Casals, Neruda y Picasso) y a tantos otros grandes.

La Universidad de Harvard cuenta entre sus glorias con el profesor Marichal. Y Marichal, durante décadas, acoge y mima a todos los españoles e hispanoamericanos que acudimos a él. Sus aulas, la Kirkland House (a la que ambos estamos afiliados) y su casa (con bandera republicana, naturalmente, y motivos canarios) son lugar de peregrinación, casi de culto, para quienes buscamos raíces literarias, históricas, políticas, vitales y –como no- el entronque con un pasado más libre, creativo y digno, alejado de la vergüenza, la humillación y la miseria de la Dictadura de Franco o de las dictaduras latinoamericanas.

En privado, don Juan habla poco y pregunta y escucha mucho. Le complace compartir lo que Giner de los Ríos llamó “el santo sacramento de la conversación”. Qué buenas tertulias montan Juan y Solita con invitados de categoría (Octavio Paz, José Ferrater Mora, Raimundo Lida, Josep Lluis Sert o Vicente Llorens) mezclados con jóvenes estudiantes, como yo mismo, o el matrimonio Francisco Ros (más tarde secretario de Estado de Telecomunicaciones) y Clemen Millán (luego profesora titular de Literatura de la UNED).

Por eso decimos que de las manos de Juan Marichal y de Solita Salinas sale otra España y otra Latinoamérica de las que podemos presumir y no sin razón.  Los Marichal-Salinas nos tienen en acogida generosa y cálida, en su particular isla hispana anclada en Cambridge, un refugio para estudiantes en el corazón universitario del imperio norteamericano.

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Después de escucharle, se nos hace muy difícil volver, sin más, a nuestra Facultad. Sus clases nos empujan a hacer novillos en nuestra especialidad.  ¡Qué le voy a hacer! Cuando salgo del aula de Marichal, contagiado por su pasión por los grandes escritores en lengua castellana, cruzo el Harvard Yard, camino de las clases de Federalismo Fiscal, con mi tutor Samuel Beer, y me paro en seco al pie de la escalinata de la descomunal Widener Library. (“Ahí están todas las traducciones del Quijote”, nos ha dicho don Juan, “y hasta el manuscrito de Fortunata y Jacinta”).

Mi duda es razonable: hacer novillos, entrar en la biblioteca y leer al autor del día, elegido por Marichal, o seguir mi camino hacia el despacho del simpático profesor Beer (ex ayudante de Rossevelt, lleno de ricas anécdotas) y mejorar mi tesina de Nieman Fellow.  Más de un día, -lo reconozco- el placer superó al deber y me encerré en aquella inmensa biblioteca, la catedral de los libros, en el área de lengua española. Me di a la lectura. Y a esas lecturas, gracias a la guía del maestro, debo mucho de lo que soy y de lo que pienso.

En la primavera de 2007, tres años antes de su muerte, visité a don Juan en su casa de Cuernavaca, México, con su hijo Carlos. Le encontré, con 85 años, muy delicado de salud. Ambos sabíamos que ese podría ser –como fue- nuestro último encuentro. Al despedirme, le abracé emocionado y le ayudé a sentarse en su sillón. Cuando yo estaba a punto de salir, ya en la puerta de su sala de estar, el profesor Marichal, con la mirada algo perdida en sus estanterías de libros, pronunció con su antigua voz, fuerte y grave -la misma voz, reconocí, que utilizaba 30 años atrás en sus clases de Humanities 55-, las célebres palabras de don Manuel Azaña:

“Paz, piedad, perdón”.  

Nunca sabré a qué se refería, por qué me lo dijo ni en qué pensaba, con esa mirada perdida en los libros y su salud tan frágil.  Pero, como en el curso 1976-77, el profesor Marichal consiguió, una vez más, lo que solía lograr con sus clases. Lo consiguió, sí: me dejó descolocado, perturbado, y, como siempre, … me obligó a pensar.

¡Maestro!

FIN

 

 

Jaime Salinas, «exiliado de sí mismo»

«Esto es de uno», escribió a su familia el hijo menor del poeta Pedro Salinas al llegar al Madrid de los años 50, procedente del exilio.

Jaime Salinas, cuando era Director General del LIbro en los años 80.

En la Residencia de Estudiantes, su sobrino, Carlos Marichal Salinas, leyó anoche, con emoción contenida, varias cartas inéditas que su recién fallecido tio Jaime dirigió a su hermana mayor, Solita Salinas, y a su cuñado, Juan Marichal, al regresar a España en plena Dictadura franquista.

Su prosa espistolar, cargada de nostalgia por la infancia y la adolescencia perdidas en el ex¡lio, muestra las cicatrices descarnadas de un español retornado, de un transterrado, de un expatriado, que fue arrancado de su patria infantil por la Guerra Civil.

Cuando el hombre cosmopolita, trilingüe, habla de los españoles del interior, («no tengo lengua ni patria ni vida interior») escribe a su familia que «nos necesitan y los necesitamos».

El gran salón de la Residencia estaba repleto de amigos, colegas y admiradores de Jaime Salinas, reunidos allí para rendir homenaje a su memoria. Jaime murió el pasado mes de enero, al los 86 años, en Islandia, donde vivía con su compañero el historiador, traductor de El Quijote y escritor Gudbergur Bergsson. Su entierro se realizó, en Islandia, al son de «La muerte de Isolda» de Wagner».

Jaime Salinas

Teresa Guillén, hija del poeta Jorge Guillén y amiga de la infancia de Jaime Salinas, le dedicó un sentido recuerdo que emocionó a la audiencia: «A Jaime le gustaba presumir de que leía poco y de que era poco estudioso. Ninguneaba su propio talento y su gran capacidad de trabajo.  Quería ser actor y en España le descubrieron su gran talento como gestor». Jaime Salinas dejó su enorme huella de editor de libros en Alianza Editorial, Seix Barral, Alfaguara, etc.

Vicente Molina Foix celebró las «coqueterías salinescas»: «¿Leía poco?. Pero si su patria era el libro…» Molina Foix desveló una anécdota que nos muestra un Salinas de otro mundo. Javier Marías, Rosa Pereda y él mismo, reunidos en Bocaccio, corrieron el falso rumor de que Jaime Salinas, recién nombrado director general del Libro por el ministro Javier Solana (sentado anoche en primera fila), había decidido nombrar a Félix de Azúa como director de la Editora Nacional. El rumor llegó a publicarse como algo verosímil. En cuanto Jaime leyó la falsa noticia en  la prensa exclamó: «¡Pero como voy a nombrar a Félix de Azúa si es mi amigo!».

El homenaje a Jaime Salinas concluyó anoche con la presentación de imágenes de su vida a los acordes de «El lamento de Dido» de Henry Purcell. Su compañero Bergsson hizo un relato cálido de su vida y de su obra: «Le faltaba el espacio que va de la niñez a la adolescencia; en España oía chistes que no entendía… y comenzó actuar… a actuar todo el tiempo. Se veía poca cosa de él, como a un iceberg, ya que lo escondido era mucho más». Bergsson nos conmovió a todos con los detalles de la muerte de Jaime con quien había compartido 55 años: «¡Levántame!, me dijo Jaime, ya muy enfermo. «Levántame».

«Asi lo hice. Le levanté y, en ese momento, murió en mis brazos».

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Esta es la crónica del acto que publica hoy El Pais:

Instantáneas de Jaime Salinas

La Residencia de Estudiantes rinde homenaje al editor fallecido

ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS – Madrid – 29/03/2011

En uno de los 254 libros dedicados a Jaime Salinas que están en los fondos de la Residencia de Estudiantes, Juan García Hortelano escribe: «A Salinas, ese lujo inmerecido de la edición española; a tito Jaime, ese lujo imprescindible de nuestras vidas». La cita cierra la presentación del pequeño libro que la Residencia de Estudiantes ha editado para homenajear al que fuera hijo menor de Pedro Salinas y editor clave en los años de la Transición en Alianza Editorial, Seix Barral y Alfaguara.

Con la bufanda cruzada al cuello y una de esas medias sonrisas que solían clavar los galanes de las viejas comedias románticas, Jaime Salinas saludaba desde la portada del pequeño libro, sembrado de fotografías y recuerdos y que, sin mayor pretensión y bajo el título En recuerdo de Jaime Salinas, logró convocar en la misma mesa a amigos, colegas y compañeros de una vida que culminó el pasado enero, cuando el editor moría en su casa de Islandia.

Las instantáneas pasaron de página en página y fueron ayer evocadas por los asistentes a un acto, en el que su sobrino Carlos Marichal leyó emocionantes cartas privadas, y en el que participaron, entre otros, su compañero, el escritor y traductor Gudbergur Bergsson, o amigos de épocas y generaciones distintas como Enric Bou, Teresa Guillén, Miguel Aguilar, Luis Revenga, Vicente Molina Foix, Juan Cruz o Alicia Gómez-Navarro, directora de la Residencia, cuyos archivos -junto al libro de memorias de Salinas, Travesías– han servido para el esbozo de una vida que ayer fue celebrada.

Se habló de su ironía, de su manera de darse poca importancia («Pese a ser íntimo amigo y compañero de juergas de leyendas de la edición como Ledig Rowohlt y Giulio Enaudi», recordó su joven amigo Miguel Aguilar); a la vez de su enorme compromiso editorial («Fue un ejemplo de hacer cultura editando libros, un caballero editorial en el que había un pensamiento y una poética», dijo Juan Cruz); se habló de su identidad («Ni cosmopolita, ni apátrida, me gusta la palabra expatriado, algo que le daba la posibilidad de sentirse cómodo en diferentes lugares», continuó Molina Foix) y se habló de los recuerdos de infancia y adolescencia de un hombre que, como resumió con gracia Teresa Guillén, le gustaba «ningunear» su propio talento y su capacidad de trabajo: «En el año 33 él tenía 10 años y yo 7. Pasamos ese curso en Madrid y todos los fines de semanas íbamos al cine con unos amigos que estaban aún más mimados que nosotros. Todavía hoy recuerdo como agarraba del brazo a Jaime para que no se cayera por el balcón del cine con los ataques de risa que le daban viendo a Harold Lloyd. Luego, en la adolescencia, estuvo un poco perdido. Flirteaba con la idea de ser actor, pero un viaje a España le cambió para siempre cuando descubrió su talento para ser gestor».

Yo apoyo a Garzón

No es la primera vez que apoyo, en público y en privado, al juez Garzón. Recientemente lo hice en este mismo blog con el título:

«Acoso a Garzón: ¿venganza política y/o corporativa?»

Y acompañaba el comentario con este magnífico dibujo de nuestro Eneko.

El 22 de octubre de 2008, publiqué en estee blog una anécdota personal sobre el juez Garzón y el dictador Pinochet. El brindis que el profesor Juan Marichal hizo en mi casa en presencia de Baltasar Garzón me emocionó. ¡Vaya! Me puso la carne de gallina.

¡Qué lástima no haber grabado aquella escena y aquellas sabias palabras de mi querido maestro!

Esto fue lo que pulbiqué entonces:

«He aquí una de las imagenes más recientes que guardo de Juan Marichal, en mi casa, con el juez Baltasar Garzón y conmigo, antes de partir de España con destino aMéxico, donde ahora vive rodeado de su familia.

Recuerdo, con esta foto, el brindis inolvidable que hizo el profesor Marichal , hace unos años, con motivo de la reciente detención entonces del dictador Pinochet, gracias a la decisión y el coraje que demostró el juez Garzón a la hora de defender los derechos humanos y de perseguir los crímenes contra la Humanidad.

Las sentidas palabras de Juan Marichal nos emocionaron a todos hasta ponernos los pelos de punta. Es uno de esos personajes que nos reconcilian con lo mejor de la condición humana.

Larga vida al profesor Marichal y ¡enhorabuena! por la condecoración recibida con tanto retraso.»

El 3 de septiembre de 2008, cuando Garzón se jugó el tipo, cumpliendo sus compromisos con la Justicia universal que persigue los crímenes contra la humanidad (que nos prescriben nunca) sin atender a las amnistías políticas oportunistas, publiqué aquí otro comentario titulado:

La rentreé de Garzón: ¡Olé tus webs!

Aunque los fascistas de Falange, los demás franquistas emboscados en el Tribunal Supremo (ahí sí que lo dejó Franco «todo atado y bien atado») y algunos colegas envidiosos o resentidos de cuando compartieron ministerio con el biministro Belloch) consigan echar a Garzón de su ya histórico Juzgado nº 5 de la Audiencia Nacional, su esfuerzo descomunal por hacer avanzar la Justicia en España habrá valido la pena.

Gracias, Baltasar.

Y un fuerte abrazo.

¿Quien c…o es ese tal Varela?

No te rindas.

El País de ayer:

El País de anteayer:

Juan Marichal, en casa de Nicolás Salmerón

Tan mal están los asuntos de actualidad que me da tanto miedo asomarme a las portadas de los diarios de pago como tirame por el balcón del IBEX 35. Por eso, voy a cortar y pegar hoy en el blog un articulo que he publicado en «El Eco de Alhama«, con motivo del centenario de la muerte de don Nicolás Salmerón, presidente que fue de la I República Española. En ese artículo recuerdo la visita emocionante que hice, hace unos años, a la casa natal de don Nicolás acompañado por mi maestro Juan Marichal y por su esposa Solita Salinas (que falleció el año pasado en Cuernavaca, Mexico).

Ambos recuerdos se me han unido hoy por motivos bien distintos. Por un lado, el centenario de la muerte de don Nicolás (una de las figuras que más me han influido en mi infancia almeriense) y, por otro, el reconocimiento (tacaño y tardío) con la Encomienda de Isabel la Católica a Juan Marichal (uno de los profesores que más me han influido en mi juventud y madurez).

He recibido de Cuernavaca esta foto de Juan Marichal con la flamante mellada de Isabel la Católica , acompañado por su hijo Carlos y su nuera Soledad. Con las fotos (que tanto agradezco a Carlos) me ha llegado también el discurso del embajador español, con motivo de la entrega de la condecoración a Marichal, el profesor más aplaudido por sus alumnos en toda la historia de la Universidad de Harvard.

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL EMBAJADOR DE ESPAÑA, D. CARMELO ANGULO BARTUREN, CON MOTIVO DE LA CONDECORACIÓN DE D. JUAN AUGUSTO L. MARICHAL.

• Saludos cordiales

• Es un enorme privilegio para mí entregar esta merecida condecoración. Nunca lo hubiera soñado. Juan Marichal es casi una leyenda para varias generaciones que, a través de sus investigaciones académicas y sus escritos, descubren la historia “encubierta y manipulada” por la dictadura franquista y el autoritarismo cultural.

• Nuestro homenaje más sentido al intelectual exiliado y comprometido, que se ve obligado a abandonar España y a pasar por París y Marruecos antes de recalar en México donde se licencia en Filosofía y Letras en la UNAM. Nuestro reconocimiento al historiador lúcido y al humanista, Premio Nacional de Historia, que a través de las aulas universitarias y una intensa actividad como conferencista nos acerca y descubre el ser de España, la entramada razón de nuestras decadencias y nos propone a través de figuras, como Feijoo, Azaña, Ortega y Unamuno, buscar e indagar en el regeneracionismo para descubrir y recuperar la “España creadora de civilización humanitaria”. Nuestra admiración al profesor universitario que a partir de la Universidad de Harvard y la Fundación Guggenheim, por tres décadas, promueve los estudios de las lenguas y las literaturas románicas formando e incentivando a centenares de jóvenes alumnos de todas las latitudes. Por fin, nuestro respeto total al convencido republicano que es capaz de criticar y denunciar los males del clericalismo español, las lacras del nacionalismo y el patriotismo exacerbado, y la debilidad de los intelectuales condicionados y sometidos a los intereses económicos.

• Condecorar a Juan Marichal es hacer frente a una deuda de gratitud de varias generaciones de españoles comprometidos con la democracia y que, a través de las obras completas de Manuel Azaña y de su biografía intelectual (introducción en realidad de sus memorias) que aparece en 1971 como “La vocación de Manuel Azaña”, gracias a la valentía intelectual de Pedro Altares y la editorial de “Cuadernos para el diálogo”, sacan del confinamiento la obra de este precursor del discurso democrático moderno, defensor de la moderación y el diálogo como método por excelencia de la política y que, como decía el Presidente Rodríguez Zapatero, en la presentación el año pasado de la edición ampliada de la obra completa auspiciada por Santos Julia, es el promotor de un proyecto reformista que reivindica “la reforma agraria, la expansión de la educación, la secularización del estado, una nueva estructura territorial del poder, la subordinación del ejército al poder civil y el desarrollo económico con fuerte intervención pública”.

• Gracias a Vd. Sr. Marichal, hemos descubierto este pensamiento lúcido y prodigioso que imaginó la España que hoy tenemos y necesitamos con cincuenta años de adelanto y que permitió ser una de las fuentes privilegiadas de pensamiento en las que se ha podido nutrir nuestra democracia contemporánea.

• Como dice en su libro citado, que recuerdo haber devorado en la Navidad del año 2003, “Azaña “sentía que en la condición humana predominaban los que él llamaba <>. El progreso civilizador consistía, según él, precisamente en<<domesticar>> dichos impulsos, educando a los seres humanos en la repugnancia hacia la violencia y la crueldad”.

• Estimado D.Juan, su obra es monumental y esclarecedora, es fruto de una profunda determinación y compromiso con la verdad y la libertad y sus estudios e interpretaciones se han convertido en materia de referencia obligada para cualquiera que pretenda acceder a nuestra historia contemporánea. Por su profundo amor a España, por este legado fenomenal que de Vd. heredamos y como reconocimiento del Gobierno español y de varias generaciones de estudiosos y políticos que se nutrieron de sus investigaciones, tengo el enorme gusto de hacerle entrega de esta Encomienda de Isabel la Católica cuya acreditación voy a leer a continuación………

• Imposición y agradecimiento a los presentes por este íntimo y emotivo encuentro

Cuernavaca, 24 de Agosto del 2008.

Carmelo Angulo Barturen

Embajador de España en México

He aquí una de las imagenes más recientes que guardo de Juan Marichal, en mi casa, con el juez Baltasar Garzón y conmigo, antes de partir de España con destino aMéxico, donde ahora vive rodeado de su familia.

Recuerdo, con esta foto, el brindis inolvidable que hizo el profesor Marichal , hace unos años, con motivo de la reciente detención entonces del dictador Pinochet, gracias a la decisión y el coraje que demostró el juez Garzón a la hora de defender los derechos humanos y de perseguir los crímenes contra la Humanidad.

Las sentidas palabras de Juan Marichal nos emocionaron a todos hasta ponernos los pelos de punta. Es uno de esos personajes que nos reconcilian con lo mejor de la condición humana.

Larga vida al profesor Marichal y ¡enhorabuena! por la condecoración recibida con tanto retraso.

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Y aquí va mi última foto (de la semana pasada) en la Puerta Purchena de Almería junto a la estatua de don Nicolás Salmerón y al profesor Andrés Sánchez Picón, un sabio en Historia Económica contemporánea que compartió pasillo conmigo en el Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Almería .

Solita Salinas ha muerto. Era tan dulce y firme…

Al regresar del País Vasco, he encontrado un mensaje escueto de Carlos Marichal en el que me informa de que su madre, Solita Salinas, había muerto el viernes, a consecuencia de un infarto.

Al final, le falló el corazón de tanto usarlo.

El mismo viernes (¿será telepatía?), hablando de los preparativos para cocinar el pavo de Thanksgiving (el último jueves de noviembre), recordábamos en casa los versos que Solita componía y nos leía cada año, en torno al pavo del Día de Acción de Gracias o en nuestros cumpleaños (ambos lo celebramos en enero). Eran versos deliciosos, tiernos y simpáticos, en el filo dificilísimo que divide lo sublime de lo chistoso, que ella titulaba “Aleluyas”.

Hoy busco por toda mi casa esos folios manuscritos, que guardaba como oro en paño, con ánimo de releerlos en la hora de su muerte, y no los encuentro. Voy deambulando por los archivos familiares, sin hacer nada de provecho, pasando un día muy triste, aunque lleno de bellos recuerdos.

Y no paro de darle vueltas a la memoria, para regodearme con los momentos más alegres que hemos pasado con Solita Salinas y con Juan Marichal en Estados Unidos y en España: mis paellas, que ella alababa con desmesurada generosidad (quien las probó lo sabe), las comidas, cenas y tertulias en nuestra casa, en la de ellos o de otros amigos, los paseos por el campus de Harvard, por las playas Plumb Island (Newburryport, Mass), por los encinares de Villanueva de la Cañada hasta el Castillo de Villafranca, los comentarios sobre nuestras lecturas o sobre cómo arreglar España

Siempre estaba España en sus pensamientos y en sus sentimientos, como si tuviera prisa por recuperar los años perdidos en el exilio. El penúltimo libro que nos regaló trataba precisamente de “España en la poesía hispanoamericana”. Nos lo dedicó, con su modestia habitual, como si fuera un libro “de juguete”.

Ya se que nadie inmortal y que Solita, nuestra Solita, tenía ya 87 años (había nacido el mismo año que mi madre), estaba muy delicada de salud, amó y fue amada, pudo elegir -aunque no siempre- la vida que quiso y, en cualquier momento, podía producirse su muerte. Sin embargo, cuando ocurre lo inevitable, cuando se confirma en un ser querido la única y tremenda certeza que todos tenemos en esta vida, reaccionamos con sorpresa, incredulidad, mucha pena y hasta con rabia. Como si la muerte no fuera con Solita. Como si la muerte fuera incompatible con su dulzura y su generosidad. Gustavo Adolfo Bécquer debió pensar en ella cuando escribió el verso “poesía eres tú”.

Su padre, Pedro Salinas, un poeta inmenso del 27, nos legó una potentísima batería de versos amorosos (sobretodo “La voz a ti debida” y “Razón de amor”). Solita heredó la sensibilidad poética de su padre. Escribía maravillosos poemas para los amigos, pero no necesitaba escribir ni publicar (aunque tiene obras magnificas, que ella llamaba “obritas”) para transmitir y contagiar amor: ella misma era un amor como persona.

Cuando era una niña, y antes de que yo naciera, lo descubrieron genios como Juan Ramón Jiménez (que le dedicaba poemas a Solita) o Federico García Lorca (que se zampaba lo que encontraba en su fresquera) o Rafael Alberti (de quien ha sido grandísima especialista) y tantos otros poetas de la generación del 27 que frecuentaban su casa antes del Golpe de Estado del general Franco y de la Guerra Civil que la arrojó al exilio.

Regresó a España con la democracia y nos trajo toneladas de aire fresco y de orgullo por la recuperación de los ideales republicanos de libertad y solidaridad.

(En esta foto antigua, tomada en el comedor de mi casa, Solita da cuenta del pavo de Thanksgiving, entre Al Goodman, de CNN, y mi chica, Ana Westley, entonces del New York Times. Juan Marichal está frente a Solita , sentado a la derecha de Baltasar Garzón, y su cabeza sobresale por encima de la de David White, entonces corresponsal del Financial Times).

Hace cuatro años, dejó “El Mirador de Solita” (como ella llamaba a su terraza florida de la Calle Caracas, de Madrid) y se marchó a México con su marido, Juan Marichal (mi maestro en la Universidad de Harvard), para estar cerca de su hijo Carlos (prestigioso profesor de Historia Económica) y de sus dos nietas, Ana Esperanza y Andrea.

Desde entonces, los mensajes navideños de su hijo Carlos, con las fotos de familia, eran muy bienvenidos. Por teléfono, notábamos su pérdida paulatina de energía, a causa de la edad, pero también percibíamos su alegría innata, su ternura y su afecto. Eso nos confortaba. Este último mensaje de Carlos, huérfano, ha sido escueto y contundente. Lo siento mucho, Carlos. Lo siento muchísimo, Juan, ya viudo.

Ahora, ya veis, no se qué decir y, sin embargo, percibo que si no digo algo sobre la vida y la obra de Solita, habiendo tenido el privilegio de conocerla y quererla, habré cometido una injusticia. No se puede morir sin más ni más. Muchos jóvenes no saben nada sobre ella y es una pena porque Solita representa una parte importante de lo mejor de España, de la España errante del exilio, de la España en libertad que nos robaron los generales golpistas del 36.

La crema de la inteligencia, de la ciencia y del arte español del primer tercio del siglo XX salió de nuestro suelo, expulsada por la Dictadura, y, junto con la familia Salinas, fue nutriendo la cultura y el progreso de los países de acogida.

Los troncos robustos de científicos, técnicos, escritores, profesores, artistas, soñadores, etc., de la España de la II República fueron cortados en seco, a ras de suelo, casi por la raíz, como se hace con los olivos centenarios.

Han pasado 70 años desde la barbarie militar de 1936, que provocó el exilio de nuestras mejores lumbreras, detuvo el progreso durante casi dos décadas y alargó la noche interior con una ominosa y humillante Dictadura. Aquellos troncos, cortados violentamente hace 70 años, apenas lucen hoy unos brotes tiernos, como la ramita que, con la primavera, le salió al olmo seco de Antonio Machado.

Se fueron los mejores y nos quedamos sin el poso fértil de los auténticos maestros. Nos quedamos huérfanos de modelos, sin referencias éticas ni históricas. Por eso, cuando conocí a Solita y a Juan en su exilio de la Universidad de Harvard (Cambridge, Mass), y a su entorno de amigos y colegas, recibí un impacto muy singular, equivalente a la recuperación de décadas de privación de mi propia historia e identidad.

Recuperé entonces a algunos maestros que nunca pude tener en la España franquista. Y fue algo glorioso. Dejé de avergonzarme de ser español. Y ese sentimiento de orgullo por la vida y la obra de otros compatriotas del exilio, se lo debo, en gran parte, a Solita, dulce y auténtica patriota republicana.

Era profesora de Literatura pero también fue mi compañera de pupitre, durante un semestre, en un curso magistral que nos dio Vicente Llorens (secretario que fue del presidente Negrín y autor de grandes obras sobre liberales y romanticos). Otro exiliado de lujo, acogido por la Universidad de Princeton, de cuya sabiduría disfrutamos antes de su regreso a su Valencia natal ya en democracia.

He visto que Juan Cruz, que conocía muy bien a Solita, le dedica un bonito obituario en El País de hoy (que agradezco, copio y pego inmediatamente en el blog). Lo titula, con mucho acierto:

Solita Salinas de Marichal

Una hija del 27

Y lleva una foto de Luis Magan que ha captado un gesto (sonrisa contenida) muy característico de Solita. Yo tengo en casa fotos de ella muerta de risa. En confianza, se reía mucho y era muy graciosa contando anécdotas de su vida tan rica, tan amorosa y -¡cómo no!- también tan dolorosa.

Juan Cruz cuenta la mayor catástrofe que marcó la vida de Solita: sobrevivió a su hijo Miguel, quien ahora tendría mi edad. Jamás pudo ni quiso perder la marca doliente de esa tragedia. Sonreía, pero a menudo lo hacía con un cierto velo de melancolía, como si quisiera compartir la sonrisa con su hijo ausente.

Solita –como dice Juan Cruz– era “hija del 27”, pero también fue nieta del 98 (Unamuno, Machado, Giner…) y madre de la generación democrática del 78, que auspició su regreso a España.

Siempre animosa, dispuesta a dar algo más de sí misma, Solita Salinas tiraba de Juan Marichal o le empujaba para iniciar mil proyectos, ya fueran artículos, conferencias, libros, clases o paseos por El Escorial o el Parque de Rosales.

Ya se que Juan Marichal es mucho Juan. Desde luego, es un gran maestro, en el sentido más profundo y edificante de la palabra. Todos los días que asistí a sus clases de Literatura en Harvard, en 1976-77, (dos veces por semana a primera hora de la mañana), el profesor Marichal era despedido del aula con un fuerte aplauso de los alumnos. Muy pocos catedráticos han alcanzado ese grado de admiración y gratitud de sus alumnos. Juan Marichal era celebrado y envidiado por todos sus colegas. Y ahí están sus obras y sus discípulos.

Con todo su mérito personal, Juan Marichal, ahora viudo, le debe mucho a la energía, a la creatividad, a la originalidad, a la alegría inagotable y al amor de su esposa Solita. Y él lo sabe muy bien. Su vida y su obra (ambas inmensas) se asientan sobre los cimientos firmes y sólidos de Solita.

(En esta foto de hace mas de 20 años en el comedor de mi casa, está Solita junto a mi suegra, Geraldine Westley, y frente a Juan Marichal. Detrás de Solita están Lorenzo Ruiz, José Luis Martínez, Joaquín Estefanía, Emilio Ontiveros, con Sofía Santillana, y Ana Westley. En las rodillas de Juan está sentada Eva Martínez Orbegozoy, a continuación, están Ana Kuntz, Ana Cañil, con su ahijado David en brazos, Marijé Orbegozo y Ana Santillana. Yo estoy de pie con mi hija Andrea en brazos).

Para concluir estos recuerdos emocionados, me cuesta definir y despedir, con justicia, a Solita en la hora de su muerte. Y no quiero repetir lo que muy correctamente ya ha publicado Juan Cruz sobre ella.

Quiero decir que Solita era algo más: un modelo de comportamiento ético y estético. Todo el mundo está de acuerdo en que Solita era frágil y tierna, como si un soplo de aire pudiera quebrarla en mil pedazos. Caminaba despacio, con pasos cortos, y gesticulada con suavidad y elegancia. Hablaba con precisión la lengua castellana, como si la saboreara en cada punto y aparte. Citaba, sin presumir, nombres grandiosos que conoció en España y en el exilio. Y contaba sus anécdotas llamándoles, como si nada, por el nombre de pila:

“Un día vino Federico a casa y me dijo: oye Solita… “.

«Otro día, Juan Ramón vino a leerme un poema que había compuesto para mi…”

Pero esa Solita frágil, dulce, tierna y “blanda con las espigas”, que parecía –como Platero– hecha de algodón, encerraba una potentísima fuerza interior.

Era firme y fuerte como un roble –“dura con las espuelas”- en todo lo que concernía a sus principios. Era apóstol fiel de la ética laica republicana: honrada a carta cabal, respetuosa con las leyes (que en España, a veces, le parecían meras orientaciones) y enemiga acérrima de la chapuza nacional, del nepotismo y de los enchufes para privilegiados que quebraban la igualdad de oportunidades.

Tras su aparente fragilidad física, Solita poseía una fortaleza intelectual y moral digna de encomio. Se revolvía, con santa ira, contra las injusticias y contra la ignorancia. En lo que chocaba con sus principios, era dura e inflexible. Mano de hiero en guante de seda.

Para mi ha sido y seguirá siendo un gran ejemplo, un digno modelo a imitar.

¡Qué pena y qué lástima no haberla tenido en España, por culpa de la despreciable Dictadura franquista, durante toda su larga y fructífera vida!

Fui muy afortunado al conocerla y nunca olvidaré su generosa acogida en Cambridge. Salí de España sin mirar hacia atrás, huyendo del terror que me había producido un reciente secuestro con torturas y fusilamiento simulado, tras la muerte de Franco, y llegué a casa de Solita con las cicatrices producidas por los fanáticos franquistas aún frescas.

Ella fue un bálsamo para reconciliarme con España y, conociéndola, para reconciliarme también con el género humano.

Gracias, Solita.

Descansa en paz.