Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Por Machado nos molieron a palos

En plena dictadura (el 20-F-1966), el homenaje a Machado en Baeza se convirtió en una batalla campal. El historiador Gabriel Jackson me ha inspirado para que, aunque sea algo anecdótico, les cuente lo que nos pasó, hace hoy 45 años, por querer rendir homenaje a don Antonio Machado.

Busto de Machado, obra de Pablo Serrano en 1966, que viajó a Baeza escondido en un Citroen "dos caballos" del arquitecto Fernando Ramón.

En Navidad de 1965, no había cumplido yo los 19 años, era delegado de curso en Arquitectura, proclive a meterme en lios y posiblemente aún no estaba «fichado» por la Policía. Quizás por esto último, fui captado por unos colegas del Colegio Mayor Santa María de Europa (del SEU, aunque ellos eran bastante rojos) quienes me entregaron un montón de papeletas para una rifa, que yo debía vender con mucha cautela a «gente de confianza» por un módico precio.

El dinero obtenido iba destinado a una causa benéfica  y, como más tarde supe, bastante arriesgada. Tratábamos de erosionar a la Dictadura (que «estaba a punto de caer», me decían) reivindicando pacíficamente a un gran poeta que no era precisamente del gusto del dictador.

Manuel Fraga Iribarne (fundador y presidente de honor del PP) era entonces ministro de Información y Turismo de Franco, preparaba una Ley de Prensa aperturista y presumía de que el Régimen prometía ciera manga ancha en materia de libertad de expresión para quedar bien con el extranjero.

Era el momento de «poner a la Dictadura de Franco frente a sus contradicciones internas», me decían quienes me prestaban esos libros prohibidos que jamás había visto yo en la biblioteca de La Salle de AlmeríaFundamentos de Filosofía» de Politzer, «Qué hacer» de Lenin, «El 18 de Brumario» de Carlos Marx, etc.).

El historiador Gabriel Jackson y un servidor sujetando el poster de Miró (1966) para hacerle una foto esta tarde en el jardín de mi casa.

Los jugadores de la rifa optaban a una reproducción bastante pobre del Guernica de Picasso, a un libro titulado «La segunda resistencia» (no recuerdo el autor, aunque sería un seudónimo de los de Ruedo Ibérico) y, lo más importante para mí, un disco maravilloso (un LP o Long Play) con el poster de Miró en la cubierta y con los mejores poemas de Machado grabados (gratis, claro) nada menos que por Fernando Fernán Gómez, Fernando Rey y Paco Rabal, quienes le echaron valor para hacerlo porque sus voces eran facilmente reconocibles.

Yo no gané ningún premio en la rifa pero, por los servicios prestados, Jesús Vicente Chamorro, miembro del Comité organizador de lo que llamábamos pacíficamente «Paseos con Antonio Machado» (y que era cuñado de Enrique Carbajosa, mi vecino de cuarto), me regaló el disco.

Casi me lo aprendí de memoria y lo guardé como oro en paño hasta que desapareció en alguna de las multiples mudanzas que hice a la Universidad de Barcelona, a la Universidad de Harvard o a Nueva York.

Ojalá pudiera encontrar una copia para que mis hijos pudieran oir con fruición aquellos poemas que me ponían la carne de gallina y humedecían mis ojos. (Si alguien lo encuentra que me avise, por favor).

En la portada del LP está la obra que Joan Miró hizo (también gratis) para contribuir al Homenaje a Machado.


Poster de Joan Miró para el Homenaje a Machado en Baeza (Jaen) el 20 de febrero de 1966.

Encontré este poster recientemente, cuando me atreví a ordenar los papeles de mi hermana, que falleció en trágico accidente hace ya tres años. Me emocionó tanto el recuerdo de aquel poster que planché sus arrugas de 45 años, le puse un marco y lo colgué, en lugar de honor, en la entrada de mi casa.

Gabriel Jackson, que está pasando unos días en casa con nosotros (gracias a un Congreso sobre Joaquín Costa y al documental que ha hecho con Angel Viñas titulado «Ciudadano Negrín», que fue candidato a un Goya) reparó ayer en el poster de Miró y me preguntó por su significado. Ante tamaña provocación, no tuve más remedio que contarle esta historia, con pelos y señales, durante todo el desayuno.

El maestro me halagó con su atención y, con su vicio por los documentos escritos, el autor de «La República Española y la Guerra Civil» (1965), «Civilización y Barbarie», «Mozart«, «La España Medieval«, «Juan Negrín», etc., etc., me dijo que estas cosas hay que contarlas y dejar constancia de ellas para que no se olvide lo que fue la Dictadura de Franco. Sobretodo ahora que una parte de la derecha trata de reinvindicar la figura del dictador, que fue un asesino cruel y despiadado, y lo quieren presentar casi como una hermanita de la caridad.

Manifestaciones pacíficas como las recientes de los egipcios en El Cairo (que vemos hoy con envidia retrospectiva) eran impensables en la España de Franco. No había libertad de expresión ni de reunión ni de manifestación.

Naturalmente, en aquellos años sesenta había bastantes manifestaciones (sobredoto de estudiantes) pero se disolvían violentamente (con un montón de heridos y detenidos) y sin contemplaciones. La de Baeza fue una de ellas. Los «grisis» de Franco, porra en mano, y procedentes de varias provincias andaluzas, nos impidieron depositar la cabeza en bronce del poeta andaluz/soriano en el monumento que habíamos previsto para ello, en un lugar alto y precioso de Baeza (Jaen) con vistas al valle.

Admiradores de Machado (un "santo laico", dice hoy El País en su pag. 34) siguen preregrinando a su tumba en Francia. (Foto de Consuelo Bautista)

Yo era entonces un mindundi (más que ahora) y solo tenía información parcial de lo que estábamos tramando, con bastante secretismo, en visperas ya del 27 anuiversario de la muerte del poeta en el exilio. Por eso, quizás, me sorprendió tanto cómo se desarrollaron los hechos que cuento ahora, según lo permite mi memoria, tan selectiva como todas.

Todo se hizo tan clandestino como si se tratara del soñado sindicato democrático de estudiantes (que luego llamamos el SDEUM).

Los mayores me destinaron, como encargado, enlace o algo así, a uno de los autobuses que debía llevarnos desde Madrid hasta Baeza por las carreteras de entonces. Fue el premio por haber vendido tantas papeletas de la rifa, creo yo.

Salimos de Madrid, bien abrigados y con un pelín de miedo en el cuerpo, el 19 de febrero por la noche. Poco antes del amanecer del 20 de febrero de 1966, estábamos ya entrando en el valle desde el que se atisbaba, allá arriba, en todo lo alto, lo que podría ser la silueta borrosa y aún oscura de la imponente ciudad de Baeza, que acogió a don Antonio Machado como profesor de francés.

Ibamos contentos como unas pascuas, después de haber dado algunas cabezadas, y nos despertamos con un cosquilleo de emoción, al acercanos al lugar del homenaje sin haber sufrido ningún percance político ni policial. Nos dábamos ánimos y/o espantábamos el miedo -¡cómo no!- cantando. Entonces se decía:

«Cuando el español canta, está jodido o algo le pasa»

Las canciones republicanas de rigor («¡Ay Carmela!», «Si los curas y monjas supieran…», «Cuando canta el gallo negro…», etc, etc.) sonaban, sin orden ni concierto, en aquel oasis de libertad rodante, en aquel autobús cargado de hombres y mujeres, unos demócratas, otros aún partidarios de la dictadura del proletariado, todos antifranquistas ilusionados, arrobados por la adrenalina del peligro, de todas las edades y clases sociales, con trencas gruesas, barbas descuidadas y pelos largos, pero también con respetables calvas de doctos intelectuales y artistas, armados con largas bufandas y abrigos de postín.

Me recordaba las excursiones del colegio La Salle, claro que con otras canciones más pías («Vamos a contar mentiras», «¡Oh! buen Jesús», «Montañas nevadas». «Para ser conductor de primera«, etc.) y … naturalmente autorizadas por el «bando franquista«.

Nuestro conductor también debía estar en el ajo, pero no las tenía todas consigo pues, cuando arreciaban las canciones del «bando republicano», me miraba de reojo y movía la cabeza como diciendo: «Esta gente no sabe donde se mete«.

Lo supimos, en efecto, (¡vaya si lo supimos!) al tomar una curva con cambio de rasante. Allí nos esperaba, al alba, un coche de la Guardia Civil (podría ser un Jeep o algo así). Los números, con tricornio, subfusil y largo capote de monte, no eran precisamente los de Tráfico. Nos dieron el alto y, como está mandado, paramos en autobús en seco y abrimos la puerta. Preguntaron quién era el jefe de la expedición. Instintivamente, sin querer, el conductor me delató al mirarme.

Yo iba sentado en primera fila, cerca del conductor. Les dije a los guardias -con mi mejor vocecita de ex congregante mariano o de Caperucita Roja, eso sí, Roja- que allí no había ningún jefe y que simplemente íbamos de excursión a Baeza.

«Con que a Baeza, ¿eh?», me espetó, con tono algo sarcástico, el que parecía ser jefe de los guardias. «Tenemos órdenes tajantes de que para ir a Baeza sólo puede pasar el vehículo con el conductor. Así es que ya pueden dar la vuelta y marcharse por donde han venido».

Les pedí un momento para hablar con los «pasajeros», me fui a la mitad de autobus y convinimos en que lo mejor sería bajarnos, que se marchara el autobús y esperar a los siguientes autobuses que venían de Madrid, y de otros lugares de España, para ver qué hacíamos. Así lo hicimos. El autobús se fue hacia Baeza con el conductor a bordo y nadie más.

¡Jo! ¡Qué frio hacía en ese valle, a pocos kilometros de Baeza, al amanecer del día, el 20 de febrero de 1966!

Sin que nadie dijera nada, ya sin la protección del autobús, comenzamos a caminar muy despacio, espontáneamente, como el que reparte migajas de pan a las palomas, por la cuneta de la carretera y por el campo a través cuando había curvas.  Los guardias civiles no nos dijeron nada. Cumplían órdenes precisas: Los vehículos pasan sólo con el conductor. Se ve que no tenían instrucciones claras para el caso de que los «pasajeros» del bus decidieran seguir el camino andando.

Cartas y objetos en el buzón de Antonio Machado. (Foto de C. Bautista en El País)

En medio del campo, un machadiano bromista nos hizo reir -con risa nerviosa, claro- cuando dijo:

-«Se hace camino al andar…»

Tardamos un par de horas en llegar a pie a la plaza de Baeza. Nunca olvidaré la emoción que me produjo divisar, al subir una cuesta y mirar hacia atrás, a cientos de personas, en grupos de «autobús», y en fila india, caminando hacia Baeza desde el Norte, el Este y el Oeste. El Sur estaba detrás de la ciudad y, por el Este, ya nos calentaba el Sol.

Nos abrazamos. No estábamos solos ni perdidos en aquella aventura política/poética. «Caminante no hay camino«, ya, pero ahí se les ve haciendo su camino hacia el mañana. «Ya es hoy aquel mañana de ayer», pensé recordando unos versos del bueno de don Antonio. No puedo expresar la emoción que sentí al ver que, sin teléfonos móviles ni palomas mensajeras, otros había decidido seguir a pie, como nosotros.

Al llegar a la plaza nos encontramos con un centenar o dos de personas (no se calcular muy bien a ojo). Allí encontramos, triunfantes, a varios miembros del Comité organizador de los «Paseos con Antonio Machado».

«Vienen más», nos dijeron, «muchos más; y aquí no hay ni rastro de la Policía ni de la Guardia Civil».

Uno me contó, con alegría, lo increíble que había sido la velada de la víspera en las escalinatas del Parador de Ubeda, donde pararon los más pudientes y que fueron en coche propio el día antes. Allí estuvo incluso Raimon cantando «Al vent, la cara al vent». Increible, sí, pero la Policía no es tonta. Ve colillas y dice: «Tate, aquí han fumado«.

Quizás, por esa fiesta previa, alguien de inquebrantable lealtad al Régimen dio el aviso al gobernador civil de Jaén, rompiendo  el presunto secreto de nuestro proyecto. Aunque yo creo que la Policía lo sabía todo desde el día antes de la rifa. Para captar paseantes con Machado habíamos organizado veladas poéticas en los colegios mayores universitarios con mesas redondas en las que intervenían personajes nada sospechosos de franquismo como Aurora de Albornoz, Félix Grande, etc.

Pero se ve que los franquistas no querían escándalos en la prensa extranjera e intentaron devaluar finamente el homenaje a Machado impidiendo que llegarán a Baeza los autobuses cargados de «rojos».  Les sorprendió, sin embargo, que llegará tanta gente a pie. No se lo esperaban.

A la media hora, y cuando ya habíamos comenzado a caminar tranquilamente por el que algún día se llamaría «Paseo de Antonio Machado«, nos avisaron de que estaban llegando a Baeza muchos autobuses tan grises como los abrigos recios de los policías de Franco.

Antes de llegar al monumento, donde debíamos depositar el busto de bronce del poeta, nos esperaba un capitán con megáfono casero, al mando de un montón de «grises». Nos dio el alto levantando la mano y gritando. Los más jóvenes, brazo con brazo, nos pusimos inmediatamente en primera línea y los ancianos detrás.

El jefe de los grises dio la orden de que nos disolvieramos al sonar por tres veces su silbato. Uno de los organizadores trató de parlamentar sin éxito con el capitán. Este insistió:

«A la de tres, si no se disuelven inmediatamente, daré la orden de cargar».

Y así fue. ¡Vaya si fue! Nos molieron a palos. Aguantamos un poco -no mucho- con nuestras espaldas y piernas doloridas pero, al fin, la procesión civica/poética se disolvió en carreras desordenas por las calles de Baeza. ¡Qué paliza!.

Hubos heridos y detenidos. A mi no me cogieron ni me ficharon porque un coche providencial paró en medio de la calle, abrieron la puerta y me tiré literalmente encima de las rodillas de los tres o cuatro pasajeros que iban apretados en los asientos de atrás. Luego me dijeron que, en ese mismo coche, iba alguien importante de la oposición clandestina al franquismo. Pero no recuerdo su nombre.

Si el conductor de aquel coche llegara a leer esto, quiero que sepa que le estoy eternamente agradecido. Mi expediente quedaba limpio para seguir la lucha contra la Dictadura con más eficacia que si me hubieran detenido y/o fichado.

Eso vendría años después, recién muerto el dictador, cuando me secuestraron y torturaron a punta de metralleta.  Y con peores modales, desde luego, que los de los grises. Ya lo creo.

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El País ha publicado hoy un reportaje interesante sobre los admiradores de don Antonio Machado que visitan su tumba en Collioure (Francia).

En el blog de Alberto Granados he encontrado el busto de Machado ya incorporado en el monumento de Baeza (1983) y una referencia interesante al Homenaje a Machado en Baeza tal dia como hoy hace 45 años.

Por la libertad: Una de las páginas más bellas de la Historia

El País publica hoy este artículo-homenaje a las Brigadas Internacionales que lucharon por la libertad y contra el fascismo en España. Como creo que es de pago, y estoy suscrito, lo copio y lo pego ahora mismo, con permiso de Juan Luis Cebrián.

Escrito en España

RÉMI SKOUTELSKY

Setenta años después del estallido de la guerra civil, un puñado de supervivientes de las Brigadas Internacionales llegados de todo el mundo participan estos días en ceremonias de homenaje en varias ciudades españolas. Desde su creación, las Brigadas tuvieron una dimensión mítica, ya fuera positiva o negativa. Sus combatientes no eran los primeros que cruzaban la frontera de los Pirineos ni los primeros en llegar a Barcelona o a Alicante. Refugiados políticos, en su mayoría italianos y alemanes, habían participado en la resistencia al golpe. Durante todo el verano de 1936, se incorporaron otros militantes, formando centurias que se integraron en las columnas anarquistas, en las del POUM o en las del 5º Regimiento comunista.

Los partidos políticos en el exilio animaban a sus miembros a que se incorporaran. Cuando la URSS tomó la decisión, sólo a finales de agosto, de ayudar a la República, no se planteó enviar tantos contingentes como Hitler o Mussolini. Habrá cerca de 2.000 soldados soviéticos durante toda la guerra: 40 veces más en el otro bando, sin contar con los Regulares marroquíes. Puesto que en el mundo entero miles de voluntarios estaban dispuestos a ir a España, más valía contar con ellos: así nacieron las Brigadas Internacionales. La Internacional comunista, el Komintern, encauzó, organizó y también reclutó cerca de 35.000 combatientes, todos voluntarios que no pedían retribución. Este movimiento es único en la historia por su dimensión.

Se ha considerado a las Brigadas Internacionales como un grupo de intelectuales, artistas y poetas. Quizá para algunos la realidad es demasiado vulgar. Se trataba de un ejército de obreros: el metalúrgico parisiense salido de la huelga general de mayo-junio, el minero galés curtido en las marchas contra el hambre, el sindicalista negro de Estados Unidos, el obrero italiano refugiado en Bélgica, el sastre judío de Whitechapel acostumbrado a meterse en peleas con los marineros del fascista Mosley, el parado de Montreal…

Estos hombres fueron masacrados en Madrid, en la ciudad universitaria, en el Jarama, en la espantada de Aragón y cuando cruzaron el Ebro. Uno de cada cuatro descansa bajo el suelo español y la mitad de los que volvieron quedaron marcados de por vida.

Se oponían a los ejércitos profesionales de Franco con su bravura, de la que no tenían el monopolio, y también con la fuerte convicción de que el destino de la humanidad dependía en aquel momento de su capacidad de resistencia. El fascismo les parecía una amenaza que se combatía a escala internacional: la mundialización no es de hoy. Para los veteranos italianos que habían luchado contra las camisas negras de Mussolini, se trataba de trasladar el frente de lugar. Para los judíos de la Europa Central, expulsados de Francia y luego de Bélgica, para los exiliados alemanes condenados a vivir de la caridad de los comités, España representaba también la oportunidad de poner fin a un sinfín de humillaciones. Para los franceses, que eran mayoría, o los ingleses, el compromiso era la respuesta directa a la no intervención de sus gobiernos democráticos. Muchos también veían la oportunidad de participar en la revolución española.

En febrero de 1939, cerca de 5.000 voluntarios cruzan la frontera francesa mezclados entre las columnas republicanas. Eran ciudadanos huidos de potencias fascistas que, al no poder regresar a sus países, se quedaron combatiendo tras la retirada oficial de las Brigadas Internacionales, cinco meses antes. Saben que al otro lado les esperan los campos de internamiento. Marty les dedica su último discurso retomando las palabras de la Pasionaria: «¡Habéis entrado en la historia!». Pero un muchacho de Varsovia le espeta: «Muy bien, pero ahora, ¿cómo salimos?».

Jefes de la resistencia nacional o que inmigraron a Francia, aunque también a Italia y a Yugoslavia, comandos de los ejércitos americanos, pilotos de la RAF, serán otra vez diezmados. La guerra fría les sorprenderá de nuevo: en Estados Unidos, ¿cuántos lograrán escapar de las garras del FBI? Idéntica a sí misma, Suiza los llevó ante los tribunales cuando volvieron. Pero lo peor ocurre en el Este. Son ex brigadistas muchos de los condenados por la caza de brujas estalinista, con las autoinculpaciones seguidas de ejecuciones inmediatas, que manchan de sangre a principios de los cincuenta las flamantes «democracias populares». No es una casualidad.

La recuperación de la democracia en la península y el hundimiento de la dictadura soviética tienen también consecuencias para los veteranos. En España, les conceden la nacionalidad a título honorífico a finales de los años noventa. En Francia, tras años de amnesia, incluso del Partido Comunista, les reconocen la condición de excombatientes.

Como creación del Komintern, totalmente sometidos a su control, los brigadistas no podían ser definidos en cambio como «su ejército». Es cierto que los códigos del universo comunista de entonces estaban en vigor, como «la espionitis», agravada en España por las derrotas militares. Sin embargo, esta atmósfera era propia de todo el ejército republicano, y los «500 fusilados» de Marty, a los que todavía se aferran algunos autores, son una falsedad inventada por los franquistas, como ya se ha demostrado ampliamente. Los mitos tienen una vida prolongada.

¿Habría incluido un ejército del Komintern a centenares de socialistas y republicanos italianos, a un 50% de franceses que, tal vez, no pertenecían al Partido Comunista o a los miles de voluntarios -la mayoría antimilitaristas convencidos- que no sabían utilizar un fusil cuando llegaron a España?

Las Brigadas Internacionales fueron aún menos «el brazo armado del NKVD» (el antiguo KGB): quedaron al margen de las luchas fratricidas de la República, en concreto las de los días de mayo de 1937 en Barcelona.

¿Puede calificarse en cambio a los brigadistas como «voluntarios de la libertad»? Muchos no hubieran retomado la frase insuperable de Rosa Luxemburgo según la cual la libertad de pensamiento es la libertad de quien no piensa como uno mismo. No hay que negar tampoco que fueron los primeros en implicarse en el combate que liberaría a Europa del fascismo y del nazismo, para convertirla en el lugar de la democracia y la libertad que es hoy. Su gesta constituye una de las páginas más bellas de la historia del siglo XX. Y se escribió en España.

Rémi Skoutelsky es historiador francés. Su última obra es Novedad en el frente. Las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil (2006). Traducción de Martí Sampons.

Y este es uno de los poemas más duros que jamás he leído contra las matanzas de civiles por el fascismo en la Guerra Civil española. Este poema de Pablo Neruda sobre el bombardeo naval nazi de la ciudad de Almería -que mi padre intentó defender con un sable que le dieron en el cuartel- es para mi equivalente al Guernica de Picasso en pintura.

En la historia de las guerras de la humanidad hay un antes y un después de los bombardeos contra la población civil de Guernica (desde el aire) y de Almería (desde el mar).

Ahora estamos tristemente acostumbrados a esta barbarie. Sin embargo, durante la Guerra Civil española, Guernica y Almería fueron una terrible novedad mundial, un ensayo cruel de la aviación y la armada de Hitler al servicio de Franco.

Y transtornó a muchas personas, entre ellas a los dos grandes Pablos (Picasso y Neruda). Picasso vomitó su rabia sobre el lienzo y Neruda sobre el folio. También transtornó al tercer gran Pablo del siglo pasado, Pablo Casals, (me lo dijo él mismo), que convirtió su rabia en un bellísimo Himno a la Paz.

Copio y pego aquí el poema de Almería de Pablo Neruda -como un pequeño homenaje a los brigadistas y a la memoria de mi padre. Acabo de encontrarlo entre mis papeles viejos y no quiero volver a perderlo. Dice así:

Almería

Poema de Pablo Neruda

Un plato para el obispo, un plato triturado y amargo,

un plato con restos de hierro, con cenizas, con lágrimas,

un plato sumergido, con sollozos y paredes caídas,

un plato para el obispo, un plato de sangre de Almería.

Un plato para el banquero, un plato con mejillas

de niños del Sur feliz, un plato

con detonaciones, con aguas locas y ruinas y espanto,

un plato con ejes partidos y cabezas pisadas,

un plato negro, un plato de sangre de Almería.

Cada mañana, cada mañana turbia de vuestra vida

lo tendréis humeante y ardiente en vuestra mesa:

lo apartaréis un poco con vuestras suaves manos

para no verlo, para no digerirlo tantas veces:

lo apartaréis un poco entre el pan y las uvas,

a este plato de sangre silenciosa

que estará allí cada mañana, cada

mañana.

Un plato para el Coronel y la esposa del Coronel,

en una fiesta de la guarnición, en cada fiesta, sobre los juramentos y los escupos, con la luz de vino de la madrugada

para que lo veáis temblando y frío sobre el mundo.

Sí, un plato para todos vosotros, ricos de aquí y de allá,

embajadores, ministros, comensales atroces,

señoras de confortable té y asiento:

un plato destrozado, desbordado, sucio de sangre pobre,

para cada mañana, para cada semana, para siempre jamás,

un plato de sangre de Almería, ante vosotros, siempre.

FIN

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