Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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¡Gracias, muchachos! Casi todos somos España

Gracias, muchachos de la selección española de fútbol y gracias, Luis Aragonés por las alegrías que hemos recibido de vosotros en una semana gloriosa. Sobretodo, porque la gente estaba muy contenta. Todos hemos estado llenos de contento por vuestras victorias en la Eurocopa. . Aunque sólo quedáramos subcampeones de Europa, ha sido muy bonito mientras duró. Pero aún conservamos el sueño y la ilusión de volver a ser alguien en este deporte cuya técnica tanto me cuesta entender. Podemos ganar. Y, si le ganamos esta noche a Alemania, es posible que le debamos a las selección española. además de la consiguiente alegría nacional, unas décimas de recuperación del PIB, en medio de esta crisis económica (sí, Zapatero, crisis) que estamos sufriendo.

Por mucho que lo nieguen los sabios, la alegría colectiva es muy productiva y genera riqueza y empleo. Aunque sólo fuera por eso, deberíamos ganar a Alemania esta noche. Pero es por algo más. Como dijo el mister: por los jugadores, por España y por el mismísimo Luis Aragonés, que se ha merecido la victoria.

Y, como nadie en profeta en su tierra -que es la nuestra- Luis Aragonés dejará incomprensiblemente de dirigir la selección española de fútbol, lo mismo que el gran Pepu Hernández dejó de dirigir la selección española de Ba-lon-ces-to, después de llevarla hasta lo más alto del mundo. Así es la política en las federaciones.

«Voy contra mi interés al confesarlo» (como diría Bécquer), pero reconozco no entiendo (casi) nada de fútbol. Y, sin embargo, el jueves pasado, durante la segunda parte del partido España-Rusia, disfruté muchísimo viendo a los nuestros bailando con el balón, con gran naturalidad y extraordinaria destreza, en la cuna del valls. Y esta noche espero disfrutar igual con algo que nunca me apasionó; espero disfrutar, por lo menos, tanto como como cuando ganamos el Mundial de ba-lon-ces-to. Fue hace casi un par de años. Me emocioné con el baloncesto como espero hacerlo esta noche cono el fútbol. Y escribí que ya no me daba miedo la bandera española.

Y es es que, para los españoles, esta Eurocopa de 2008 trasciende ya al propio fútbol, con todo lo que este deporte supone de sublimación de identidades colectivas, de amor a la competición y -no digamos- a la victoria. Si ganamos, estoy dispuesto a aprender, con humildad, algo más de fútbol. Ahora estoy empezando a entender al «mariano» de Forges pegado/incrustado a la pantalla del televisor cuando hay un gran partido como el que nos espera esta noche.

Un acontecimiento de esta índole, basado en expectativas de victoria o derrota, no puede ni debe pasar inadvertido para los directores de los diarios de pago. Por eso, las portadas de hoy son especialmente relevantes.

El joven director de Público , Ignacio (Ina, de pequeño) Escolar, anima a su muchachada izquierdista, a toda página, con un simpático juego de palabras (o doble sentido) que hará sonreir de complicidad a más un lector con este grandísimo titular:

LA FINAL

Hoy todos somos rojos

Aunque a Público se le ha visto siempre más el plumero de su devoción económica por La Sexta que por la Cuatro, hoy no duda en anunciar en su portada el partido Alemana/España a las 20.45 en la CUATRO.

Lo cortés no quita lo valiente.

El Mundo, fiel a su reciente tradición, dedica su portada, arriba, a cuatro columnas, a una entrevista con su nueva lideresa, Esperanza Aguirre.

Abajo y a tres columnas (aunque con foto) va el partido de la Eurocopa con un titular integrador, no realista, pero cargado de buenos deseos:

España con España

Ni ayer ni hoy ha recogido El Mundo noticia alguna (ni una línea) en su interior sobre la declaración de su columnista Federico Jiménez Losantos ante el juez, acusado de nuevo de injurias y columnias, esta vez contra el ex comisario de Vallecas, durante el 11-M, Rodolfo Ruiz.

–De la misma forma que El Mundo dedica hoy el escaparate de su portada, a cuatro columnas, a su lideresa, Esperanza Aguirre, no debería extrañarnos que El País (al que siempre le exigimos un poco más de solvencia profesional) le dedique casi toda su portada -a cuatro columnas y un porrón de páginas interiores de texto soso y aburrido- a su líder, el presidente Zapatero.

Se trata, también en este caso, de una entrevista realizada con antelación, para el lector dominguero y con fotos de relleno promocinal.

Estoy seguro de que han titulado en primera así, con la malsana intención de ayudar y/o halagar a Zapatero, pero maldita la gracia que tiene el titular de Pero Grullo que han destacado, bajo una foto forzada, menos natural que el Danone y más falsa que los duros sevillanos:

«Es opinable si hay crisis»

Salvo en Teología, todo es opinable en esta vida. ¡Vaya notición de primera, en visperas de la final de la Eurocopa!

¡Te cagas!

Y al gran tema del día le dan tres columnas del faldón, con foto tipo sello de Correos para el héroe nacional Iker Casillas, y con un titulín a una columna, por abajo:

La hora del duelo final

La verdad es que hoy se han lucido los intelectuales de mi querido El País

Menos mal que, en páginas interiores de El País, hay dos artículos magníficos de dos intelectuales de verdad (Javier Marías y Gonzlao Suárez) que salen al rescate galante del tercer diario más leido de España (después, naturalmente, de 20 minutos y Marca)

JAVIER MARÍAS EUROCOPA 2008 – La gran final

Lo contrario de lo que hemos sido

JAVIER MARÍAS en El País29/06/2008

En otras ocasiones, cualquier actuación aceptable de la selección española -no digamos cualquier victoria, como la inicial goleada a Ucrania del último Mundial- ha desatado una euforia desmedida y un patrioterismo achulado de la peor especie. Esta vez, en cambio, y pese al cutrerío montado por la cadena Cuatro en la plaza de Colón, lo que creo que prevalece es una sensación de desconcierto e incredulidad, que extrañamente templa los ánimos, en lugar de exaltarlos, y nos lleva a ser modestos, o lo que quiera que sea lo contrario de fanfarrones y triunfalistas.

Ojalá tengamos que renunciar de una vez a nuestra falta de carácter y a nuestra mala suerte

No estamos acostumbrados a que España convenza y juegue de maravilla. Ni a que su actitud en el campo sea serena y esté exenta de agonismo y también de agonía. Nos resulta tan raro ganar sin angustias y sin heroicidades que hasta cierto punto nos cuesta ver al actual equipo como a la España de siempre, lo cual, contradictoriamente, nos tienta a sentirlo como menos nuestro, o aún es más, como una pandilla de impostores. Lo extraordinario del caso es que estos mismos jugadores, hace tan sólo unos meses, durante la insoportable fase de clasificación, nos parecían no sólo el grupo dubitativo, inseguro, insípido y más bien aburrido de casi siempre, sino, como yo mismo dije en una columna, «una selección de medianías». A la vista de sus partidos de la Eurocopa, sobre todo de la semifinal contra Rusia, está claro que me equivoqué o que se ha producido una monstruosa y jovial transformación. Supongo que lo primero, y que no supe ver lo que encerraba este conjunto de futbolistas. El verbo «encerrar» es aquí particularmente adecuado, porque su excelencia y su aplomo eran todo menos manifiestos, creo yo.

Y ahora, ¿cómo nos acoplamos, cómo hacemos? Supimos ver con objetividad, y dentro de todo se nos hizo verosímil, que Holanda barriera del campo a Francia y a Italia; desde luego que España jugara agarrotada y nos sometiera a sufrimiento en su partido contra la segunda; también que Rusia, a su vez, barriera del campo a la hasta entonces aguerrida Holanda.

Lo último no ha habido manera -o tiempo- de asumirlo como verdadero: que España, precisamente la acomplejada y pusilánime España, barriera del campo a los que habían barrido del campo a los vigentes campeones y subcampeones del Mundial último, Italia y Francia. ¿Somos en verdad «nosotros»?, es la pregunta incrédula que nos sobrevuela. Y esa extrañeza se traduce, curiosamente, en menos bravuconería y vociferación, menos patriotismo y mayor moderación. Ganar mereciéndolo nos deja perplejos y nos invita a sacar menos pecho. Quién sabe si a partir de ahora aprenderemos hasta a ser elegantes. Queda la final. Es probable que contra Alemania todo regrese: las bajas pasiones, el navajismo, el llanto a lo Luis Enrique y el juego aturullado y frágil. Contra la terquedad y la buena suerte alemanas, contra su pesadez y su fútbol tan poco imaginativo como irreductible, todo eso cabe. Es más, hay que contar con la peor pesadilla: que luchemos y haya «no goles» a lo Cardeñosa o Michel, que el árbitro nos perjudique, que Casillas la pifie como Arconada hace 24 años, que fallemos tres penaltis o que en el último segundo nos hunda un defensa, como Lahm a la divertida Turquía o Schwarzenbeck cuando impidió que Luis Aragonés levantara una Copa de Europa.

Entonces todo volverá a su lugar. Nos lamentaremos durante varios lustros, clamaremos contra la injusticia, los locutores repetirán hasta la saciedad: «Ha sido una pena, ha sido una pena». Lo de Rusia quedará como anécdota, como un sueño, una excepción. Ojalá no sea así. Ojalá tengamos que renunciar de una vez a nuestra falta de carácter y a nuestra mala suerte. Ojalá mantengamos nuestro primer estilo definido en decenios y sigamos viendo a nuestro equipo como si fuera el de otros. Es decir: ojalá sigamos desconcertándonos, para así empezar a acostumbrarnos a ser por fin lo contrario de lo que siempre hemos sido. Por lo menos en fútbol. Por algo se empieza.

FIN

EUROCOPA 2008 – La gran final

Esplendor en la hierba

MARTÍN GIRARD en El País, 29/06/2008

(Martín Girard es el seudónimo que el escritor y cineasta Gonzalo Suárez utilizaba en sus tiempos de cronista deportivo)

En este campeonato de Europa hemos visto equipos que bajarían a Segunda si jugaran en Primera. La selección española se ha lucido dos veces contra un conjunto ruso técnicamente torpe y físicamente lento (a pesar de lo de Holanda, que resultó ser un espejismo de dos caras). Nunca acabaremos de saber si un equipo juega bien porque el otro juega mal o si el otro juega mal porque no le dejan jugar bien. A ciencia cierta, no sabemos nada. Salvo que hemos visto una Francia de pena, una Italia lastimosa, una Grecia anodina, un Portugal arronaldado, una deslizante República Checa entre los guantes de Cech, una peripatética Polonia y una milagrosa Turquía, cuya inocencia acabó siendo mayor que su fe.

Tampoco los croatas vieron premiado su fervor patriótico. Y, que me perdonen, pero dejando aparte a los finalistas, no recuerdo gran cosa de los demás, incluida la tan temida Suecia. Quienes afirman que hemos visto uno de los mejores campeonatos europeos se refieren, sin duda, a la emoción propiciada por una esporádica genialidad de última hora o un fallo de último minuto. También eso es fútbol, es verdad. Pero, a mi entender, ni siquiera Alemania ha estado a la altura de los más grandes de otras épocas. Juro que no es añoranza, sino evidencia. Europa está en crisis y, en ese contexto, el equipo español es, al tiempo, una esperanza y una realidad.

Un equipo joven de la llamada España plural (la que se rompía y no se ha roto), con un inmigrante de lujo y otros integrantes con acento anglosajón. Bajos de estatura y altos de nivel técnico, crecemos por momentos y contamos además con uno de los pocos porteros que no ha cantado bajo la lluvia. Como cierta cerveza de Copenhague, probablemente, es el mejor. Nunca habíamos tenido un equipo así y, en eso, sí estoy de acuerdo con todos. Por tanto, esperemos que a la enésima vaya la vencida.

Pero antes de citar aquí la arenga de Jenofonte a sus soldados en La retirada de los diez mil, como alternativa al barriobajero «¡a por ellos!», me viene a la memoria, por algo será, una de las más miserables anécdotas xenofóbicas que me ha tocado vivir. Érase una vez un muchacho negro (de Cabo Verde, supongo) que llegó a Portugal para jugar con el Belenenses. Traía una carta de presentación que exhibía orgulloso. La carta decía así: «Este desgraciado es una bestia, criado en plena selva, y habrá que tener cuidado de que no huela el alcohol o vaya con mujeres, porque se comportaría como un auténtico salvaje».

El muchacho en cuestión resultó ser un buen chico, muy atento y disciplinado. Se llamaba Yanka. No fue fácil conseguir que se desprendiera de la carta de presentación que para él significaba su único documento de identidad. Y vaya ahora la prometida arenga de Jenofonte antes de la batalla: «Y si alguno de vosotros está desalentado porque no disponemos de caballería y los enemigos la tienen numerosa, considerad que diez mil jinetes no son nada más que diez mil hombres: nadie murió jamás en una batalla a consecuencia de los mordiscos o las coces de un caballo; son los hombres quienes deciden la suerte de las batallas. ¿Y puede negarse que nosotros marchamos sobre un vehículo mucho más seguro que los jinetes?

Ellos van suspendidos sobre sus caballos, temerosos no sólo de nuestros ataques, sino también de caerse. Nosotros, en cambio, que marchamos sobre tierra, golpearemos con mucha más fuerza si alguno se acerca, daremos con más facilidad en el blanco que queremos. Sólo en una cosa nos llevan ventaja los jinetes: podrán huir con más seguridad que nosotros». Así que ya lo sabemos. Los alemanes son más altos, fuertes y experimentados que nosotros. Si tropiezan, caerán desde más arriba. Y será nuestro el esplendor en la hierba.

Fin

Feliz partido para (casi) todos

¡Que viva España!