Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Se limpian el culo con Bush. Y no pasa nada.

Una prima de mi mujer que vive en el Medio Oeste, casi al pie de las Montañas Rocosas, nos ha enviado un regalo que en nuestra familia hemos considerado simpático.

Unos amigos de derechas -que los tenemos- también han sonreido al verlo. Algunos incluso han celebrado con un «¡hay que ver!» la libertad de expresión que impera en los Estados Unidos.

El regalo en cuestión es, ni más ni menos, un rollo de papel higiénico con fotografías en blanco y negro del rostro sonriente del presidente George W. Bush, jefe del Estado norteamericano, con frases textuales extraídas de sus discursos.

Esos rollos de papel higiénico se venden en las tiendas de Estados Unidos. Y no pasa nada.

Algunos incrédulos dudan del buen o mal gusto de algunos norteamericanos a la hora de usar un papel higiénico u otro. Por eso he pegado arriba la foto del rollo en cuestión.–

Aquí, unos energúmenos queman una foto del jefe del Estado y se arma la marimorena en la portada y muchas páginas interiores de algunos diarios. En cambio, no da ni para media página en otros. Depende, naturalmente, de los intereses de cada empresa editora y de sus lectores.

Con la quema de la foto del Rey en Girona y la «guerra» de las banderas y las no banderas en los balcones de algunos ayuntamientos (lo que también ocurría cuando gobernaba en PP), El Mundo ha montado hoy seis páginas con el cintillo común «DESAFIO NACIONALISTA»..

Vuelven a sus páginas los tambores de «se rompe España»

El País sólo da un sumario en primera a una columna con el fiscal como sujeto:

El fiscal pide a la Generalitat datos de la quema de fotos de los Reyes en Girona

En página interior y par, despacha este asunto de las fotos reales con un titular a tres columnas y una crónica que no llena ni media página.

La presunta «guerra de las banderas«, que se suele desenfundar en vísperas electorales, sólo le da a El País para dos columnas que no llenan ni un cuarto de página.

O sea, 6,7 páginas en El Mundo contra 0,7 en El País .

En este análisis comparativo de noticias, el tamaño también importa, aunque no tanto como el sujeto y, sobretodo, el verbo.

Zapatero «agita»: un verbo inédito en El País

Ambos diarios coinciden hoy en los sujetos de las dos noticias que consideran más importantes para sus lectores, pero discrepan, como es habitual, en el verbo que les atribuyen.

Zapatero «nombra»…

en El Mundo.

Zapatero «agita»…

en El País.

Por un momento, pensé que me había confundido de diario.

Rectifiqué en cuanto leí la segunda noticia del día. Ambos coinciden en que el sujeto es «el fiscal» pero el de El País acusa de corrupción a cargos del PP y, en cambio, el de El Mundo habla de falta de pruebas en el 11-M.

Me tranquiliza comprobar que cada uno sigue en su sitio. El uso que ha hecho El País del verbo «agitar», tan pedrojotero, ha debido ser una veleidad de fin de semana para jalear a Zapatero que parece encantado de haberse conocido después de vencer al pobre Rajoy en el debate del Congreso. Tampoco es para tanto.

Interesante artículo de Antonio Elorza sobre uno de los males de España:

Ciudadanía

ANTONIO ELORZA en El País

07/07/2007

«¿Quieres Marín que yo cante, al clero y la monarquía? ¡No comprendes ignorante, que esa canción no es la mía! ¡Que vaya el Nuncio y les cante!». La coplilla republicana, citada por Ramón Sender en su Mr. Witt en el cantón ilustra muy bien una cuestión actual: los límites que a sí misma construye la política opositora del Partido Popular. Es como si sus dirigentes creyeran en la prioridad de blindar a un núcleo duro de electores de derecha, reforzando hasta el límite su voluntad de oponerse a todas y cada una de las medidas del Gobierno, sin darse cuenta de que en la España actual, como en el resto de las democracias europeas, las elecciones se ganan en el centro y el maniqueísmo por principio se paga con la derrota. Puede resultar muy gratificante el espectáculo de unas masas enfervorizadas en la plaza de Colón gritando consignas y aireando pancartas de satanización, si bien lo que por una parte se consolida, por otra se pierde al suscitar el rechazo de una masa de ciudadanos que tal vez está descontenta, y muy descontenta, con aspectos decisivos de la política gubernamental, pero que no por ello se encuentra dispuesta a regresar al pasado.

La campaña contra la asignatura de ciudadanía constituye un óptimo ejemplo de ese irreflexivo espíritu de Cruzada que desde las pasadas elecciones viene animando a los populares. En lejanos tiempos de amistad, un encumbrado historiador decía a propósito de una pareja de historiadoras americanas que eran «antídotos contra la lujuria». La consideración de la mujer ha cambiado y la frase carecería de sentido en lo relativo a la belleza o fealdad. La caracterización sigue en cambio vigente aplicada al caso: el cardenal Rouco y sus seguidores ofrecen verdaderos antídotos contra una opción de voto razonable en un país laico como el nuestro.

Cuando durante siglos la Iglesia convirtió la enseñanza de la religión en un ejercicio de catequesis autoritaria, y todavía hoy se opone con éxito a su racionalización, al bloquear un imprescindible estudio del hecho religioso o de historia de las religiones, los feroces ataques contra la introducción de los adolescentes al conocimiento de la democracia tienen un inevitable efecto bumerán. Vienen a recordar que en el fondo de la mentalidad de la derecha española, con la Iglesia al frente y al fondo, anida la concepción tradicionalista de la ciudadanía como algo ajeno a lo que según ellos debiera ser el núcleo de la organización social, la condición de creyente. En el hermoso mosaico de la iglesia romana de Santa Pudenciana, del siglo V, la nueva religión se alza, simbolizada por la figura de Cristo, adoptada la barba de Zeus, al acoger la aportación de la filosofía griega. Nuestro catolicismo político no alcanza a entenderlo.

La gracia más repetida consiste en afirmar que la nueva asignatura es un remake de la franquista Formación del Espíritu Nacional, lo cual de nuevo nos hace pensar que las convicciones democráticas de nuestros militantes de derecha son bien débiles, ya que asimilan sin más un contenido fascista con el que puede ofrecerse para servir de fundamento a un comportamiento activo dentro de una sociedad regida por la soberanía nacional y enmarcada por el Estado de derecho. Como si hubiera conflicto alguno entre ser ciudadano y católico; lo de repartir las esferas entre el César y Dios, por este orden, no es un invento de los laicos. Por lo demás, si nos atenemos a la estimación implícita de aquello van a ser unas cuantas tonterías, sin otro contenido que formar futuros votantes socialistas, vamos a parar a una situación de pura y simple ignorancia. Claro que la ignorancia siempre viene bien a la hora de montar sucedáneos de cruzadas.

Es como si Rajoy y su entorno hubieran decidido desde el 14-M hacer de la conquista del centro un objeto imposible. Primero, con el interminable apoyo al espantajo de la teoría de la conspiración con ETA de guinda, luego con el ejercicio de la oposición como si se tratara de descalificar al Gobierno sin excepción ni pausa, dejando así escaparse las grandes ocasiones para mostrar los errores de Zapatero, y permitiendo a éste montar su supervivencia y eludir la responsabilidad de sus actos con sólo denunciar la cerrilidad de sus adversarios. Ejemplo reciente: las muertes del Líbano. Rajoy no es nulo, pero sí romo: nunca puede vencer, salvo si el terror nos invade a todos.

Fin

Caperucita, en El Mundo, y el lobo, en El País

Reparado mi portátil y casi recuperado de tantas comidas y cenas prenavideñas, me enfrento de nuevo con la tarea de comparar los titulares (noticias y no noticias) de las portadas de los dos principales diairos de pago de España.

¿Y qué me encuentro?

Una ración de Caperucita, a tres columnas, en El Mundo, y otra del lobo en El País, a cuatro.

El País, a cuatro columnas, arriba:

El juez «pinchó» el móvil del consejero de Interior por alertar al alcalde de Andratx

Sumario:

El auto judicial revela que el alto cargo balear y el regidor planearon qué hacer ante la inminente detención de éste

Va ilustrado con fotocopia del auto del juez con este pie:

EL CHIVATAZO. El auto del juez confirma que el consejero balear de Interior conocía previamente la detención del alcalde de Andratx, algo que él niega

El Mundo

El «número 2» del PP balear tuvo el móvil pinchado a petición del fiscal

Sumario:

El juez levantó la medida sobre José María Rodríguez al cabo de 8 días tras no apreciar ningún indicio de delito en relación al «caso Andratx»

O sea: fiscal malo, juez bueno, dependiendo del diario. Consejero de Interior de PP, limpio o sucio, según dónde se mire.

A dos columnas, El Mundo manda con uno de sus sujetos favoritos, considerado «no noticia» por El País:

Vera y el coronel Hernando en el banquillo por pagar a Amedo en Suiza

A una columna, El País lleva un recuadro considerado «no noticia» por El Mundo:

Detenido por malversación el presidente del PP de Telde

Pero lo más interesante, a mi juicio, ha sido el artículo del magistrado Martín Pallín en El País que copio y pego para quienes no tengan acceso:

La sombra de Franco es alargada

JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN

19/12/2006

Sus fieles seguidores le guardan y tributan veneración y respeto. Esgrimen y ondean con orgullo sus símbolos y sus banderas, compartiendo sin fisuras el rechazo permanente que el personaje tuvo hacia la democracia y los partidos políticos. Difícilmente toleran que se le coloque en el museo de los más crueles y sanguinarios dictadores, al lado de Hitler o del recién fallecido Pinochet.

Los dictadores no tienen amparo en la posible prescripción de sus crímenes. Para ellos el tiempo no es el olvido. Un golpe de Estado contra la democracia es un hecho histórico pero nunca será un acto legítimo.

Siguiendo los debates que se han abierto sobre la necesidad de cerrar una época negra y trágica de España nos encontramos ante una realidad que, por encima de opiniones e interpretaciones de la historia, nos demuestra que Franco no ha muerto.

Está presente en estatuas, avenidas, calles y fundaciones legalmente constituidas. Su nacional catolicismo, única estrategia política que hábilmente mantuvo hasta su muerte, se ha perpetuado en la cúpula del Episcopado.

Una de sus máximas favoritas sostenía que los ciudadanos españoles, presos de sus demonios familiares, no estaban preparados para la democracia. Ahora que hemos superado nuestra «impericia» para vivir en democracia, ha llegado el momento de rescatar el valor superior de la justicia para los que murieron o vivieron sojuzgados durante la larga dictadura. De nuevo nos encontramos con los demonios familiares encarnados, esta vez, en algunos demócratas y, por supuesto, en los hijos espirituales y nostálgicos de aquellas gloriosas gestas que, según el derecho internacional de las sociedades y países civilizados, no son otra cosa que crímenes contra la humanidad.

Negarse a la anulación de los Consejos de Guerra sumarísimos con el pretexto leguleyo de que afectaría a la seguridad jurídica o la manipulación de la doctrina del Tribunal Constitucional sobre la retroactividad de los derechos fundamentales, llena de perplejidad a muchos juristas. Todavía no he conseguido hacérselo entender a muchos colegas latinoamericanos que admiran la decisión con la que España aplicó el principio de justicia universal, persiguiendo a dictadores con el beneplácito y la admiración de la comunidad internacional.

No voy a perder el tiempo argumentando, una vez más, sobre la razón legal que nos asiste a los que mantenemos la posibilidad de su anulación. Sólo diré que la vergonzante propuesta de ley cuya tramitación se inicia, llega hasta el extremo insólito de vedar la publicación de los nombres de las personas que han intervenido en la comisión de hechos que el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo han condenado como crímenes contra la humanidad.

Los más ilustrados de los grupos de opinión que no comparten la revisión legal del franquismo han acuñado una frase que aplican al presidente del Gobierno, al que acusan de «sectarismo revisionista». Seguramente no han leído la ley que propone, ni les interesa.

Algunos clasifican las dictaduras como los vinos. Incuestionablemente nuestra dictadura pertenece, por su duración, a la gran clase de la vinicultura y seguramente por ello piensan que no conviene mover la botella no vaya a ser que el preciado liquido se deteriore.

Las dictaduras chilena, uruguaya y argentina, al parecer, no alcanzan esta condición. Sus comportamientos fueron calcados de la ilustre marca que les ofrecía España. Suspensión de sindicatos, disolución de partidos políticos, del Congreso de los Diputados y de las Cortes Supremas de Justicia. La experiencia histórica y el buen consejo de Henry Kissinger les evitó caer en el enojoso trámite de articular consejos de guerra o cortes marciales que, con métodos expeditivos, encadenasen sentencias de muerte para los subversivos. La solución del exterminio la compartieron con los golpistas españoles, pero se olvidaron de trabas documentales y se dedicaron a chupar personas, torturarlas y hacerlas desaparecer de las más distintas y crueles maneras. Sus crímenes, iguales que los de la dictadura española, fueron juzgados. Pero la situación de inestabilidad obligó a dictar claudicantes leyes de obediencia debida o punto final.

La Corte Suprema argentina anuló éstas. Muchos asesinos tuvieron que sentarse en los tribunales y ser juzgados con el máximo respeto y protección de sus garantías democráticas. Pinochet era un delincuente político y económico que vivió envuelto en la ignominia de haber asesinado, y además robado el dinero público. Bordaberry, el presidente uruguayo que se prestó a dar cobertura al golpe militar, acaba de ser detenido y va a ser juzgado.

En España, a setenta años del golpe militar que dio paso a casi cuarenta años de dictadura, muchos piensan que los asesinatos «legales y selectivos», las torturas que sufrieron infinidad de ciudadanos y el miedo de los supervivientes fueron incidencias del pasado que debemos olvidar.

Un político uruguayo, cuya dictadura es la última de la lista, nos recuerda que la historia sólo es historia cuando es completa, cuando no tiene espacios vacíos y cuando las responsabilidades, los méritos, las tendencias, los aciertos y los errores ocupan su sitio.

En esta España marcada por cuarenta años de fascismo, sólo cabe descubrir a los muertos y enterrarlos de nuevo. Recuperar la dignidad que les llevó a oponerse a la barbarie de un golpe militar no merece el esfuerzo de aplicar las normas del derecho internacional de los derechos humanos. La conclusión es clara, los españoles durante los años de la dictadura no teníamos derechos humanos, sólo éramos súbditos y además extraterrestres. Los redactores del texto de la ley, conocida simplificadamente como de la memoria histórica, no han leído, con rigor jurídico, ni las leyes alemanas de desnazificación, ni la doctrina que emana del Tribunal Supremo estadounidense cuando ha llegado a sus manos el primer caso de los zombies naranjas que deambulan por Guantánamo.

Si no hay espacio político para la razón es mejor que se aparque la ley y la nefasta idea de borrar el pasado con certificados de buena conducta, si es que los cinco hombres sabios deciden que concurren los requisitos legales. FIN

José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo.

Me da pena haber perdido estos días para el archivo el artículo de Hirsi Ali de anteayer. Ahí va:

TRIBUNA en El País

Negación del Holocausto: mi historia personal

AYAAN HIRSI ALÍ

17/12/2006

Un día de 1994, cuando vivía en Ede, una pequeña ciudad holandesa, recuerdo que recibí la visita de mi hermanastra. Ella y yo habíamos solicitado asilo en Holanda. A mí se me concedió, a ella le fue denegado. El hecho de que yo recibiera el asilo me dio la posibilidad de estudiar. Mi hermanastra no pudo hacerlo. Para ser admitida en el instituto de educación superior al que quería asistir, tuve que aprobar tres cursos: uno de Lengua, uno de Educación Cívica y otro de Historia. Fue en este último cuando oí hablar por primera vez del Holocausto. Por aquel entonces yo tenía 24 años, y mi hermanastra 21.

En aquella época, el genocidio de Ruanda y la limpieza étnica de la antigua Yugoslavia plagaban las noticias diarias. El día en que me visitó mi hermanastra, me encontraba dándole vueltas a lo que les había ocurrido a seis millones de judíos en Alemania, Holanda, Francia y Europa del Este. Supe que hombres, mujeres y niños inocentes fueron separados unos de otros. Con estrellas prendidas al hombro, fueron trasladados en tren a los campos y gaseados por la sola razón de ser judíos. Fue el intento más sistemático y cruel de la historia de la humanidad por aniquilar a un pueblo.

Vi fotografías de masas de esqueletos, incluso de niños. Escuché aterradores relatos de algunas personas que habían sobrevivido al terror de Auschwitz y Sobibor. Le conté todo esto a mi hermanastra y le mostré las imágenes de mi libro de historia. Lo que me dijo me horrorizó todavía más que la atroz información de mi libro. Con gran convicción, mi hermanastra espetó: «¡Es mentira! Los judíos saben cómo cegar a la gente. No fueron asesinados, gaseados ni masacrados. Pero rezo a Alá para que algún día todos los judíos del mundo sean destruidos». Me horrorizó su reacción.

Recuerdo que de niña, cuando me criaba en Arabia Saudí, mis profesores, mi madre y nuestros vecinos nos decían casi a diario que los judíos eran malos, los enemigos declarados de los musulmanes, cuyo único objetivo era destruir el islam. Nunca nos informaron sobre el Holocausto. Más tarde, en Kenia, cuando era una adolescente y nos llegaba a África la filantropía saudí y de otra zonas del Golfo, me acuerdo de que la construcción de mezquitas y las donaciones a hospitales y a los pobres iban juntos con los insultos a los judíos. Se decía que ellos eran los responsables de la muerte de bebés y de epidemias como el sida. Eran avariciosos y harían cualquier cosa por acabar con los musulmanes. Si algún día queríamos conocer la paz y la estabilidad, tendríamos que destruirles antes de que ellos nos destruyeran a nosotros.

Los líderes occidentales que dicen sentirse escandalizados por la conferencia de Ahmadineyad en la que niega el Holocausto necesitan despertar a esa realidad. Para la mayoría de los musulmanes del mundo, el Holocausto no es un gran acontecimiento histórico que neguemos. Sencillamente no lo conocemos porque nunca se nos ha informado sobre él. Y lo que es peor, a la mayoría se nos prepara para que deseemos un holocausto de los judíos.

Recuerdo la presencia de filántropos occidentales, ONG e instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sus representantes hacían llegar a quienes consideraban necesitados medicamentos, preservativos, vacunas o materiales de construcción, pero ninguna información sobre el Holocausto. A diferencia de la filantropía, ofrecida en nombre del islam, los donantes laicos y cristianos y las organizaciones de ayuda no llegaban con un programa de odio, pero tampoco con un mensaje de amor. Sin duda, ésta fue una oportunidad perdida si nos fijamos en las organizaciones benéficas que propagaban el odio procedentes de países musulmanes ricos gracias al petróleo.

Se calcula que, en la actualidad, la cifra total de judíos en del mundo ronda los 15 millones, y sin duda no supera los 20 millones. En lo relativo a la fertilidad, su crecimiento puede compararse con el del mundo desarrollado, al igual que su envejecimiento. Por otro lado, se calcula que las poblaciones musulmanas están entre 1.200 y 1.500 millones de personas, y que no sólo están creciendo con rapidez, sino que son muy jóvenes. Lo sorprendente de la conferencia de Ahmadineyad es el (tácito) consentimiento del musulmán medio al deseo no sólo de negar el Holocausto, sino de exterminar a los judíos.

No puedo evitar preguntarme: ¿por qué no se celebra una contraconferencia en Riad, Cairo o Lahore, Jartum o Yakarta condenando a Ahmadineyad? ¿Por qué guarda silencio la Conferencia Islámica ante esto? Puede que la respuesta sea tan sencilla como horrenda: durante generaciones, los líderes de los denominados países musulmanes han alimentado a su población con una dieta constante de propaganda similar a la que recibieron generaciones de alemanes (y otros europeos), según la cual los judíos son alimañas y hay que tratarlos como tales. En Europa, la conclusión lógica fue el Holocausto. Si Ahmadineyad se sale con la suya, no le faltarán musulmanes dóciles dispuestos a acatar sus deseos.

El mundo necesita un fomento del entendimiento entre culturas, pero necesita con más urgencia ser informado sobre el Holocausto. No sólo en el interés de los judíos que sobrevivieron al Holocausto y el de sus descendientes, sino en el de la humanidad en general. Quizá haya que empezar por contraatacar la filantropía islámica surcada de odio contra los judíos. Las organizaciones benéficas cristianas y occidentales en el Tercer Mundo deberían ocuparse de informar sobre el Holocausto a los musulmanes y no musulmanes en sus áreas de actuación.

FIN

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Y el Editorial de El País de anteayer:

Memoria

17/12/2006

El proyecto de ley de memoria histórica (ahora con otra denominación) ha iniciado su tramitación parlamentaria con la oposición de las formaciones bajo cuyo impulso se planteó. E incluso una de ellas, IU, tomó ayer como pretexto lo que considera insuficiencias del proyecto para anunciar que deja de considerarse aliado preferente del Gobierno, y que convocará movilizaciones si la ley se mantiene en los términos actuales. Esta paradoja es un reflejo de uno de los puntos débiles de la estrategia de Zapatero.

La iniciativa que dio en llamarse «de la memoria histórica» (la expresión la introdujo ERC) no figuraba en el programa socialista, pero fue asumida por el Gobierno poco después de llegar al poder como forma de afianzar los lazos con IU y ERC. Una vez en marcha, los socialistas consideraron que un asunto con tanta carga emocional sólo tenía sentido si se planteaba desde el consenso, lo que implicaba buscar un acuerdo con el PP; pero esa actitud ha sido vista como una claudicación por sus aliados de izquierda. El resultado ha sido que el Gobierno se ha encontrado entre las manos, y casi como único defensor, con una iniciativa que por sí mismo no habría tomado.

Desde que fue anunciado por el Gobierno y antes de que se iniciaran los trámites para su aprobación parlamentaria, el borrador de la ley ha sufrido cuantiosas y profundas modificaciones. De la inicial autosuficiencia con la que se señalaba que el partido socialista de Zapatero se había atrevido con decisiones que evitó el de Felipe González, gracias a las nuevas condiciones creadas, entre otras razones, por un cambio generacional, se ha pasado a proponer como punto de equilibrio una ley a la que el propio legislador pretende privar de efectos legales. Para reparar moralmente a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo, un fin legítimo, el Gobierno podía haber recurrido a instrumentos de otra naturaleza, no a un texto legal. Si lo ha hecho así es porque ha pretendido conciliar su compromiso inicial de recuperar por ley la memoria histórica, como querían sus aliados, con las soluciones a las numerosas dificultades que han ido surgiendo en el camino. El resultado ha sido una norma que incorpora un listado de materias de muy diversa entidad (desde el pago de indemnizaciones y la eliminación de símbolos franquistas a la exhumación de restos), todas ellas respetables, pero cuya propia heterogeneidad dificulta el hallazgo de una fórmula compartida.

Una primera dificultad, y no es menor, consiste en fijar la frontera temporal. Y aun trazando un límite sustancial en el golpe de Estado franquista de julio de 1936, el reconocimiento de las víctimas del lado republicano durante la guerra no debe excluir el de los fusilados y desaparecidos del otro bando, sin que pueda alegarse que unos ya tuvieron reconocimiento durante 40 años y los otros no. Esto es cierto, pero de lo que se trata ahora es de un reconocimiento por la España democrática de todas las víctimas; de sustituir la guerra de esquelas por el compromiso de la piedad compartida.

El punto más polémico viene siendo el de la anulación de las sentencias de los consejos de guerra y juicios sumarísimos del franquismo. Una anulación en bloque, como proponen IU y ERC, plantearía problemas jurídicos insalvables, según el Gobierno, y una revisión caso por caso podría colapsar los tribunales. No es lo mismo una condena por «auxilio a la rebelión», según la fórmula franquista, que claramente revela un castigo por razones ideológicas, que otras en las que se juzgaban delitos de otro tipo. El proyecto trata de esquivar esas dificultades mediante un reconocimiento genérico de la injusticia de las condenas y de cualquier forma de violencia personal causada por razones ideológicas, durante la guerra y en la dictadura. Pero esta fórmula es frontalmente rechazada por IU y ERC, que exigen certificados de nulidad de las sentencias.

Por iniciativa de los ayuntamientos, muchos de los símbolos del franquismo han ido desapareciendo de las calles desde la transición. Es la prueba de que hay instrumentos para que las Administraciones tomen iniciativas sin necesidad de leyes específicas. Si algunas instituciones no lo han hecho es porque no ha existido la voluntad política. Mejor dicho, porque ha existido la de no hacerlo, con el argumento de que esos símbolos forman parte de nuestra historia. Puesto que el PP ha sido abanderado de esta postura, es a él a quien cabe dirigirle el reproche de que no haya demostrado el sentido de Estado suficiente para comprender que, de haber retirado esos símbolos en las instancias en las que ha gobernado, hubiera hecho una contribución decisiva a la definición del espacio constitucional, trazando una frontera infranqueable, y no una divisoria difusa, entre la dictadura de Franco y el actual régimen de libertades. Ése sería el espacio idóneo para que la democracia rindiera tributo a todas las víctimas.

En el punto en que estamos, lo importante, con ley o sin ella, es que, de ahora en adelante, las fuerzas parlamentarias no escatimen esfuerzos para que los fantasmas de nuestra historia regresen de una vez por todas a su siniestro panteón.

Fin

Todos los partidos (salvo el PP) y la fiscal del 11-M: ¡Basta ya!

La verdad es que nuestros troles residentes cansan menos que Pedro Jota, Losantos y el trío Pinocho (Aznar-Acebes-Zaplana) juntos.

Mientras venía hacia mi casa, escuché un rato el programa de Carlos en Llamas de la cadena SER. Miguel Angel Aguilar, irónico crónico y brillante como él solo, hablada del papelón que ha jugado el PP en el Congreso de los Diputados. «Saturación», «cansancio», «agotamiento», y «fatiga» fueron algunas de sus palabras más repetidas.

Estaba Miguel Ángel reflejando el hastío de muchos ciudadanos hacia la teoría conspirativa del PP, jaleadas por El Mundo y la COPE (o viceversa).

¿Qué podemos hacer para ayudar a los demócratas del PP a salir del callejón sin salida en el que están desbarrando por salvar el dudoso honor del trío Pinocho?

¿Están acaso empeñados en despeñarse por la misma pendiente del 11 al 14-M de 2004 que les llevó a la derrota?

Me imagino a José María Aznar meditando sobre las noticias de los disturbios de Hungría, motivados por las mentiras del primer ministro húngaro.

¿Qué estará pensado Aznar?

Por cierto, la grave desestabilización dél Gobierno de Hungría, uno de los países socios de la Unión Europea, por las mentiras de su presidente durante la campaña electoral, apenas merece un pequeño sumario en la portada de El Mundo .

El El País, en cambio, va a dos columnas y con una gran foto de las protestas ciudadanas en el centro de su portada:

El húngaro Gyurcsany se niega a dimitir

El Mundo prefiere poner una gran foto de tanques por la calles de Bangkok, imagen que me recuerda a los tanques de Milans del Bosh ocupando las calles de Valencia, sobre este gran titular a tres columnas:

El Ejército tailandés da un golpe de Estado contra el primer ministro

Pasa lo contrario con la rebaja de impuestos de Esperanza Aguirre. Dos hermosas columnas en El Mundo con el verbo «rebaja»:

Aguirre rebaja un punto el IRPF para que los madrileños «activen más la economía»

Esta noticia ocupa en El País un pequeño sumario de Otras noticias, con el verbo «vuelve a prometer«:

Aguirre vuelve a prometer, tres años después, rebajar un punto el IRPF

Pero, como ven por las portadas, el tema estrella ha sido otra vez el 11-M y en ambos diarios.

¡A cuatro columnas en El País y a sólo dos columnas en El Mundo!

Aquí está pasando algo raro. ¿El mundo al revés?

El contenido de los titulares nos lo aclara inmediatamente.

El País:

Los partidos plantan en el Congreso al PP por su teoría conspirativa del 11-M

El Mundo:

La fiscal del 11-M a un defensor: «En los trenes estalló Goma 2. ¡Ya vale!

Ambos diarios dedican también su primer editorial al 11-M, desde ángulos naturalmente opuestos.

En letra impresa va el de El Mundo, con un titular que no admite dudas sobre su origen. Y a continuación va el editorial de El País:

EDITORIAL

Correa de transmisión

Como continuación de la interpelación planteada la semana pasada, el PP presentó ayer ante el pleno del Congreso una moción sobre el 11-M en la que interroga al Gobierno sobre distintos aspectos de la investigación; sobre aquellos, precisamente, que han venido siendo utilizados por un periódico como reclamo para su teoría de la conspiración. Lo que convierte al asunto en un serio problema político no son los delirios de un medio de comunicación, sino que un partido que representa a cerca de 10 millones de votantes se preste a ser utilizado como correa de transmisión.

Toda interpelación, dice el reglamento del Congreso, «podrá dar lugar a una moción en que la Cámara manifieste su posición». De manera que se trata de hacer que el Parlamento en pleno se pronuncie sobre una hipótesis periodística, no avalada por prueba alguna (como sus propios guionistas admiten) y cuyo mero enunciado supone un claro intento de deslegitimación de instituciones y poderes democráticos. La hipótesis de la conspiración une a actores tan diferentes como la policía, ETA y servicios secretos extranjeros detrás del objetivo compartido de provocar la derrota electoral del PP en beneficio del PSOE.

Esto último resulta tan excesivo que Mariano Rajoy ha advertido estos días de que no admitiría en su partido a cualquiera que acusase al PSOE de estar en esa trama. Sin embargo, los autores del libreto seguido por el PP en su moción no dejan de insinuarlo de la manera más retorcida: admiten que no hay pruebas, pero afirman a continuación que la negativa del Gobierno a investigar sobre el «autor intelectual» de los atentados avala la sospecha.

Desde esta lógica precisa planteó el PP su moción, exigiendo explicaciones al Gobierno y pronunciamiento al Parlamento sobre la mochila, la furgoneta Kangoo, el tipo de explosivos utilizados y otras exclusivas de El Mundo, aprovechando algunas lagunas que existen en todo sumario para rellenarlas con conjeturas atendiendo al guión previo. Con la hipocresía adicional de decir que no se acusa de nada: sólo se exige que se investigue. En los últimos días las insinuaciones han pasado a mayores, con acusaciones como que el Gobierno actual ha ocultado o hecho desaparecer informes policiales que apoyarían la hipótesis de la implicación de ETA. Es una acusación muy grave que, si no se prueba, debería tener consecuencias políticas para quienes la han lanzado.

Las interpretaciones fantasiosas sobre asuntos dramáticos siempre encuentran audiencia. Que haya medios de comunicación que aprovechen la credulidad de muchas personas para intrigar sobre los verdaderos autores del 11-M, a despecho de las evidencias materiales y de la semejanza con otros atentados islamistas de masas, resulta penoso; pero no tanto como ver al PP exigiendo explicaciones al Gobierno de España sobre esas fantásticas insinuaciones. La respuesta de todos los partidos ayer en el Congreso, al plantar en redondo al PP y negarse a debatir con su portavoz, no hace sino institucionalizar un creciente malestar que el primer partido de la oposición haría bien en pararse a sopesar. FIN

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Recomendable también la lectura de Javier Pradera en El País:

Sumarios paralelos

JAVIER PRADERA

La interpelación urgente presentada la semana pasada por el portavoz parlamentario del PP para exigir el «esclarecimiento de la verdad» del 11-M prosiguió la estrategia puesta en marcha por el principal partido de la oposición desde que perdió el poder hace dos años y medio: encenagar las aguas, negar las evidencias y restar legitimidad a la investigación judicial de la Audiencia Nacional; a juicio de Eduardo Zaplana, seguirían existiendo «muchas más sombras que luces» en torno al sangriento atentado. Dictado ya el auto de procesamiento, los hechos acreditados por la instrucción sumarial se corresponden a grandes líneas, sin embargo, con las pautas seguidas por el terrorismo islamista en las matanzas de Nueva York, Casablanca, Londres y Bombay. Los intentos políticos y periodísticos de condicionar desde fuera las diligencias a fin de buscar otra autoría han sido infructuosos: también las presiones para arrebatar la instrucción del sumario al juez Juan del Olmo -poco sumiso a las órdenes dictadas por los medios de comunicación- fracasaron definitivamente la semana pasada cuando el Consejo General del Poder Judicial se limitó a considerar como falta leve una equivocación inintencionada en un trámite menor. Los huecos, discontinuidades y confusiones -inevitables- del relato judicial resultante se deben en gran medida a las dificultades intrínsecas de una investigación compleja, agravadas tras el suicidio en Leganés del núcleo fundamental de los autores de la bárbara acción: las incógnitas aún por despejar no afectan ni al sentido ni a la trama básica de los acontecimientos.

La nueva moción del Grupo Popular sobre la materia debatida ayer en el Congreso retomó los supuestos puntos oscuros de las investigaciones sumariales (la furgoneta abandonada en Alcalá, la mochila trasladada a Vallecas, la dinamita utilizada, etc.) para invalidar la instrucción en su conjunto. A la hora de sembrar dudas, lanzar sospechas y sugerir insidias en torno al trabajo policial y judicial del 11-M, el PP ha contado con la inestimable ayuda de los periodistas de El Mundo y de la radio de los obispos, que se han dedicado desde hace dos años a construir un sumario paralelo de la señorita Pepys para fundamentar unas conclusiones prefijadas de antemano: un enloquecido cómic de imágenes abigarradas dibujado por un lápiz delirante.

El procedimiento de esos supuestos periodistas de investigación es presentar, como si fuesen hipótesis de trabajo verosímiles, una serie de conjeturas descabelladas para exigir a la policía y a los jueces que centren todos sus esfuerzos en investigarlas. Esa falseada narración atribuye a los terroristas islamistas una participación a lo sumo subalterna en la ejecución material del atentado, supuestamente organizado por un estado mayor conjunto formado por ETA, espías extranjeros y miembros de los cuerpos de seguridad y de inteligencia españoles a fin de hacer perder las elecciones al PP y elevar a Zapatero al poder; sabedor de su deuda con los terroristas, el presidente del Gobierno boicotearía conscientemente la investigación del 11-M. Esa extravagante tesis se acoge a las reglas de la probatio diabolica: quienes la formulan no están obligados a demostrar su veracidad y corresponde a quienes la rechazan probar su falsedad. En el montaje de esa tergiversación desempeñan un papel estelar los delincuentes comunes y confidentes policiales que ayudaron a los islamistas a preparar el crimen y que están imputados en el sumario: sus declaraciones -inverosímiles, cambiantes y autoexculpadoras- son aceptadas como la verdad del Evangelio.

Las motivaciones de los periodistas que tratan de sustituir en su tarea investigadora y enjuiciadora al Poder Judicial mezclan las apuestas políticas con las estrategias comerciales; su ensordecedor ruido mediático se mantendría, sin embargo, dentro de esa burbuja lunática si el PP no hiciese suya tal fabulación. Los dirigentes populares han roto los códigos de comportamiento democrático propios de un Estado de derecho al utilizar la sede del Parlamento para poner en cuestión no sólo la independencia del Poder Judicial sino también la lealtad institucional de los miembros de los cuerpos de seguridad que practicaron las detenciones de los sospechosos del 11-M en las semanas siguientes a la perpetración del crimen: mientras era ministro del Interior el hoy secretario general del PP, Ángel Acebes. FIN

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¿Se arrepentirán ahora los líderes del PP, tendrán dolor de corazón, se confesarán, harán propósito de enmienda y cumplirán cierta penitencia por el daño que están causando a las instituciones democráticas, y a ellos mismos, con su teoría conspirativa del 11-M?

Que nadie se haga ilusiones. Nos llevarán por este vía crucis hasta las elecciones municipales y, quizás, hasta las generales para perderlas otra vez por las mismas mentiras del 2004.

¡Que lástima! La alternancia en el Poder, base de la democracia, se nos aleja!