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Obama le hace un guiño al dictador cubano, tras inclinarse ante el dictador saudita. Tengo la impresión de que empieza a cumplir sus promesas electorales dando más coherencia a su política exterior, es decir, trato igual para todos los dictadores, tengan petróleo o caña de azúcar.
No ocurre lo mismo con las portadas de nuestros dos primeros diarios de pago. Los éxitos de Obama -ya se sabe- van a cuatro columnas en la portada de El País y a una columna en la portada de El Mundo.
Gracias Obama por acercarme a Cuba. El presidente de EE.UU. ha cumplido una de sus promesas más llamativas al corregir las políticas erróneas de sus predecesores: ha levantado las restricciones para viajar y enviar dinero a la antigua colonia española.
Muy hábilmente, y de golpe, les ha quitado a Fidel Castro y a su hermano Raúl varios argumentos que daban oxígeno a su régimen dictatorial. Al relajar el terrible embargo que EE.UU. impone contra Cuba desde hace décadas, Obama les ha roto parcialmente su habitual discurso victimista/nacionalista contra el imperialismo yanqui.
Me muero de ganas de ir a Cuba. La he sobrevolado, con tristeza. La he merodeado por Costa Rica, por Florida o por Puerto Rico. Y me alimento del son cubano. Sin embargo, nunca puse un pie en ese «largo lagarto verde» del gran Nicolás Guillén.
Por miedo al dolor y a la frustrución inevitables, prefiero esperar y pasear por La Habana cuando Cuba sea un país libre, donde el miedo no obligue a los cubanos a callar lo que piensan o, lo que es peor, a espiarse y a denunciarse los unos a los otros.
Cuando pienso en Cuba, recuerdo al maestro Pablo Casal cuando me decía -poco antes de morir, en su retiro musical de Malboro, Vermont– que no pensaba volver a España mientras siguiera vigente la Dictadura de Franco. Desgraciadamaente, el violoncelista más grande de los últimos dos siglos murió antes que el dictador y no puso volver a pisar su tierra.
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