Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Zapatero «garantiza»; Rajoy «no logra»

A falta de noticias nacionales, los verbos también hacen su agosto. El regreso de Zapatero, Rajoy, Gallardón, etc., a las primeras páginas de la prensa es una señal de que las vacaciones se van acabando. Por eso, quizás, cada periódico afila sus verbos sin disimulo como entrenamiento para el nuevo curso político.

Las portadas de hoy, en ese sentido, son antológicas.

El Mundo manda con el PP y apuesta por «dar por hecho» a cuatro columnas para el segundo de Gallardón.

El Pais se suelta el pelo y adorna a Zapatero con un abanico de verbos que no tendrían precio en vísperas electorales:

Zapatero «garantiza», «defiende» «respalda» y «asegura» (…) en primera página a cuatro columnas.

Y le dedica una columna de salida a Rajoy pero con otro tipo de verbos:

Rajoy «no logra» y «fue incapaz» (…)

En la pelea de PRISA (Sogecable) y MEDIAPRO (La Sexta) ninguno de los dos diarios coincide con el nombre de los sujetos de la noticia, pese a que ambos hablan de lo mismo.

El Mundo titula con «La Sexta dice…»

El País titula con «Audiovisual Sport suspende…»

A petición de Pericles, copio y pego ahora mismo un sabio artículo de Fernando Savater, publicado ayer en El País. Se me escapó porque sólo ví las portadas on line de los diarios y, en estos días, no tengo los de papel. Lo siento. Como puede ser de pago, y el enlace a veces no funciona bien para todos, lo copio y pego. Gracias, Pericles. No suelo perderme ningún artículo de nuestro filósofo de cabecera. ¡Que aproveche!.

Instruir educando

FERNANDO SAVATER en El País 23/08/2007

Creo que fue Azorín quien dijo que «vivir es ver volver». Razón no le faltaba, al menos en cuestiones de debate intelectual. Yo estoy tan escarmentado de la manía de suponer que ciertos conceptos periclitan o que algunas polémicas han sido definitivamente superadas que no me extrañaría mañana encontrarme con defensores de la doctrina del éter, del flogisto o de la infalibilidad del Papa. Cuestión de paciencia, nada más. Aun así, me ha sobresaltado un poco tropezar de nuevo con la oposición irreductible entre instrucción y educación, suscitada en un artículo de Sánchez Ferlosio («Educar e instruir», EL PAÍS, 29-VII-07) y prolongada después en otro de Xavier Pericay («Educación, instrucción y ciudadanía», Abc, 14-VIII-07). Como telón de fondo y pretexto ocasional está la polémica en torno a la Educación para la Ciudadanía, que no parecía en sí misma muy estimulante -en los términos truculentos en que se ha planteado- pero que quizá vaya a tener la inesperada virtud de traer a primer plano cuestiones importantes sobre la educación en general. Si es así, bendita sea.

En principio, la instrucción -que describe y explica hechos- y la educación, que pretende desarrollar capacidades y potenciar valores, son formas de transmisión cultural distintas pero complementarias, es decir, en modo alguno opuestas ni mutuamente excluyentes. Por poner un ejemplo: dar cuenta objetiva de ciertos sucesos y procesos es instructivo; verificar así lo valioso de la objetividad para el conocimiento humano es educativo. Otro: constatar la reprobación casi universal del asesinato dentro de las comunidades humanas es instructivo; deducir de ello el notable valor de la vida del prójimo (aunque no así, ay, el de los menos próximos) para los hombres resulta educativo. Etcétera… Perdónenme la obviedad, mañana les prometo volver a ser ingenioso. La instrucción promueve el conocimiento de lo que hay, la educación se basa en ella para conseguir destrezas y hábitos que nos permitan habérnoslas lo mejor posible con lo que hay. Pero ello no implica que la instrucción carezca de propósito referente a cómo vivir ni que la educación tenga licencia para convertirse en mero voluntarismo contrafáctico. A mí no me parece tan difícil de entender, pero quizá sea yo demasiado simplón.

La contraposición instrucción-educación es semejante en más de un aspecto a la que en periodismo se establece entre información y opinión. Sostiene la sana doctrina que nunca debe confundirse en un medio de comunicación la una con la otra: la información de lo que sucede no debe contaminarse con la opinión que interpreta y valora lo que sucede. Pero todos sabemos que incluso la información más objetiva implica elementos opinativos, sea en la forma de redactarse, en la selección de lo relevante frente a lo negligible o en la importancia que se concede a unos hechos sobre otros similares, que no siempre coincidirá con lo que preferiría la subjetividad de cada cual: si el mismo día muere mi padre y fallece el Rey (q. D. g.), los medios de comunicación primarán el segundo acontecimiento sobre el primero, aunque para mí el impacto de ambos sucesos sea inverso. De modo paralelo, los artículos de opinión y los comentarios más fiables serán -o creo yo en mi simpleza optimista que deberían ser- los que se apoyen en una información mejor documentada, sin la cual las opiniones son meros caprichos o exabruptos. Por tanto, distinguir y presentar separadamente información y opinión dentro de lo posible es muy aconsejable, pero ello en modo alguno comporta que la información nunca opine o que la opinión deba estar desinformada. Pues bien, la distinción (y la vinculación necesaria) entre instrucción y educación es de un corte bastante parecido.

Me parece que enfrentar la instrucción y la educación, incluso llegando a valorar una como recomendable y la otra como manipuladora, resulta absurdo cuando se considera en su conjunto el sentido de la transmisión cultural. Ambas responden a la necesidad de proporcionar a los jóvenes los elementos que consideramos más útiles para que su vida y la armonía social tengan esperanza de prosperidad. Según este cri-terio, tan importante es que el neófito conozca el dato objetivo de que la carne humana es comestible como la pauta moral que recomienda enérgicamente otro tipo de dieta. Y así llegamos a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que parece destinada a nacer bajo el sol melancólico de Saturno, devorador de sus propios hijos.

Entre los adversarios que ya tiene la neonata, los menos virulentos admiten que debería centrarse solamente en la enseñanza de los Derechos Humanos y de la Constitución, pero sin pretender referirse a cuestiones éticas (que por lo visto son atribución exclusiva de los padres y no pueden ser generalizadas gubernamentalmente sin incurrir en totalitarismo). La primera pregunta que se me ocurre ante este asombroso planteamiento es: ¿cómo puede instruirse a nadie sobre tales derechos y tal ley fundamental sin mencionar las implicaciones morales de que están llenos y los principios éticos en que se basa? Si un alumno pregunta por qué debe respetar tal legislación… ¿qué habrá que contestarle? ¿Que si no cumple con lo que mandan las autoridades irá a la cárcel y sanseacabó? Al hablar de los Derechos Humanos, ¿podrá contarse su historia, las luchas de que provienen contra poderes y tradiciones, sus enemigos seculares… el primero de los cuales por cierto fue el papado? Al instruir sobre la Constitución, ¿cabrá mencionar que ampara libertades y garantías que fueron negadas por la pasada dictadura y por otras actuales? ¿Podrá subrayarse su carácter de acuerdo histórico y que como tal puede ser modificada si parece conveniente a la mayoría, para reforzar los valores que pretende establecer? ¿O tales explicaciones deben ser cuidadosamente omitidas para no caer en lo tendencioso?

Aún hay duros de mollera que se escandalizan al escuchar que ciertas disposiciones éticas responden a las exigencias mayoritarias de convivencia y no a la conciencia de cada cual. Pues sin embargo así es, al menos en las democracias del siglo XXI. Por eso también la Educación para la Ciudadanía no puede ni debe confundirse sin más con la formación moral. Hay una dimensión ética que corresponde a las convicciones de cada cual y en la que ninguna autoridad académica puede intervenir: nadie debe imponerme la obligación moral de considerar aceptable la homosexualidad o el aborto, si mis creencias o mi razón me dictan otro criterio. Pero es necesario que conozca el valor moral de tolerar cívicamente aquellos comportamientos que no apruebo o incluso que detesto, siempre que no transgredan la legalidad y en nombre de la armonía social pluralista. Aún más: debo comprender la valía ética -estrictamente ética- de las normas instituidas que permiten el pluralismo de convicciones y actitudes dentro de un marco común de respeto a las personas. Y eso delimita una frontera entre lo que puede y no puede aceptarse también a nivel personal: tengo derecho a considerar vicio nefando la homosexualidad pero no a hostilizar o proscribir las parejas homosexuales. Puedo tener personalmente por importantísimas las raíces cristianas de Europa, pero no puedo considerar mal europeo a quien no sea cristiano ni mal español a quien no sea católico. Y puedo tener la íntima convicción de que muchos malvados merecen la pena de muerte, pero no debo ocultar a los jóvenes que la sociedad democrática en que vivimos ha adoptado como norma la abolición del castigo capital por sus implicaciones deshumanizadoras. Es decir: debe haber una asignatura de ética que reflexione sobre el origen, fundamento y necesidad de los valores humanos en general y una asignatura de Educación para la Ciudadanía que transmita la exigencia moral de tener valores comunes instituidos legalmente, que sirvan de directrices al comportamiento social aunque no puedan serlo siempre de la conciencia personal.

Es preciso instruir y es preciso educar. Lo que no es aconsejable es el puro «adoctrinar», o sea, presentar lo que es un resultado de debates y acontecimientos históricos como algo inamovible, llovido directamente de la eternidad. Dar a entender que todos los profesores de la nueva asignatura son dóciles marionetas al servicio de los intereses gubernamentales es una majadería calumniosa que no merece más comentario. Pero no es imposible que entre ellos aparezca algún iluminado de esos que bloquean el aprendizaje crítico de los alumnos a fuerza de consignas incendiarias y de empeñarse en subvertir lo que aún ni se ha molestado en enseñar (tal como explicó Hannah Arendt). Y es de temer que aún más frecuentes sean los enseñantes que se refugien en la corrección perogrullesca y tímida, en vista del jaleo organizado en torno a este asunto. Es preciso no dejar solos a quienes creen en la oportunidad de la asignatura y están dispuestos a esforzarse entre lógicos tanteos por darle la mejor realidad posible, con prudencia pero también con cierta audacia. De modo que los demás no tendremos más remedio que seguir polemizando en defensa de lo obvio, con la pereza que da…

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

¿Delito o pecado? Éste es mi Savater


¿Ciudadanos o feligreses?

FERNANDO SAVATER en El Pais

04/07/2007

En los últimos tiempos han proliferado los libros en torno al fenómeno religioso o, más bien, contra la religión: Daniel Dennett, Richard Dawkins, Michel Onfray, Sam Harris, André Comte-Sponville, Christopher Hitchens… En ese catálogo, los autores anglosajones destacan por su agresividad y también por un cierto candor misionero en su refutación de las viejas creencias. Incluso dedican numerosas páginas a demoler las pruebas tradicionales de la existencia de Dios (que no han mejorado desde Tomás de Aquino), empeño que a estas alturas del siglo XXI, y con Hume, Kant y Freud a nuestras espaldas, resulta casi conmovedor de puro antiguo, como bordar fundas para almohadas o algo así. Al parecer dan por descontado que aportando razones lograrán librar a los ilusos de convicciones que, ay, ninguno de ellos ha adquirido por vía racional.

Dicho sea en su descargo, los autores citados son más bien científicos (o partidarios de subordinar la filosofía a la ciencia, como antaño fue «criada de la teología»), o sea, expertos en el manejo de los números y en la experimentación con los hechos, pero deficientes en la comprensión de los símbolos.

También hace simpática su irritación la obstinación oscurantista con que los creyentes norteamericanos se emperran en convertir la Biblia en un tratado de geología o de paleontología inspirado por la divinidad. Que hoy todavía, cuando tanto ha llovido ya desde el Diluvio, en el país científicamente más desarrollado del mundo, el llamado «diseño inteligente» tenga el triple de aceptación popular entre la población que lo enseñado por la biología actual sobre la evolución de las especies es como para impacientar a cualquiera. Sobre todo cuando este abuso de piedad tiene efectos prácticos peligrosos, pues uno de cada tres norteamericanos piensa que no es urgente tomar ninguna medida contra el cambio climático porque en esas cosas hay que fiarse de la voluntad de Dios…

Como en Europa tal uso fundamentalista de la religión no es corriente, el acercamiento que incluso los más críticos tenemos al fenómeno de la creencia religiosa suele ser más matizado. A mi libro La vida eterna algunos le han reprochado un planteamiento demasiado comprensivo de la fe (otros muchos lo han censurado por lo contrario, desde luego). Una reseña acaba con gracia lamentando que «a este paso, acabar con la religión nos va a costar Dios y ayuda». La verdad es que no considero tal liquidación un objetivo deseable (además de que lo tengo por imposible). Me parece que la religión es un tipo especial de género literario, como la filosofía, y combatirla como una plaga más sin atender los anhelos que expresa es empobrecedor no sólo para la imaginación, sino hasta para la razón humana. Temo que tan crédulos son quienes utilizan la Biblia para combatir a Darwin como los que dan por sentado que una dosis adecuada de neurociencia disipará todas las brumas teológicas. Además, he vivido lo suficiente para no pretender privar a nadie de ningún consuelo que pueda hallar frente a la desbandada del tiempo y el dolor, aunque yo no lo comparta. El único consejo adecuado que se me ocurre para los que padecen exceso de celo religioso es el que, inútilmente, ya formuló hace mucho Santayana: «Las doctrinas religiosas harían bien en retirar sus pretensiones a intervenir en cuestiones de hecho. Esta pretensión no es sólo la fuente de los conflictos de la religión con la ciencia y de las vanas y agrias controversias entre sectas; es también la causa de la impunidad y la incoherencia de la religión en el alma, cuando busca sus sanciones en la esfera de la realidad y olvida que su función propia es expresar el ideal».

Sin embargo, parece que los jerarcas eclesiásticos no están dispuestos a que nos olvidemos en España de los aspectos más nefastos de la influencia religiosa en el orden social. La campaña contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que incluso lleva a algunos orates de confesionario a promover nada menos que la objeción de conciencia de alumnos y profesores, constituye una muestra abrumadora de la manipulación descarada de la ignorancia popular que ha sido durante siglos marca de la Santa Casa. Se engaña con descaro a la gente diciendo que esta materia interfiere con el derecho de los padres a educar moralmente a sus hijos, que sólo los padres poseen tal derecho y que, si el Estado intenta instruir en valores, se convierte en totalitario o al menos en partidista (esto último por culpa de Gregorio Peces-Barba, al que creíamos un bendito). ¡Cuánta ridiculez! Por supuesto, no faltan los que invocan enseguida a la Constitución en su apoyo. Después de que ciertos abogados del Gobierno de Zapatero nos han enseñado asombrosamente que los ciudadanos españoles tienen derecho constitucional a votar a partidos que excusan o amparan el asesinato de sus adversarios ideológicos, he aquí que los antigubernamentales pretenden que la Constitución reserva el monopolio de la educación moral a los padres, sean de la ideología que fuere. A este paso, la gente terminará cogiendo miedo a la Constitución, a la que se presenta como cueva original de tales disparates…

Afortunadamente, en este caso basta con consultar el texto constitucional para salir de dudas. En efecto, el punto tercero del artículo 27 de nuestra Carta Magna establece que «los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». Pero antes, el segundo dice que «la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales». Los padres tienen derecho a formar religiosa y moralmente a sus hijos, pero el Estado tiene la obligación de garantizar una educación que desarrolle la personalidad y enseñe a respetar los principios de la convivencia democrática, etc. ¿Acaso esta tarea puede llevarse a cabo sin transmitir una reflexión ética, válida para todos sean cuales fueren las creencias morales de la familia? También los padres tienen derecho a alimentar a sus hijos según la dieta que prefieran, pero, si el niño a los ocho años pesa 100 kilos o sólo seis, es casi seguro que los poderes públicos intervendrán, porque -más allá de los gustos de cada cual- existe una idea común de lo que es un peso saludable. De igual modo, existe una concepción común de los principios de respeto mutuo y de pluralismo valorativo en que se funda la ciudadanía, y hay que asegurar que sean bien comprendidos por quienes mañana tendrán que ejercerlos. La libertad de conciencia, por fin aceptada por la Iglesia tras perseguirla durante doscientos años, admite perspectivas morales distintas, pero enmarcadas dentro de normas legales compartidas, como mínimo común denominador democrático.

Este planteamiento nada tiene que ver con los excesos del sectarismo izquierdista, como creen o fingen creer los ultramontanos. En su libro La justicia social en el Estado liberal, Bruce Ackerman lo describe así: «El sistema educativo entero, si se quiere, se asemeja a una gran esfera. Los niños llegan a la esfera en diferentes puntos, según su cultura primaria; la tarea consiste en ayudarles a explorar el globo de una manera que les permita vislumbrar los significados más profundos de los dramas que transcurren a su alrededor. Al final del viaje, sin embargo, el ahora maduro ciudadano tiene todo el derecho a situarse en el punto exacto donde comenzó, o puede también dirigirse resueltamente a descubrir una porción desocupada de la esfera». El proyecto de Educación para la Ciudadanía va en esta dirección liberal, y probablemente hará falta cierto rodaje hasta que perfile sus contenidos y los profesores acierten con el método de enseñanza. No todos los manuales serán igual de adecuados (ya rueda alguno deplorable por ahí, junto a otros buenos), pero lo mismo pasa en historia, literatura… o ética, asignatura que nadie consideró totalitaria a pesar de que «competía» con la enseñanza moral familiar.

Lo que me asombra es la postura del PP en este asunto. La presidenta de la Comunidad de Madrid se enorgullece (entrevista en Abc, 1-VII-07) de haber dispuesto de tal modo los asuntos educativos en sus dominios que no se dará Educación para la Ciudadanía. ¡Enhorabuena! Pero ¿qué diríamos si escuchásemos tal muestra de rebelión imbécil a Ibarretxe o Carod Rovira? Si los defensores de la unidad de España -que es la igualdad ante la ley del Estado de Derecho- piensan así, no es raro que prospere el separatismo. Por lo demás, lo de esta asignatura no es más que un síntoma de la complacencia con lo peor del clericalismo y el integrismo antiliberal. Ya he tenido ocasión de leer a César Vidal y a algún otro carca apologías de los gemelos polacos por su firmeza reaccionaria frente al «pensamiento único» progresista. ¿Son realmente éstos los ideólogos de choque del PP? ¿Su proyecto político va a dirigirse hacia la sana y vaticana «polaquización» de España? Pues si es así nada, con su pan se lo coman.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

FIN

Portadas que no debe hacer un estudiante de periodismo:

Rajoy «exige…

Zapatero «tacha»…

Ética y política (con humildad) para Savater

Querido maestro:

Hoy no se si comer o escribir. Cualquier cosa menos pensar. En cualquier otra circunstancia, quienes me conocen saben muy bien que, en caso de duda, optaría por comer. Sin embargo, ya es muy tarde y he tomado un par de copas de rioja con lomo para celebrar con los compañeros los 4,18 millones de usuarios únicos que ha tenido 20minutos.es en marzo.

¡Muchas gracias a todos los lectores y usuarios de 20minutos.es!

¡Tiembla Pedro Jota!

Ya puesto, creo que voy a escribir unas líneas como si fuera libre. Además, El País y El Mundo coinciden hoy en el sujeto principal (Batasuna) y casi en el verbo (“desafía” y “renueva”). ¡Qué aburrimiento de portadas!

Aprovecharé, querido y admirado Fernando, la ayuda que me prestan las dos copitas de rioja para intentar resolver algunas dudas que tengo, desde hace algún tiempo, sobre tu comportamiento ético y político y que no me dejan dormir tranquilo.

Si no lo digo, reviento: únicamente los fósiles no evolucionan. No seré yo, por tanto, quien te niegue a ti, ni a nadie, la capacidad para evolucionar y cambiar como os venga en gana y, a ser posible, sin hacer daño innecesariamente a terceros. Estás y están en su derecho.

No obstante, los maestros, por encima de los demás mortales, tenéis la obligación adicional de explicar a los discípulos a qué obedecen vuestros cambios de comportamiento (incluso de teorías), por extraños que sean, especialmente en vuestras áreas de conocimiento: la ética y la política.

Soy profesor universitario y, tanto en mis clases como en mi vida, trato de aplicar el espíritu universitario que me enseñaron maestros como tú: eso significa sencillamente que “quien ha sido enseñado debe enseñar”.

Mis hijos han leído “Ética para Amador» y «Política para Amador» (dedicados personalmente por tí) como si fueran nuestros evangelios laicos. Ahora ven a su filósofo favorito en los periódicos, perseguido y vigilado por los terroristas de ETA, que quieren matarle, y me preguntan:

“¿Es éste el mismo Savater cuyos libros siempre nos has recomendado leer y cuyos artículos vas recortando y repartiendo por toda la casa?”

Creo que he leído, con fruición, un montón de libros y de artículos tuyos, desde cuando defendías con fervor las “ikastolas” del nacionalismo vasco rampante, contra el centralismo franquista, hasta hoy que defiendes tu alianza, escasamente explicada, con los nacionalistas españoles del PP para derrotar a los terroristas de ETA y, de paso, a los nacionalistas vascos.

Trato, honestamente, de entenderte y me pongo en tus zapatos. Con poco éxito, reconozco. Y, como yo, observo a muchos de tus discípulos que deambulan por estos blogs huérfanos de maestro.

Al salir de la adolescencia, cuando cambié la fe por la razón, me empecé a definir como “erasmista” (una pedantería “sofomórica” sólo soportable a esa edad, y siendo un ignorante “de ciencias”). Ya en la universidad, cuando empecé a leer de verdad a Erasmo, a Voltaire y, más tarde, tus propias deliciosas obras, presumí impúdicamente de “volteriano” por no decir “savateriano” (o ¿savaterino? o ¿savolteriano?).

Más de una vez, eché de menos tus artículos en momentos claves de la vida española –tus provocaciones son como una droga, o una vitamina, según se mire, para excitar o zarandear la inteligencia- y también lo he dicho en este blog, que me es tan útil para compartir con otros descarriados estos desahogos personales. Largo silencio.

Desde que ETA rompió su tregua con el bombazo criminal de Barajas apenas había leído nada tuyo sobre la política española hasta anteayer, con tu artículo «Los ideólogos del Carnaval». Entonces supimos que los asesinos miserables de ETA te pisaban los talones para atentar contra tí, el donostiarra más relevante de nuestro tiempo.

Hace tiempo que te siguen. Y lo sabes. Y no te callan. De lo que me alegro.

Me recuerdas a un compatriota andaluz, Ibn Hazem, (cito de memoria y con vino) cuando le replicaba al reyezuelo de Sevilla que había mandado quemar sus versos:

«Podéis quemar todos mis libros, pero no conseguiremos borrar lo que encierran, porque lo llevo grabado en mi pecho»

.

Sin embargo, tengo una desazón cuando ahora te leo, pues lo hago con prevención, buscando los tres pies al gato. Me temo, Fernando, que, últimamente, los terroristas y los más fanáticos nacionalistas vascos están consiguiendo desgraciadamente, quizás sin proponérselo, una parte de su propósito.

Acorralándote, te están cambiando tus humores y te llevan al extremo político conservador donde tus tradicionales enseñanzas racionalistas -construidas con más cerebro que tripas- difícilmente pueden germinar.

Dudo que los ideales éticos y políticos del Savater que yo he leido y envidiado puedan encontrar terreno abonado en el estado de fanatismo actual del PP, del Foro de Ermua, de la AVT de Alcaraz, de la Conferencia Episcopal o de la COPE.

Tus palabras en favor de la lucha por la libertad, la justicia y la paz podrían estar cayendo en un desierto oportunista, pero desierto. Y es, créeme, una pena. Estás en tu derecho, pero veo más corazón que cerebro -y, ¿por qué no decirlo?, algo de resentimiento comprensible- en tus últimas declaraciones y artículos.

Entre unos, con sus halagos debilitadores, y otros, con sus amenazas terroríficas, te están amortizando y amordazando. Y esto, creo yo, es lo peor que nos podía pasar: perder tus referencias éticas y políticas que son las de nuestro tiempo.

¿Hacia dónde miramos ahora, Fernando?

Tú apenas nos conoces. En cambio, nosotros, tus lectores, te conocemos muy bien y seguimos con atención tus cambios de humor y hasta las trampas que, sin éxito, tratas de hacerte cuando juegas al solitario. Reconozco, no obstante, que tu honradez intelectual te ha obligado siempre a dejarnos pistas para que podamos justificar –ya que no compartir- tus cambios de comportamiento. Y te lo agradecemos.

Aún me cuesta –incluso con las dos copitas de rioja- entrar en el tema de fondo. Me voy a la maquinita del Departamento Comercial de 20 minutos a por un café.

Esto ya es otra cosa.

Lo que quiero decirte, Fernando, –y no se cómo- es que no entiendo cómo un intelectual –un sabio tan crítico y tan libre- como tú, a quien tanto he admirado y con todo lo que llevas a cuestas, puede estar apoyando ahora, de la forma en que lo haces, las posiciones radicales, algunas de ellas fanáticas y desmembradoras, del Partido Popular, del Foro de Ermua o de la AVT de Alcaraz, como tu propia alternativa para acabar con el terrorismo de ETA, y en contra de todas las demás fuerzas políticas de España. Sencillamente no lo entiendo. Si tú no puedes hacerlo, que alguien me lo explique, por favor.

Tengo un gran amigo de la infancia –una de las personas que más quiero en este mundo- con quien apenas puedo hablar –sin caer en la bronca- de la situación política de España y del País Vasco. Es socialista y mantiene posiciones próximas a tí, a Rosa Díez, a Gotzone Mora, a Nicolás Redondo Terreros, a Maite Pagaza… y a tantos otros demócratas admirables que jamás habéis conocido ni disfrutado la libertad de expresión en el País Vasco.

Creo recordar que empecé a notar esta tristísima fractura política en tiempos del Gobierno de Aznar. Entonces, el líder socialista vasco, Nicolás Redondo Terreros, y el líder del PP vasco, Jaime Mayor Oreja, iban de la mano con la intención -a mi juicio, utópica- de vencer y desalojar del Gobierno al nacionalismo vasco. No fue posible.

Aquella difícil y frágil alianza «frentista» de vasco-españoles frente a vascos-no-españoles fue un fracaso y ambos líderes cedieron el testigo –con no pocas heridas internas- a sus sucesores. Como sabes, hubo purgas y navajeos miserables aún no resueltos.

La caída deshonrosa de Aznar/Rajoy y la victoria electoral de Zapatero, el 14 de marzo de 2004, agravaron esa fractura tan dolorosa entre quienes viven sin vivir –y sin libertad- acorralados en su propio País Vasco, aliados con los nacionalistas españoles del PP, y quienes, en el resto de España, precisan del apoyo de los nacionalistas (vascos y/o catalanes) para seguir en el poder y para acabar con ETA por la vía de la negociación si abandonan las armas.

Endiablada encrucijada.

Sabemos que sin el concurso del PP no habrá paz duradera en el País Vasco, pues este partido representa a nueve millones de votantes y, tarde o temprano, volverá a gobernar. También sabemos que la vía negociadora abierta por Zapatero, con el apoyo de todos los demócratas, salvo el PP, fracasó con el bombazo de Barajas.

Y, ahora, Fernando ¿qué hacemos?

¿Puede romperse el maleficio que separa las posiciones de Rajoy y Zapatero para que puedan diseñar juntos un Plan B para acabar con ETA?

Juntos, sí, contigo y con mi amigo de la infancia, tirando todos del mismo carro y en la misma dirección.

¿Por dónde empezamos, Fernando?

¡Jo! ¡Qué envidia me dan los de Irlanda del Norte! Tienen a un antiguo terrorista del IRAa punto de entrar a formar parte del Gobierno.

Se me está pasando el efecto, tan benéfico y optimista, del rioja y el café me devuelve ya a una realidad durísima en la que veo por doquier banderas de España, que deberían emocionarme como a cualquier “abertzale” (como sabes, esta palabra significa “patriota” en euskera).

Soy un mal “abertzale” español ya que, quizás por efectos retardados del fascismo sufrido en mi propia piel, aún me dan repelús los colores de la bandera, incluso sin la gallina de Franco. Te prometo que hago esfuerzos por superarlo. Pero los “abertzales” del PP no me ayudan mucho. Y lo que me faltaba: ahora mismo, tú tampoco me aclaras nada. Todo lo contrario.

Una buena amiga medio-vasca/medio-maqueta me recordó ayer la escena más terrible y pedagógica de la excelente película “Cabaret”:

Sentados en una bellísima terraza de un merendero alemán de la preguerra mundial, unos jóvenes cachorros de Adolf Hitler, vestidos de caqui, comenzaron a entonar una no menos bella canción nazi (creo que era “El mañana nos pertenece”). Por miedo o por amor desenfrenado a Alemania, casi todos los allí presentes acabaron cantando la misma canción y muchos de ellos, en pie, con el brazo el alto. Faltaría más.

Eso mismo hacía yo de niño, cada mañana, en el patio del colegio, antes de entrar en clase: cantaba el Cara al Sol (u otras similares, también bellísimas canciones fascistas o nazis), con el brazo el alto, mientras el hermano prefecto izaba la bandera de Franco y daba los gritos fascistas de rigor:

¡Paña! Una, ¡Paña! Grande, ¡Paña! Libre. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!

Aún me da un no se qué en las tripas al recordar la escena. Supongo que los hijos de los vencedores lo recordarán de otra manera.

En la película «Cabaret«, cuando los cachorros de Hitler terminan de cantar el himno «abertzale” alemán, el británico le pregunta al ricachón alemán si lo le asusta el ascenso imparable de los nazis en Alemania. El conservador alemán –recuerdo con mi pésima memoria- le contestó algo así:

“Dejemos que los nazis acaben ahora con los comunistas y luego acabaremos nosotros con los nazis”.

La historia nos enseñó, poniendo millones de terroríficos asesinatos masivos sobre la mesa, que ni los nazis acabaron con los comunistas ni los conservadores pudieron acabar con los nazis.

Demasiado tarde para la Europa del siglo pasado.

Pero creo que no es tarde para nosotros, si aún podemos reflexionar juntos sobre un futuro común en libertad, justicia y paz.

Para acabar con los terroristas de ETA (y sueño con ello) no vale cualquier alianza ni a cualquier precio ni en cualquier tiempo y lugar.

A mi me siguen dando miedo algunas amistades peligrosas de la derecha radical (“Conozco al monstruo, porque viví en sus entrañas”, que diría José Martí), pero estoy dispuesto a hacer un esfuerzo sincero por acercar mis posiciones, en este asunto, con la de los conservadores y compañeros de viaje que tengo más cerca de mi. Ahí puedo aportar mi granito de arena.

¿Nos remangamos, Fernando, para unir, uno a uno, a todos los demócratas en contra de ETA sin hipotecar nuestra libertad ni ponerla en peligro con alianzas que podrían producirnos más tarde daños irreparables?

¿Es posible aún invertir la tendencia actual que agranda pavorosamente la brecha entre maestro y discípulos?

¿Podremos volver a leer tu “Ética para Amador” y tu “Política para Amador” sin que, por la noche, los duelos y quebrantos perturben nuestro sueño?

Dinos algo, Fernando.

Y, digas lo que digas, te queremos. Cuídate de los bárbaros.

Un abrazo

JAMS

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Los tomates de la colza y el titadyn de la ETA

No se por qué hoy no pude copiar y pegar aquí la portada de El Mundo en la que lleva a cuatro columnas su tema favorito: los peritos y las dudas sobre la participación de ETA en el 11-M, con este titular cargado de comillas:

Hay «razones más que suficientes» para «diagnosticar» que había nitroglicerina

Y lleva este antetítulo:

Los peritos detallan cómo encontraron componentes del titadyn en uno de los focos

Tengo, en cambio, todas las páginas de El Mundo menos la portada. De ellas destaco hoy un rocambolesco comentario editorial sobre su tema de portada.

El País, cuya portada sí he podido capturar con mis frágiles técnicas de photoshop, no da ni una línea del tal informe de los peritos en su portada.

La única alusión que El País hace del titadyn es en este artículo, muy bien traído a colación por José Yoldi, uno de los mejores especialistas en crónica de Tribunales, sobre dos teorías conspirativas con algunos puntos en común:

Fernando Savater , amenazado y seguido por ETA, vuelve a su púlpìto de El País (¡ya lo echaba yo de menos!) con este artículo imprescindible:

Los ideólogos del Carnaval

Fernando Savater

en El País

02/04/2007

Parece que hoy, en nuestro país, los ciudadanos sólo estamos de acuerdo en dos cosas: una, que hay un exceso alarmante de crispación y enfrentamiento maniqueo en la vida pública; dos, que esta situación es mala para la convivencia y para el funcionamiento de la democracia. A partir del diagnóstico compartido, los doctores difieren en cuanto al reparto de culpas y sobre todo en el tratamiento a seguir para sanar esta dolencia. En este tipo de polarizaciones, lo realista es admitir que los adversarios contribuyen cada cual por su lado a echar leña al fuego, provocando uno con su exceso la reacción desmesurada del otro y así en lo sucesivo. Acepto este planteamiento, pero quiero señalar en cualquier caso que tiene más clara obligación el Gobierno de ganarse a la oposición que ésta de llevarse bien con el Gobierno. Si hoy el país está casi partido por la mitad (ya está bien de repetir el estribillo «el PP se queda de nuevo solo», porque están solos con sus diez millones de votantes, muchísimo más de lo que pueden reunir entre todos los partidos que apoyan al PSOE), habrá que señalar a la cabeza de los responsables a quien ocupa la responsabilidad máxima del Gobierno. Seguramente no carece de virtudes y aciertos el presidente Zapatero, pero falta en esa lista el haber sabido propiciar la cohesión armónica en asuntos fundamentales de la plural sociedad española.

Los ideólogos que en los medios de comunicación emprenden la defensa de la gestión gubernamental establecen como punto de partida que la oposición ataca desaforadamente al Ejecutivo porque no ha digerido su derrota del 11-M y quieren a toda costa su revancha, es decir, desalojarlo del poder (lo cual, por cierto, es lo que pretenden todas las oposiciones que en el mundo han sido, revanchistas o no). Como intentan ocultar los éxitos del Gobierno en economía o asuntos sociales -es interesante señalar que ni los más adictos mencionan nunca la política antiterrorista entre estos grandes logros-, el PP y sus adláteres acuden a proclamar falsedades como que «España se rompe» y «se han rendido ante ETA». A partir de ahí, todo vale, etcétera, etcétera. Claro que también es posible leer todo el cuento al revés y concluir que los servicios auxiliares gubernamentales convierten a todos sus críticos en una horda atroz de extrema derecha y vociferante nacionalismo español para evitarse la molestia de analizar detenidamente los errores cometidos en administración territorial y lucha antiterrorista.

De la versión de los ideólogos pro-gubernamentales, los lectores de este diario ya tienen abundante noticia. En otros medios no menos unánimes pueden familiarizarse con la de quienes culpan al equipo de Zapatero de las peores intenciones y las más viles complicidades. Pero como algún entusiasta de los vivas de rigor ha mencionado a ¡Basta Ya! entre los apoyos inestimables del PP en sus peores empeños satanizadores, voy a permitirme como miembro de ese colectivo exponer -a título personal- una versión de la situación política actual algo distinta a las más habituales… y extremistas. Hago esta última mención porque estoy convencido de que entre los ciudadanos que votan a unos o a otros hay posturas más matizadas y autocríticas de lo que dejan entender las declaraciones de los portavoces. A ellos me dirijo.

¡Basta Ya! es un colectivo nacido de la resistencia política y no meramente moral contra el terrorismo: es decir, que no sólo hemos condenado como tantas personas decentes los crímenes y la extorsión, sino que también hemos denunciado el nacionalismo obligatorio que se ha impuesto bajo el amparo del terror en el País Vasco y, por contagio oportunista, en otras comunidades españolas. Por ejemplo, yo no creo que la reforma del Estatuto catalán y después de los demás vaya a «romper» España como creen algunos apocalípticos. Lo que pienso es que ciertamente la empeora, agudizando desigualdades y mutuos recelos. Dejando aparte las desmesuras de la lunatic fringe separatista, que por cierto ha adquirido en los últimos años una magnitud política y mediática que para nada se corresponde con su peso electoral, los nacionalistas no quieren romper el país sino obtener privilegios dentro de él. No se trata de matar a la vaca sino de ordeñarla al máximo y durante el mayor tiempo posible, lo cual es incompatible con hacerla filetes y consumirla de una sentada. Es la tradicional estrategia del caciquismo hispano, que consistía en que unos cuantos tuviesen vara alta sin interferencias en la demarcación que convertían en su cortijo a cambio de apoyar al Gobierno complaciente en el Parlamento estatal. El nacionalismo que hoy padecemos -el de los nacionalistas propiamente dichos y el de quienes ante su ejemplo no quieren quedarse atrás-

es el viejo caciquismo, dotado de bandera y señas identitarias hipostasiadas. Como demuestran los resultados de los referendos estatutarios, es un proyecto que no entusiasma precisamente a la mayoría de la población en ninguna parte.

En el caso del País Vasco, que es el que más directamente nos afecta a los miembros de ¡Basta Ya!, puede constatarse que el nacionalismo obligatorio no ha decrecido con la disminución de los asesinatos -«sólo» tres últi-mamente-, sino que se hace más irremisible y opresivo. Quizá Patxi López, Egiguren o algunos otros cargos políticos vivan hoy más desahogadamente (aunque no hasta el punto de renunciar a sus escoltas, claro), pero la ciudadanía no nacionalista sigue viviendo en una semiclandestinidad de facto en todos los terrenos. No hay concesiones conciliadoras para ellos. ETB o Radio Euskadi prosiguen marginando las voces de los escritores, artistas o simples particulares que representan opciones e iniciativas distintas a las del régimen establecido. Las personas desafectas no pueden aparecer en público para tomarse una copa en gran parte de las poblaciones de su propio país, como no sea acompañadas por los GEO. De la protección que se les ofrece da idea lo que le ha ocurrido a Antonio Aguirre y demás miembros del Foro de Ermua frente a la Audiencia de Bilbao: aunque sean media docena contra mil, son culpables de haber enturbiado la pacífica manifestación cuyo único objetivo era presionar indecentemente a los jueces y demostrar que no hay nada, ni legal ni ilegal, por encima de la santa voluntad nacionalista. Ahora el tripartito vasco homenajea a las víctimas, siempre que ya hayan padecido martirio: hasta el día antes de matarles, eran meros crispadores (hoy mismo han detenido en el País Vasco a ocho etarras que se preparaban para hacernos pasar a unos cuantos de una a otra categoría). En los homenajes a las víctimas y en la educación para la paz que se dispone oficialmente (risum teneatis) se omite la mención a ETA, el reconocimiento de la licitud del compromiso político antinacionalista por el que fueron asesinados y se sigue predicando la existencia de un «conflicto» político, cuya resolución al gusto nacionalista es el primer y único requisito para acabar con la violencia. Mientras, el departamento de educación local prepara un plan que consagra al euskera como única lengua materna realmente reconocida en la CAV. ¿Reconciliación? Su mejor imagen la tenemos en la actual Korrika, financiada con dinero público y en la que, con el pretexto de potenciar la lengua, se exhiben todos los símbolos e imágenes del nacionalismo más radical. Un par de concejales socialistas de buena voluntad se avienen a tomar parte en el festejo y deben correr un trecho llevando detrás las fotos de quienes asesinaron a sus compañeros…

¿Se ha entregado ¡Basta Ya! a un nuevo fundamentalismo antigubernamental? Pregunto a mi vez: ¿alguien nos ha visto manifestándonos contra los matrimonios de homosexuales, o la Ley de Igualdad o la enseñanza laica y cívica? Si siempre hemos combatido contra la falta de libertades en el País Vasco y esa falta continúa, incluso agravada en algunos casos, ¿por qué debemos abandonar nuestras reivindicaciones y callar nuestra preocupación ante ciertas decisiones gubernamentales? Estamos acostumbrados a que se nos llame intransigentes y crispadores desde hace años, aunque gracias al movimiento cívico que impulsamos llegara a producirse el pacto antiterrorista y la ley de partidos. ¿Bloquea la exigencia de garantías y el rechazo de componendas al gusto de los violentos la paz o, lo que más nos importa a nosotros, el logro de la libertad? Conviene no olvidar que ahora, en la muy citada Irlanda, se ha llegado al armisticio no sólo merced al diálogo, sino también gracias a la suspensión de la autonomía y a la obstinación del denostado Ian Paisley, que finalmente ha conseguido que el Sinn Fein acepte la policía y la legalidad que negaba. ¿Está mal denunciar a los cínicos? Aunque ¡Basta Ya! no ha llevado flores a la plaza de la República Dominicana, no se extraña de que haya quien lo haga ahora y no hace veinte años, porque es ahora cuando se ha excarcelado al serial-killer De Juana Chaos. Hay que ser caradura para escandalizarse de algo tan obvio. Etcétera.

Schopenhauer inventó el dicterio de «criaturas ministeriales» para denigrar a los profesores más dedicados a justificar al Gobierno que a practicar la honradez intelectual. El atrabiliario don Arturo exageró aplicándolo a Hegel o Schelling, pero el calificativo es útil. Hoy puede dedicarse a esos ideólogos entregados a desenmascarar supuestamente a los críticos de la política antiterrorista del Gobierno, revelando con estrépito las máscaras carnavalescas de extrema derecha, reaccionarios y saboteadores de la paz que ellos mismos les han confeccionado. Cierto, vivimos una época de adhesiones inquebrantables y unanimidades a la soviética. Pero sólo puedo decirles una cosa: con ¡Basta Ya!, lo tienen claro.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

FIN

El Mundo y El País coinciden… en los anuncios

Imagino que El Mundo pilló la noticia de la prisión atenuada para el terrorista De Juana Chaos en el último minuto y por los pelos.

Antes, nos enterabamos de lo que publicaba nuestra competencia en su portada al comprar los diarios en el VIP. Inmediatamente llamábamos al encargado de cierre de nuestro periódico para que pararan la máquina y metieran un «alcance» (eufemismo para noticia robada tras el cierre).

No se si éste es el caso de la portada de El Mundo de hoy. No quiero ser malpensado. Pero, sorpendentemente, concede a De Juana un titular minúsculo a una columnita escondida bajo un luto.

De ser así, interpretaría que las fuentes bien informadas del ministerio de Rubalcaba no premian a El Mundo con sus revelaciones (nunca desinteresadas ni,por supuesto, inocuas) como lo hacen con El País. Justo al revés de lo que hacen ahora las fuentes bien informadas del PP o lo que hacían las del ministerio del Interior cuando mandaba Acebes.

Al margen del apoyo apasionado y retorcido que Pedro Jota parece estar prestando, a toda página, a los acusados por la masacre del 11-M, la noticia-bomba de la salida del hospital del sanguinario etarra es, a todas luces, mucho más relevante que lo que ayer dijo Trashorras sobre lo que le dijo «El Chino» y que todo el mundo sabe.

Con estos ingredientes, cualquier estudiante mediocre de Periodismo hubiera hecho mejor portada que Pedro Jota. Una pena.

Mañana corregirá el error y pondrá, a toda pastilla, las protestas de la AVT del PP contra la prisión atenuada del etarra.

Pero olvidará, quizás (¡ay!), dar la lista de los etarras excarcelados por enfermedad por el Gobierno Aznar, alguno con más de 3.000 años de cárcel y más de 20 asesinatos de inocentes a sus espaldas.

El País no lo ha olvidado hoy y dedica un titular muy oportuno sobre los gestos humanitarios de José María Aznar con los asesinos etarras. Un detalle.

Lo que sí olvidó El País (pero no El Mundo) fue pedirle a su corresponsal en Berlín una crónica urgente, y muy oportuna para sus intereses corporativos, sobre el rechazo de Alemania a dar beneficios penitenciarios a un terrorista de la Baader-Meinhof. ¡Qué cosas tiene la prensa!

Las portadas, como se ve, sólo coinciden en la fecha y en la publicidad.

¿Ha publicado algo mi admirado Fernando Savater sobre ETA, Batasuna, País Vasco , nacionalismos, separatismos y/o la política antiterrorista de España desde el atentado terrorista de Barajas?

Por tratarse de las vacaciones de año nuevo, quizás me he perdido sus opiniones, siempre provocadoras de reflexión, sobre estos asuntos de vital importancia para nuestro futuro en libertad.

Si alguien ha leído algo de Savater sobre estos temas, agradecería que pusiera aquí el enlace o la cita. Gracias.

No me suelo perder niguno de sus artículos (y casi ninguno de sus libros). Por eso me extraña que que no nos haya dado publicamente doctrina desde la bomba de Barajas. Me habré despistado contando páginas de publicidad.

Hoy nos regala Savater este magnífico artículo sobre la carcundia nacionalcatólica, con alusión antiseparatista (aunque de rondón) en el último párrafo.

Sin fe, ni fu ni fa

FERNANDO SAVATER en El País 01/03/2007

A menudo, las indignaciones o escándalos de nuestra sociedad recuerdan bastante a los caprichos apasionados de la multitud en el circo romano. Por ejemplo, el pataleo suscitado porque una agraciada señora que se presenta a un concurso de belleza (ocasión paradigmáticamente machista) sea tratada, oh sorpresa, de modo paradigmáticamente machista al discriminarla por su maternidad. Eso es como ir al campo de fútbol y luego protestar ante el griterío porque levanta dolor de cabeza (no quiero dar ideas pero ¿acaso los propensos a la jaqueca no tienen derecho a frecuentar los estadios? Interesante problema jurídico). De parecido tenor me parece -dejando aparte pormenores del derecho laboral que conozco poco- la irritación suscitada porque el obispo correspondiente haya cesado a una profesora de religión que convive con quien quiere y como quiere. Precisamente la doctrina que ella está profesionalmente obligada a enseñar prohíbe tal libertad de costumbres. De hecho, la Iglesia para cuya propaganda ha sido elegida -a costes pagados por el Estado, eso sí- ha tenido a lo largo de los siglos y aún quisiera retener dentro de lo posible el ordenamiento por medio de premios y castigos (algunos sobrenaturales y otros no tanto) de la vida privada de los ciudadanos. No puede por tanto extrañar que trate al menos de controlar a quienes hablan en su nombre y según su nombramiento, ya que el resto de la sociedad parece estar cada vez menos por la labor. Sería sorprendente que los obispos eligieran para transmitir su reglamento teocrático a los jóvenes a quienes tienen ideas parecidas a las de los jóvenes y no a las suyas.

El caso suscita interesantes reflexiones sobre la evidente impropiedad de mantener una asignatura confesional -sea obligatoria, voluntaria o mediopensionista- en la enseñanza pública. En un artículo aparecido como es lógico en Abc («Profesores de religión», 24-2-2007), Juan Manuel de Prada compara el caso de la profesora expulsada con el de un militar que, tras haberse graduado en la academia con calificaciones sobresalientes, se negara a ir al campo de batalla alegando convicciones pacifistas. Según Prada, nadie se escandalizaría de que fuese destituido puesto que «profesar la milicia y negarse a empuñar un arma son circunstancias incompatibles». En este último punto, desde luego, es imposible no estar de acuerdo con él. Pero el símil plantea cuestiones inquietantes. A ningún profesor de geografía se le puede echar de su plaza por ser remiso a viajar, a ningún profesor de literatura se le cesa por preferir leer El Código da Vinci a En busca del tiempo perdido y ni siquiera son privados de su doctorado tantos médicos destacados que fuman, beben y perjudican alegremente su salud como si la ministra Elena Salgado no hubiera venido jamás a nublar nuestras vidas. En cambio, a la profesora de religión amancebada -perdonen el término anticuado, tan barojiano- se la pone de patitas en la calle… sin que el Tribunal Constitucional logre presentar objeción válida. ¿Cómo puede ser eso? Pues lo explica Prada muy clarito: «Siendo la asignatura de religión de naturaleza confesional, nada parece más justo que exigir a quienes la transmiten una coherencia entre las enseñanzas que transmiten y su testimonio vital, (…) que exigir a los docentes que prediquen con el ejemplo y profesen efectivamente y no sólo de boquilla la fe que se disponen a transmitir». Sigue teniendo razón desde su perspectiva, aunque precisamente sea esa perspectiva la que nos plantea problemas a quienes deseamos una educación pública digna de tal nombre y por tanto inevitablemente laica.

Veamos: para empezar hay que hablar con propiedad. No estamos refiriéndonos a los profesores de religión en abstracto, de historia de las religiones o de creencias religiosas comparadas, ni siquiera a docentes que enseñen los principios del cristianismo y sus múltiples variedades instituidas, sino a personas designadas por las autoridades eclesiásticas para impartir doctrina católica con más o menos adornos. No es una asignatura relacionada con el conocimiento sino con la devoción. De ahí que -a diferencia de lo que ocurre en las materias de sustancia científica- se pida militancia a quienes la imparten, como bien subraya Juan Manuel de Prada: los profesores de catolicismo deben ser mitad monjes y mitad soldados, para utilizar otra expresión antañona. Lo que importa no es la autenticidad de lo enseñado (me temo que bastante discutible) sino la autenticidad de la fe con que se enseña. Se trata no de saber sino de creer o de aprender lo que hay que creer y a qué principios se debe obediencia. Es la fe quien mueve toda esta montaña pedagógica. De aquí también la dificultad intrínseca de evaluar semejante materia como las demás. Para ser rigurosos y coherentes con lo que se exige a los docentes, deberían puntuarse las buenas obras de los alumnos y su entrega piadosa al culto divino, no las respuestas a ningún tipo de cuestionario. Lospecados veniales restarían puntos y tres pecados mortales -por ejemplo- podrían bastar para suspender el curso. En esta asignatura no debería haber otros exámenes que los exámenes de conciencia…

Hay que reconocer que todo esto suena bastante raro, pero por lo visto es lo que dispone el Concordato firmado con la Santa Sede. Supongo que por eso la sentencia del Tribunal Constitucional establece que «si la impartición en los centros educativos de una determinada enseñanza religiosa pudiera eventualmente resultar contraria a la Constitución, ya fuere por los contenidos de dicha enseñanza o por los requisitos exigidos a las personas encargadas de impartirla, lo que habría de cuestionarse es el acuerdo en virtud del cual la enseñanza religiosa se imparte, no la forma elegida para instrumentarlo». En efecto, es ese acuerdo lo que urge revisar (por cierto, se firmó en el año 1979 -como una herencia de la época franquista que por entonces más valía no meterse a discutir- y según creo sólo por tres años). Porque resulta por lo menos inusual que una materia figure en el programa de bachillerato no por decisión libre de las autoridades educativas sino como concesión a una entidad foránea. Además, ¿qué consideración institucional merece la Santa Sede? Si se trata de una autoridad eclesiástica, la cabeza de la Iglesia Católica, ¿por qué debe mantener con ella nuestro Estado no confesional un tratado especial y comprometedor? Si se trata de un Estado extranjero con todas las de la ley, es hora de recordar que en él no se respetan derechos fundamentales en lo tocante a la libertad religiosa, igualdad de sexos para acceder a cargos públicos, etc… En una palabra, es una teocracia al modo de Arabia Saudí y no parece por tanto la influencia más deseable en el plan de estudios de un país democrático. Ese Concordato venido del franquismo concuerda muy mal con nuestras instituciones actuales y muchos católicos lo reconocen abiertamente así. Aquí y no en otra parte está el verdadero problema y el auténtico escándalo.

El adoctrinamiento confesional, sea católico, protestante, musulmán, judío o lo que se quiera, no ha de tener lugar en la enseñanza pública, ni como asignatura opcional pero pagada por el erario público ni mucho menos como obligatoria. Defender así el laicismo indispensable para el funcionamiento democrático no es un tema menor y hoy menos que nunca. Desde la ultramontana Polonia, pasando por Bélgica, Italia o España y hasta la admirable Francia, ahora amenazada en el horizonte por las propuestas neointegristas de Sarkozy, es raro el país europeo que no padece conflictos con el regreso invasor de la mentalidad religiosa en el siempre vulnerable redil educativo. Entre nosotros, suele trivializarse el tema o convertirse en palestra partidista, en ambos casos al modo de la discusión sobre el nacionalismo. Para los pro-nacionalistas actuales, cualquier reivindicación de la unidad de España como Estado de Derecho es «rancia»… como si los derechos históricos impertérritos ante el paso de los siglos y la segregación étnica fuesen conquistas de la modernidad. También para los actuales abogados del clericalismo el laicismo es progresismo trasnochado y, según Rouco Varela, el ateísmo resulta decimonónico (por lo visto la transubstanciación eucarística y la resurrección final de los muertos es lo que más va a llevarse la próxima temporada). Otros pretenden que el laicismo es un perverso invento de Zapatero y sus adláteres, lo mismo que hay quien cree que denunciar el separatismo reaccionario (todos lo son) es una maniobra al servicio del PP o del tradicional fascismo hispánico. Quiero pensar que la mayoría de este país -aunque desde luego la menos estentórea- no vive políticamente empobrecida por semejantes tópicos sectarios.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

Ahí va un bonito artículo sobre cosas que me interesan mucho, aunque no en ese orden:

Cervantes y las mujeres

JUANA VÁZQUEZ en El País

01/03/2007

Don Miguel de Cervantes fue un hombre que se adelantó a su tiempo, y al que su pasión por la libertad llevó a configurar la mayoría de los personajes femeninos de Don Quijote según sus principios de independencia y libertad.

El escritor manchego estaba muy lejos de los modelos de mujeres que presentaban los autores de entonces. Su actitud ante la vida era avanzada. Sobre todo, si lo comparamos con Lope de Vega, Tirso de Molina, Quevedo… y no digamos con el posterior Calderón de la Barca, quienes proyectaban en sus obras una concepción de la mujer cavernícola.

Consecuencia de esta actitud avanzada es que la mayoría de los personajes femeninos de este libro de libros saben leer y escribir. Sólo son analfabetas Teresa Panza, Sanchica, Aldonza Lorenzo y Maritornes. Sin embargo, las damas de aquellos siglos, en un 90%, no estaban alfabetizadas.

Letradas o analfabetas, señoras o criadas, ricas o pobres, campesinas o aristócratas, las féminas de Don Quijote son sujetos de pensamientos y actitudes autónomas, viven dignamente en el nivel que les corresponde por su origen, y aunque éste se sitúe en el peldaño más bajo de la escala cultural y social, se muestran seguras de sí mismas y lo viven con gallardía y autoestima. Cervantes les da vida como sujetos y por tanto no están atadas a ningún convencionalismo social o cultural que se sitúe por debajo de su dignidad como personas. No era así para las mujeres de carne y hueso de aquellos siglos. Y es que con Cervantes la mujer cambia su papel de objeto pasivo a sujeto activo.

Entre estas damas cultivadas y seguras de sí mismas de Don Quijote, en donde se cumple de una forma más radical el pensamiento de un Cervantes anticipado a su tiempo, está el personaje de Marcela, que encabeza su manifiesto con el famoso grito: «Yo nací libre». La zagala reivindica el privilegio de vivir sin trabas, sea soltera, casada u holgando a su antojo de lo que llama su libre condición.

Este que sigue es un fragmento de su discurso a los amigos del fallecido Crisóstomo, que se suicidó porque ella no lo aceptaba como futuro marido: «El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado. (…) Yo como sabéis tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme (…) Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte».

¿Dónde en un siglo de analfabetismo, existen unas mujeres, además de libres, con destrezas propias de letradas e instruidas, iguales que los personajes femeninos de Don Quijote? Pues las féminas de este tiempo, como manifiesta el padre de una dama casadera en la comedia de Calderón No haya burlas con el amor, debían prescindir del terreno intelectual, ya que les estaba prohibido por pertenecer al hombre. Lo suyo era la vida cotidiana ubicada en el espacio privado y atender a sus labores caseras. De esta forma tan sintetizada lo dice el citado padre acerca de su «querida» hija: «Bordar, labrar y coser/ sepa sólo: deje al hombre/ el estudio».

Hoy todavía quedan flecos en la idea de que la mujer es la apropiada para realizar trabajos caseros. Por ejemplo, hace poco se leía en la prensa que una compañía aérea ha rechazado contratar hombres como auxiliares de vuelo en sus aviones. Alegan que prefieren que sean mujeres las que atiendan a los pasajeros. Seguramente, piensan que se les da mejor que a los hombres servir las comidas, las bebidas, traer una mantita al viajero, una almohada, algún analgésico, en fin, servicios domésticos…

En resumen, si la libertad que otorga Cervantes a las damas en Don Quijote, que las hace salir a los caminos «solas y señeras», hubiera servido de ejemplo para muchos escritores de todos los tiempos e incluso para los medios de comunicación de nuestros días -que todavía hoy deslizan en sus páginas frases como «mujeres cuota», «ministras Vogue», etcétera- mejor nos hubiera ido. Seguramente, mucha de la violencia machista estaría extinguida, pues ésta se basa, sobre todo, en utilizar a la mujer como un objeto que pertenece al marido, algo así como el coche, el vídeo o el ordenador, y no como sujeto de acción y libre albedrío.

En la comedia El castigo sin venganza, de Lope de Vega, se aprecia esta actitud machista, que por desgracia, hoy, cuatro siglos después, sigue existiendo. Así se queja una fémina de los maridos: «En tomando posesión (de la esposa)/ quieren en casa tener/ como alhaja la mujer,/ para adorno, lustre y gala,/ silla o escritorio en sala…/ y es término que condeno…».

Para muchos no ha cambiado esta concepción de la mujer, y siguen sin admitir su libertad como sujetos. Hace poco leía en una entrevista que le hacían en Mujer Hoy a una psiquiatra, Marie-France Hirigoyen, experta mundial en maltrato y acoso, en la que decía: «Se supone que cuanto más libertad tengan ellas, menos violencia debería existir dentro de la pareja, pero esto no es así, porque los hombres se resisten a aceptar esta libertad de la mujer». ¿Hasta cuándo?

Juana Vázquez es catedrática de Lengua y Literatura y escritora.

No me da tiempo a comentar otra maldad de las portadas de hoy:

«Enel admite…» en El Mundo. Cuando alguien «admite» algo, no suena a nada bueno. «¡Admítelo!», decimos.

El País, en cambio, utiliza un verbo mucho más convincente y positivo para la eléctrica italiana:

Enel sostiene…

¡Qué gran diferencia entre admitir o sostener!

Mucho interés debe tener Pedro Jota en descatar al tal Trashorras a toda página como para esconder no solo al terrorista De Juana Chaos sino al notición del vergonzoso botellazo en la cabeza del entrenador del Sevilla.

Pedro Jota: ¡Despierta, hombre!

Y ahora me voy de «finde» para Canarias con mis comerciales favoritos. Sorry. En la penísula no se puede tener todo.