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"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«30.000 desaparecidos en el franquismo»: ¿en una o en cuatro columnas?

Por la letra pequeña, deduzco que tanto El País como El Mundo conocieron ayer el informe de 30 folios que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica presentó ante el Juez Garzón así como las correspondientes noticias de agencia sobre este mismo asunto.

En base a idéntica información, El País lo titula hoy a cuatro columnas y El Mundo lo hace a una columna. Cada uno sirve legítimamente a los intereses de sus lectores y de sus accionistas.

Por las mismas legítimas razones, cada uno dió ayer un tratamiento gráfico y tipográfico distinto en su portada a la noticia de la muerte de Loyola de Palacio, dirigente del PP, ex ministra del Gobierno Aznar y ex vicepresidenta de la Comisión Europea.

Por eso, no es de extrañar que El Mundo destine hoy -por voluntad de sus familiares y amigos- media página a esquelas (casi veinte módulos) sobre el fallecimiento de Loyola de Palacio, una mujer, por otra parte, digna de admiración por su coraje personal y por su gran coherencia entre lo que pensaba y lo que hacía.

El Mundo:

El País:

El País, que ayer dedicó apenas una foto tamaño sello a Loyola de Palacio en su portada, hoy ha recibido el encargo de publicar solamente tres pequeñas esquelas sobre su fallecimiento, que suman en total cuatro módulos, frente a los diecinueve módulos que publica El Mundo. (¿Es relevante o no que todas las esquelas de El Mundo estén presididas por una cruz mientras que las de El País no la llevan?)

Lamento la muerte de Loyola y desde aquí envío mi más sentido pésame a sus familiares, y especialmente a su hermana Ana, ex ministra de Exteriores de Aznar, que fue quien me la presentó en su casa hace muchos años, cuando yo preparaba la fundación del diario El Sol

Hay que reconocerle muchos méritos a la ex ministra Loyola de Palacio por lo que hizo en vida, al servicio de sus ideales y de la democracia española, dentro de la derecha civilizada.

Pero también, las portadas de hoy recogen gráficamente otro gran mérito (desgraciadamente póstumo) de Loyola: el fruto de la última batalla que, como el Cid Campeador, ha ganado después de muerta.

Tras su muerte tan prematura, Loyola ha conseguido que Zapatero y Rajoy (que juntos representan a la inmensa mayoría de los españoles) se acerquen, se hablen y estrechen sus manos. Se trata del primer apretón de manos entre ambos líderes en los últimos nueve meses. Y eso sí que es noticia de primera. Por eso, así lo destacan ambos diarios:

Naturalmente, cada diario arrima el ascua a su sardina, a la hora de titular el debate de ayer sobre la Ley de la Memoria Histórica. Son como la noche y el día.

El Mundo:

Ningún otro grupo apoya…

El País:

…salva el primer escollo

El País incluye en su interior un artículo interesante de Juan Goytisolo , contrario a legislar sobre la memoria histórica, que copio y pego a continuación:

Miradas prismáticas a la Guerra Civil

JUAN GOYTISOLO

15/12/2006

Del mismo modo que toda gran creación novelesca no puede ser examinada desde un prisma único, ya sea de orden ideológico, religioso o nacional, ni por su «corrección» moral, social, sexual o artística, sin ser descuartizada por el crítico cirujano en la mesa de operaciones de su morgue o cátedra, un acontecimiento de trascendencia universal como lo fue la Guerra Civil española, objeto de centenares, quizá millares, de tratados, manuales, testimonios, memorias, no admite interpretaciones unívocas ni planteamientos definitivos e intocables. Sólo debates como el que tengo el honor de clausurar permiten abarcar la infinitud de matices y contradicciones, éxitos y fracasos que configuran las circunstancias que la provocaron y determinaron el curso de los acontecimientos: la derrota de quienes luchaban por una causa justa, víctima no sólo del auge de los totalitarismos, sino traicionada también por los gobiernos que hubieran debido defenderla.

Vivimos ahora en una etapa marcada por la recuperación de la memoria histórica de los vencidos al cabo de casi treinta años de gobierno constitucional: este lapso puede resultar sorprendente a primera vista, pero en realidad no lo es. Los condicionamientos impuestos por el tránsito de la dictadura a la democracia no lo explican todo. Después de una catástrofe como la que se abatió sobre España entre 1936 y 1939 y su prolongación opresiva por la dictadura franquista, era tal vez necesario recapacitar, restañar las heridas, cerrar definitivamente el ciclo de guerras civiles y cuartelazos de espadones que marca la historia española desde la invasión napoleónica a la muerte de quien reposa hoy en e1 Valle de los Caídos.

Recuerdo haber leído hace casi medio siglo un sugerente artículo de Arthur Koestler sobre la cura de silencio tocante a Vichy y la colaboración con los nazis seguida durante la inmediata posguerra francesa y la que puso entre paréntesis la culpabilidad del pueblo alemán en tiempos del canciller Adenauer: ambas fueron necesarias, decía, para decantar la brutalidad de los hechos y aquilatarlos en el filtro de la conciencia. Quizá sea ello una regla histórica, como pude comprobar estos últimos años con los habitantes de Sarajevo. Terminado el asedio, tras un breve afán de testimoniar acerca de lo ocurrido, prefieren hoy, si no olvidarlo, ponerlo entre paréntesis, aguardando el momento en que el peso de este silencio les obligue a romperlo, como acaeció en Francia y Alemania con la emergencia de generaciones nuevas.

Recuperar la memoria dolorosa de la barbarie de la guerra y de la represión franquista es una necesidad vital para quienes fueron sus víctimas y los descendientes de éstas, pero no puede convertirse en materia de ley. He citado varias veces el distingo de Todorov entre quienes se erigen en guardianes de aquella como un bien precioso y someten el presente al pasado, y quienes utilizan el pasado de cara al presente y aprovechan las injusticias y atrocidades sufridas para evitar su repetición. Legislar sobre la memoria me parece a la vez innecesario y peligroso. Sólo un patán ignorante o un fanático pueden negar hoy la realidad del Holocausto y quien así lo hace carga con la ignominia de su mentira, nescencia y obcecación. Incluso este horror único en la historia de la «especie humana» de la que hablaba Robert Antelme no necesita el amparo del legislador. El extremo indecible del exterminio programado a escala industrial está ahí, en su ámbito físico y en el de nuestras conciencias, para testimoniar mientras corran los siglos. Pues, sentado este precedente, la ley contra el negacionismo del controvertido genocidio armenio abre las puertas, como advirtió Timothy Garton Ash en un excelente artículo publicado en EL PAÍS, a una legislación infinita sobre las matanzas en Argelia. Camboya, Bosnia, Ruanda, Durfur, etcétera, y, quién sabe, si a las perpetradas en América contra los pueblos indígenas en nombre de nuestra sacrosanta civilización.

Intervenciones como las que hemos escuchado son el mejor antídoto contra el recurso a la ley para establecer una verdad histórica. Si en tiempos antiguos la historia era el reino del mito y de las falsificaciones recurrentes, ligadas siempre a sentimientos patrióticos e intereses materiales, la historia de hoy acepta su condición de verdad relativa, su índole provisional y sujeta a rectificaciones y mejoras en función del nivel de nuestros conocimientos y de los hechos y datos que los sustentan. No hay verdades macizas e impolutas como las que esgrimían antaño los portavoces de uno y otro bando. Las ambigüedades de muchos intelectuales señaladas por Jordi Gracia muestran la infinidad de matices y situaciones de una realidad no sujeta al prisma único de una ideología. Cierto que muchos franquistas arrepentidos se esforzaron en ocultar su pasado. Muy pocos tuvieron la valentía moral de sacarlo a luz o se adelantaron a su posible descubrimiento. Quienes hemos escrito textos autobiográficos lo sabemos mejor que nadie. Si nos resignamos a ser sinceros es porque somos mentirosos desesperados.

La causa de la República movilizó las conciencias de los intelectuales y escritores, especialmente en Francia, Inglaterra y Norteamérica (aunque el compromiso de plumas conocidas de estos dos últimos países no haya sido cubierto aquí con la extensión que merece). Este amor a la causa española se remonta como sabemos a comienzos del siglo XIX. Wordsworth, Coleridge y los llamados «apóstoles» de Cambridge pusieron su talento y entusiasmo al servicio de los constitucionalistas de Riego o murieron, como Roberto Boyd, en el malhadado desembarco de Torrijos en Málaga. La polarización política de los años veinte y treinta del pasado siglo amplió el fenómeno de la fascinación por la España romántica a una defensa del pueblo español frente 1a brutalidad del golpe militar contra la República. Para ceñirnos al caso de Francia, mayormente estudiado aquí, la gama de motivaciones de quienes se alistaron para sostener al Gobierno legal o acudieron a socorrerle en sus escritos y en la prensa abarca todos los colores del arco iris. De Malraux a Simone Weil, las razones y experiencias son tan distintas como la personalidad de sus autores. Recientemente leí las pruebas de un interesante relato de la hispanista Elena de la Souchère, de próxima aparición en Galaxia Gutenberg. La entonces jovencísima voluntaria en el frente de Madrid pasó a Barcelona, en donde su misión, encomendada por Aguirre e Irujo, amigos personales de su padre, consistía en ayudar a camuflarse y escapar a los sacerdotes vascos de los comecuras anarquistas. ¡Faceta nueva y original de esta mirada prismática, de mil facetas, a la que se refiere el título de este escrito! Las referencias a Nizan, Cassou, Mauriac, Sartre, Bataille, Leiris, Breton, Elie Faure o Camus ponen de manifiesto la diversidad de tintas y enfoques de su compromiso. Su generosidad intelectual anda casi siempre reñida con las nociones de estrategia y cálculo. Algunos episodios, hechos y citas que desconocía me han conmovido. Lástima que este amor a la justicia haya disminuido de forma inquietante en nuestros días con respecto a otras causas tan justas y dignas de ser defendidas como las de los palestinos, chechenos y otros pueblos sometidos a las leyes inicuas de la violencia y ocupación.

Quisiera añadir, para cerrar esta breve charla, que la única conclusión a la que cabe llegar después de este excelente simposio sobre la Guerra Civil es, precisamente, la de la imposibilidad de llegar a conclusión alguna, fuera del hecho de que navegamos a corriente o a contracorriente en el río de Heráclito.Recuperar la memoria dolorosa de la barbarie es una necesidad, pero no puede convertirse en materia de ley

FIN

Si disponen de tiempo libre este fin de semana, no se pierdan este otro artículo sobre Chile y Pinochet que publica hoy Prudencio García en El País:

Vergüenza para la justicia de Chile

PRUDENCIO GARCÍA 15/12/2006

La impunidad del general Pinochet queda establecida para siempre en términos históricos. El fallecimiento del imputado en una causa penal produce su sobreseimiento automático y definitivo (artículo 93 del Código Penal de Chile). La urna que contiene sus cenizas es, por tanto, plenamente merecedora de llevar la siguiente inscripción: «Augusto Pinochet Ugarte: impune por defunción».

Al no haberse producido ni una sola condena en ninguna de sus numerosas causas penales, sus partidarios presentes y futuros se ocuparán de explotar al máximo esta joya que les regala la patética justicia de su país. Este tipo de dirigentes -pese a sus crímenes- siempre consiguen fervorosos partidarios en todas las áreas sociales, no sólo en los ámbitos militares, financieros, oligárquicos y de amplios sectores de las clases medias, sino también en los ámbitos académicos. No faltarán, sino que sobrarán, profesores, historiadores y tratadistas que dejarán, negro sobre blanco, que el general Pinochet fue un estadista intachable, ya que «jamás pudo ser condenado por la justicia, a pesar de las insidiosas calumnias de sus enemigos».

Recordemos, entre otras atrocidades, que en algunos de los antros de tortura pinochetistas, según revelan los testimonios prestados ante las dos comisiones oficiales de investigación (Rettig y Valech), se utilizaron feroces perros amaestrados para atacar y violar a las mujeres interrogadas como supuestas subversivas. Recordemos que, según acredita el informe oficial de la comisión presidida por monseñor Valech, 28.000 personas fueron torturadas y salvajemente humilladas, entre ellas varias decenas de ciudadanos españoles. Recordemos que, ante el tribunal británico que sentenció la entrega a España en extradición del ex dictador (después frustrada por la decisión política), el fiscal proclamó en la vista oral que «aquellos casos allí presentados eran los más atroces jamás vistos ante un tribunal inglés».

Recordemos también que el padre de la actual presidenta de Chile, entonces general de la Fuerza Aérea, fue torturado por sus propios subordinados y murió a consecuencia de los destrozos físicos sufridos. Recordemos que incluso la hoy presidenta Bachelet y su madre también fueron conducidos a las siniestras instalaciones de Villa Grimaldi, donde fueron en su momento torturadas y humilladas.

Recordemos igualmente que aquel individuo supuestamente enfermo -devuelto a su país por razones humanitarias, invocando su deteriorada salud-, nada más llegar al aeropuerto de Santiago abandonó la silla de ruedas (Y Pinochet «se levantuvo y andó», decíamos en estas mismas páginas comentando el chusco episodio), gesto que culminaba aquella tomadura de pelo de dimensiones transnacionales, consumada ante los ojos y la carcajada general de la opinión pública mundial.

Recordemos frases tan indignas como éstas: «Esas violaciones de derechos humanos que se me imputan fueron obra de mis subordinados, actuando fuera de mi conocimiento y de mi control». Infame argumento en boca de quien, en la cúspide de su poder y de su soberbia, decía aquello de que «en Chile no se mueve una hoja sin que yo lo sepa». Y aquel iracundo «la DINA soy yo», rotunda frase con la que, ante las reticencias de algún general, apoyó las actuaciones de la criminal organización en el extranjero, incluidos los asesinatos de su antecesor el general Carlos Prats y su esposa (Buenos Aires, 1974), el del dirigente democristiano Bernardo Leighton y la suya (Roma, 1975), y el del ex ministro de Allende, Orlando Letelier, con su secretaria (Washington, 1976).

«Sabíamos que mandó matar, pero creíamos en su honradez», decían algunos de sus antiguos seguidores. Inocente o interesada creencia, que se desvaneció ante las evidencias del caso Riggs, cuando todo el mundo supo que no sólo mandó matar sino que también mandó robar astutamente, mediante diversas manipulaciones financieras, ordenando a sus hábiles administradores evadir capitales, defraudar impuestos, falsificar documentos, cobrar cuantiosas comisiones ilegales, y poner sus millones de dólares a buen recaudo, en la misma banca utilizada por otros ilustres estadistas y mafiosos de similar catadura moral.

La justicia chilena cargará para siempre con la inmensa vergüenza de haber sido incapaz de juzgar a un desalmado criminal, habiendo dispuesto, para hacerlo, de seis años y nueve meses, desde el regreso de Inglaterra del ex dictador. Tiempo sobrado para desaforarle y procesarle -como se hizo repetidamente- por muy diversos casos de secuestros, torturas, asesinatos y robos millonarios de guante blanco. Pero también tiempo sobrado para juzgarle y condenarle.

Hubiera bastado una única condena por uno solo de sus crímenes -sin necesidad de pisar la cárcel-, para que Pinochet hubiera adquirido la condición oficial de delincuente, dato de considerable importancia para la posteridad. Pero, al no haber recibido condena alguna, se ha salvado incluso el funeral militar. Penoso espectáculo, el de unos honores militares para quien ordenó una represión que incluyó matar, secuestrar, torturar a miles de sus conciudadanos civiles, llenar clandestinamente numerosas fosas comunes y arrojar cadáveres al mar, según consta en miles de folios judiciales. Honores castrenses para un jefe indigno que arrojó sobre sus subordinados, que le obedecían ciegamente, la responsabilidad de las decisiones criminales que él mismo tomó y cuya ejecución siempre controló.

Por añadidura, el general, como si se tratara de su última y más sarcástica burla, ha ido a morir en una fecha emblemática: el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, conmemoración de su Declaración Universal. Enhorabuena, general.

FIN

Por último, me ha llamado la atención -y me ha provocado una sonrisa- la segunda noticia de la portada de El Mundo , que va sobre una entrevista que finalmente han conseguido hacer al candidato socialista a la alcaldía de Madrid, Miguel Sebastián.

Con cierta vanidad profesional que, por injustificada, resulta pueril, El Mundo destaca este presuntuoso sumario:

Primera entrevista con el candidato socialista al Ayuntamiento de la capital

Para que esta información sea cierta, deduzco que El Mundo está anunciando una serie de entrevistas con Miguel Sebastián y que ésta es «la primera» de dicha serie. Habrá, quizás, una «segunda» o una «tercera». Ya veremos.

De lo contrario, no entiendo por qué presume de que es «la primera«.

Hace un par de semanas, oí una larga entrevista que Carlas Francino le hizo a Sebastián en la Cadena SER.

Si no cuenta la radio, y se refiere a que es «la primera entrevista» impresa en un diario de información general, vuelve a caer Pedro Jota Ramírez en una presunción pueril o en un gran desconocimiento de lo que publica la prensa española. O, al menos, de lo que publica el diario de información general lider de España que, como certifica el EGM es 20 minutos. Y lo es desde hace más de un año, cuando destronamos a El País. (En 20 minutos le damos una vuelta a El País y dos vueltas a El Mundo , pues a este último le sacamos una ventaja de más de un millón de lectores diarios).

Puede ser que Pedro Jota no madrugue lo suficiente como para conseguir a tiempo un ejemplar impreso de 20 minutos, o que no preste atención a nuestra edición digital 20minutos.es. Si es así, lo siento por él. No sabe lo que se pierde.

Para corregir su pequeño error de «Primera entrevista…» (digno de un principiante), copio y pego aquí (mediante enlace) la entrevista que le hizo nuestro Juan Carlos Escudier en 20 minutos y en 20minutos.es el pasado lunes.

Ya lo dice el refrán:

«Dime de qué presumes y te diré de lo que careces»

¡Feliz fin de semana prenavideño!

(Actualizado a las 01:05 H.)

Acabo de leer este mensaje de nuestro contertulio Imagina en mi correo y paso a cumplir con el deeo del autor que es pegarlo en el blog. Dice así:

«Siento molestarle en su correo-e, pero no hay manera de colgar mi comentario en su blog.

Si no le importa copiarlo y ponerlo, se lo agradecería.

Saludos cordiales

imagina

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La conclusión que me queda, después de haber visto enterrar a Franco, que murió de viejo y ahora a este remedo sanguinario, que también muere de viejo (como ha dicho alguien, lo que alarga la vida putear a los demás), es que ni la justicia divina ni la humana tienen nada de justas y nunca podremos esperar nada bueno ni de los jueces ni de los gobernantes, ellos tienen otras prioridades en la vida.

Por ejemplo, el proyecto de memoria histórica que creo que se ha aprobado, no prevé anular los juicios tramposos, delictivos y carnavalescos (si no hubieran tenido unos resultados tan dramáticos), que tanto la justicia militar como la civil, perpetraron después de la victoria del golpe de estado, consumados por fantoches vestidos de jueces y de militares, al dictado de unos mandatarios y de unos intereses espurios, contra demócratas, defensores del estado de derecho legalmente constituido y que aún hoy, y con un gobierno llamado socialista en el poder, se les niega el reconocimiento y su derecho a un digno recuerdo.

Saludos

imagina

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También yo he intentado copiar y pegar varias veces este comentario de imagina en el blog y no he tenido éxito. Por eso lo pego a continuación del post. (Eso sí se hacerlo).

De hecho, no he visto publicado ningún comentario desde que coloqué el último post. No se cuál es el problema técnico si lo hay.

Tampoco me atrevo a preguntar hasta mañana a los técnicos de 20 minutos en un viernes por la noche, sobretodo porque estarán gozando de un sueño profundo, después de la juerga que tuvimos anoche hasta las tantas de la madrugada. Aún no he recuperado mi voz de bajo, después de la exibición que hicimos los miembros del coro 20 minutos.

Ayer jueves celebramos la cena de Navidad en 20 minutos Madrid y lo hicimos, por cierto, en un centrico hotel, cerca de nuestra redacción central, instalado en el edificio que fue sede del cuartel general del Santo Oficio de la Inquisición hasta que desapareció muy entrado ya el siglo XIX.

Nuestro amor a la libertad de expresión (y nuestro canto) seguramente espantó anoche a todos los fantasmas de los torturadores de la Inquisición que vagaran por allí.

Cuando mañana se despierten los técnicos, les preguntaré qué es lo que pasa para que lo arreglen. Lo siento.

JAMS

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