Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Manolo Escobar, sueño español y alegría del pobre

Huyó de la miseria almeriense y, con su talento y bonhomía, salió de pobre en Cataluña. Ayer murió como el andaluz/catalán más querido de España.

Las 20 coplas de oro de Manolo Escobar. Las llevo en mi coche... y en el itunes.

Las 20 coplas de oro de Manolo Escobar. Las llevo en mi coche… y en el itunes.

En los años 40, en plena represión franquista, un ventero de El Ejido (Almería) recogió a un maestro republicano represaliado y le dio parada y fonda a cambio de que educara a sus 10 hijos. El de en medio, con 4 hermanos mayores y 5 menores, tenía madera de superviviente. Se llamaba Manolo García Escobar y sacó buen provecho de aquellas clases domésticas clandestinas. El joven Manolo Escobar aprendió la lección (ética republicana, laúd, piano y las cuatro reglas) y se hizo un hombre cabal.

Eran años de hambre y emigración. Sin igualdad de oportunidades, el sueño español (salir de pobre) solo podía alcanzarse como torero, futbolista o cantante. Algunos niños pobres de entonces fueron enviados a seminarios o a cuarteles para asegurarles comida caliente. Manolo, maleado por el Barrio Chino de Barcelona, escogió el camino del arte y la farándula. Sin complejos, pero con toneladas de disimulo y de gracia, acertó de pleno.

La Dictadura quiso sacar provecho de sus éxitos y le jaleaban en el No-Do. Pero Manolo Escobar nunca fue franquista. Solía decir, con gran sonrisa socarrona, que no se metía en política. Jamás actuó en El Pardo ante el ominoso dictador ni en el Palacio de La Granja donde acudía la flor y nata del Régimen. Ridiculizaba a carcajadas a los censores franquistas que le prohibieron una rociera porque “…a la Virgen le asomaba una enagua blanca, una enagua blanca…”

Como almeriense y emigrante, siempre he presumido de él, he cantado sus canciones de oro y, por malas que fueran, he celebrado sus películas. En la segunda mitad de los 60, Manolo Escobar ya era un charnego que, desde Cataluña, había cautivado a España entera. Bueno, a decir verdad, no cautivó a toda España.

En mis círculos de amistades antifranquistas, lo que en los últimos años 60 equivalía a miembros y simpatizantes del Partido Comunista y unos pocos del PSOE, no estaba bien visto presumir de Manolo Escobar por muy almeriense que yo fuera. Disimulé cuanto pude mi admiración por el cantante favorito de mis padres para poder ser aceptado en aquellos círculos tan intransigentes.

Si algún día era pillado in fraganti canturreando eso de que “no se compra ni se vende el cariño verdadero” me ganaba una bronca de los comisarios comunistas para que me concentrara en las lecciones de Materialismo Dialectico de Politzer en lugar de caer en esas “ridículas canciones de la pequeña burguesía que alienaban a la clase obrera”. Pero la clase obrera que yo veía camino de la Universidad estaba cambiando el arado por el andamio al son de Manolo Escobar. Las coplas de Manolo, cargadas de sentimentalismo, ternura y algunos tópicos del desarrollismo reinante, eran una fuente de alegría para los pobres.

Un día me planté y salí del armario. Les dije a mis colegas clandestinos (dando voces) que me encantaban Manolo Escobar, la copla y el flamenco y que odiaba los tanques soviéticos que habían invadido Checoslovaquia. Fui proscrito y, enamorado como estaba de una yanqui, fui considerado -¡cómo no!- sospechoso agente de la CIA.

Si, como dice Rilke, la infancia es la patria del hombre, mi patria está llena de coplas de Manolo Escobar.

60 coplas de oro de Manolo Escobar

60 coplas de oro de Manolo Escobar

Algo de esto le conté a Manolo la primera vez que compartí mesa y mantel con él (y otros paisanos de la Casa de Almería en Madrid como Barrionuevo, Chencho Arias, etc.). Se partía de la risa. Pero no se mojaba en nada referente a la política. Viniendo de tierras de moriscos, este alpujarreño de la costa sabía lo que era disimular en público, incluso en los estertores de la Dictadura.

En otra ocasión, cuando regresé de Cataluña, nos reímos juntos gracias al ingenio de otro paisano. Una pintada en el barrio gótico, cerca de la Catedral de Barcelona, pedía un obispo catalan (“Volem bisbe catalá”). Al día siguiente, apareció pintada la respuesta de un charnego: “Como somos mayoría, lo queremos de Almería”.

Manolo Escobar podía lucir con orgullo, y a la vez, la insignia de oro y brillantes del Barça, la de oro de Almería y la medalla de Andalucía. Mis compañeros de la 19 Compañía del CIR 5 de Cerro Muriano (Córdoba) eran casi todos de Las Norias, la pedanía donde nació Manolo Escobar. ¿Qué coplas íbamos a cantar si no? Manolo nos alegró la mili franquista, una de las experiencias más tristes y lamentables de mi vida.

Como la bajita y grandísima catalana Carmen Amaya (que exigía “pa amb tumaca” en el Waldorf de Nueva York) o Peret, el gigante de la rumba catalana, Manolo Escobar simboliza lo mejor y más potente de la Cataluña moderna e integradora, de la Cataluña universal. El otro gran Manolo (Vázquez Montalbán) lo sabía muy bien y defendió la copla andaluza/catalana incluso en su Crónica Sentimental de España en Triunfo, la biblia de la izquierda. Cuando leí a Vázquez Montalbán supe que no estaba solo. Y puede cantar el Porromponpero, sin miedo, fuera de la ducha.

Descanse en paz este andaluz/catalán universal.

Y “¡que viiiivaaaaa Eeespañaaaaa!”… Sobretodo en el Mundial de Brasil.

Gracias, Manolo, el sueño español de los 50 y 60, por toda la alegría y la ternura que te debemos.

 

¿Alcalde musulmán en Almería? Envidio a Rotterdam

El día en que Almería vuelva a tener un alcalde musulmán -lo que no ocurre desde el siglo XV- daré gritos de alegría. Habremos dado un paso de gigante hacia la civilización y la concordia. Es lo que han hecho los holandeses de Rotterdam , a quienes envidio. Y -que conste- yo no soy musulmán ni judío ni cristiano. Soy agnóstico respetuoso.

Pero Almería es el caso más relevante de Europa en lo que se refiere a revolución demográfica y movimentos migratorios. Hace 30-40 años, mi tierra era la mayor fábrica de emigrantes de España (hacia Cataluña, Europa y Améríca).

Hoy -pese a la crisis- es la provincia que más inmigrantes atrae del norte de Africa de toda España (y quizás de Europa). En dos generaciones, la tortilla se ha dado la vuelta. Y la convivencia entre razas y culturas, que parecía imposible tras los tristes sucesos racistas de El Ejido en el año 2000, parece ser todo un éxito.

Copio y pego la información de El País de hoy, que tanta sana envidia me ha producido:

El alguacil Lamela, alguacilado

El «caso Leganés», uno de los más repugnantes de la democracia, ha llegado, por fin, ante el juez.

Se trata del siniestro Manuel Lamela, ex consejero de Sanidad de Esperanza Aguirre. La Justicia es lenta y tarda. Pero el doctor Luis Montes, calumniado y perseguido torticeramente por Lamela, ha sido perseverante y, al cabo de 4 años, ha conseguido llevar a su perseguidor ante el juez.

Las denuncias anónimas por homicidio contra el doctor Montes, ex jefe de Urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés, se basaron en hechos falsos. Los médicos del hospital, que aplicaban sedaciones para aliviar el dolor de los enfermos terminales, fueron absueltos de todos los cargos. Pero su prestigio fue arruinado y multitud de seres humanos moribundos sufrieron lo indecible en los hospitales españoles porque los médicos padecieron el síndrome «Lamela«. Temieron ser perseguidos por algún consejero/inquisidor, fanatizado por la religión o por el ansia de desprestigiar la medicina pública en favor de la privada, y, por si acaso, pudieron aplicar sedaciones insuficientes a sus enfermos.

¡Cuanto dolor innecesario habrá causado este sádico Lamela!

El «caso Leganés«, convertido ya en «caso Lamela» ha ocupado docenas de portadas del diario El Mundo, naturalmente contra el doctor Montes, en apoyo decidido del consejero Lamela y del Gobierno de la lideresa Esperanza Aguirre.

Curiosamente, y vergonzosamente, hoy que una juez ha admitido a trámite la querella del calumniado doctor Montes contra Lamela y ha decidido llamarle a declarar «por denuncia falsa y falsedad«, el diario El Mundo se traga la noticia y no da ni una sola línea. Ni en portada ni en páginas interiores. Calumnia que algo queda.

El País lo lleva en su portada y le dedica una página completa en su interior.

Nunca entendí muy bien el móvil (o los móviles) que llevaron al enfermizo consejero Lamela a emprender aquella inaudita cruzada diabólica contra los médicos de Urgencias que aplicaban sedaciones para reducir el dolor insoportable de los enfermos terminales del Hospital Severo Ochoa.

Es de sobra conocida la inclinación tacheriana de la derecha española hacia la medicina privada y, en general, hacia todo lo privado. Sin embargo, me resito a pensar que Lamela haya actuado perversamente contra el equipo del doctor Montes guiado por esa dudosa inclinación ideológica.

¿Qué le movió, entonces, a dar pábulo a una denuncia anónima para perseguir, de la forma torticera que lo hizo, a los médicos encargados de las sedaciones?

Me cuesta (y me preocupa) también pensar que se sintiera empujado a esa persecución, basada en falsas acusaciones, sólo por razones de fanatismo religioso.

¿Es Lamela un defensor del sufrimiento, ofrecido a Dios como penitencia, o de la mortificación cristiana para ganar indulgencias y llegar antes al presunto cielo?

¿Utiliza Lamela cristianamente el cilicio o las disciplinas hasta sangrar?

Todos hemos pasado o acompañado a un amigo o familiar por algún hospital y sabemos, por experiencia, que hay una vieja tradición cristiana favorable a aguantar el dolor. Es difícil de extirpar porque tiene raices profundas en la España negra. Es costumbre de algunas monjas y enfermeras antiguas aconsejar a los pacientes hospitalizados (muy cariñosamente, eso sí) que aguanten un poco más el dolor físico, que sufran y se mortifiquen un poco más de lo necesario. Y así retrasan (o no adelantan) las dosis de analgésicos que tímidamente recetan los médicos y que piden ( a veces, a gritos) los enfermos.

En otros países avanzados que conozco se gestiona la lucha contra el dolor con más generosidad y eficiencia que aquí.

¿Por qué en España se gestionan los analgésicos y otras sedaciones de manera tan tacaña? ¿Será por ahorrar?

¿Por qué tenemos que aguantar, hoy día, el dolor evitable?

¿Es, acaso, el ex consejero Lamela un sádico que goza con el dolor de los moribundos que padecen enfermedades terminales?

¿Lo hacía por soberbia?

¿Quizás Lamela no fue capaz de reconocer un error inicial y no pudo soportar la necesaria rectificación que le hubiera llevado a dar marcha atrás en sus tropelías contra los médicos?.

No busquen esta noticia, que hoy publica de El Mundo sobre las torturas de Estados Unidos, en las páginas de El País, pues este diario parece estar empeñado en ocultar todo lo que pueda afear la conducta de Obama.

A mi gusta que Obama haya llegado a la presidencia de Estados Unidos. Incluso me emocionó. Pero esa emoción no debe impedirnos criticar sus errores o, al menos, dar noticia de sus decisiones más relevantes.

Obama ha prohibido las torturas que fueron autorizadas y promovidas por el ominoso presidente Bush de tan triste memoria. Todos los demócratas -y personas de bien de este mundo- debemos felicitarnos por ello.

Sin embargo, Obama ha decidido también no perseguir a los agentes que aplicaron las torturas porque «cumplían órdenes».

Esta amnistía, basada en el viejo truco de la «obediencia debida«, es criticable. Y no entiendo por qué El País oculta a sus lectores (por olvido o intencionadamente) esta noticia que sale en la prensa de todo el mundo.

La «obediencia debida» fue utilizada por los abogados defensores de los criminales de guerra nazis, en los juicios de Nuremberg, y de los criminales del Ejército argentino o chileno.

En esos casos no les sirvió para nada y fueron condenados aunque «cumplían órdenes«. Claro que tanto Adolf Hitler como los dictadores argentinos y chileno perdieron sus respectivas guerras. Y Estados Unidos, desde su derrota en Vietnam, no ha perdido ninguna guerra.

La «obediencia debida» no se tiene en cuenta para los torturadores derrotados. Se les condena porque no debían obedecer órdenes que van contra los derechos humanos, las convenciones de Ginebra, etc.

En cambio, los soldados, oficiales y agentes norteamericanos que han deshonrado a su país, porque han torturado en Irak, en Afganistan, en Guantánamo, etc. no serán perseguidos sino amnistiados, senciallmente, porque aún no han perdido la guerra.

¿A quién obedecía el cruel Bush cuando dictaba órdenes instigando y autorizando las torturas más execrables contra seres humanos?

Recuerdo al gran Mario Benedetti diciendo algo así:

«Cuando un torturador se suicida no se redime. Pero algo es algo».

¡No nos falles, Obama!

“El buen pastor”, Savater, la CIA y Aristóteles

Hoy, viernes santo, no hay periódicos. Antes tampoco había cine, ni bares, ni ruidos. Los niños teníamos prohibido cantar y levantar la voz en viernes santo. Hoy, nos queda el cine.

Si pueden, vayan a ver “El buen pastor”, una gran película dirigida por Robert de Niro. A mi me ha hecho pensar en cuestiones éticas y políticas, bastante incómodas, que tenía interesadamente archivadas, no se si por miedo o por pereza mental, en el baúl de los recuerdos.

Anoche, empezamos hablando de esta película de De Niro y acabamos hablando –cómo no!- del libro “Ética para Amador”, de Fernando Savater, que ha vuelto a estar de moda. Ambos (De Niro y Savater) abordan la cuestión, más vieja que Aristóteles, de si debemos sacrificar o no a una persona para salvar a varias o a muchas o a un país entero. Este es uno de los muchos asuntos que toca la película. Y no el menor. Pero no voy a reventar aquí el argumento.

Creo recordar que Aristóteles lo planteaba poniendo el ejemplo del barco que, en plena tormenta, se va a pique si no arrojan toda la carga al mar y, después de la carga, también a algunos marineros (¿por sorteo?) para que se salve el resto de la tripulación.

Mi mujer, que había leído recientemente un artículo científico sobre la influencia del factor emocional en decisiones racionales, nos cambió el paso a todos. Acabamos discutiendo sobre la influencia de la física y la química en cuestiones morales, económicas y políticas. O sea: ahí están ahora las ciencias experimentales marcándole el paso a las ciencias sociales. ¡Válgame Dios!

El caso es que estos científicos, que citaba la Westley, dicen haber probado que ciertas lesiones, presiones o perturbaciones en determinadas zonas del cerebro afectan a la influencia mayor o menor del factor emocional en decisiones que consideramos puramente racionales, desde el punto de vista de la lógica.

Aseguran que hay personas que, por razones físicas y químicas, tienen alterado el mecanismo de selección de prioridades emocionales y toman decisiones basándose sólo en la fría lógica.

1ª Pregunta: ¿Aprueba usted que maten a dos desconocidos para salvar a diez desconocidos?

Si responde “Sí”, acierta. Esta es la respuesta que esos científicos consideran correcta en el caso de que preguntemos a personas normales.

2ª Pregunta: ¿Aprueba usted que maten a su hijo para salvar a diez desconocidos?

Si la respuesta es “sí”, usted tiene un problema cerebral. En este caso, para personas normales, la respuesta que los científicos consideran correcta es “no”.

Sin embargo, por lo visto, hay personas tan frías que llevan la lógica (desprovista de carga emocional) hasta el final y prefieren que maten a su hijo para salvar a diez desconocidos.

En todas las culturas hay mitos y leyendas como la de Guzmán el Bueno en el siglo VIII. Dicen que el bravo soldado y pésimo padre arrojó su cuchillo desde la torre del Castillo de Tarifa para que los enemigos (moros y cristianos), que le tenían sitiado, pudieran matar con él a su propio hijo antes que rendir la plaza.

A mí también me enseñaron, en Formación del Espíritu Nacional, la leyenda de que el general franquista Moscardó dijo a los militares republicanos que prefería que mataran a su hijo, que tenían prisionero, antes que entregarles el Alcázar de Toledo. De ahí viene lo de “¡el Alcázar no se rinde!” tan jaleado por los militares golpistas de Franco.

Ahora vemos que estas personas, que deben ser menos que las que pregonan en las historias patrióticas, suelen tener perturbado el factor emocional debido a ciertas lesiones (derrames, ictus, heridas, etc.) en una zona localizada del cerebro.

En pleno debate sobre si el fin justifica o no los medios, terció mi hijo David, que es escalador, para complicar más aún la cuestión con esta pregunta:

“¿Debes cortar la cuerda que te ata a tu compañero de escalada si tienes que elegir entre su muerte o la de los dos?”

La respuesta correcta es:

(Continuará)

—-

P.S. 1ª:

Recuerdo que Paul Samuelson solía explicar ciertas decisiones económicas a la luz no sólo del cerebro sino también del corazón. ¿Es viable una economía sin cerebro (ineficacia) o sin corazón (inequidad)? Menudo debate.

P.S. 2ª:

Hice una parte de la mili en la Isla de la Palomas, en Tarifa, y subí algunas veces al torreón desde donde, según cuentan las crónicas, Guzmán el Bueno arrojó el cuchillo para que mataran a su hijo. Si alguna vez pasan por esta torre del Castillo de Tarifa comprobarán que seguramente fue el viento, fortísimo y casi crónico, quien arrancó el cuchillo de las manos de Guzmán, a partir de ahora, mal llamado «el Bueno«. Mejor le llamamos Guzmán «el enfermo cerebral«

Y aquí va copiado y pegado -para beneficio de los más incrédulos- el artículo al que se refería ayer la Westley sobre esos «daños cerebrales que dicen que afectan a decisiones (elecciones) morales», publicado el 22 de marzo en The New York Yimes. Lo pego entero, en lugar de su correspondiente enlace, porque es de pago.

March 22, 2007

Brain Injury Said to Affect Moral Choices

By BENEDICT CAREY

Damage to an area of the brain behind the forehead, inches behind the eyes, transforms the way people make moral judgments in life-or-death situations, scientists reported yesterday. In a new study, people with this rare injury expressed increased willingness to kill or harm another person if doing so would save others’ lives.

The findings are the most direct evidence that humans’ native revulsion to hurting others relies on a part of neural anatomy, one that evolved before the higher brain regions responsible for analysis and planning.

The researchers emphasize that the study was small and that the moral decisions were hypothetical; the results cannot predict how people with or without brain injuries will act in real life-or-death situations. Yet the findings, appearing online yesterday, in the journal Nature, confirm the central role of the damaged region, the ventromedial prefrontal cortex, which is thought to give rise to social emotions, like compassion.

Previous studies showed that this region was active during moral decision making, and that damage to it and neighboring areas from severe dementia affected moral judgments. The new study seals the case by demonstrating that a very specific kind of emotion-based judgment is altered when the region is offline. In extreme circumstances, people with the injury will even endorse suffocating an infant if that would save more lives.

»I think it’s very convincing now that there are at least two systems working when we make moral judgments,» said Joshua Greene, a psychologist at Harvard who was not involved in the study. »There’s an emotional system that depends on this specific part of the brain, and another system that performs more utilitarian cost-benefit analyses which in these people is clearly intact.»

The finding could have implications for legal cases. Jurors have reduced sentences based on brain-imaging results showing damage. The new study focused on six patients who had suffered damage to the ventromedial area from an aneurysm or a tumor. The cortex is the thick outer wrapping of the brain, where the distinctly human, mostly conscious functions of thinking and language reside. »Ventral» means »underneath,» and »medial» means »near the middle.» The area in adults is about the size of a large plum.

People with this injury can be lucid, easygoing, talkative and intelligent, but socially awkward, seemingly numb to the ebb and flow of subtle social cues and emotions. They also have some of the same moral instincts that others do.

The researchers, from the University of Iowa and other institutions, had people with the injury respond to moral challenges. In one, they had to decide whether to divert a runaway boxcar that was about to kill a group of five workmen. To save the workers they would have to flip a switch, sending the car hurtling into another man, who would be killed.

They favored flipping the switch, just as the group without injuries did. A third group, with brain damage that did not affect the ventromedial cortex, made the same decision.

All three groups also strongly rejected doing harm to others in situations that did not involve trading one certain death for another. They would not send a daughter to work in the pornography industry to fend off crushing poverty, or kill an infant they felt they could not care for. But a large difference in the participants’ decisions emerged when there was no switch to flip — when they had to choose between taking direct action to kill or harm someone (pushing him in front of the runaway boxcar, for example) and serving a greater good.

Those with ventromedial injuries were about twice as likely as other participants to say they would push someone in front of the train (if that was the only option), or suffocate a baby whose crying would reveal to enemy soldiers where the subject and family and friends were hiding.

The difference was very clear for all the ventromedial patients, said Dr. Michael Koenigs, a neuroscientist at the National Institutes of Health who led the study while at the University of Iowa. After repeatedly endorsing killing in these high-conflict situations, Dr. Koenigs said, one patient told him, »Jeez, I’ve turned into a killer.»

The other authors included Dr. Daniel Tranel of Iowa; Dr. Marc Hauser of Harvard; and other neuroscientists.

The ventromedial area is a primitive part of the cortex that appears to have evolved to help humans navigate social interactions. The area has connections to deeper, unconscious regions like the brain stem, which transmit physical sensations of attraction or discomfort; and the amygdala, a gumdrop of neural tissue that registers threats, social and otherwise. The ventromedial area integrates those signals with others from the cortex, including emotional memories, to help generate familiar social reactions.

»This area, when it’s working, will give rise to social emotions that we can feel, like embarrassment, guilt and compassion, that are critical to guiding our social behavior,» said Dr. Antonio Damasio, a co-author of the study and a neuroscientist at the University of Southern California.

Those sensations put a finger on the brain’s conscious, cost-benefit scale weighing moral dilemmas, Dr. Damasio said, creating a tension that even trained snipers can feel when having to pull the trigger on an enemy. This tension between cost-benefit calculations and instinctive emotion in part reflects the brain’s continuing adjustment to the vast social changes since the ventromedial area of the cortex first took shape.

The area probably adapted to help the brain make snap moral decisions in small kin groups — to spare a valuable group member’s life after a fight, for instance. As human communities became increasingly complex, so did the cortical structures involved in parsing ethical dilemmas. But the more primitive ventromedial area continued to anchor it with emotional insistence on an ancient principle: respect for the life of another human being.

»A nice way to think about it,» Dr. Damasio said, »is that we have this emotional system built in, and over the years culture has worked on it to make it even better.»

FIN /The End

Zougan rebate… y la fiscal no logra

Hoy, por raro que parezca, no estoy de acuerdo con el chiste siempre genial de El Roto. Está de moda atizarle a la tele por la basura que emite, como si la responsabilidad del mando no estuviera en las manos del receptor. Voy a defender a ese electrodoméstico maravilloso que ha presidido todos nuestros hogares hasta que ha sido destronado recientemente por Internet.

Después de comprobar tanta oferta de telebasura, de libre y voluntaria recepción, me imagino por dónde va El Roto cuando nos recomienda romper la pantalla del televisior para ver la realidad. ¿Acaso la realidad -¡Ay!- nos muestra si son molinos o gigantes quienes nos acometen y perturban?

Incluso en el peor de los casos permitidos por la Ley, matar al mensajero no vale como solución. Da igual si se expresa a través de la prensa, la radio, la televisión o cualquier otro medio de comunicación y/o entretenimiento.

Alguno de mi edad dirá, y no le faltará razón, que yo he vivido muchos años de la televisión, que mi reación es corporativa, en defensa del gremio periodístico, y que se me ve el plumero. No oculto que pueden tener algo de razón. Desde el primer día que la ví, en un escaparate del Paseo de Almería (y se recibía en árabe), a mi me gustó y me gusta la tele, casi tanto como la radio (incluidos los anuncios).

Siempre me pareció un invento maravilloso que puede ser utilizado, como toda herramienta, tanto para el bien como para el mal. Durante más de 20 años he hecho casi de todo en TVE. Algún día lo contaré, como aventuras del «bloguero cebolleta«: desde monaguillo con el padre Sustaeta, cuando estudiaba Arquitectura, presentador de la Televisión Escolar, cuando pasé a estudiar Periodismo, contratado por un empleado de Adolfo Suárez, investigador y «preguionista» de la serie «España, siglo XX» (o sea, «negro» de Pemán) hasta director de los telediarios (TD 1, TD 2, TD 3, Fin de Semana, Buenos Días, etc.), cientos de programas de la TVE-1 y TVE-2, moderador de los debates preelectorales, entrevistador de los candidatos presidenciales… hasta que me despidió, hace 10 años, un empleado de José María Aznar, disgustado, quizás, por las preguntas que le hice a su jefe político.

Con todo, la tele ha sido, y aún es, fantástica. Ahora que han recordado sus 50 años de vida, hemos podido comprobarlo, no sin nostalgia. Pero su reinado está tocando a su fín. Lo dice muy bien mi vecino de blog, Arsenio Escolar: Internet ya está desplazando a los medios de comunicación tradicionales, sobretodo entre los jóvenes en cuyas manos está el futuro de este mundo.

¡Viva la tele! y ¡Viva Internet!

De bandidos y soldados

PABLO SALVADOR CODERCH en El País

17/02/2007

En este país deshilachado, todos chillan ansiar la paz, esto es, «la situación y relación mutua de quienes no están en guerra» (RAE, primera acepción). Pero a casi nadie se le ocurre reconocer que esto último es cabalmente lo que hay: un conflicto armado irregular y de baja intensidad en el País Vasco que habrá costado ya en torno a un millar de muertos y un millón de amordazados.

Una primera explicación del disparate consistente en afirmar que no hay paz, pero que tampoco estamos en guerra se encuentra en la raíz misma de toda propaganda bélica, según la cual los nuestros son soldados, pero los contrarios, bandidos. Otra es la también incongruente tendencia de nuestra izquierda militante a detestar la milicia. Y una tercera es la querencia, precisamente animal, de nuestra derecha a tildar a casi todos sus adversarios, mejores y peores, de bandoleros.

Ernst Jünger, un soldado alemán que escribía con perfección glacial y que ocupó Francia, vio bien esta paradoja cuando anotó, más o menos, que el empeño de quienes persiguen ultrajar a los soldados llamándoles bandidos resulta al fin frustrado, pues al tiempo que rebaja a los primeros, enaltece a los segundos, confundiendo a todos.

La confusión alcanza al derecho y la Justicia, pues la pretensión de que cabe afrontar un conflicto armado con las leyes y tribunales propios de los tiempos de paz degrada a la justicia y desfigura a quienes la administran: los códigos penales de las comunidades que viven tiempos de paz están diseñados para perseguir a los delincuentes comunes y, sobre todo, para proteger a los ciudadanos injustamente acusados, pero no funcionan bien para acometer al adversario en un conflicto armado, sucio y traicionero, como es el del País Vasco.

La idea de que las instituciones de un país pacífico sirven sin más para dirimir conflictos civiles en los cuales una parte de la población tiene a otra por enemiga oscila entre la ingenuidad y la farsa.

Desde luego, nuestras instituciones legales no están preparadas para afrontar conflictos de tal índole, no fueron -digámoslo francamente- diseñadas para ir a la guerra, mucho menos para una guerra civil: la Constitución Española de 1978 hace punto menos que imposible declarar estados de excepción (art. 116); el Código Penal y su valor básico de garantía de la legalidad se da de bofetadas con gran parte de la legislación antiterrorista; y, finalmente, el tribunal encargado de la aplicación de esta última, la Audiencia Nacional, se parece demasiado a los viejos tribunales de excepción prohibidos por la Constitución misma (art. 117.6).

Así, en el caso del preso etarra Iñaki De Juana Chaos, con veinte años de prisión a sus espaldas por haber matado a mucha gente y en huelga de hambre desde poco después de que una sentencia del pasado mes de noviembre le condenara a otros doce por un delito de amenazas, las decisiones judiciales de la Audiencia son muy forzadas.

Pero en el fondo, las cosas están claras: como con razón sostiene ETA, De Juana es un prisionero de guerra, y como bien defiende el Estado Español, a un prisionero de guerra de verdad jamás se le libera antes de que finalice el conflicto y, por añadidura y una vez alcanzada la paz, puede resultar acusado de ser un criminal de guerra, algo que probablemente el interesado debería temer mucho más que a la propia Audiencia Nacional: algunos soldados son también bandidos.

En el caso más parecido y ya casi resuelto del conflicto de Irlanda del Norte, los británicos establecieron con toda claridad, en 1971, el internamiento indefinido sin juicio previo de los miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA), aplicaban además leyes penales de excepción y cuando, en 1981, hubieron de afrontar la huelga de hambre de Bobby Sands (1954- 1981), miembro del IRA, y de otros nueve compañeros suyos, simplemente les dejaron morir: «El señor Sands», declaró la Dama de Hierro en el Parlamento por antonomasia, «era un criminal convicto. Decidió quitarse la vida.

Fue una elección que su propia organización no permitió adoptar a muchas de sus víctimas». Es cierto que el conflicto norirlandés ha sido cinco o seis veces más sangriento que el vasco, pero también lo es que, desde entonces, las cosas quedaron definitivamente claras. Aún y así hicieron falta muchos años para que, en 1998, se abriera el camino de la paz que hoy, después de muchos quiebros, parezca un logro irreversible.

La claridad facilita a los gobiernos de turno ponerse de acuerdo con su oposición a la hora de definir qué es esencial para acabar una guerra de la manera menos mala posible y qué cosas se dejan a la arena de la discusión política cotidiana. Por eso, jamás he entendido por qué vemos los conflictos de los demás como lo que son y decimos ver los nuestros, en cambio, como simples problemas de bandidaje. Prefiero de antiguo la claridad y aunque me separan muchas cosas de este gobierno, está ahí, y creo que le ha correspondido la responsabilidad de buscar soluciones al conflicto: su deber es definir los límites de actuación del Estado ante un enfrentamiento que no es ni sólo legal, ni sólo político, sino -todavía y además- armado y explicárselo así a la gente.

Pero la política de la oposición, del Partido Popular, es desastrosa: persigue hasta en la calle recuperar el poder antes que defender al Estado y acabar la guerra. No se puede ir por el mundo voceando que todos los demás son bandidos o cómplices suyos. No es verdad.

Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra. FIN