Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«30.000 desaparecidos en el franquismo»: ¿en una o en cuatro columnas?

Por la letra pequeña, deduzco que tanto El País como El Mundo conocieron ayer el informe de 30 folios que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica presentó ante el Juez Garzón así como las correspondientes noticias de agencia sobre este mismo asunto.

En base a idéntica información, El País lo titula hoy a cuatro columnas y El Mundo lo hace a una columna. Cada uno sirve legítimamente a los intereses de sus lectores y de sus accionistas.

Por las mismas legítimas razones, cada uno dió ayer un tratamiento gráfico y tipográfico distinto en su portada a la noticia de la muerte de Loyola de Palacio, dirigente del PP, ex ministra del Gobierno Aznar y ex vicepresidenta de la Comisión Europea.

Por eso, no es de extrañar que El Mundo destine hoy -por voluntad de sus familiares y amigos- media página a esquelas (casi veinte módulos) sobre el fallecimiento de Loyola de Palacio, una mujer, por otra parte, digna de admiración por su coraje personal y por su gran coherencia entre lo que pensaba y lo que hacía.

El Mundo:

El País:

El País, que ayer dedicó apenas una foto tamaño sello a Loyola de Palacio en su portada, hoy ha recibido el encargo de publicar solamente tres pequeñas esquelas sobre su fallecimiento, que suman en total cuatro módulos, frente a los diecinueve módulos que publica El Mundo. (¿Es relevante o no que todas las esquelas de El Mundo estén presididas por una cruz mientras que las de El País no la llevan?)

Lamento la muerte de Loyola y desde aquí envío mi más sentido pésame a sus familiares, y especialmente a su hermana Ana, ex ministra de Exteriores de Aznar, que fue quien me la presentó en su casa hace muchos años, cuando yo preparaba la fundación del diario El Sol

Hay que reconocerle muchos méritos a la ex ministra Loyola de Palacio por lo que hizo en vida, al servicio de sus ideales y de la democracia española, dentro de la derecha civilizada.

Pero también, las portadas de hoy recogen gráficamente otro gran mérito (desgraciadamente póstumo) de Loyola: el fruto de la última batalla que, como el Cid Campeador, ha ganado después de muerta.

Tras su muerte tan prematura, Loyola ha conseguido que Zapatero y Rajoy (que juntos representan a la inmensa mayoría de los españoles) se acerquen, se hablen y estrechen sus manos. Se trata del primer apretón de manos entre ambos líderes en los últimos nueve meses. Y eso sí que es noticia de primera. Por eso, así lo destacan ambos diarios:

Naturalmente, cada diario arrima el ascua a su sardina, a la hora de titular el debate de ayer sobre la Ley de la Memoria Histórica. Son como la noche y el día.

El Mundo:

Ningún otro grupo apoya…

El País:

…salva el primer escollo

El País incluye en su interior un artículo interesante de Juan Goytisolo , contrario a legislar sobre la memoria histórica, que copio y pego a continuación:

Miradas prismáticas a la Guerra Civil

JUAN GOYTISOLO

15/12/2006

Del mismo modo que toda gran creación novelesca no puede ser examinada desde un prisma único, ya sea de orden ideológico, religioso o nacional, ni por su «corrección» moral, social, sexual o artística, sin ser descuartizada por el crítico cirujano en la mesa de operaciones de su morgue o cátedra, un acontecimiento de trascendencia universal como lo fue la Guerra Civil española, objeto de centenares, quizá millares, de tratados, manuales, testimonios, memorias, no admite interpretaciones unívocas ni planteamientos definitivos e intocables. Sólo debates como el que tengo el honor de clausurar permiten abarcar la infinitud de matices y contradicciones, éxitos y fracasos que configuran las circunstancias que la provocaron y determinaron el curso de los acontecimientos: la derrota de quienes luchaban por una causa justa, víctima no sólo del auge de los totalitarismos, sino traicionada también por los gobiernos que hubieran debido defenderla.

Vivimos ahora en una etapa marcada por la recuperación de la memoria histórica de los vencidos al cabo de casi treinta años de gobierno constitucional: este lapso puede resultar sorprendente a primera vista, pero en realidad no lo es. Los condicionamientos impuestos por el tránsito de la dictadura a la democracia no lo explican todo. Después de una catástrofe como la que se abatió sobre España entre 1936 y 1939 y su prolongación opresiva por la dictadura franquista, era tal vez necesario recapacitar, restañar las heridas, cerrar definitivamente el ciclo de guerras civiles y cuartelazos de espadones que marca la historia española desde la invasión napoleónica a la muerte de quien reposa hoy en e1 Valle de los Caídos.

Recuerdo haber leído hace casi medio siglo un sugerente artículo de Arthur Koestler sobre la cura de silencio tocante a Vichy y la colaboración con los nazis seguida durante la inmediata posguerra francesa y la que puso entre paréntesis la culpabilidad del pueblo alemán en tiempos del canciller Adenauer: ambas fueron necesarias, decía, para decantar la brutalidad de los hechos y aquilatarlos en el filtro de la conciencia. Quizá sea ello una regla histórica, como pude comprobar estos últimos años con los habitantes de Sarajevo. Terminado el asedio, tras un breve afán de testimoniar acerca de lo ocurrido, prefieren hoy, si no olvidarlo, ponerlo entre paréntesis, aguardando el momento en que el peso de este silencio les obligue a romperlo, como acaeció en Francia y Alemania con la emergencia de generaciones nuevas.

Recuperar la memoria dolorosa de la barbarie de la guerra y de la represión franquista es una necesidad vital para quienes fueron sus víctimas y los descendientes de éstas, pero no puede convertirse en materia de ley. He citado varias veces el distingo de Todorov entre quienes se erigen en guardianes de aquella como un bien precioso y someten el presente al pasado, y quienes utilizan el pasado de cara al presente y aprovechan las injusticias y atrocidades sufridas para evitar su repetición. Legislar sobre la memoria me parece a la vez innecesario y peligroso. Sólo un patán ignorante o un fanático pueden negar hoy la realidad del Holocausto y quien así lo hace carga con la ignominia de su mentira, nescencia y obcecación. Incluso este horror único en la historia de la «especie humana» de la que hablaba Robert Antelme no necesita el amparo del legislador. El extremo indecible del exterminio programado a escala industrial está ahí, en su ámbito físico y en el de nuestras conciencias, para testimoniar mientras corran los siglos. Pues, sentado este precedente, la ley contra el negacionismo del controvertido genocidio armenio abre las puertas, como advirtió Timothy Garton Ash en un excelente artículo publicado en EL PAÍS, a una legislación infinita sobre las matanzas en Argelia. Camboya, Bosnia, Ruanda, Durfur, etcétera, y, quién sabe, si a las perpetradas en América contra los pueblos indígenas en nombre de nuestra sacrosanta civilización.

Intervenciones como las que hemos escuchado son el mejor antídoto contra el recurso a la ley para establecer una verdad histórica. Si en tiempos antiguos la historia era el reino del mito y de las falsificaciones recurrentes, ligadas siempre a sentimientos patrióticos e intereses materiales, la historia de hoy acepta su condición de verdad relativa, su índole provisional y sujeta a rectificaciones y mejoras en función del nivel de nuestros conocimientos y de los hechos y datos que los sustentan. No hay verdades macizas e impolutas como las que esgrimían antaño los portavoces de uno y otro bando. Las ambigüedades de muchos intelectuales señaladas por Jordi Gracia muestran la infinidad de matices y situaciones de una realidad no sujeta al prisma único de una ideología. Cierto que muchos franquistas arrepentidos se esforzaron en ocultar su pasado. Muy pocos tuvieron la valentía moral de sacarlo a luz o se adelantaron a su posible descubrimiento. Quienes hemos escrito textos autobiográficos lo sabemos mejor que nadie. Si nos resignamos a ser sinceros es porque somos mentirosos desesperados.

La causa de la República movilizó las conciencias de los intelectuales y escritores, especialmente en Francia, Inglaterra y Norteamérica (aunque el compromiso de plumas conocidas de estos dos últimos países no haya sido cubierto aquí con la extensión que merece). Este amor a la causa española se remonta como sabemos a comienzos del siglo XIX. Wordsworth, Coleridge y los llamados «apóstoles» de Cambridge pusieron su talento y entusiasmo al servicio de los constitucionalistas de Riego o murieron, como Roberto Boyd, en el malhadado desembarco de Torrijos en Málaga. La polarización política de los años veinte y treinta del pasado siglo amplió el fenómeno de la fascinación por la España romántica a una defensa del pueblo español frente 1a brutalidad del golpe militar contra la República. Para ceñirnos al caso de Francia, mayormente estudiado aquí, la gama de motivaciones de quienes se alistaron para sostener al Gobierno legal o acudieron a socorrerle en sus escritos y en la prensa abarca todos los colores del arco iris. De Malraux a Simone Weil, las razones y experiencias son tan distintas como la personalidad de sus autores. Recientemente leí las pruebas de un interesante relato de la hispanista Elena de la Souchère, de próxima aparición en Galaxia Gutenberg. La entonces jovencísima voluntaria en el frente de Madrid pasó a Barcelona, en donde su misión, encomendada por Aguirre e Irujo, amigos personales de su padre, consistía en ayudar a camuflarse y escapar a los sacerdotes vascos de los comecuras anarquistas. ¡Faceta nueva y original de esta mirada prismática, de mil facetas, a la que se refiere el título de este escrito! Las referencias a Nizan, Cassou, Mauriac, Sartre, Bataille, Leiris, Breton, Elie Faure o Camus ponen de manifiesto la diversidad de tintas y enfoques de su compromiso. Su generosidad intelectual anda casi siempre reñida con las nociones de estrategia y cálculo. Algunos episodios, hechos y citas que desconocía me han conmovido. Lástima que este amor a la justicia haya disminuido de forma inquietante en nuestros días con respecto a otras causas tan justas y dignas de ser defendidas como las de los palestinos, chechenos y otros pueblos sometidos a las leyes inicuas de la violencia y ocupación.

Quisiera añadir, para cerrar esta breve charla, que la única conclusión a la que cabe llegar después de este excelente simposio sobre la Guerra Civil es, precisamente, la de la imposibilidad de llegar a conclusión alguna, fuera del hecho de que navegamos a corriente o a contracorriente en el río de Heráclito.Recuperar la memoria dolorosa de la barbarie es una necesidad, pero no puede convertirse en materia de ley

FIN

Si disponen de tiempo libre este fin de semana, no se pierdan este otro artículo sobre Chile y Pinochet que publica hoy Prudencio García en El País:

Vergüenza para la justicia de Chile

PRUDENCIO GARCÍA 15/12/2006

La impunidad del general Pinochet queda establecida para siempre en términos históricos. El fallecimiento del imputado en una causa penal produce su sobreseimiento automático y definitivo (artículo 93 del Código Penal de Chile). La urna que contiene sus cenizas es, por tanto, plenamente merecedora de llevar la siguiente inscripción: «Augusto Pinochet Ugarte: impune por defunción».

Al no haberse producido ni una sola condena en ninguna de sus numerosas causas penales, sus partidarios presentes y futuros se ocuparán de explotar al máximo esta joya que les regala la patética justicia de su país. Este tipo de dirigentes -pese a sus crímenes- siempre consiguen fervorosos partidarios en todas las áreas sociales, no sólo en los ámbitos militares, financieros, oligárquicos y de amplios sectores de las clases medias, sino también en los ámbitos académicos. No faltarán, sino que sobrarán, profesores, historiadores y tratadistas que dejarán, negro sobre blanco, que el general Pinochet fue un estadista intachable, ya que «jamás pudo ser condenado por la justicia, a pesar de las insidiosas calumnias de sus enemigos».

Recordemos, entre otras atrocidades, que en algunos de los antros de tortura pinochetistas, según revelan los testimonios prestados ante las dos comisiones oficiales de investigación (Rettig y Valech), se utilizaron feroces perros amaestrados para atacar y violar a las mujeres interrogadas como supuestas subversivas. Recordemos que, según acredita el informe oficial de la comisión presidida por monseñor Valech, 28.000 personas fueron torturadas y salvajemente humilladas, entre ellas varias decenas de ciudadanos españoles. Recordemos que, ante el tribunal británico que sentenció la entrega a España en extradición del ex dictador (después frustrada por la decisión política), el fiscal proclamó en la vista oral que «aquellos casos allí presentados eran los más atroces jamás vistos ante un tribunal inglés».

Recordemos también que el padre de la actual presidenta de Chile, entonces general de la Fuerza Aérea, fue torturado por sus propios subordinados y murió a consecuencia de los destrozos físicos sufridos. Recordemos que incluso la hoy presidenta Bachelet y su madre también fueron conducidos a las siniestras instalaciones de Villa Grimaldi, donde fueron en su momento torturadas y humilladas.

Recordemos igualmente que aquel individuo supuestamente enfermo -devuelto a su país por razones humanitarias, invocando su deteriorada salud-, nada más llegar al aeropuerto de Santiago abandonó la silla de ruedas (Y Pinochet «se levantuvo y andó», decíamos en estas mismas páginas comentando el chusco episodio), gesto que culminaba aquella tomadura de pelo de dimensiones transnacionales, consumada ante los ojos y la carcajada general de la opinión pública mundial.

Recordemos frases tan indignas como éstas: «Esas violaciones de derechos humanos que se me imputan fueron obra de mis subordinados, actuando fuera de mi conocimiento y de mi control». Infame argumento en boca de quien, en la cúspide de su poder y de su soberbia, decía aquello de que «en Chile no se mueve una hoja sin que yo lo sepa». Y aquel iracundo «la DINA soy yo», rotunda frase con la que, ante las reticencias de algún general, apoyó las actuaciones de la criminal organización en el extranjero, incluidos los asesinatos de su antecesor el general Carlos Prats y su esposa (Buenos Aires, 1974), el del dirigente democristiano Bernardo Leighton y la suya (Roma, 1975), y el del ex ministro de Allende, Orlando Letelier, con su secretaria (Washington, 1976).

«Sabíamos que mandó matar, pero creíamos en su honradez», decían algunos de sus antiguos seguidores. Inocente o interesada creencia, que se desvaneció ante las evidencias del caso Riggs, cuando todo el mundo supo que no sólo mandó matar sino que también mandó robar astutamente, mediante diversas manipulaciones financieras, ordenando a sus hábiles administradores evadir capitales, defraudar impuestos, falsificar documentos, cobrar cuantiosas comisiones ilegales, y poner sus millones de dólares a buen recaudo, en la misma banca utilizada por otros ilustres estadistas y mafiosos de similar catadura moral.

La justicia chilena cargará para siempre con la inmensa vergüenza de haber sido incapaz de juzgar a un desalmado criminal, habiendo dispuesto, para hacerlo, de seis años y nueve meses, desde el regreso de Inglaterra del ex dictador. Tiempo sobrado para desaforarle y procesarle -como se hizo repetidamente- por muy diversos casos de secuestros, torturas, asesinatos y robos millonarios de guante blanco. Pero también tiempo sobrado para juzgarle y condenarle.

Hubiera bastado una única condena por uno solo de sus crímenes -sin necesidad de pisar la cárcel-, para que Pinochet hubiera adquirido la condición oficial de delincuente, dato de considerable importancia para la posteridad. Pero, al no haber recibido condena alguna, se ha salvado incluso el funeral militar. Penoso espectáculo, el de unos honores militares para quien ordenó una represión que incluyó matar, secuestrar, torturar a miles de sus conciudadanos civiles, llenar clandestinamente numerosas fosas comunes y arrojar cadáveres al mar, según consta en miles de folios judiciales. Honores castrenses para un jefe indigno que arrojó sobre sus subordinados, que le obedecían ciegamente, la responsabilidad de las decisiones criminales que él mismo tomó y cuya ejecución siempre controló.

Por añadidura, el general, como si se tratara de su última y más sarcástica burla, ha ido a morir en una fecha emblemática: el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, conmemoración de su Declaración Universal. Enhorabuena, general.

FIN

Por último, me ha llamado la atención -y me ha provocado una sonrisa- la segunda noticia de la portada de El Mundo , que va sobre una entrevista que finalmente han conseguido hacer al candidato socialista a la alcaldía de Madrid, Miguel Sebastián.

Con cierta vanidad profesional que, por injustificada, resulta pueril, El Mundo destaca este presuntuoso sumario:

Primera entrevista con el candidato socialista al Ayuntamiento de la capital

Para que esta información sea cierta, deduzco que El Mundo está anunciando una serie de entrevistas con Miguel Sebastián y que ésta es «la primera» de dicha serie. Habrá, quizás, una «segunda» o una «tercera». Ya veremos.

De lo contrario, no entiendo por qué presume de que es «la primera«.

Hace un par de semanas, oí una larga entrevista que Carlas Francino le hizo a Sebastián en la Cadena SER.

Si no cuenta la radio, y se refiere a que es «la primera entrevista» impresa en un diario de información general, vuelve a caer Pedro Jota Ramírez en una presunción pueril o en un gran desconocimiento de lo que publica la prensa española. O, al menos, de lo que publica el diario de información general lider de España que, como certifica el EGM es 20 minutos. Y lo es desde hace más de un año, cuando destronamos a El País. (En 20 minutos le damos una vuelta a El País y dos vueltas a El Mundo , pues a este último le sacamos una ventaja de más de un millón de lectores diarios).

Puede ser que Pedro Jota no madrugue lo suficiente como para conseguir a tiempo un ejemplar impreso de 20 minutos, o que no preste atención a nuestra edición digital 20minutos.es. Si es así, lo siento por él. No sabe lo que se pierde.

Para corregir su pequeño error de «Primera entrevista…» (digno de un principiante), copio y pego aquí (mediante enlace) la entrevista que le hizo nuestro Juan Carlos Escudier en 20 minutos y en 20minutos.es el pasado lunes.

Ya lo dice el refrán:

«Dime de qué presumes y te diré de lo que careces»

¡Feliz fin de semana prenavideño!

(Actualizado a las 01:05 H.)

Acabo de leer este mensaje de nuestro contertulio Imagina en mi correo y paso a cumplir con el deeo del autor que es pegarlo en el blog. Dice así:

«Siento molestarle en su correo-e, pero no hay manera de colgar mi comentario en su blog.

Si no le importa copiarlo y ponerlo, se lo agradecería.

Saludos cordiales

imagina

______________

La conclusión que me queda, después de haber visto enterrar a Franco, que murió de viejo y ahora a este remedo sanguinario, que también muere de viejo (como ha dicho alguien, lo que alarga la vida putear a los demás), es que ni la justicia divina ni la humana tienen nada de justas y nunca podremos esperar nada bueno ni de los jueces ni de los gobernantes, ellos tienen otras prioridades en la vida.

Por ejemplo, el proyecto de memoria histórica que creo que se ha aprobado, no prevé anular los juicios tramposos, delictivos y carnavalescos (si no hubieran tenido unos resultados tan dramáticos), que tanto la justicia militar como la civil, perpetraron después de la victoria del golpe de estado, consumados por fantoches vestidos de jueces y de militares, al dictado de unos mandatarios y de unos intereses espurios, contra demócratas, defensores del estado de derecho legalmente constituido y que aún hoy, y con un gobierno llamado socialista en el poder, se les niega el reconocimiento y su derecho a un digno recuerdo.

Saludos

imagina

—–

También yo he intentado copiar y pegar varias veces este comentario de imagina en el blog y no he tenido éxito. Por eso lo pego a continuación del post. (Eso sí se hacerlo).

De hecho, no he visto publicado ningún comentario desde que coloqué el último post. No se cuál es el problema técnico si lo hay.

Tampoco me atrevo a preguntar hasta mañana a los técnicos de 20 minutos en un viernes por la noche, sobretodo porque estarán gozando de un sueño profundo, después de la juerga que tuvimos anoche hasta las tantas de la madrugada. Aún no he recuperado mi voz de bajo, después de la exibición que hicimos los miembros del coro 20 minutos.

Ayer jueves celebramos la cena de Navidad en 20 minutos Madrid y lo hicimos, por cierto, en un centrico hotel, cerca de nuestra redacción central, instalado en el edificio que fue sede del cuartel general del Santo Oficio de la Inquisición hasta que desapareció muy entrado ya el siglo XIX.

Nuestro amor a la libertad de expresión (y nuestro canto) seguramente espantó anoche a todos los fantasmas de los torturadores de la Inquisición que vagaran por allí.

Cuando mañana se despierten los técnicos, les preguntaré qué es lo que pasa para que lo arreglen. Lo siento.

JAMS

—-

Manos que acarician, en El Mundo; saludo fascista, en El País

En esta foto de portada de El Mundo de hoy destacan dos manos de mujer que tocan o acarician el cristal que cubre el cadaver del dictador Pinochet en primerísimo primer plano.

El País también ilustra su portada con foto del cadaver del siniestro dictador chileno, pero lo hace con plano general en el que destacan los saludos fascistas de sus seguidores.

Cuestión de objetivos y de ángulos.

Si descontamos la muerte y velatorio de Pinochet, las portadas de hoy sólo coinciden en el trasplante de manos realizado en Valencia. Y nada más.

Como si Pedro Jota Ramírez tuviera que traladarnos su pesadilla diaria, su portada sigue, erre que erre, con minucias sobre la teoría conspiranoica de ETA en el 11-M. que en su portada adquieren la falsa categoría de gran exclusiva.

Pobre PP, cautivo de este peculiar ex periodista. Hasta el prestigioso semanario conservador The Economist se ha percatado de que Rajoy y los suyos están perdiendo el norte de la mano del trío Pinocho y de la teoría conspiratoria de Pedro Jota.

periodistadigital.com hace este resumen:

«PD).- El artículo se titula «Popular peevishness», que viene a ser algo así como «El malhumor popular» y es un estacazo de aupa al PP. Aparece en la última edición de The Economist, el semanario conservador británico del que se puede sospechar casi cualquier cosa, menos que sea izquierdista.

Como subtítulo, muy indicador de lo que llega a continuación, aparece la frase: «El partido Popular pierde el rumbo».

La pieza, hecha en Madrid y sin firma como es habítual en la revista, comienza subrayando que la vida no podría ser mejor para José María Aznar, ahora que ha sido fichado por Murdopch y recorre el mundo dando grandes conferencias, pero que lo mismo no puede decirse de su querido PP.

La «ineptitud» de la derecha, al no haber superado el trauma de la pérdida de poder, su dirección hacia convertirse en un «partido desagradable» y la falta de liderazgo y luchas por la sucesión son calificativos que pueden representar un ejemplo de cómo interpreta The Economist la conducta de la oposición conservadora en los últimos tiempos.

El semanario -que no hace mucho insertó análisis elogiando la política de Rodríguez Zapatero- publicaba ahora un durísimo artículo criticando la actitud del PP.

Sin rumbo

El artículo comienza, como s eha explicado arriba, comparando la nueva vida de Aznar, que «viaja alrededor del mundo, se sienta en el consejo de administración de la empresa ‘News Corp’ de Rupert Murdoch, y da conferencias sin mayores preocupaciones en los ‘think-tanks’ de Washington», con la situación actual del partido que éste presidiera en el pasado que, según la revista, tras el 11-M habría «perdido el rumbo».

Peleas supremas

The Economist afirma que «altos cargos del partido se dan empujones para suceder al actual dirigente, Mariano Rajoy, si dimite después de las próximas elecciones generales previstas para principios de 2008».

Califica, con cierto humor, a Esperanza Aguirre y a Alberto Ruiz-Gallardón como «los peleones supremos» del partido. El artículo concluye de forma irónica repitiendo unas palabras pronunciadas por Rajoy sobre el libro de en el que Aguirre carga contra Ruiz Gallardón: “¡Vaya tropa!”. Ante esto, The Economist, que cuestiona la falta de liderazgo y personalidad del actual líder del PP, respondía con otra educada pregunta: «¿dónde está el general?».

Un partido «desagradable»

La cerrada oposición que el PP mantiene contra cualquier iniciativa del Gobierno podría convertir, según el análisis, a este partido en lo que fue el partido conservador inglés en el pasado: un «partido desagradable». Esta actitud lo alejaría más aún de los votantes de centro, único modo de desbancar a los socialistas. El vídeo del PP sobre seguridad ciudadana, en el que incluía imágenes de disturbios durante la etapa de gestión de los conservadores y también de altercados en Colombia «no habría ayudado», puntualiza «The economist».

Ineptos

El semanario atribuye casi todos los males del PP a la «ineptitud para sacudirse el trauma de la pérdida del poder». A pesar de quedar claro la autoría de los atentados del 11-M, «altos cargos del PP han continuado ventilando teorías conspirativas que todavía intentan establecer algún tipo de vínculo entre los islamistas y ETA».

La sombra de Aznar

Sobre Rajoy, dice The Economist que es demasiado educado, demasiado caballeroso, pero que la sombra de Aznar planea sobre él y que quizá le falte dureza para controlar a los suyos.» FIN

Sobre Pinochet hay en la prensa de hoy buenos artículos que he leido con cierto retraso.

Una lección bien aprendida

JORGE EDWARDS 12/12/2006 en El País

La Plaza Italia de Santiago de Chile, límite entre el centro de la ciudad y los sectores del oriente precordillerano y de más altos ingresos, ha sido invadida por los enemigos de Augusto Pinochet. Hay grupos que celebran con champaña, gente que salta y que canta, fotografías de Salvador Allende, banderas chilenas y de los partidos socialista y comunista, mezcladas con alguna bandera venezolana, boliviana, argentina. Todas flamean al viento primaveral, en medio del bullicio; la emoción es compartida, solidaria, profunda, y podríamos agregar que tranquila. Una joven periodista de la televisión, hija y nieta de abogados comunistas, se exhibe encima de una camioneta envuelta en el pabellón tricolor.

La desaparición del general Pinochet es una fiesta popular, con ribetes folclóricos, pero más pacífica, por lo menos hasta este momento, que los triunfos del equipo de fútbol de Colo Colo. Lo que llama la atención es lo siguiente: que muchos de los gritos están dirigidos contra Lucía Hiriart, la viuda. Algunos piden que devuelva el dinero que se robaron, que «nos robaron». Otros esperan que llegue pronto el turno de ella.

Los partidarios del general, que han salido en buen número de sus madrigueras y que se reúnen en las calles adyacentes al Hospital Militar de Santiago, lloran en forma histérica y exhiben fotografías de su ídolo en uniforme de gala. Aquí hay una característica que se repite: atacan a los periodistas con furia, a botellazos y pedradas. Parece que el desprestigio mundial del dictador se debe a la prensa, o a dos bestias negras conjugadas, a dos conspiraciones: la del comunismo y la de los medios internacionales.

Todavía no tenemos noticias sobre los funerales, decisión en apariencia difícil, y que el Gobierno, hasta el momento en que escribo estas líneas, no ha dado a conocer. Pero me imagino que se hará un funeral con honores de comandante en jefe del Ejército y con asistencia de la ministra de Defensa. Más no se justificaría.

Pinochet fue jefe de Estado de hecho, reconocido así por buena parte de la comunidad internacional, pero no llegó a la presidencia de la República por los caminos que indicaba la Constitución política vigente. Fue un producto de la fuerza, de la coyuntura histórica, de la anarquía económica y social que había llegado a imponerse en los últimos meses del régimen de Salvador Allende, factores que explican su aparición dentro del horizonte político chileno. Pero una explicación no alcanza a ser una justificación, y esto tendríamos que entenderlo ahora nosotros mismos.

Mi impresión personal es que la emoción, el rebrote de la polarización, de la guerra civil larvada, que estuvieron en las raíces del drama chileno, durarán pocos días y darán paso a otra cosa.

Casi fui agredido, una hora después de conocerse la noticia, en el ascensor de mi edificio por un joven violento, absolutamente alterado, que sostenía que los muertos de la dictadura se podían contar con los dedos de la mano, que habían sido demasiado pocos, pero pienso que quizá salir al exterior con la noticia tan fresca suponía una imprudencia. En todo caso, las emociones de ambos extremos pasarán, los sectores equilibrados, racionales, democráticos, asomarán a la superficie a fines de la semana, y la posibilidad de que Chile se transforme en una democracia desarrollada, bien incorporada al siglo XXI, será mucho más sólida, más visible, dentro de pocos días.

La muerte del general nos ayudará mucho, en esta periferia del mundo occidental, a superar y a cancelar de una vez por todas la guerra fría. No es poco decir. Es una manera de mirar el momento con optimismo. Y esta superación de toda una época, esta salida de los anacronismos, será útil para nosotros y podría convertirse en un modelo para la región. También hay que salir del anacronismo en Bolivia, en la guerrilla colombiana, en la Venezuela de Hugo Chávez, y hasta en Brasil y México. De una vez por todas.

Augusto Pinochet Ugarte estuvo muy lejos de ser un personaje excepcional. Le tocó estar colocado en circunstancias históricas excepcionales, pero esto es enteramente diferente. En los últimos días de Allende, fue el último de los jefes militares importantes en decidirse por el golpe de Estado; actuó en los primeros momentos con inseguri

-dad, con suma precaución, con probable miedo, pero cuando ya no hubo retroceso posible, fue el más cruel y el más extremo de todos.

Augusto Pinochet Ugarte entró a la Escuela Militar de Santiago en su adolescencia, pocos días después de la caída de la dictadura del general Carlos Ibáñez, en momentos en que los militares no podían usar el uniforme en las calles, en que la profesión de las armas era la más desprestigiada del país. Esto, para decir lo menos, revela una vocación a contracorriente, a toda prueba. Fue un profesional, un hombre de cuartel, un aficionado a las artes marciales. Hizo clases de geopolítica en la Academia de Guerra y le regaló un manual de autoría suya de esta disciplina, al final de su larga y desafortunada visita a Chile, a otro comandante de terquedad parecida, pero de ideas muy opuestas, Fidel Castro Ruz.

La ferocidad de la represión pinochetista sólo se puede entender de una manera. El general tenía un miedo visceral de que la guerrilla, apoyada por el castrismo y que florecía en los años setenta en Colombia, en el Perú y Argentina, en casi toda América del Sur, se instalara en Chile. A fines de 1978, cuando hubo peligro real de guerra entre Argentina y Chile, maniobró con tranquilidad, con astucia, y consiguió que la mediación papal, manejada por el cardenal Samoré con inteligencia florentina, evitara el conflicto.

No es fácil entender en todos sus matices los mecanismos mentales, sociales, de todo orden, que llevaron al Gobierno de Pinochet a imponer en Chile una economía abierta, de mercado, que seguía en su línea gruesa los postulados del recién fallecido Milton Friedman y de los economistas de la Universidad de Chicago. Fue, en su época, un cambio económico revolucionario, para bien y para mal, y que exigió decisiones radicales, endiabladamente difíciles. El general dio su apoyo a los economistas y los empresarios neoliberales sin la menor vacilación, en un proceso interno que no se conoce en todas sus vueltas. Muchos juristas de prestigio, miembros del centroizquierdismo actual, sostienen que todas o casi todas las privatizaciones de aquellos días fueron ilegales. De ahí, de ese proceso de privatización a tambor batiente, salieron muchas de las nuevas fortunas del Chile de ahora. La fórmula, probablemente ilegal, fue sin duda inmoral, pero el funcionamiento más o menos bueno de la economía chilena de estos días tiene esos orígenes. A veces no conviene escudriñar demasiado en el pasado, y a veces los malos pasos iniciales reciben al cabo de los años la absolución histórica.

Los robos de Pinochet y de su familia, la cuestión escabrosa y vergonzosa de las cuentas del Banco Riggs, han sido un capítulo más reciente. Han sido, para decir lo menos, el desenlace turbio de una historia personal oscura. Muchos personajes pinochetistas de toda la vida, que no se habían escandalizado con el detalle de los crímenes, se rasgaron las vestiduras al conocer los latrocinios. El asunto tiene su sentido: el crimen se presentaba como una necesidad, por monstruoso que esto parezca. Era la razón de Estado clásica frente a la deleznable corrupción. El general había querido proteger la retirada suya y la de su familia con un colchón de dinero. Él sabía lo que le esperaba si tenía que abandonar el poder. En estos últimos días, desde el hospital, le dijo a su familia que prefería que cremaran su cadáver y esparcieran sus cenizas para que sus enemigos no profanaran su tumba.

En su final, sus antiguos colaboradores y amigos de derecha, salvo excepciones, han preferido no dar la cara. Han sido prudentes, oportunistas. Aunque parezca extraño, el pinochetismo que ha salido a la calle es más bien populachero, de nivel francamente bajo. Y se ha manifestado con lágrimas y con insultos, con irrefrenable grosería. En resumidas cuentas, la muerte del general ha sido una nueva lección, y podría convertirse, para tirios y troyanos, para chilenos y no chilenos, en una lección bien aprendida. FIN

Se retiró a pasitos

ANTONIO SKÁRMETA 12/12/2006 en El País:

En los momentos cúspides de su poder Pinochet solía imaginar cientos de conspiraciones en su contra organizados por los «siñores políticos». Por algún motivo extraño, acaso dental o estilístico, no podía decir correctamente la palabra señores. Para demostrar que los «siñores políticos» querían destruir la libertad y el orden que él representaba en un célebre discurso pronunciado en el conservador Club de la Unión se convirtió en un promotor de la lectura revolucionaria: «Hay que leer a Lenin, siñores». Bastaría leer a «Linin», afirmó, para que todas las tácticas terroristas de sus adversarios quedaran claras. No se equivocaba. Fueron los «siñores políticos» chilenos de todas las tendencias,unos primero, otros muchos después, quienes terminaron por disolver al antiguo hombre fuerte en el fetiche de una docena de ancianas.

Me imagino que esto es lo que estará en boga en la prensa hoy día: el dictador Pinochet murió políticamente antes de su muerte física. Para usar una imagen muy folklórica en Chile, el choclo, que es una pieza de maíz, se le fue desgranando poco a poco. Al final le quedaron tan pocos aliados como dientes en la boca. Esa es su derrota.

En la medida que desde 1989 se restituyó la democracia en Chile los políticos que lo apoyaban, para hacerse compatibles con las nuevas reglas del juego se fueron distanciando sin remilgos del general.

Ya en el plebiscito que lo sacó del gobierno en 1988 el connotado empresario derechista Sebastián Piñera votó contra él. Pero la novedad de este año fue que el líder del sector más conservador de la derecha, Joaquín Lavín, que perdió con el 48% de los votos la presidencia contra el socialista Ricardo Lagos el 2000, también se desmarcó del general. Movimiento tardío, pero el hombre, que aún mantiene esperanzas de aglutinar fuerzas para ser algún día presidente, estimó oportuno aplicarse una dosis fuerte de despinochetización.

Con justa razón una compungida dama pinochetista que se acercó al hospital donde agonizaba su ídolo, desplegó un artesanal cartel acusando: «Derecha dormida, Pinochet te salvó la vida». Si con la excepción de esta dama que sostenía su cartelito sufriendo estoica los 32 grados primaverales, nadie más, aparte de su familia, llora por Pinochet, ¿se puede entonces dar por buena la frase de que Pinochet murió antes de morir?

Lo cierto es que ese cartelito no es lo único que queda de él en Chile. Pinochet fue determinante, con el estilo de su retirada, en el carácter prácticamente de «unidad nacional» que el gobierno chileno tiene hoy . Aparte de cuestiones, aquí llamadas valóricas, como el aborto, la eutanasia, la píldora anticonceptiva, acerca de todos los otros temas reina un consenso básico entre gobierno y oposición, sobre todo en torno a la economía que mueve a este país. Tanto los presidentes socialistas, como los anteriores democratacristianos, fueron ovacionados por los empresarios.

El hombre fue retirándose a pasitos. Cuando el pueblo lo rechazó en el plebiscito de 1988, se reservó el título de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Cuando terminó su mandato militar que le daba esa Constitución que él mismo se había mandado hacer a la medida, se hizo designar senador vitalicio de la República. Y acaso aún hoy estaría en ese escaño parlamentario, si no hubiera tenido la peregrina idea de viajar a Londres, donde la disposición alerta del juez español Garzón lo hizo detener invocando sus reiteradas violaciones a los derechos humanos.

El mundo aplaudió con júbilo: por fin un dictador de la calaña de Pinochet, en cuyo régimen se hizo desaparecer personas, se torturó, se fusiló indiscriminada y arbitrariamente, se expulsó a decenas de miles de sus trabajos, se provocó el exilio de cientos de miles, podía ser juzgado lejos de la protección de sus camaradas de armas.

La alegría duró poco: el mismo Gobierno chileno democrático, compuesto por quienes habían sido perseguidos por Pinochet, oficiosamente actuó ante las autoridades inglesas para conseguir que al anciano «enfermo y moribundo» se le devolviera a Chile donde sería juzgado.

Cuando pisó territorio nacional en el aeropuerto de Santiago y vio que era recibido con sones marciales por sus compañeros de armas, se levantó cual Lázaro de la silla de ruedas y caminó a abrazar a su sucesor en el mando de comandante en jefe de Santiago. Un periódico ironizó con un genial titular que aludía a un film de moda con la actuación de Sean Penn: «Hombre muerto caminando» (Dead man walking).

Efectivamente se le hicieron variados cargos y la mayoría de ellos están aún en proceso. Un día lo condenaban, otro día lo absolvían, un día tenía buena memoria, otro día olvidaba. Entre tanto, aquellos chilenos que aún preferían ignorar los daños que había hecho tuvieron que convencerse que su ídolo había sido un baluarte contra los comunistas, pero no contra la corrupción: no sólo se exhibieron ante la opinión pública las atroces violaciones a los derechos humanos, sino que se develó una serie de cuentas secretas que lo implicaron en juicios de corrupción.

El dictador tuvo la buena idea de ausentarse de las sesiones del Senado. Pero si algunos de sus secuaces desembocarán a la larga en la cárcel, Pinochet en persona no la conoció: temporadas de arresto domiciliario en su mansión, breves pasantías en el Hospital Militar.Digámoslo claramente, la democracia chilena nunca tuvo fuerza para encerrar a Pinochet. Mejor aún, digámoslo aún un poco más claramente, la democracia chilena nunca quiso encerrar a Pinochet.

Esta ambigüedad es acaso, paradójicamente, la más sublime estrategia de consolidación de una unidad nacional que explica la destacada y celebradísima estabilidad y bienestar del Chile actual.

Hasta el mismo Ejército se distanció de Pinochet, pero Pinochet mismo siguió intangible, intocable, corroído pero soberano.

Sé que muchos políticos que pudieron más e hicieron menos se tragaron píldoras amargas. En su conciencia hay una desazón que no se consuela con las poderosas «razones de Estado». Aquí y allá emiten hoy consignas libertarias con singular retórica, pero éstas no cubren la melancolía de una decisión que no se tuvo.

Es el reino tortuoso de la ambigüedad. Estamos bien, estamos mal. Hicimos mucho, hicimos lo que pudimos. Del corazón para dentro sentimos de una manera, de los dientes para afuera actuamos de otra. En nuestra actual grandeza, hay mucho de pequeñez. En nuestra pequeñez hubo bastante astucia.

Esta ambigüedad hará rechinar los dientes de las autoridades que optarán hoy «por rendirle y no rendirle» simultáneamente honores de comandante en jefe y de ex presidente.

Hoy murió Pinochet. Destrozó la vida de muchas familias chilenas resolviendo, con su brutal golpe, de forma desproporcionada los problemas reales que había en la sociedad en 1973. Su herencia es por tanto más poderosa y sutil que aquel cartelito de la vieja solitaria frente al hospital. Es cierto que Pinochet terminó solo, perdiendo la batalla. En este sentido, hicieron muy buen trabajo los «siñores políticos», hayan leído o no a «Linin».

Y sin embargo, su fuga final de la justicia que no pudimos ni quisimos hacer nos deja comprometidos con la derrota, con la melancolía. En su discurso fúnebre en Julio César, Marco Antonio frente al cadáver del emperador sentencia: «El mal que los hombres hacen sobrevive a su muerte, el bien es enterrado junto a sus huesos». Enterremos a César.

FIN