Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

El PP tira al monte…

La bandera franquista (con la gallina imperial) me sigue dando miedo. Seguramente no hay razón para ello, pero no lo puedo evitar. Me trae demasiados malos recuerdos de la Dictadura.

Jóvenes fachas del PP exhibiendo la bandera franquista anticonstitucional.

Jóvenes fachas del PP exhibiendo la bandera franquista anticonstitucional.

Los jóvenes de Nuevas Generaciones del Partido Popular, quizás con alguna copa de más, nos restriegan públicamente la bandera fascista de los vencedores de la Guerra Civil y garantes de la paz de cementerio de la postguerra. ¿Qué más quieren?

La dirección del PP responde que sancionará a los militantes de su partido que exhiban símbolos fascistas. Sin embargo, uno de ellos -alto dirigente del PP– sigue echando leña al fuego. Se trata de Rafael Hernando, diputado nada joven por Almería y uno de los portavoces del PP, cuya lengua afilada y su talante cínico-chulesco ya no sorprende a casi ninguno de mis paisanos.

Rafael Hernando ha jaleado a los jóvenes fascistas de sus Nuevas Generaciones (que él mismo presidió durante tres años) diciendo que «las consecuencias de la bandera de la República fueron un millón de muertos».    ¡Ahí queda eso! Ha dicho. además, que la bandera republicana está fuera de la legalidad. Ignacio Escolar le ha contestado en Facebook citando a eldiario.es: «Es completamente legal»

¡Qué poca y retorcida memoria tienen algunos hijos de los vencedores de aquella masacre!

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PS. Recomiendo la lectura de este articulo de Joaquín Estefanía en El Pais de hoy. Bastante clarito…

LA CUARTA PÁGINA

Hacia los siete años de crisis

Ya hay una generación de jóvenes que no ha conocido más que esto: creciente desigualdad, movilidad social descendente y, sobre todo, una profunda contradicción entre democracia y capitalismo

Pasó casi inadvertido, pero a principios del verano se cumplieron los seis primeros años desde que quebraron varios fondos de alto riesgo del banco de inversión Bear Stearns y la compañía Blackstone, y el décimo banco hipotecario americano, el American Home Mortgage, despidió a todo su personal. Estos acontecimientos fueron el disparadero de la Gran Recesión. Por tanto, acabamos de empezar el séptimo año de la crisis más duradera del capitalismo si se exceptúa a la Gran Depresión de los años treinta. Por su profundidad, la situación que se padece hoy es menos mala que aquella (excepto en aspectos como el desempleo en países como España, cuyo porcentaje es más representativo de una depresión que de una recesión), pero por su extensión ambas crisis se parecen mucho.

Ya hay una generación de jóvenes —los que merodean por arriba o por abajo los 20 años— que se ha hecho adulta con una falta crónica de perspectivas sociales, una política de desigualdad creciente, de contorsionismo ideológico y de corrupción política (y en algunos países, de fuerte represión), cuyos componentes serán testigos críticos de una época, la de la revolución conservadora. Que han llegado a la mayoría de edad en medio de problemas críticos para ellos y sus padres, y que pocas veces han conocido Gobiernos que defiendan con coherencia los principios de una verdadera economía mixta (en la que se combina el dinamismo del mercado con la igualdad democrática), la regulación ante los fuertes abusos financieros y una redistribución de la renta y la riqueza más equilibrada. Que no han encontrado los escasos empleos de la antigua clase media, con cierta seguridad y salarios proporcionales a la calidad de su trabajo, en unas sociedades en que la “carrera cuesta abajo” es evidente en casi todos los ámbitos: relaciones laborales, protección social, política fiscal, legislación medioambiental, regulación financiera, etcétera.

La “carrera cuesta abajo” es evidente en relaciones laborales, protección social o política fiscal

Además, las dificultades les llegaron de sopetón. Esos jóvenes, como sus antecesores, creían estar más o menos seguros, y que una marcha atrás era imposible dados los avances que se habían producido con lo que se denominó “nueva economía” (14 años y medio de crecimiento constante) y las tecnologías de la información y la comunicación que, se decía, habían acabado con los ciclos económicos. El economista norteamericano Hyman Minsky, famoso por su tesis de la inestabilidad natural del sistema financiero, planteó a mediados de los años ochenta (los que inauguran una forma de política, con Thatcher y Reagan) una pregunta crítica: “¿Puede ESO [refiriéndose con temor a una Gran Depresión] volver a ocurrir?”. Le contestó 20 años después un famoso científico universitario, estudioso de la Gran Depresión, llamado Ben Bernanke, que en 2002 dio una conferencia con un título tan significativo como Deflación: asegúrese de que ESO no ocurra aquí. Bernanke sostenía que existían medios más que suficientes para que ESO no volviese a suceder en el nuevo milenio, a pesar de la creciente inestabilidad financiera. “El Gobierno de EE<TH>UU”, dijo Bernanke, “tiene una tecnología llamada imprenta (o su equivalente electrónico en la actualidad) que le permite producir tantos dólares como desee a coste cero”. Cuando Bernanke fue nombrado para un puesto tan poderoso como la presidencia de la Reserva Federal (la que regula el precio del dinero en el mundo) y no dudó en recurrir a la máquina de imprimir billetes para reanimar a la economía americana, dio seguridad a los inquietos y se ganó el apodo de Helicóptero Ben, pues se decía que su política monetaria era básicamente equivalente al famoso lanzamiento de dinero con un helicóptero, de Milton Friedman. Bernanke está ahora a punto de dejar la Fed y todavía no hemos salido del atasco.

Pese a estos y otros escarceos teóricos, ni los organismos multilaterales tipo Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico… ni los servicios de estudio privados, ni los Gobiernos han estado en general muy finos con sus previsiones en los últimos tiempos, lo que todavía ha generado más inseguridad y desapego entre los ciudadanos. Para cada vez más gente, esas instituciones no tienen apenas legitimidad en sus pronósticos, ni los Gobiernos, sean del signo ideológico que sean, tienen credibilidad por su práctica política. La creciente decepción de los ciudadanos de muchas partes del planeta con la capacidad de sus dirigentes políticos para conseguir algo positivo relacionado con el bienestar ciudadano a corto plazo, no es precisamente el mejor caldo de cultivo para la democracia. En los sondeos se manifiesta cada vez más ampliamente que los Gobiernos hacen muchas menos cosas de las que la mayoría quiere que hagan (educación, sanidad, pensiones, infraestructuras, protección medioambiental, amparo al desempleado estructural…) y en cambio existe la sensación creciente de que sus actuaciones se acercan siempre mucho más a lo que demandan las élites económicas: las patronales y los lobbies empresariales y financieros. Que trabajan en torno a los objetivos intermedios (el déficit, la deuda, ayudar a los bancos en dificultades…), pero no aseguran el bienestar final de los ciudadanos, que es la verdadera utilidad de la economía política.

Ello lleva a acrecentar el número de detractores del capitalismo, los cuales sostienen que el mismo está al servicio de la codicia, explota la vulnerabilidad de la gente, impone la desigualdad de la renta y el patrimonio, elimina la movilidad social, expolia el medio ambiente y, sobre todo, gobierna a la democracia. Como escribe Jeffrey Sachs, el capitalismo global es una gigantesca fuerza implacablemente productiva que introduce de modo permanente en el mercado nuevos bienes y servicios, pero que divide de forma despiadada a la sociedad en función del poder, el nivel de estudios, y los ingresos y el patrimonio; los ricos son cada vez más ricos y tienen más poder político, mientras se deja atrás a los pobres, sin empleos decentes, sin seguridad, sin una red que asegure los ingresos o sin una voz política. Y este escenario se reproduce en todo el mundo a medida que ese capitalismo incorpora a un país tras otro a sus sistemas de producción y los integra en su red de influencia política.

Existe la sensación de que la actuación de los Gobiernos se acerca más a las demandas de las élites

Hay quienes dicen que del mismo modo que en el año 1989 el capitalismo derrotó al comunismo, a partir de 2007 ha vencido a la democracia. Un triunfo, en apariencia, totalizador. Por ejemplo, el sociólogo francés Alain Touraine defiende que la crisis fue provocada por aquellos que, persiguiendo su exclusivo beneficio a corto plazo, hicieron de las finanzas un coto opaco sin relación con la economía real, y que el comportamiento de los muy ricos ha desempeñado el papel principal en la disgregación del sistema social, es decir, “de toda posibilidad de intervención del Estado o de los asalariados en el funcionamiento de la economía”. Las teorías de la conspiración florecen porque las conspiraciones parecen reales.

La mayoría de las protestas que ha habido en muchas partes del mundo, vinculadas de un modo u otro a esta forma de ver las cosas, han tenido lugar en países que se caracterizan por altos niveles de desigualdad económica. El mínimo común denominador de la ira de ese segmento creciente de la población del planeta, muy bien conectado y que cree que Wall Street no es solo una calle de Nueva York, sino un estado de ánimo (véase el libro Occupy Wall Street. Manual de uso, editorial RBA) es monocausal: una forma de progreso económico que, orientado a la creación de riqueza privada, es indiferente a la idea de bienestar colectivo, justicia social y protección medioambiental.

Ahora, a las críticas centrales al sistema —la creciente desigualdad, una movilidad social descendente, el debilitamiento de la red de protección social, y la creciente influencia del sector financiero ante la supuesta capacidad de las democracias representativas para frenar y regular sus excesos— han añadido otra: la rapidez con la que muchos bancos y grandes empresas están recuperando la senda de la rentabilidad y de los beneficios sin que ello se note en el nivel de empleo, la renta disponible y la provisión de bienes públicos. Por ello hay que tener cuidado ante las declaraciones de que lo peor ha pasado y que se ha tocado fondo. Si ellas no van acompañadas de realidades tangibles, la irritación crecerá, se extenderá aun más en el tiempo y se seguirán contando cumpleaños de la gran crisis de nuestro tiempo.

FIN

 

6 comentarios

  1. Dice ser Horus

    Señores documentense un poco, y veran que el PP tiene relacionado con el fascismo tanto como el PSOE con el socialismo…
    Osease, la etiqueta y nada mas. El fascismo y el socialismo verdaderos, salvando algunos matices son perfectamente equivalentes.
    Metan todo el miedo que quieran con el coco, pero efectivamente, se les ve el plumero…

    29 agosto 2013 | 14:31

  2. A estas alturas no es necesario insistir respecto a la mala fe, la indignidad y finalmente la criminal tergiversación histórica que supone asemejar a las prácticas del nazismo los escraches de la plataforma contra los desahucios o, más en general, las expresiones de protesta y de disidencia contra el gobierno y/o contra el régimen.
    Pero no deja de ser llamativo que esa infamación invoque la forma que prototípicamente adoptó el fascismo en Alemania y no la que tuvo en España. ¿Por qué la consigna de la calle Génova, de Cospedal para abajo, es utilizar “nazismo” y “totalitarismo” (epíteto éste último que se extiende también a lo que ellos entienden por comunismo) como calificaciones denigrantes y no la más próxima y quizá reconocible de “falangismo”?
    La respuesta es tan obvia que hasta avergüenza tener que explicitarla: estos fervorosos antinazis de la derecha que está devastando económica, social y moralmente al país con fanatismo semejante al que llevó a Franco a inundarlo de sangre, jamás han condenado el falangismo, el franquismo o su glorioso movimiento nacional, ni han expresado el menor reconocimiento a sus cientos de miles de víctimas. Invocar el nazismo significa apelar al consenso casi universal que sanciona una atrocidad suprema de la historia, pero también presupone dejar en la sombra, es decir, encubrir, la barbarie del fascismo español. Esta derecha tan antifascista se identifica de facto con el lugar enunciativo (político) de los fascistas innombrables, los “nuestros”, es decir, los suyos. Y si algún día se les despistara la consigna de la calle Génova podrían llegar a decir: “es que los falangistas no acosaban a los republicanos en sus casas. Se limitaban a sacarlos de ellas y fusilarlos en la cuneta más próxima”. Lo dirían sonriendo.

    Por Gonzalo Abril
    24/04/2013

    29 agosto 2013 | 21:20

  3. La crisis culmina una radicalización de la derecha que ha dejado fuera de juego tanto al centro-derecha como al centro-izquierda. Sólo la izquierda radical tiene credibilidad como resistencia y como alternativa.

    Parecía un enfrentamiento “superado”
    Hace unos pocos años, era un tópico poner en duda la vigencia del enfrentamiento izquierda/ derecha. Quizá se trataba de la versión postmoderna del “final de las ideologías” proclamado por Fukuyama tras la caída del muro de Berlín. El capitalismo había derrotado definitivamente a su opositor, y por tanto aparecía como único sistema económico viable.
    El abanico de alternativas quedaba limitado a la posible gestión del capitalismo: más una cuestión de eficacia que de ideología, más técnica que política. A lo más, quedaba un margen para un posible “rostro humano” que permitía diferenciar un centro-izquierda respecto a la derecha, la cual por cierto se autocalificaba de centro-derecha como indicativo de amplio predominio.
    La pregunta “¿qué significa ser de izquierdas hoy en día?” presuponía que no había respuesta contundente en los términos tradicionales de lucha de clases. En todo caso debía buscarse en el eje ético moral: pacifismo, igualdad de género, aborto, respeto a opciones homosexuales,… Con estos ingredientes, se podía tejer ese centro-izquierda a la americana, pero no había espacio para una izquierda radical.

    La voracidad de la derecha
    Quizá Fukuyama hubiera tenido razón si la derecha hubiese sabido administrar su victoria. Pero no ha sido así, y él mismo se ha retractado. Lejos de esa prudencia, la derecha ha abusado de su hegemonía hasta extremos insospechados. No sólo la apropiación de rentas y patrimonio por parte de las élites parece no tener freno, sino que se socavan los pilares fundamentales del pacto social vigente durante buena parte del siglo XX.
    Primero se atacaron los derechos laborales, desde el poder adquisitivo hasta la estabilidad e incluso la sindicación. Después los fiscales, hasta el punto que las rentas de trabajo de las clases bajas y medias pagan más que las altas o que las rentas de capital. A continuación los sociales, poniendo en jaque todo el estado del bienestar, incluyendo educación y sanidad. Y más recientemente, los políticos, prohibiendo referendos y hasta sustituyendo gobernantes elegidos por tecnócratas designados.
    La crisis actual, tanto en su origen como en su presunta solución es el mejor ejemplo de esta voracidad, al mismo tiempo que la excusa para justificar todos los excesos. Tan lejos han ido como para que algunos magnates reclamen pagar más impuestos, o para que gobernantes conservadores quieran implantar la tasa Tobbin unilateralmente. No se sabe si por compasión, o por precaución ante la posibilidad que finalmente la recesión, el paro, la pobreza, la caída de la demanda,…, terminen socavando el propio sistema.
    ¿Por qué este desenfreno depredador, que incluso alguna derecha quisiera limitar? Quizá es la simple borrachera de victoria, ciega a todas las alertas. Quizá es que la esencia del capitalismo es la explotación máxima, hasta donde sepas y te dejen. En todo caso, no parece que la derecha industriosa y prudente pueda frenar a la rampante.

    No hay pacto posible
    Esta radicalización deja sin interlocutor al centro-izquierda pactista antes referido. Cada vez tiene menos credibilidad el discurso del capitalismo de rostro humano a la europea, o la posibilidad de gestionarlo mediante un nuevo pacto social entre una derecha refulgente y una izquierda desarbolada. No se ve el final de las sucesivas reformas laborales, ni de los sucesivos recortes. Y sobre todo no se ve posibilidad alguna de recuperar lo perdido cuando la tempestad amaine, suponiendo que lo haga.
    En el mejor de los casos, Europa va hacia un largo estancamiento o “crecimiento 0”. Por tanto, el problema no será cómo repartir las ganancias, sino cómo redistribuir lo que tenemos : los ricos sólo podrán seguir enriqueciéndose a base de empobrecer a los pobres; los pobres sólo podrán salir de la pobreza quitándoselo a los ricos.
    Sólo queda en pie el discurso de la izquierda radical. De hecho puede esgrimir el “teníamos razón”cuando Maastrich, las privatizaciones, etc., hasta la reforma constitucional del pasado mes de agosto. Esto no arregla la dramática situación de tanta gente, pero legitima y da audiencia a nuestras ideas, como herramienta política de trabajo: está de nuevo bien claro el enfrentamiento izquierda/derecha, y quién está a cada lado.

    Josep Ferrer Llop, ingeniero industrial, es catedrático de matemática aplicada y ha sido rector de la Univ. Politècnica de Catalunya (UPC)
    04/11/12

    29 agosto 2013 | 21:25

  4. Dice ser panchenko

    el fachismo representa lo mas arcaico del la especie humana, se le podria llamar una subespecie de individuos poco desarrollados que se han quedado en la utilizacion de herramientas primitivas. bajo todo concepto el fachista lo unico que sabe utilizar es el garrote, inclusive sicologicamente, estos especimenes no son capaces de desarrollar otro tipo de ideas que no engloben este concepto. prueba esta en sus actos. la cobardia algo propio de las ultimas generaciones de esta subespecie tampoco les permite desarrollar nuevas tecnologias que no ser caer con todo el peso de lo que tengan a mano sobre una poblacion siempre que este desprotegida. no entienden lo que es el derecho, las libertades o el sufrimiento, obviemente mucho menos lo que es el projimo, y ni hablemos de los valores sociales. la indaptacion a nuevos entornos los ha empujado a acelerar su decadencia formando una geneacion de ninis (ni estudia ni trabaja) que se vuelcan a distintos vicios al no encontrar ya sentido a su existencia. no es de extraniarse que no se sientan perdidos ante las corrientes sociales que expresan los deseos de la poblacion. esa situacion se da incluso hasta en lo mas alto de poder cuando lo ostentan.
    estas debilidades que posee este grupo permitira al grueso de la poblacion a retomar el camino natural a la concrecion de la solucion de sus necesidades que no es otra que la plasmacion del socialismo, una senda que se viene haciendo paso en forma arrasadora en el ulitmo siglo, y que su victoria sera algo ineludible antes de que termine este.

    zapatero es el guia,
    lenin el salvador.

    30 agosto 2013 | 06:54

  5. Dice ser Al Sur de Gomaranto

    Todo lo que al monte tira
    como la cabra lo hace,
    es porque cada mañana
    cuando le abren el aprisco
    por la misma senda sube,
    senda que yerba no cría
    como la canción de entonces.

    01 septiembre 2013 | 09:16

  6. Dice ser Julian Marftinez

    No comprendo como dejan a estas personas enfermas mentales, andar diciendo estupideces y hacer de payaso.

    Muchas gracias, Sr. Soler.

    02 septiembre 2013 | 00:29

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