De todo corazón

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Crónica de un día de la Hispanidad accidentado

Estoy fastidiada por Letizia

…..Y también por un carrito de muñeca que estuve empujando el sábado por la tarde con el espinazo doblado como si tuviera 2 años. Pero como esta historia resulta mucho más prosaica y doméstica, la omitiré. Lo que me ocurrió el viernes, una sucesión de acontecimientos simbólicos y hasta físicos, me dio una visión cosmogónica de la monarquía, las ideologías y el futuro de España.

Si este post tiene «erritas», mi amiga Carmen, que ha venido a visitarme esta mañana, asume todas las culpas y las penitencias que queráis imponerle. Tengo un lumbago en fase aguda y le estoy dictando.

El día de la hispanidad/Hispanidad/HISPANIDAD/ me levanté guerrera, con el ímpetu de una monja alférez y me planté en la Castellana, dispuesta a ver a los legionarios y a Letizia, por este orden de intereses. Una amiga mía, extranjera, dejó el coche en Fuencarral y desde allí nos fuimos en metro hasta Plaza de Castilla. Allí nos enteramos que el desfile no empezaba en ese punto. Regreso al metro y bajada en Cuzco, tampoco empezaba allí.

Tras una ligera caminata vimos a los legionarios preparando el desfile. Por el carril de la izquierda al que no se podía cruzar desde la derecha desfilaban otras unidades. A paso ligero, al ritmo de las marchas militares, llegamos hasta la zona de Gregorio Marañón. Mi amiga, que es una atleta de nivel y una mujer sensata se limitó a pegar potentes saltitos para ver algo. Y yo, que hace unos minutos le había explicado quien era Agustina de Aragón, y la importancia histórica en la unidad patria de la invasión francesa que consiguió vencer los recelos históricos de los que antaño formaron la corona aragonesa hacia Castilla , etc, etc, etc….comencé a trepar por los hierros posteriores de una de las tribunas, dispuesta a ver a los legionarios y a Letizia, por este orden de intereses.

Olvidé que no se me ha dado nunca bien ser trepa. De joven tenía más aptitudes para la espeleología En el penúltimo hierro, a unos seis metros de altura, oí un pequeño crujido interior. ¿Se me estaba resquebrajando el patriotismo? Una pija, repija, megapija al lado de la cual Anne Igartiburu es más basta que el gitano del Equipo Ja, me miró como quien observa a una repugnante araña y me espetó: «La tribuna se va a caer. Esto está vibrando». Mi amiga la extranjera sugirió: «Pues dejar que nos sentemos., Levantamos la pata y cruzamos, hay sitios de sobra». La megapija, «abrigada» por una chaquetita acolchada de esas de caza que lucen como uniforme distintivo de su clase en otoño y primavera (el marido y los niños llevaban otra igual) nos ignoró, pero siguió refunfuñando.

Como no soy rencorosa, asida con una mano a la barra que me libraba de caer al vacío y con la otra al bolso, pregunté para romper el hielo como quien no quiere la cosa: ¿Ha pasado ya la legión? porque a Letizia, la segunda en mi orden de prioridades, no se la veía ni de lejos. La pija, repija,megapija contestó, mirándome como quien observa a un miserable ciempiés: «No tengo ni la menor idea». El miserable ciempies, con la espalda ya algo resentida y el estado zen bajo mínimos contestó: «Pues mira que es difícil no darse cuenta de que si ha pasado o no la legión con su cabra». La pija repija megapija necesitó un minuto largo para contestar, mientras refunfuñaba con otra amiga pija de buen corazón que nos miraba con pena. Esta fue su respuesta/pregunta, perdonad si me falla la memoria:

«¿Y tú sabes si ha pasado la unidad de artilleros regulares de Marina?», a lo que contesté mientras la espalda me seguía crujiendo y la barra de aluminio seguía intacta: «Pues no. Porque yo no tengo tribuna ,y acabo de llegar».

El repeinado marido de la pija/repija/megapija, decidió intervenir. Se informó de lo que ocurría pegando la oreja a los resecos labios de su mujer y dijo:» Venimos con los niños, estamos ocupados vigiándolos _ los niños se estaban metiendo mientras el dedo en la nariz y saltando_y no podemos estar pendientes de si ha pasado o no la legión. Pues mira que es difícil, insistí. Y él siguió presumiendo de sus conocimientos en la materia

– ¿Sabes que el paso de los regulares de marina artilleros es de 950 pasos por minuto?¿Sabes acaso la cadencia de xxxxxxx?

No sé que contesté, pero no fue una grosería, ni mucho menos. Tan sólo una contestación sarcástica. El marido de la pija/repija/megapija apretó los dientes y me llamó insolente, descarada, deslenguada, desvergonzada.

Yo, que ya había dejado de sentirme Agustina de Aragón, para pasar a identificarme con el «yerno «revolucionario de Jean Baljean en «Los Miserables» le miré a los ojos con expresión de desafío y solté: «¿Me vas a empujar?, ¿Eh?¿Me vas a empujar?».

Mi amiga, la atleta, que es más bajita que yo, creció diez centímetros. Encaramada ya a la barra y con medio cuerpo sobre el redicho comenzó a recriminarle en tono correcto pero implacable su falta de saber estar, recordándole que yo no le había insultado en ningún momento. Como una es madre decidí bajarme de inmediato, no sin antes soltar algún que otro sarcasmo cibelínico. Nos quedamos sin ver a la Legión ni a Letizia. Volvimos a trepar y probamos suerte en otra tribuna donde dimos con personas bastante más educadas que nos dejaron acomodarnos.

Ya era demasiado tarde. Sólo vimos unos escuadrones a caballo vestidos de época. Mi amiga que aconsejó que otro año, si quiero volver, solicite como periodista invitaciones para estar sentada como Dios manda. De haberlo hecho, la experiencia no habría sido tan ilustrativa, me reconoció.

La mañana la terminamos a la hora del aperitivo en casa de una mujer singular. Alguien cuyos antepasados han sido monárquicos a través de generaciones, testigos de primera mano de la historia de España. Pero ya se sabe. Ni Carlos V ni Felipe II, antepasados de Don Juan Carlos se distinguieron nunca por su gratitud.. Tanto el Duque de Alba como Hernán Cortés pudieron dar fe de ello… De gente como la señora que visitamos debería rodearse Doña Letizia y Don Felipe. Jamás hablaría mal de ellos. Una mujer con clase en el mejor sentido de la palabra.

No le contamos nuestras patéticas aventuras. Ella había pasado de bajar a ver el desfile, pese a que le pillaba cerca de su domicilio. En ese momento se me hizo la luz y se me enfrío la espalda…Lo comprendí todo. Sacad vuestras propias conclusiones.