De todo corazón

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Luisal, el otro príncipe

A la mañana siguiente de que su madre hiciera el ridículo más espantoso que se recuerdaen «Mira quien baila»frotándose contra las piernas de un bailarín,Luis Alfonso leía por teléfono a EFE el comunicado en el que anunciaba de balde que iba a ser papá. Me cuentan unos amigos de Venezuela que la familia Vargas Santaella está seriamente disgustada ante el rumbo que está dando a su vida la nieta de Franco. A Mari Carmen Martínez Bordiú sólo le falta hacerle la competencia a Belén Esteban, cuya facturación de SMS con el mensaje: «Andreita, cómete el pollo» es tan alta que se ha convertido en un secreto de estado en T5. En cambio, Luis Alfonso, el otro príncipe-no hay que olvidar que por mucho que le disguste a Doña Sofía, Luisal lleva el mismo porcentaje de sangre borbónica que Don Felipe-, ha conseguido hacer de la discreción virtud. El mocetón, algo brutote y sosegado, moderadamente franquista dado su origen, está realmente distanciado de su madre.

El poderoso abandonado

Con él se desmiente esta fabulosa máxima cuyo autor es el cineasta David Trueba «Ahora que ya estábamos eguros de que el dinero no da la felicidad, descubrimos que la macroeconomía sí».Pues parece ser que no. Me lo cuenta una fuente muy bien informada. Una persona con poder y prestigio, sumamente preparada, miembro del PP, que apostó muy fuerte por una relación que le costó su matrimonio, ha visto sus ilusiones hechas añicos. Su pareja, muchos años más joven que él, ha puesto punto y final a la relación. Otra fuente me dice que bien pudiera haber sido tan sólo una crisis difícilmente superable por la escasez de tiempo libre del susodicho.

La simpatía de Fran Rivera

Ya está en los quioscos la segunda parte de las memorias de Francisco Rivera, contadas por él mismo y publicadas en el «Hola». El diestro, que bien podría comprarse tres plazas y media de toros con el dinero que obtenga por la exclusiva justifica así su repentina conversión corazonera:»Blanca me ha ayudado a entender que no merecela pena que me muestre permanentemente como un tío cabreado y peleón cuando no soy así: «A sonreir y a cobrar todo el día».