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A esos familiares que siempre tienen algo que decir sobre tu cuerpo

Navidad se encuentra a menos de unas semanas de distancia, y, por mucho que me gusten esas fechas, reunirse con la familia no es algo sencillo para todos.

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Las preguntas de «¿Y ya tienes novio?» o «¿Cuándo vas a tener hijos?» planean por encima del mantel a la misma velocidad que los langostinos desaparecen de la bandeja del centro de la mesa.

[Un momento… ¿Aún no me sigues en Twitter o Facebook?]

Pero además de las cuestiones incendiarias, esas que nos gustaría lanzar lejos con un bate de beisbol, todos tenemos al tío/abuela/introduce a tu familiar aleatorio aquí que aprovecha el ambiente distendido de la celebración familiar para hacer notar cualquier mínima diferencia que los kilos de tu cuerpo hayan podido experimentar.

«Estás muy delgada» o «Estás muy gorda» son comentarios que en mi familia caen inevitablemente en este tipo de comidas.

Y por mucho que sea cierto, que alguien haya ganado unos kilos o que haya perdido otros tantos, la toxicidad del comentario se queda ahí, flotando junto al villancico navideño de José Feliciano.

Recibir este tipo de observaciones, no pedidas, es algo agotador para nuestra estima. Da igual que hayamos conseguido ese objetivo que nos parecía imposible cuando lo puso nuestra jefa, da lo mismo que por fin tengamos el preciado grado que nos ha costado tres años más de estudio que lo que hará notar el familiar de turno es que «Hay que ver cómo nos estamos poniendo«.

Yo soy partidaria de, a ese familiar que se limita a disparar sin pensar lo primero que considera sobre nuestro aspecto, pararle los pies.

Contestar con educación a esas observaciones, seguir evitando el enfrentamiento da pie a que la otra persona se siga considerando con el derecho de seguir juzgando una y otra vez como cuando compara los yogures del supermercado buscando el que tiene menos azúcar.

Así que estas fiestas, y ya que estamos, o al menos eso quiero pensar, más concienciados con el tema del aspecto físico, quiero proponer una campaña casera a nivel personal: basta de Bodyshaming familiar.

Por mucho que digan que los comentarios son por nuestro bien o porque esa persona se preocupa por nuestra salud, o incluso porque consideran que, al tener confianza, pueden ser sinceros al respecto, no dejan de ser observaciones que hacen daño.

La opción quizás más sencilla es la de, al oír el comentario, mirar a la persona y no responder, una manera de demostrar que lo que ha dicho ha sido escuchado pero ni lo compartes ni vas a darle más pie, lo que a lo mejor, con un poco de suerte, logra que esa persona capte tu opinión acerca de sus frases.

Piensa también en la relación que tienes con esa persona, si realmente es alguien con quien tengas una relación cercana, la mejor solución es hablar sobre el tema y sincerarte en cuanto a las emociones que ese tipo de comentarios te hacen sentir.

Comentar, por ejemplo, que prefieres que te pregunte por otras cosas relativas a tu bienestar emocional, algo tan sencillo como si eres feliz en ese momento.

Si por lo que sea, esa persona continúa, márcate un Demi Lovato en la vida real y pasa de la gente tóxica. También puedes optar por la opción que gobierna en Twitter y contestar a los haters con ironía.

Si nada funciona, mi sugerencia es poner Toxic de Britney Spears durante la cena en bucle y esperar a que entiendan la indirecta.

Tomes la decisión que tomes, plantéatelo como una manera de pelear un poco por ti, algo que conseguirá hacerte más fuerte reforzando tu autoestima (y disfrutar del turrón de almendras en paz).

El escupitajo con sabor a feminismo

Dichoso feminismo. Cómo me ha cambiado la vida. Es que ya no hay manera de disfrutar tranquilamente de los piropos callejeros.

DIANINA XL/MARA MARIÑO

Ya no puedo perderme en las licencias poéticas de aquellos que me espetan públicamente lo que harían con mi culo o con mis tetas. No.

Ahora por culpa del feminismo me tengo que valorar no solo por mi físico, sino por mi persona en su totalidad. Qué locura lo de ser mujer y ser más que un cuerpo, ¿eh?

Con lo bien que estaba yo recibiendo manos anónimas sin mi permiso en zonas de mi cuerpo y en sitios como la discoteca, el autobús el metro, la calle o un festival… Y ahora nada, ahora como soy feminista no puedo disfrutar de aquellos que se creen con el derecho de usar mi cuerpo a su antojo.

Ahora resulta que yo me tengo que hacer responsable de mí misma.

Por ejemplo, como lo que me pasó el otro día sin ir más lejos.

Iba yo tranquilamente por la calle con un pantalón corto y un chico que iba en bici empezó a decir comentarios de lo que haría entre mis piernas.

Como iba hablando con mi madre y no podía darle la respuesta que empleo desde que soy feminista (un simple «¿y quién te ha preguntado?»), le saqué el dedo corazón para demostrarle mi opinión respecto a sus insinuaciones.

Había cumplido con mi reivindicación feminista del día y ya podría dormir tranquila.

Lo que no esperaba era que el susodicho se diera la vuelta con la bici circulando en dirección contraria y al pasar por mi lado me escupiera de lleno en la cara.

La saliva cayó sobre mí con todo el peso del feminismo. Un gapo que llevaba grabado en cada molécula de H2O «Por aquí me paso yo que no te guste que te trate como a un cacho de filete de la carnicería del Mercadona».

¿Podéis imaginar lo triste de la situación? No, no hablo de mí parada en la calle con el cuello, la cara y la coleta empapadas de secreciones (¿pero cuánta saliva produce la boca de ese hombre?)

Sino del hecho de que se considerara con derecho de emitir comentarios de índole sexual no deseados limitándose a juzgar mi cuerpo y, en segundo lugar, por escupirme después de que yo mostrara mi desagrado a que un desconocido se me insinuara a voces por la calle, cuando, a su entender imagino, debería sentirme agradecida de que un total desconocido apreciara mi físico.

Así que el feminismo me costó un gapo y una ducha extra ese día. Fijaos si ha sido terrible la experiencia que me he dado cuenta de lo importante que es que lo siga practicando aunque me espere un camino bañándome en gargajos ajenos.

Mi yo feminista tendrá que aprender a nadar entre esputos ya que se acabó el tiempo de quedarse calladas, bajar la cabeza y seguir caminando como si nada por miedo a lo que pueda pasar si contestamos.

(Os dejo el hilo de Twitter donde relaté la «refrescante» experiencia)

Un ‘follógrafo’, un cantante, un cómico y las mujeres

Podría parecer el comienzo de cualquier chiste: «Un fotógrafo, un cantante y un cómico entran en un bar». «¿Y qué pasa luego?» preguntarían los oyentes con la esperanza de que el cómico abriera el pico en la burla y soltara alguna gracia.

YOUTUBE

Luego pasa que un día, una tarde o una noche conocen chicas. Por supuesto que no está mal conocer, tontear o usar el teléfono para ligar. Es lo normal. Lo normal hasta que te empiezas a pasar utilizando tu profesión como trampolín para una serie de experiencias más o menos deseadas de las que, muchas, quieren escapar según los testimonios que han salido.

Fotógrafos que se acostaban con sus modelos (no siempre voluntariamente como en el caso de Terry Richardson que obligó a una modelo a masturbarse en una sesión de fotos), o groupies enloquecidas, han existido siempre (o al menos en el último caso desde los años 70).

Pero la antigüedad de situaciones, que llevan años teniendo lugar, no siempre lleva intrínseco el hecho de que se deban considerar como correctas (y si no pensemos en los casi 500 años en los que murieron miles de animales en el Coliseo de Roma). Es el momento de pensar.

Ha pasado una semana desde que el escándalo de los abusos de Danilson Gomes (Longshoots) hizo temblar los cimientos virtuales de Instagram. Alguien alzó la voz y, una tras otra, las demás se atrevieron a hacerlo en una serie de acusaciones que, si bien no las respalda ninguna sentencia, han dejado la reputación de ciertas personas en entredicho. No ya solo de fotógrafos sino de profesionales de la música y la comedia como Mikel Izal o Antonio Castelo.

Pero lo peor no eran los pantallazos de los testimonios de piel de gallina y arcadas emocionales (y alguna física) por las referencias al abuso de menores o a experiencias sexuales forzadas. Lo indignante era toda esa gente escéptica que, una vez más, culpaba al individuo exculpando el sistema. «¿Y por qué ahora? ¿Por qué no lo hicieron en su momento?»

Porque si no creemos a una chica que fue violada por cinco salvajes, aún cuando hay vídeos, ¿vamos a creer un testimonio? Esto es España. Y como es España tengo claro que las cosas seguirán como están. El fotógrafo seguirá trabajando con chicas pese a que no las sepa tratar. El cantante y el cómico ligando con menores de edad.

La feminista, feminiña, femininja, femininfa y feminieta que llevo internamente (y todas las «femialgo» que queráis achacarme) se pregunta de qué ha servido el cruce de cuchillos virtual. Y en verdad, ha servido de tanto.

Gracias a cuentas de Instagram como la de @margalidamariax, @irenefuckinghalley o @follografos_espana se han compartido casos personales y ajenos, apoyo a las víctimas, y, en el caso de la última, asesoría legal por parte de un bufete de abogados.

El altercado dentro del mundillo de la fotografía y sacudido hasta el extremo, ha dado lugar a cuentas de otros sectores que han empezado a participar en esta conversación imparable revelando otros casos de abuso sexual. También han surgido iniciativas ciudadanas como @fmcreativo para aumentar la paridad de profesionales dentro de un ámbito en su mayor parte masculino.

Pero lo más importante: nos ha hecho reflexionar y hablar (y mucho). Marcar y señalar un comportamiento tan machista y prepotente como es utilizar la fama a través de las redes sociales para conseguir relaciones sexuales con gente que no conoces de nada.

Y si seguimos sin ver el mal en ello, quizás es el momento de preguntarnos hasta qué punto hemos normalizado y tenemos implícitamente aceptado que un completo desconocido, solo por ser famoso, dé por hecho que puede tener sexo con cualquier mujer cuando quiera. Algo que apoya la percepción de las mujeres como parte del premio de la fama junto con el dinero o el reconocimiento.

«Te hago fotos gratis si dejas que te toque», el follógrafo de Madrid

Con esa frase es como debería anunciarse el fotógrafo Danilson Gomes (@longshoots_ en Instagram) si viviéramos en un mundo sincero.

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Sería un anuncio indignante, vejatorio y asqueroso, sí, pero honesto. Si la oferta te convence y estás dispuesta a dejarte tocar, al menos sabrías a lo que ibas, eso ya es decisión personal, pero no vivimos en un mundo sincero. Todavía.

Aunque afortunadamente cada vez estamos más dispuestas (si seguís leyendo entenderéis por qué hablo en femenino) a abrir la boca, porque por mucho que nos lo hayan dicho activa y pasivamente, calladitas NO estamos más guapas.

Pero pongamos el ojo sobre el objetivo, que es a lo que se dedicaba Gomes entre muchas otras cosas no relacionadas con su profesión de fotógrafo freelance o modelo.

«Yo lo viví en primera persona» declara Margalida María en su Instagram (@margalidamariax), que se hizo una sesión de fotos para una tienda con Gomes en la que ambos modelaban.

A lo largo de la sesión notó como él aprovechaba para tocarla o se acercaba a «colocarle la ropa» mientras se cambiaba. «Sé vestirme sola» aclara en la red social. «Ya sé cómo colocarme un tanga» declaraba también @chleopawtra, que también sufrió de los abusos del fotógrafo.

La declaración de Margalida María tuvo un alcance exponencial. Lo que ella pensaba que fue un caso aislado de abuso tuvo una respuesta de decenas de mujeres que afirmaban haber vivido experiencias del estilo con el fotógrafo.

Una cascada de mensajes que ella ha publicado en sus stories guardando el anonimato, documentando las vivencias de otras víctimas que hablaban de situaciones semejantes.

«Yo tenia 3000 seguidores y conté esto como he subido otras historias y nadie me ha hecho caso. Esta vez ha tenido una repercusión y Time is up. Se os acabó el chollo a ti y a todos los que os habéis aprovechado u os queréis aprovechar de mujeres» declaraba sin tapujos en el directo del lunes.

@MARGALIDAMARIAX

Conversaciones e incluso notas de audio en las que el fotógrafo se insinuaba sexualmente, pedía fotos desnudas a sus «clientes», exigía cobrar las sesiones si las modelos no se desnudaban o si acudían al estudio con pareja entre muchas otras maniobras de abuso, manipulación, acoso e intimidación que ha realizado impunemente en estos últimos 4 años.

El miedo, la vergüenza o el simple hecho de no caer en que se había vivido una situación de abuso ha hecho que se desencadenara hace dos días la reacción viral cuando Margalida María compartió la historia. Para otras está más que claro el motivo: “Tenemos el acoso tan normalizado que cuando nos sucede no nos damos cuenta” relata Adriana (@afrofucsia2.0) otra de las víctimas del fotógrafo.

INSTAGRAM @AFROFUCSIA2.0

«Si no sabes tratar a las tías, hasta que aprendas a trabajar con mujeres haz fotos a las paredes» declaró Margalida ayer en el directo.

¿Su objetivo alzando la voz contra esta experiencia tan nefasta? «Que ninguna tía quiera hacerse fotos contigo. Quiero que dejes de trabajar de fotógrafo con mujeres, que ninguna marca te pague ni te esponsorice. Aquí estamos y si nos tocan a una nos tocan a todas«.

«Ahora has sido tú pero que se preparen los que lo han hecho. Yo quiero que las mujeres puedan ir a sesiones de fotos, puedan hacerse fotos desnudas y que lo hagan cómodas, que no tengan miedo, que ninguna tenga que fingir que se pone malas para poder irse«.

Y es que las protagonistas de las historias son únicamente mujeres ya que en palabras de @magalimariax «no ha salido ninguna historia de ningún hombre en las que el se sentara a verle cómo se cambiaba o que les tocaras más de la cuenta. Por algo será» reflexionaba. «Como con los tíos sabes comportarte hazle fotos a ellos, a nosotras déjanos en paz».

El aluvión ha hecho que incluso la marca de ropa deportiva Kappa, que realizó una colaboración con el modelo/fotógrafo lanzara una declaración este lunes:

INSTAGRAM @IDENTITYDISTRIBUTION

Así como la artista Moderna de Pueblo:

Me ha indignado mucho ver lo que revelaba @margalidamariax sobre el acoso que han sentido muchas mujeres al trabajar con el fotógrafo @longshoots_ (podéis verlo en su stories) Ya le están cayendo mil insultos A ELLA. Desde el clásico "qué vas a ser modelo con lo fea que eres" hasta "no sabes cómo llamar la atención". Pero somos más las que te apoyamos, desde aquí te doy las gracias porque la única manera de que otras no pasen por experiencias asquerosas es que las que ya hemos pasado por ellas hablemos. Antes no era consciente de qué era un "abuso de poder" y ahora lo veo más claro que nunca. A los 20 años, cuando buscaba prácticas en el mundo de la publi, por ejemplo, me citó para una entrevista Mr.JefazoImportante y me hizo sentir que si le "bailaba el agua" conseguiría el puesto. "Eres muy guapa, como todas las que trabajan aquí.", me soltó a 10 cm de mi cara mientras me tenía en su despacho a oscuras cuando todo el mundo se había ido a casa. Salí de ahí y antes de llegar a mi casa vomité en la calle por el asco de lo vivido. Pero nunca pensé en que eso había sido un "abuso de poder". Me eché la culpa por ser tan inocente y tontita y simplemente pensé que era un baboso más. No son babosos, son acosadores. No somos tontitas y hemos empezado a hablar. Estés en la profesión que estés, #cuéntalo

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Mientras tanto, Gomes se ha limitado a negar las acusaciones tachándolas de mentiras y a bloquear su cuenta de Instagram (después de eliminar casi todas las fotografías que él mismo había realizado).

Os dejo algunas de las conversaciones que compartieron en Instagram para que sirvan como alerta para todas aquellas que no identifiquen este tipo de situaciones y que sean conscientes de lo que es un abuso (independientemente del nombre inocente que le pongan luego los tribunales del país):

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

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INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

Y quizás os preguntéis qué hago hablando de esto cuando anoche fue la Gala MET y religiosamente escribo sobre la alfombra roja cada año.

Porque se ha acabado el tiempo de mirar hacia otro lado. Porque me he cansado de que haya elementos que se piensen que pueden hacer lo que les dé la gana con las mujeres y salirse de rositas. Porque no conozco a ninguna de ellas pero no me hace falta, porque yo las creo. Porque no están solas. Porque a lo mejor pueden conseguir que una o dos guarden silencio, pero no van a callarnos a todas. Y porque, desde ya, pienso encargarme de sacar el nombre de esta persona en toda conversación que tenga con alguien que trabaje en el mundo de la moda para que no se olvide el daño que le ha hecho a tantas mujeres que acudieron a él con una idea tan inocente como el sueño de ser modelo, sueño del que se aprovechó mujer tras mujer, sesión tras sesión, hasta hoy.

‘Haters’ e ‘influencers’, cuando te odian sin conocerte

Lo que mejor recuerdo de mi primera semana como bloguera de moda de 20 Minutos no fue los temas que traté, si me costó mucho o poco habituarme a escribir casi cada día o si estaba tan pendiente de compartirlo en redes como estoy ahora.

GTRES

Lo que mejor recuerdo de mi primera semana como bloguera de moda de 20 Minutos fueron los insultos. Esos que cayeron a plomo, directamente sobre mi estima, artículo tras artículo.

Daba absolutamente igual de lo que escribiera, en todos se me tildaba de estúpida, mamarracha, de no tener ni idea de moda, de ser una malcriada, de vivir del cuento, de escritora de mierda, de insulsa, de patética, superficial… Esto sucedió solo en mi primera semana y únicamente por parte de haters anónimos, ni siquiera os hablo de personas que tuvieran algo personal contra mí (esos ya llegarían más adelante).

Personas de todas partes del mundo (especialmente de España y América del Sur) se centraban cada día en repetirme lo mala periodista de moda que era. Aquello me pasó una factura emocional que no esperaba. Recuerdo incluso hablar con quien me propuso para escribir el blog y decirle que no sentía que, ante los comentarios, estuviera cumpliendo las expectativas.

Y eso que os estoy hablando de mí, una tipa absolutamente normal y corriente que se pasa los domingos en pijama y hace la compra en el Lidl porque la cesta sale más barata. Que no soy una celebridad, vaya.

Si a mí, que no soy una figura conocida en el mundillo, me tocaba la fibra de esa manera y tenía tal cantidad de haters, ¿cómo le afectaría a las blogueras que tienen miles y millones de seguidores y por tanto sus detractores multiplican los míos?

Dulceida lo dejó claro en su vídeo de hace dos semanas «Más amor y menos hate» en el que habla del odio que hay en las redes sociales: «Tenemos que abrir mentes. Al final este acoso duele«, dice la influencer. «Hay gente de mi entorno que lo ha pasadao muy mal por comentarios que hace una persona sin pensar en ello. […] No me ha pasado a mí, pero sobre todo he visto casos de comentarios que se meten con los cuerpos. Muchas son mujeres que además tienen la edad de mi madre. Es lo que menos entiendo».

Confiesa también que le «daba vergüenza estar mal por esto, por lo que me dice gente que no conozco«.

Dianina XL, la youtuber a la que entrevisté en mayo (tenéis la entrevista aquí) y que modeló para uno de mis proyectos del máster acerca de bodypositive extragrande, es otra de las blogueras que viven en este acoso constante.

«No se lleva bien ver que alguien tiene éxito. Se lleva envidiarla y criticarla» me dice. «La gente no lo entiende. Eso de mejorar y esforzarse para cambiar lo que no les gusta de su vida lo llevan mal, mejor quedarse sentado criticando intentando arruinar la felicidad de los demás».

«Que esa gente haga su vida» afirma la bloguera XL. Dulceida reflexiona también que «Al igual que no os gusta que se metan con vuestros amigos, familiares o con vuestros hijos en el colegio, no lo hagais por redes sociales».

Yo voy más allá. Todos somos muy valientes desde una pantalla donde no le vemos la cara a la persona. Piensa si realmente se lo dirías a la cara y luego ponte en nuestro lugar. Piensa si te gustaría que cada vez que sales a la calle te dijera gente desconocida para ti que apestas, que tu trabajo es una porquería, que no vale ni para limpiarse el culo (comentarios verídicos)… Y eso cada día de tu vida año tras año.

¿Tú lo aguantarías? A los que vivimos de crear contenido públicamente no nos queda otra. Y lo hacemos sin ningún problema, no por nada se dice que lo que no te mata te hace más fuerte.

La diferencia que tenemos respecto a los haters es que no nos mueve el odio para hacer lo que hacemos, nos mueve algo mucho más grande, intenso y poderoso: la pasión.

Tu forma de vestir podría influir en que te acosen según Donna Karan

Cada vez que oigo una justificación sobre la violencia de género basada en la vestimenta que llevaba la víctima se me enciende el pelo.

Pero cuando esa justificación la pronuncia alguien como Donna Karan, precisamente una diseñadora conocida por desarrollar en los años 80 el power suit, que era el nuevo traje para la mujer trabajadora, ya ni os cuento.

A la izquierda Rita Ora llevando un DKNY para los VMA. A la derecha una foto de la diseñadora. GTRES

La neoyorquina, ante los abusos del productor Harvey Weinstein, declaró que por cómo va vestida una mujer podría estar buscándolo: «¿Cómo nos presentamos como mujeres? ¿Qué es lo que estamos pidiendo? ¿Lo estamos pidiendo mostrando nuestra sensualidad y sexualidad?».

No es ya solo el hecho de que alguien haga este tipo de declaración en 2017 (que estamos en 2017, no en 1940, que es donde parece que se ha quedado a vivir más de uno), sino el hecho de que lo haga una diseñadora de moda que, que yo sepa actualmente, y por lo que he visto en archivos fotográficos más antiguos, crea todo tipo de vestidos.

Y mirad que he rebuscado bien en pasarelas antiguas, pero nada, ni una sola colección hecha de bolsas de patatas o burkas que evitaran mostrar la sensualidad y sexualidad de las mujeres que ha vestido, las dos características que achaca a que se den estos abusos. No, ni siquiera cuando Rita Ora se presentó en la alfombra roja de los Video Music Awards con ese vestido rojo.

De hecho lo que he visto es todo lo contrario, especialmente en la colección que sacó para esta primavera con escotes que llegaban hasta los túneles de la línea 6 de metro. Una colección que definía con sorna un tuitero como: «Donna Karan, moda para mujeres que lo van pidiendo«.

Lo que dice la diseñadora huele a machismo, pero, y ya que hablamos de una modista, a machismo rancio, de fondo de armario con naftalina. Ese machismo empeñado en lavarse las manos de toda responsabilidad y echar la culpa a la víctima de una situación.

Imagino que Karan, por esta regla de tres, también culpará a una persona de color si es agredida por motivos racistas. A fin de cuentas es culpa de esa persona por ir mostrando su piel oscura en vez de ponerse una máscara de varón blanco de mediana edad.

¿A que os suena descabellado? Justificar el abuso de una mujer por cómo va vestida también lo es.

Esto es lo que te va a pasar si intentas meterme mano

(Luego no digas que no te avisé)

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Bailo ligera, feliz en mi burbuja de música latina mientras muevo las caderas y sonrío a mi amiga entre los mechones de pelo que insisten en cubrirme la vista cada vez que muevo la cabeza con un poco más de ritmo.

Estamos las dos solas y puedo sentir como, poco a poco, nos van acorralando contra una de las paredes de la pista como si fuéramos presas. Lo hacen repetida y sistemáticamente a lo largo de la noche, como si solo por el hecho de estar bailando sin compañía masculina lanzáramos un mensaje invisible de que estamos abiertas y perceptivas. Lo que estamos haciendo es tratar de disfrutar de la noche con una amiga. Sin más misterio ni otro objetivo que no sea el de divertirnos juntas bailando.

Con más o menos tacto, en función de los modales de los que se acercan, rechazamos, negamos o nos apartamos bruscamente de los que intentan alejarnos de la otra, de los que buscan aislarnos. Cuando creía que los españoles eran los que menos entendían un «No» por respuesta llegan los italianos. No es que no entiendan el «No», es que lo entienden pero no lo aceptan. Insisten, te cogen, se pegan todavía más, te pellizcan el moflete y te repiten la misma cantinela a voces. «¿Cómo te digo que no, que no estoy interesada?». Y ya por fin, cuando a la enésima vez lo repites seria, rozando el enfado, heridos, momentaneamente, en su orgullo, se alejan y van a por otra aún más desprevenida.

Pero en uno de los rechazos siento que, no contento con mi respuesta, una mano se desliza por mi espalda y roza mi culo. No es un contacto casual o accidentado, pues puedo notar como la palma y sus dedos se regocijan con mi forma. Inmediatamente, de manera intuitiva pego un grito y me aparto. Veo al que me ha metido mano, aprovechando la situación de que se alejaba de nosotras. En ese momento todos mis niveles de adrenalina se disparan, me ciegan, me embalan y solo puedo ver su nuca de espaldas alejándose. Sé que cuento con escasos segundos antes de que se pierda definitivamente entre la gente. No los malgasto. Sin pensar, de manera automática, le cojo del hombro. Era más alto y seguramente más pesado, pero yo contaba con el impulso y el enfado, por lo que rápidamente le giro hacia mí. Mi otra mano se pliega sobre sí misma, retrocede y seguidamente vuela. Atraviesa el espacio cargado de humo e impacta en su cara con fuerza. Sé que le he hecho daño porque a los segundos recibo un latigazo en el nudillo de dolor. Jamás había pegado un puñetazo que no fuera a un saco de boxeo. Se lleva las manos a la cara y esta vez dejo que se vaya corriendo.

Y me quedo ahí. Con la mano y el orgullo dolido. Sintiendo satisfacción por haberme defendido sola, asco porque se haya sentido con el derecho de tocarme algo tan íntimo y al mismo tiempo preocupación por si le sangrará la nariz (sí, aún encima de lo cerdo que ha sido me preocupa su nariz). Me siento dolida por haber tenido que pegar y en una parte de mi cabeza se proyectan mis padres disgustados conmigo, que siempre me han enseñado que la violencia física no trae nada bueno y no debo recurrir a ella. Pero luego, más tarde, cuando ya llego a casa de madrugada, pienso con calma en lo que ha pasado. No he sido yo quién ha actuado mal. Me he defendido de una agresión física. He reaccionado ante un abuso que ha sucedido sin mi consentimiento sobre mi propio cuerpo. Es decir, si él no me hubiera acosado en primer lugar, jamás en la vida le habría dado un puñetazo.

Tuve miedo durante la noche de volver a encontrármelo, de que el chico regresara con amigos, pero si me volviera a suceder, sin duda alguna, volvería a hacerlo, porque (y esto de verdad que necesitamos metérnoslo en nuestra cabeza) NADA justifica que alguien te toque sin tu permiso. NADA justifica que te hagan algo que no quieres y NADIE puede criticarte por haberte defendido si has tenido la mala suerte de vivirlo.

(Y quiero pensar que el cabrón de la discoteca se lo pensará dos veces antes de volver a faltarle a otra mujer el respeto)

Cuando mis pezones sufrieron ‘bullying’

[En otros posts he hablado de que, en más de una ocasión, opto por salir sin sujetador. Lo veo algo cómodo para ocasiones e incomodísimo para todas las restantes, por lo que asumo que se me pueden notar en algún momento.]

Los sujetadores deportivos, que simplemente sirven para sujetar el pecho sin ningún tipo de relleno, suelen marcarlos a la perfección. Es por eso que en algunas fotos haciendo ejercicio estoy acostumbrada a leer el comentario del listillo de turno (que el listillo de turno suele ser un amigo para molestar) preguntándome que si tenía frío. No, no tenía frío, soy un ser humano con glándulas mamarias (al igual que él, por cierto).

La naturalidad con la que pienso en el asunto viene a ser una particular reivindicación feminista en la que me niego a cubrirlos. Son algo natural y si ellos pueden marcarlos con camisetas (sí, queridos, vosotros también vais a veces con los pezones como para rayar diamantes) quiero el mismo derecho sin escuchar los consabidos comentarios.

En una de estas, uno de estos ‘iluminados’ del Señor, me hizo notar en una foto que se me notaba el pezón. Vaya, ¿no me digas? Quizás es porque TENGO pezones.

La cosa es que le contesté que si tenía algún problema, a lo que respondió «Enseñalo!!». Sí, sin acento, estaba demasiado emocionado asumiendo que mi pezón estaba únicamente para uso y disfrute que se le olvidó añadirlo. Muy amablemente (es decir, sin mandarle a la mierda, idea que estuve acariciando) le comenté que con mi cuerpo hacía lo que me salía del gatete: «Lo enseño a quien yo quiero 😉 y no estás en la lista». Elegancia pura. La reina Elizabeth II aplaudía mi flema desde Buckingham.

Lo que mi interlocutor contestó fue lo siguiente: «Mejor, porque son muy pequeñas jajaja«. Pues bien que querías vérmelas gorrioncillo. No solo me cosifica sino que ataca a mi autoestima utilizando una red social.

En ese momento, sin pensar, puse una denuncia en Instagram a este usuario (denuncia que por cierto, les ha entrado por una pestaña y les ha salido por la otra. ¿Quién narices regula las quejas? ¿Monos?).

Sé que ese tipo de comentario a otra mujer, o incluso a mí misma en otro momento de mi vida, más joven en plena adolescencia, me habría hecho daño. Son estos ataques los que hacen que luego la gente desarrolle inseguridades y sea incapaz de aceptarse tal cual es, por lo que deben ser denunciados sin excepción.

El acoso no tiene límites y con las redes sociales es mucho más sencillo ya que no hay que dar la cara. Utilizando el teclado podemos dañar a personas que se encuentran a kilómetros de distancia. Pero lo realmente grave es que sin conocer a alguien (o aún conociéndolo) algunos se sientan con el derecho de criticar o juzgar por el físico cuando NADIE ES PERFECTO y somos mucho más que eso.